Abanderado Carlista. Modificado del "Estandarte Real" |
Diputaciones Forales y Juntas Reales
El militar Pedro Ruiz Dana, autor del libro Estudios de la Guerra Civil en el Norte, llegó a realizar la siguiente afirmación en relación con la calidad de tropas y material del ejército carlista a mediados de 1874: “En aquella fecha, deber de imparcialidad es confesarlo, que el ejército (carlista) era tan bueno como el nuestro”. Pero llegar a desarrollar una organización castrense capaz de medirse en igualdad de condiciones con el ejército liberal, fue una tarea en extremo complicada donde las Diputaciones Forales y Reales Juntas Gubernativas carlistas, jugaron un papel determinante.
Fueron precisamente estos estamentos administrativos carlistas, las que cargaron con el peso de los servicios que precisaba la población civil de su territorio, así como todo lo relacionado con el sostenimiento de sus batallones (armamento, vestimenta, avituallamiento, sistemas de reclutamiento, etc.); incluido, la siempre delicada tarea de recaudación de impuestos. A decir del historiador Antonio Pirala: “Constituidas en verdadero poder las diputaciones carlistas, sus disposiciones forman un cuerpo completo de gobernación, de hacienda, de todos los ramos de la administración pública, aún sin excluir el de guerra”.
En los primeros meses de 1873, durante el proceso de consolidación de la guerra en el Norte, la coordinación entre los Jefes Militares de las provincias y sus correspondientes Diputados forales era una obligada necesidad. Tal y como se desprende de las cartas y comunicados que se conservan en el Archivo Histórico de Euskadi entre el Diputado General de Guipúzcoa, Miguel Dorronsoro y, el Jefe Militar de la provincia, Antonio Lizarraga, en no pocas las ocasiones esta relación se tornaba tensa ante las demandas de unos y los requerimientos de los otros. Y para complicar la situación, no siempre existía una complementariedad de actuación entre las distintas Diputaciones y Juntas Reales, sumidas en viejas enemistades y suspicacias, que dificultaban dar una respuesta unitaria a problemas comunes. Pirala resumirá en poca palabras este hecho: “De grande auxilio eran estas juntas y diputaciones para la causa por cuyo triunfo trabajaban; pero tenían el inconveniente de mantener vivo el espíritu de provincialismo, tendiendo cada corporación a hacer de su provincia un pequeño estado independiente, que influía de una manera deplorable en el orden militar, pues cada provincia quería tener su ejército para su territorio; desagradaba que de él saliera y viniese al suyo el de la provincia vecina, y esto lo exigían con frecuencia las operaciones combinadas”.
Armas para un Ejército Embrionario
Esta descoordinación o falta de entendimiento, afectó de forma notable a la apremiante necesidad de conseguir armas ligeras y pesadas, así como en la exigencia de dotarse de una estructura fabril que diese cobertura a los requerimientos militares, sin necesidad de recurrir al, siempre caro y complicado de trasladar, producto extranjero. Los grandes depósitos de armas que se supone esperaban a los alzados, no fueron tales, lo que lleno de recelos las tertulias carlistas sobre el destino de las sumas de dinero que se había destinado a ello. El que fuera oficial de artillería carlista, el valenciano Joaquín Llorens y Fernández de Córdoba escribirá: “Muchísimo dinero se había dado, aun antes de empezar la guerra, con destino a la compra de armamento. Se dijo que existían grandes depósitos, pero todo resulto falso, y lo que no hay duda hicieron algunos fue guardarse el dinero”. Por si fuera poco, inicialmente no se escuchó suficientemente a expertos en armamento moderno, que aportasen su experiencia en un campo que rápida evolución.
Escudo de la Diputación Foral Carlista de Guipúzcoa |
Además, no todas las adquisiciones tenían la misma fiabilidad. En 1873 y, ante la imposibilidad de conseguir municiones para el fusil de éxito del momento, el Remington Rolling Block, el mismísimo Dorronsoro, a la cabeza de la Diputación Guipuzcoana, prefirió la “cantidad” antes que la “calidad”. Es por ello que Dorronsoro puso inicialmente su empeño en conseguir carabinas giratorias de calibres “16” y “24”, con sus respectivas municiones, del ya desfasado sistema Lefaucheux. En una carta fechada del 9 de octubre de 1873 en Azpeitia, Dorronsoro comentaba a Lizarraga: “Creo que debe usted pensar seriamente en si conviene adquirir fusiles Remington. A mi me parece indudable que por ahora solo debemos tomar fusil giratorio 24, cuyos cartuchos son de más fácil adquisición y, cuando tengamos fabrica de cartuchos, no habrá ya ningún inconveniente para conseguir Remington. Hoy por hoy, encuentro desacertado adquirir un armamento cuyas municiones es poco menos que imposible de hallar”.
