Entrada actualizada: 29/11/2017
En toda narración hay actores principales y secundarios. En la descripción de los acontecimientos bélicos lo usual es que algunos de los oficiales pasen a los libros de historia, siendo laureadas sus decisiones y glorificadas sus heridas en el campo de batalla… o todo lo contrario. Por el contrario, los secundarios (mayoritariamente soldados o oficiales de escalafones bajos), quitando acciones heroicas de cierta relevancia, lo normal es que sean…“olvidados”, independientemente de sus posiblemente decisivos aportes (algunas veces su propia vida) a la consecución de las metas trazadas. Tanto es así, que pocas veces nos paramos a pensar el cómo un actor principal llegó a planificar o realizar una determinada acción, cediéndoles a ellos todo el mérito y olvidándonos de toda la cadena de mando que discurre entre su persona y el confidente o informante que aporta los datos suficientes y necesarios para elaborar sus maniobras.
En toda narración hay actores principales y secundarios. En la descripción de los acontecimientos bélicos lo usual es que algunos de los oficiales pasen a los libros de historia, siendo laureadas sus decisiones y glorificadas sus heridas en el campo de batalla… o todo lo contrario. Por el contrario, los secundarios (mayoritariamente soldados o oficiales de escalafones bajos), quitando acciones heroicas de cierta relevancia, lo normal es que sean…“olvidados”, independientemente de sus posiblemente decisivos aportes (algunas veces su propia vida) a la consecución de las metas trazadas. Tanto es así, que pocas veces nos paramos a pensar el cómo un actor principal llegó a planificar o realizar una determinada acción, cediéndoles a ellos todo el mérito y olvidándonos de toda la cadena de mando que discurre entre su persona y el confidente o informante que aporta los datos suficientes y necesarios para elaborar sus maniobras.
La anécdota surge cuando encontramos a varios actores principales, un plan estratégico de gran repercusión, conjuras políticas y unos laureles de la victoria que se “olvidan” de uno de los figurantes.
Tras varios meses atascadas en los campos de Somorrostro, las tropas liberales habían procedido finalmente a la realización de un movimiento de empuje en toda línea de trincheras carlista, coordinado con otro envolvente por parte de un 3º Cuerpo de Ejército, consiguiendo sortear el campo fortificado. Esto obligó a los carlistas a retroceder y aflojar la presión que ejercían sobre Bilbao.
Levantamiento del Sitio de Bilbao. Tomado de la Ilustración Española y Americana |
El 2 de mayo de 1874 se ponía oficialmente fin al “Sitio de Bilbao”, haciendo una entrada triunfal el recién llegado al teatro de operaciones del Norte, Manuel Gutiérrez de la Concha e Irigoyen, Marqués del Duero, al frente del apresuradamente creado 3º Cuerpo de Ejército. Ya en el anochecer de ese mismo día arribaba a los muelles de Bilbao un pequeño vapor procedente de la también liberada Portugalete, donde venía Francisco Serrano y Domínguez, Duque la Torre, Presidente del Poder Ejecutivo de la efímera I República y general en jefe del Ejército del Norte.
Al día siguiente, el levantamiento del Sitio fue formalmente proclamado en el palacio de la Diputación de Bilbao, donde se dieron cita ambos generales, jefes y oficiales de la milicia local y representantes de autoridades bilbaínas a cuya cabeza figuraba el general Ignacio María del Castillo y Gil de la Torre, que tan eficientemente mandó la guarnición durante el Sitio. En acto solemne, se dio las gracias de parte de la villa a sus libertadores, mientras que Serrano felicitaba a su vez al general Castillo, a su guarnición y a la milicia por su noble comportamiento. Tampoco faltaron los numerosos parabienes y alabanzas entre Serrano y en aquel momento, su subordinado, Concha, realzándose los méritos, servicios y elevadas capacidades de ambos.
Llegada de Serrano a Madrid. Tomado de la Ilustración Española y Americana |
Esa misma tarde, y con la conciencia tranquila de poder volver a Madrid con la ansiada victoria que permitía olvidar los desastres sufridos en Somorrostro, Serrano confirmaba el traspaso del mando de los Ejércitos del Norte a Concha, dejando al ya veterano general con la papeleta de concluir la guerra y pacificar el país. Y desquitándose de su entrada de “tapadillo” en Bilbao, que según relata su biografía (Historia de la vida militar y política de Don Francisco Serrano y Domínguez, 1892), había sido un acto premeditado, cediendo todo el protagonismo en un acto de caballerosidad y humildad a Concha, paseó por Madrid bajo la aclamación de multitudes.