Soldado francés equipado con Chassepot. Tomado de "military-photos.com" |
Tampoco los Chassepot franceses, que llegaron en unos pocos miles, parecían ser una bendición; o al menos así se expresaba Llorenz: “En Bélgica había más (fusiles), pero eran del sistema Chassepot, de los cuales ya se habían introducido 800 en España por la frontera, y habían dado muy malos resultados, tanto por la fácil descomposición del mecanismo, como por la rotura de la aguja, y sable de la bayoneta, pues en Eraul hubo carlista que al dar un golpe se le quebró, quedando el pedazo atravesado los dos muslos de un oficial liberal”.
Con esta técnica, poco refinada, de hacerse con todo aquello que disparase una bala, el resultado fue que algunos batallones llegaron a 1874 con “hasta 7 fusiles distintos: Berdán viejo, Giratorio del 16, Minié carabina corto, Berdán reformado, Giratorio del 24, Minié fusil largo y algún Remington”; así se lo explicaba el Prudencio Iturrino, veterano del 4º de Guipúzcoa, al Padre Apalategi. Un “testigo ocular del Sitio de Bilbao”, afirmaba: “La mayoría de estos (los carlistas), sobre todo los vizcaínos, usan un fusil Berdan reformado, de gran calibre, de mucho alcance y seguridad en el tiro; fuerte, pero pesado. Lo manejan bien, y hay entre ellos muy buenos tiradores”.
Y algunos historiadores, como Enrique Roldan Gonzalez llegarán a diferenciar los batallones en función de su armamento: “En 1873 los cuatro primeros batallones navarros ya tenían Remington, y pocas fechas después de la batalla de Montejurra lo recibió el 5º. Conforme iban los batallones recibiendo Remington, las armas antiguas de dichas unidades pasaban a otras que se creaban seguidamente. Los vizcaínos usaban los berdan (sic), los alaveses Lefaucheux, los guipuzcoanos diversas marcas y los castellanos Chassepots”. Pero generalidades aparte, lo cierto es que existía una importante variabilidad de armas, donde a los ya conocidos Springfield (Allin o Berdan reformados), Remington, Berdan, Chassepot o fusiles giratorios, había que sumarle otros lotes de otros sistemas menos numerosos y poco conocidos.
Y algunos historiadores, como Enrique Roldan Gonzalez llegarán a diferenciar los batallones en función de su armamento: “En 1873 los cuatro primeros batallones navarros ya tenían Remington, y pocas fechas después de la batalla de Montejurra lo recibió el 5º. Conforme iban los batallones recibiendo Remington, las armas antiguas de dichas unidades pasaban a otras que se creaban seguidamente. Los vizcaínos usaban los berdan (sic), los alaveses Lefaucheux, los guipuzcoanos diversas marcas y los castellanos Chassepots”. Pero generalidades aparte, lo cierto es que existía una importante variabilidad de armas, donde a los ya conocidos Springfield (Allin o Berdan reformados), Remington, Berdan, Chassepot o fusiles giratorios, había que sumarle otros lotes de otros sistemas menos numerosos y poco conocidos.
Para centralizar, en la medida de lo posible, la adquisición de armas, según cuenta Tirso Olazabal, “se habían constituido en la frontera una Junta compuesta de comisionados de las provincias vascongadas y Navarra”. Esta Junta incluía nombres de lustre del mundo carlista como el propio Olazabal, Alejandro Argüelles Meres de la Riva, Carlos Calderón Vasco, José María de Lasuen Urízar, Bernado G. Verdugo, Vicente Alcala del Olmo Torres, etc. De sus logros y fracasos en la compra de armas, el historiador Pirala escribirá: “[…] seguramente que no hubo negocio en el campo carlista. en el que más se escribiera y en el que más alardearan casi todos de los servicios que prestaban. Se ve excelente voluntad, pero no el mejor acierto”.
Altos hornos de la fabrica de cañones carlista de Ugarte (Vizvaya). Modificado de al Álbum Siglo XIX |
La Junta Navarra y las Armas Austriacas
Si bien la adquisición de artillería en el extranjero fue capitalizada por el guipuzcoano Tirso Olazabal, algunas Juntas carlistas mantuvieron sus propios contactos para dotar de cañones sus batallones. Este fue el caso de la Real Junta Navarra, que empeñó sus fondos en conseguir una moderna batería Krupp.
Eran los cañones germanos Krupp la excelencia en artillería en aquel momento. Cañones de acero, retrocarga, fiables, precisos y resistentes, se habían convertido por méritos propios en la joya de los ejércitos prusianos y en un objeto de deseo del resto ejércitos. El gobierno de Isabel II había adquirido varios ejemplares que habían llegado justo para participar en la postrera defensa de la reina en la batalla de Alcolea (1868).
Cañón Krupp Carlista. Modificado de "Estandarte Real" |
Sin embargo, no era fácil para los carlistas llegar a estos cañones. La geopolítica del momento había alejado a los prusianos de las pretensiones de Carlos VII y las relaciones se fueron haciendo notablemente tirantes a medida que avanzaba la guerra. Entre las muchas noticias referentes al apoyo tácito que el gobierno liberal de España recibió de Prusia, encontramos en el Cuartel Real el siguiente párrafo: “[…], sabemos que el gabinete prusiano no descansa en su apoyo a los que, siendo hoy gobierno de la revolución española, ya hace más de un año concertaron con él los medios de elevar al trono español un príncipe de la raza germánica; este es el sueño dorado de Bismarck, empeñado en descatolizar al mundo para poner bajo sus pies a la raza latina”.
Sin la posibilidad de llamar a la puerta de Prusia, la Junta Real Navarra optó por entrar en contacto con agentes que tuvieran relaciones con la otra potencia germana, como era Austria. La rivalidad entre los dos gallos germánicos, Prusia y Austria, había derivado en una guerra abierta en 1866, donde los austriacos se habían llevado la peor parte tras verse obligados a luchar con vetustos fusiles de avancarga frente a la retrocarga ya implantada en el ejército prusiano.
Sello de Diputación Foral Carlista de Navarra |
Los Fusiles Wänzl
El alijo, que tanto daría que hablar, se sustentaba en 6 cañones Krupp y 2.500 fusiles “Wänzl” y al igual que les sucedió a los fusiles Allin, su grafía y fonética fue adaptada al castellano en todas sus variantes posibles: Wanzel, Wänzel, Waenzel, Wenzel, Wentsell, Wentzall, Wentzel o incluso, Woetzel.
En la página húngara “Classic Firemarms” encontramos un perfecto monográfico de estos fusiles Wänzl, que pudiera ser definido como una solución transitoria y de emergencia mientras llegaban a manos austriacas un rifle nacional específicamente fabricado para la retrocarga. Hasta la Guerra con Prusia en 1866, el fusil básico austriaco había sido el Lorenz en sus varias versiones, un avancarga fiable, pero a todas luces desfasado que ya había encontrado un más que digno sustituto en el fusil de retrocarga Werndl. Pero no fue hasta la amarga derrota ante las mejor dotadas tropas prusianas, cuando se agilizó la construcción del Werndl. Mientras se fabricaba en número suficiente, el imperio Austrohúngaro no podía permitirse volver a entrar en batalla conociendo su clara inferioridad en materia de armas portátiles, por lo que creó un “Comité de Rifles, que examinó 170 de posibles sistemas que podrían usarse para convertir los rifles Lorenz en retrocarga, incluida la del vienes Franz Wänzl”.
Fusil Wäzl. Cortesía de "Classic Firearms" |
Similares en su aspecto a los Springfield norteamericanos que ya habían adquirido los carlistas como excedentes de la guerra Franco-Prusiana, el pequeño lote de Wänzl austriacos, junto con los afamados cañones Krupp, iban a llegar a suelo español siguiendo un largo periplo. Finalmente, el gran alijo se compondría de 6 cañones de acero de 8 cm Krupp, 400 granadas, 5 telémetros “sistema Boulanger y de Poche”, 2.500 fusiles Wänzel, 270.000 cartuchos, 1.000 espoletas y otros tantos estopines, todo ello a expensas de la Junta Navarra y con destino a armar su propia División.