De esta forma se cerraba con “relativo” éxito el plan que había conseguido desbloquear la guerra de trincheras que se había dado en Somorrostro a lo largo de los primeros meses de 1874. Y decimos “relativo” porque si bien, el levantamiento del Sitio tuvo una importante relevancia política, mediática y posiblemente psicológica, lo cierto es que desde un punto de vista estrictamente militar, distaba mucho de ser satisfactorio: Los carlistas mantenían posiciones fortificadas en Bilbao, seguían siendo dueños de toda la provincia y además, habían conseguido evitar que sus batallones de Somorrostro quedaran copados, lo que hubiera supuesto el final de la guerra.
De forma muy simplificada la historia general ha reducido al Marqués del Duero, el mérito de esta maniobra estratégica. Sin embargo lo cierto es que el general Concha, aunque con indudables dotes de mando, acudió apresuradamente al teatro de operaciones con una planificación previamente trazada. A finales de marzo de 1874, su jefe Serrano llevaba demasiado tiempo estancado en Somorrostro. Como "jefe de estado" del país, había llegado con refuerzos y numerosa artillería en sustitución del derrotado general Domingo Moriones Murillo, pero las perspectivas de un éxito fácil sobre la “pandilla de sacristanes, mal armados, peor vestidos y deficientemente mandados”, se evaporaron ante la visión del campo atrincherado que los carlistas habían construido en Somorrostro. La opinión pública clamaba por una victoria rápida y contundente, y con corresponsales extranjeros cubriendo la evolución del frente, no se podía permitir fallo alguno que hiciera peligrar, no sólo su reputación, sino también el gobierno que encabezaba.
Francisco Serrano y Dominguez. Tomada de la Ilustración Española y Americana |
Como indican Pirala y otros historiadores, Serrano tenía guardado en el cajón de su escritorio desde principios de marzo, un plan de flanqueo que evitaba la confrontación directa con las trincheras carlitas y establecía un movimiento envolvente por su izquierda pasando al valle de Sopuerta para rodear al enemigo. Igualmente en esas hojas también se vaticinaba un “baño de sangre” en el caso de recurrir al ataque directo.
Firmaba esta estrategia el general Juan José Villegas Gómez. Este hombre había nacido en Cobreces (Cantabria) en 1815 e ingresó en el ejército como cadete con 18 años. Comenzó la I Guerra Carlista en el bando carlista, pero en 1838 se pasó como soldado raso al ejército isabelino, donde desarrolló una carrera como oficial de milicias provinciales. Acabó la guerra con el grado de comandante y la condecoración de la Gran Cruz de San Fernando. Según consta en la hemeroteca, adherido al movimiento revolucionario de 1868, que supuso el exilio de Isabel II, se distinguió en la defensa de Santander frente a las tropas del general Calonge. En 1871 era ya comandante general de la provincia de Santander y gobernador militar de la plaza de Santoña. En ese mismo año rechazó por problemas de salud el nombramiento de gobernador militar de la provincia de Toledo. En 1872, siendo ya brigadier, es nombrado segundo cabo de la capitanía general de Andalucía, y seguidamente es promovido al empleo de mariscal de campo. En 1873 presenta ya el cargo de capitán general del distrito de Andalucía, siendo relevado de su puesto y acuartelado de nuevo Santoña en el mes de mayo. De vuelta Cantabria y con la guerra carlista ya comenzada, combatió denodadamente a las partidas carlistas que operaban en esa provincia, recorriendo también en numerosas ocasiones en marchas y contramarchas las Encartaciones de Bizkaia y el norte de Burgos. Buen estratega, gran conocedor del terreno donde se luchaba y de la realidad combativa del enemigo que tenía en frente, no tardó en darse cuenta del error táctico que suponía enfrentarse a un ejército en posición defensiva en un espacio pequeño de terreno. A principios de marzo, y siguiendo los cauces adecuados, le remitió a Serrano su plan.
Sin embargo Serrano no tuvo en cuenta las consideraciones de Villegas. El Estado Mayor en Somorrostro ya tenía entonces trazado un plan que se consideraba iba a suponer las ruptura del frente carlista. El peso de la operación caería sobre el general Fernando Primo de Rivera, y puesto en marcha el 25 de marzo de 1874 concluiría dos días después con ambos ejércitos exhaustos, un baño de sangre y una “victoria a los puntos” por parte de ejército carlista. Se había cumplido la premonición de Villegas.