Contrabando de Armas
Si bien, y como el mismo relataría años después, Tirso Olazabal no participó en su compra, fue responsable de gestionar su contrabando hasta territorio navarro. La parte más sencilla correspondió al traslado de los paquetes hasta Amberes, donde, según indica Pardo San Gil, fueron cargadas en un mercante germano de nombre Sophie que las despachó hasta una pintoresca isla frente a las costas de Bretaña de nombre Belle Ile.
Allí esperaba el vapor "Nieves", un pequeño mercante que según describe Jose Fernandez Gaytan, había sido “construido en 1871 en Francia, de casco de hierro, hélice, máquinas de 85 caballos, 41,23 pies de eslora, 5,28 de manga, 7,5 de puntal y 130 toneladas”. Matriculado en Bilbao, su armador era Pablo Aldamiz(goseascoa) Beitiolacoa, nacido en 1820 en Arteaga.
Ruta marítima seguida por los fusiles Wänzl. Modificado de Google Earth |
Según cuenta Tirso Olazabal en sus memorias, fue la propia Diputación Navarra “la que permitió que me ocupara de su traída a España”. No era tarea sencilla ya que en aquellos momentos estaban en camino dos grandes cargamentos, teniendo Tirso que lidiar con ambos. El primero de ellos era un importante alijo con destino al puerto vizcaíno de Motrico que llenaba las bodegas el “Notre Dame de Fourvieres”. El N.D de Fourvieres, barco que pasará a la historia con el ficticio nombre de “London”, estaba destinado a convertirse en el buque insignia del contrabando carlista. Estando comprometido el "ND de Fourvieres" en el trasporte de fusiles Springflied y baterias Withworth, fue obligatorio contar “con el naviero Aldamiz” al que Tirso definió como “lealísimo carlista, muy conocedor de nuestros puertos”.
Una vez estuvo el cargamento en el "Nieves", se dio orden a que esperase en Belle Ile hasta “juzgáramos que había llegado el momento oportuno. Era preciso tomar muchas precauciones para que nuestro armamento no cayera en manos del enemigo, y al mismo tiempo convenía guardar el secreto hasta última hora”.
Tirso deseaba estar presente en el desembarco del cargamento con destino al puerto de Motrico, teniendo que dejar el vaciado de la bodega del "Nieves" en manos del alto mando carlista. Además, dada la presencia de tropas liberales en poblaciones cercanas a Fuenterrabia, tampoco descuidaron la protección de las armas una vez tocasen tierra, teniendo que proteger su traslado desde el cabo Higuer hasta Vera de Bidasoa. Tirso dejará constancia de algunas de las cartas que se cruzaron en el mes de noviembre con los generales carlistas como Lizarraga, que al mando de las tropas guipuzcoanas ya comentaba que se precisaba del concurso de un mayor número de tropas: “[…] ante la responsabilidad de la obra que trae entre manos, necesito, indispensable el concurso de las fuerzas alavesas y navarra”.
Finalmente, el sistema de protección comprometió a un contingente de tropas guipuzcoanas al mando de Santiago Irazu “Chacurchulo”, y de Juan Yoldi, al mando del 6º Navarra. Sin embargo, esta movilización estuvo a punto de dar al traste con el desembarco. Mientras ambos vapores carlistas merodeaban la costa vasca a la espera de una mejoría del tiempo, la concentración de tropas en las cercanías de Irun, había hecho “suponer a los liberales de Irun que había llegado el momento del ataque a aquella plaza tantas veces anunciado, y al ver que no había preparativos de ataque, sospecharon la verdad y empezaron a tomar medidas para apoderarse del buque, ya denunciado por otros conductos a las autoridades republicanas”.
Dos Grandes Desembarcos
El bloqueo naval que infructuosamente trataba de imponer el gobierno liberal, no puedo evitar que el 3 de octubre el "Notre Dame de Fourvieres" llenará los muelles de Motrico con todo su material bélico, necesitando de 96 carros para sacarlos de allí. Todo ello le valió a Tirso las felicitaciones de D. Carlos: “Te felicito por el nuevo desembarco de cañones y fusiles, y como recuerdo de este día te concedo merced del título de castilla con la denominación de Conde de Arbelaiz”.
Quedaba por desembarcar el alijo que portaba el "Nieves", y gracias a que los liberales esperaban un único gran desembarco de armas, “los jefes carlistas esparcieron la voz de que era aquel el que se quería desembarcar, con esto los cruceros de la marina disminuyeron su vigilancia permitiendo que el 14 del mismo mes, a las once de las noche, en medio de una gran oscuridad pero con un mar tranquila empezase la operación ceca de Fuenterrabia, entre Pasajes y el cabo Higer”.
Desembarco de Armas. Modificado del Álbum Siglo XIX |
La marina liberal había sido burlada doblemente en apenas dos semanas y sus tropas de tierra, por aquel entonces ya encerradas en los escasos bastiones que aún conservaban en tierras forales, no se atrevieron a detener el tránsito de las carretas que se dirigían a Vera de Bidasoa. Tal vez para evitar quedar convertidos en un hazmerreir internacional, la marina liberal envió al “Guipuzcoano”, un vapor de hélice, reconvertido en cañonera a seguir en rastro del “Nieves”.
El Apresamiento del “Nieves”
No tuvo que buscar mucho. No era ningún secreto que, tras haber descargado, el “Nieves” había vuelto a aguas francesas, para acabar tranquilamente fondeado en el puerto de Socoa. Según indica el diario “La Época” en su tirada del 19 de octubre, “el alcalde de Irún y el cónsul de España en Hendaya” llegaron a este pequeño puerto de las costa vasco-francesa exigiendo a sus autoridades la inmediata entrega del “Nieves”, mientras el “Guipuzcoano”, bloqueaba la salida del puerto.
Puerto de Socoa. Modificado de Álbum Siglo XIX |
-Es inútil; usted ha de entregarse preso, Y ¡ahora mismo!
Entonces el carlista, apuntándole con el revólver, le dijo:
-Usted me echará a perder a mí; pero usted se perderá antes, Aquí mismo le mataré, si a esos chicos del bote no les ordena que me lleven a mi buque, Al señor comandante le entró el miedo y ordenó a los marineros que llevaran a aquel hombre como lo habían traído”.
Sea como fuere, si en el “Nieves” o en el “Guipuzcoano”, el altercado con un Diego Aldamiz amenazando a los oficiales liberales con un arma, tuvo suficiente repercusión como para llegar a oídos de las autoridades francesas, haciendo saber a los respectivos comandantes, "que no tolerarían que se cambiaran disparos de bordo á bordo entre los dos barcos. En estas circunstancias, el Sr. Aldamiz creyó conveniente abandonar el Nieves con toda su tripulación, confiando la guarda del buque a algunos obreros. que alquiló en Socoa”. Habiendo abandonado el busque la tripulación, el cañonero liberal aprovechó la situación para abordarlo y tomar posesión del mismo, procediendo seguidamente a remolcarlo hasta el puerto de Pasajes.
El "Nieves" siendo remolcado hacia Pasajes. Modificado de Álbum Siglo XIX |
Mientras Francia parecía haberse convertido en una aliada del gobierno liberal, tras conocerse la procedencia de las armas, la propia prensa austriaca se encargó de “lavarse las manos” y en una escueta noticia aparecida en el Boletín de Comercio del 20 de octubre se afirmaba: “Austria.—Viena 16.—Hablando del desembarco de fusiles y cartuchos para los carlistas, el Abendpost, periódico de esta capital, declara que no se han vendido desde hace un año fusiles de chispa del sistema Woetzel, y que nunca el ministerio de la Guerra ha vendido una gran cantidad de cartuchos”.
Euforia vs Realidad
Finalmente, las armas austriacas habían llegado a su destino, siendo almacenadas en la fábrica de artillería que ya estaba en funcionamiento en la villa navarra de Vera de Bidasoa. El diario carlista “El Cuartel Real” no pudo menos que vanagloriarse del nuevo lote de armas: “Alégrese el corazón ante el espectáculo que los ojos contemplan en esta fábrica de Vera. Seis magníficos cañones Krupp, vecinos a 2.500 fusiles y a numerosos cajones de cartuchos, todo esto en medio de inmensas pirámides de granadas de todos calibres primorosamente construidas y acabadas, y rodeado de no pocos curiosos que han hecho el viaje expresamente de los pueblos comarcamos tan solo por mirar a placer los efectos del desembarco, tal es el cuadro que la mencionada fábrica ha presentado estos días.
Y en verdad que los cañones Krupp merecen la fama de que gozan. ¡Que elegantes! ¡Qué bien trabajados! ¡Qué temibles piezas! Compréndase tan solamente a simple vista el trabajo que representan aquellos exactísimos cierres de recamara, y la fusión del acero en cantidad suficiente para semejantes moles. Mide cada una de ellas un metro y noventa centímetros de longitud y ocho centímetros de calibre. Para su dotación han venido 400 granadas, y ya se están aquí construyendo los moldes para fabricar enseguida, absolutamente iguales, en gran abundancia.