Posiblemente rechinándole los dientes y dándose cuenta que su crédito se acababa, Serrano recordó el manuscrito de Villegas, convocándolo a su presencia de forma inmediata. Según consta en el libro “Estudio Critico sobre la Última Guerra Civil (1882)”, el día 1 de abril Villegas se entrevista largamente con Serrano, y seguidamente el Presidente-General escribió al ministro de la Guerra, el general Juan Zavala, para que nombrase a Villegas, Capitán General de Burgos, “para que situándose en Santander, asegurase las líneas de comunicación y dispusiera las fuerzas que se enviaran de refuerzo prontas a operar algún movimiento que le encargaré por mi flanco derecho”, así como toda la información y necesidades que precisa para el desarrollo de este movimiento táctico.
En ese momento todo parecía indicar que sería el mismo Villegas el encargado de poner en práctica su propia estrategia. Sin embargo, el día 3 de abril, el ministro de Guerra devuelve a Serrano una larga respuesta confirmando la idoneidad de lo expuesto, así como distintas apreciaciones y consideraciones, añadiendo un matiz de carácter político: el mando del refuerzo de tropas que se precisa para ejecutarlo debería de recaer sobre Concha, Marqués del Duero. Lopez Dominguez recoge en su libro “Operaciones del ejército del Norte (1876)” esta carta: “[…] Para asegurar el exito, pudiera V.E. destacar ocho batallones, que se unirían a los veinte citados, cuyo mando quizá aceptaría el marqués del Duero, porque su patriotismo no se negaría a ningún servicio necesario o conveniente […]”.
Golpe de estado del General Pavía |
Esta apreciación, que relegaba a Villegas del mando de esta operación táctica, tenía su origen en la convulsión política del momento. El golpe de estado del 3 de enero de ese mismo año realizado por el general Manuel Pavía había tenido como consecuencia la creación de un gobierno de concentración bajo un modelo de “república” pero con tintes dictatoriales a cuya cabeza se había colocado Serrano. La amalgama política formada era de todo, menos estable, y las importantes disensiones que existían en su seno obligaban y requerían de la presencia del Presidente de esta “descafeinada” República en Madrid.
Según se cuenta en el “Estudio Critico de la Última Guerra Carlista”, Serrano había manifestado al ministro de la Guerra que en caso de necesidad, “podría sustituirle en el mando del ejército el Marqués del Duero”, que por aquel entonces vivía ocupando su tiempo en “investigar los medios mejores para el desarrollo de la agricultura [...]” (Ultima Campaña del Marques del Duero 1874). Sin embargo, el retorno a la arena política-militar de este ya sexagenario personaje, influyente militar y con ideas políticas de clara tendencia de restauración “alfonsina”, no era bien visto por parte de elementos de este gobierno de concentración republicana.
Es por ello, que cuando a Zavala, Ministro de la Guerra, se le trasmitió la necesidad de crear un 3º Cuerpo de Ejército para desbloquear la situación generada en Somorrostro, no dudó en realizar una carambola que satisfacía los intereses militares y políticos del momento: Poniendo al mando de este nuevo cuerpo al Marqués del Duero conseguía un sustituto del gusto de Serrano, pudiendo este último retornar prontamente a Madrid a sus quehaceres políticos; y además, al asignar al general Concha un mando subalterno, se conjuraba el disgusto que dicho nombramiento causaría en algunos sectores del gobierno de la capital. Al menos, momentáneamente. Al extenso telegrama de Zavala, contestó el duque la Torre entre otras apreciaciones: “[…] estoy conforme con que lo mande, si acepta, el Marqués del Duero”.
Manuel Gutierrez de la Concha. Tomado de la Ilustración Española y Americana |
El mismo 6 de abril Concha salió de Madrid y el 8 ya se encontraba en Santander donde se reunió con Villegas, el general damnificado por toda esta conjura política. Es muy posible que al cántabro no le sentará nada bien lo ocurrido: primeramente sus consideraciones y su plan, a pesar del notable conocimiento que poseía del terreno y de la situación de ambos ejércitos, había sido aparcado; y posteriormente, cuando los acontecimientos le dieron la razón, se requería de su presencia y del aporte de todos sus conocimientos, pero se le negaba el mando de la tropas. Parece ser que independientemente de cómo le afecto esto, la bibliografía indica que Villegas colaboró en todo momento para llevar lo planificado a buen término, a pesar de quedar convertido en un figurante más. Según consta en el libro “Ultima Campaña del Marqués del Duero”: “[…] (Concha) conferenció diariamente en Santander con el general Villegas, armonizando con él el plan de campaña; […]".