Una vez los cañones limpios y ensebados, han sido conducidos a Santesteban, y de allí a Azpetita, donde han de ser montados.
En cuanto a los fusiles que también se han oxidado en gran parte a causa de las humedades, ya están limpios y corrientes en su mayoría. Entre ellos hay unas 300 carabinas cortas para armar a los artilleros. Todos son del sistema Wentzell como antes había anunciado”.
Pero frente a la euforia desatada en la prensa, el carlista Llorenz no dudará en calificar la compra de material austriaco con estas palabras: “Así resulto que las piezas Krupp eran viejísimas y cansadas de hacer fuego a los franceses. Sus cierres inútiles, pues solo los pudo hacer servir la fuerza de las circunstancias y la necesidad de aumentar la artillería, aun acosta de que los escapes de gases hicieran que estas piezas, que debían alcanzar a 5000 metros llegaran escasamente a los 2300. […] Los cañones se montaron Azpeitia y se formó una batería que se procuraba entrara en fuego los menos posible, pues los escarabajos que tenían en el tubo, lo estropeado de sus estrías y los pésimo de su cierre, hacia posible reventase”.
Los Wänzl tampoco se libraron de sus críticas: “los fusiles eran caros, de mala construcción, de diferente longitud, de bayoneta y de machete-bayoneta, y de un calibre más pequeño que el Allin (¿?), aumentando así las diferentes clases de sistemas y la dificultad de construcción de cartuchos. En visto de esto, fue menester que el cuerpo de artillera se encargase de arreglarlos, lo que hizo ajustando su calibre al Allin”. Para concluir la lapidaria visión del alijo concluía: “Con el mismo dinero se hubieran podido comprar excelentes piezas Krupp y fusiles de retrocarga del sistema Allin”.
Por su parte, la Junta Navarra, a cuyos desvelos se debía la adquisición del lote, no salió mejor parada que sus armas austriacas, ya que su actividad sufrió tal escarnio que acabaron por dimitir de sus cargos afirmando que: “No se extrañan, pues, los vocales de la real junta de Navarra, de que por equivocados conceptos o siniestras intenciones, se les haya creado en determinadas esferas una atmósfera de prevención que les haga incompatibles con el desempeño de sus cargos, si es que han de conservar en ellos, no sólo la conciencia de su leal proceder, que ésta nunca ha de faltarles, sino el prestigio consiguiente á quien se sacrifica sin alardes vanos y con levantada fe por la causa de la patria”.
Tal y como indica en comunicación personal Biblio, la dimisión en bloque de todos sus miembros constituye un oscuro episodio de la historia de la instituciones carlistas de Navarra. La propia Junta saliente deseó notificar a la ciudadanía navarra sus motivaciones por tan drástica decisión, imprimiendo un comunicado cuyos ejemplares fueron inmediatamente requisados por autoridades carlistas.
Tras este “cese voluntario” se creó una nueva Junta Carlista “de presidencia colegiada y alterna”. Entre sus miembros figurarán prohombres navarros como “Gonzalo Fernandez de Arcaya, Sebastian Urra, Nicasio Zabalza, Geronimo Lizarbe, Pablo Jaurrieta y el tafallés Demetrio Iribas Iriarte". Fue precisamente Iribas, el que tras hacerse cargo de la caja de Navarra, la encontró en un raquítico estado, afirmado que “no había más que 17.000 reales”, ya que una importante cantidad había sido destinada a la compra de las armas, donde "la junta anterior envió los fondos á Bayona llevándolos el Sr. Marichalar y algún otro, para pagar un armamento que no llegó hasta el 12 de octubre”.
Tal y como indica en comunicación personal Biblio, la dimisión en bloque de todos sus miembros constituye un oscuro episodio de la historia de la instituciones carlistas de Navarra. La propia Junta saliente deseó notificar a la ciudadanía navarra sus motivaciones por tan drástica decisión, imprimiendo un comunicado cuyos ejemplares fueron inmediatamente requisados por autoridades carlistas.