Encogiéndose de hombros, Villegas prosiguió con su labor militar en la lucha contra el ejército carlista, acabando con las partidas que operaban en Cantabria, combatiendo de forma continua en las Encartaciones, norte de Burgos y muy especialmente en la denominada “línea de Valmaseda”. La bibliografía describe numerosas acciones de combate donde tomo parte, e incluso, un juicio sumarísimo que realizó a un desertor al que ordenó fusilar “para dar ejemplo”. Este hecho le valió una pequeña reprimenda según se describe en la Narración Militar de la Guerra Carlista (Volumen V): “El Ministro de la Guerra aprobó con fecha 14 las disposiciones adoptadas por Villegas; pero respecto al fusilamiento del desertor, aunque lo aprobaba también, añadía, que si desgraciadamente en lo sucesivo se repitiesen casos análogos se observara cuanto la ordenanza y las disposiciones vigentes determinaban, y cuando menos precediera un consejo de guerra verbal”.
Por méritos de guerra a finales de 1875 fue ascendido a teniente general y ya en marzo de 1876, con la guerra concluida, fue felicitado por el repuesto rey, Alfonso XII, por los servicios prestados como “comandante general de la primera división del 3º Cuerpo del disuelto Ejército de la Izquierda”.
En mayo de ese mismo año, según consta en la revista La Ilustración Española y Americana del día 22, en conmemoración de la liberación, “la siempre invicta villa de Bilbao” ofreció a los jefes del ejército libertador 3 espadas: “a los capitanes generales Sres. Marqués del Duero y Duque de la Torre, y al valiente defensor de la plaza durante el largo sitio, el general D. Ignacio María del Castillo. Muerto gloriosamente en Monte Muro el Excelentísimo Sr. D. Manuel de la Concha, Marqués del Duero, la espada respectiva ha sido entregada por la comisión bilbaína á la hija mayor del finado, la señora esposa del Excmo. Sr. Marqués de Sardoal. Dichas espadas son tres joyas de gran valor y mérito, que han sido labradas por distinguidos artífices catalanes”. Por supuesto, para Villegas no hubo espada.
Espadas conmemorativas del levantamiento del Sitio de Bilbao. Tomada de la Ilustración Española y Americana |
También es verdad que todo indica que Villegas era una persona poco dada al agasajo, de hecho en diciembre de 1877 renunció al título nobiliario de marqués de Santa Ana, que le concedía su monarca. Tal vez, también tuviera que ver que Villegas fuera un republicano convencido... . Falleció en 1890 en su pueblo natal. En el periódico “La Monarquía” apareció la siguiente noticia:
Recorte del periodico "La Monarquía" |
Y en el “El Liberal” del 2 de marzo se incluía el siguiente comentario: “Ha fallecido en Cóbreces (Santander) a la edad de 75 años, el teniente general don Juan Villegas y Gomez. Entre los caudillo militares contemporáneos, con ninguno ha sido tan injusto la fama y la opinión como con el general Villegas. Era este un militar insigne, que en la primera y en la segunda guerra civil dio muestras relevantes de su bravura y su inteligencia; a pesar de ello, aquí, donde todos conocen los nombres de nuestros generales de segunda y tercera fila, había muy pocas personas que conociesen el suyo. Su carácter taciturno y su modestia excesivas, priváronle entonces de la notoriedad y las distinciones derramadas sobre otros a manos llenas”.
Efectivamente, su nombre no fue incluido en muchas de libros de historia que posteriormente se escribieron ensalzando la gloria y los réditos obtenidos de Concha y Serrano con la liberación de Bilbao. En el libro “Estudio Critico de la última Guerra Civil” se hizo el siguiente comentario: “Si esta verdad estuvo oculta por la modestia del general Villegas, que aspirando únicamente a servir al país, no ha disputado tanto bombo no tan cantada gloria, como se ha deducido de estos hechos, la historia que no satisface siempre a los manipuladores, no podrá menos de hacerlo así constar, diciendo, que el segundo proyecto del general Concha, el que siempre juzgó más factible y menos expuesto el general en jefe (Serrano), con el que se libertó Bilbao, en fin, fue proyecto del general Villegas, no plan de Concha, que fue el segundo en recibirlo […]”.
Curiosamente, su hijo Baldomero Villegas del Hoyo (Santoña 1844 – Madrid 1928) militar, escritor y político, aireó en la prensa de época, tras la finalización de la contienda en 1876, una controversia respecto al reparto de méritos en relación con un plan estratégico que él mismo firmaba. Pero esa es otra historia.