Tras este “cese voluntario” se creó una nueva Junta Carlista “de presidencia colegiada y alterna”. Entre sus miembros figurarán prohombres navarros como “Gonzalo Fernandez de Arcaya, Sebastian Urra, Nicasio Zabalza, Geronimo Lizarbe, Pablo Jaurrieta y el tafallés Demetrio Iribas Iriarte". Fue precisamente Iribas, el que tras hacerse cargo de la caja de Navarra, la encontró en un raquítico estado, afirmado que “no había más que 17.000 reales”, ya que una importante cantidad había sido destinada a la compra de las armas, donde "la junta anterior envió los fondos á Bayona llevándolos el Sr. Marichalar y algún otro, para pagar un armamento que no llegó hasta el 12 de octubre”.
Munición Wänzl. Cortesía de "Classic Arms" |
No fue la única dificultad de los Aldamiz, ya que comenzaron un largo litigio que trascenderá la duración de la guerra para recuperar a su “Nieves”. Según describe Pardo San Gil, esta devolución no sucedería hasta el año 1882, encontrándose el barco “en muy malas condiciones”; y dos años después, y según consta en el archivo de la Diputación Foral, procedía a su venta, encontrándose por aquel entonces, fondeado en el puerto de El Ferrol.
El recorrido de los fusiles Wänzl no acabó con la finalización de la Guerra Carlista. Citando al experto en armas portátiles, como es Juan Luis Calvó, “En R.O. de 23.6.1876 se disponía […] Que los fusiles de procedencia carlista Wanzel y Snider se reformen en lo absolutamente preciso para el uso del cartucho reglamentario”, por aquel entonces el Remington español. Finalmente Calvó nos indica que “entre el material de guerra a enajenar, por ley de 9 de julio de 1885, se incluían las armas portátiles sistemas Berdan, Wanzel y Snider y tercerolas de antecarga con sus respectivas municiones”.
Fuera de servicio del ejército en 1885, algunos ejemplares sobrevivieron como piezas de coleccionista, pudiendo ser todavía contemplados en los fondos y vitrinas de distintos museos, como es el caso del museo de la Industria Armera de Eibar.
Algunas Incógnitas
Los Wänzl son armas poco conocidas del conflicto de la última guerra carlista. Sus cartuchos metálicos 14x33R de fuego anular, “cuyo alcance efectivo no era mayors que el de los rifles Lorenz de avancarga. […] Su carga estaba compuesta por 4.2-4.4 g de pólvora negra "Gewehrpulver" de grano fino, con un proyectil cónico prensado que pesaba 29,7 gramos con dos ranuras de engrase”.
Su calibre, de unos 14 mm, lo situaba entre los Springfield (también nombrados como “Berdan reformado” o Allin) de 12 mm y los Berdan de 15 mm. Según indicó el experto en armamento Fernando Aguinaga en comunicación personal, su cartucho “aparentemente se parece mucho a un Berdan español, pero algo más corto. La vaina, en lugar de 41 mm de largo tiene 32 o 33 mm”.
Estas diferencias nos llevan a plantearnos la afirmación que hacia Llorenz en relación con la reconversión que tuvieron que realizar los armeros carlitas con los Wänzl, “transformándoles al calibre del Allin”. A nuestro parecer, semejante proceso supondría cambiar totalmente el cañón del fusil para disminuir el calibre de 14 mm a otro de 12 mm. Sería más lógico pensar que se trabajara en su reforma procediendo a aumentar el calibre de los 14 mm a los 15 mm, de forma que el fusil aceptara un cartucho Berdan, a todas luces más similar que el 50-70 de los Springfield.
Comparativa de vaina Berdan y vaina Wänzl localizadas en el campo de batalla de Somorrostro |
Indudablemente es muy factible pensar que pequeñas remesas de este fusil llegasen a manos carlistas antes de octubre de 1874, ya que incluso en la prensa nacional se publicitó su venta para armar a los “voluntarios” de la primera república española. De hecho, en abril de 1873, el diario “La España Federal” se incluía un anuncio que describía: “La casa H.B Grah de Alemania que es el mayor depósito y fábrica de armas de Europa, teniendo más existencias que ninguna otra en todas clases de fusiles, carabinas, cartuchos, etc. de los sistemas Minié, Remington, Chassepots Wenzel, Vernld etc., los que pueden entregarse inmediatamente a los compradores a precios más baratos y mejor calidad que nadie, ofrece sus servicios á las diputaciones provinciales y ayuntamientos da la República española”.
El armamento carlista y su munición sigue suscitando muchas incógnitas. Desde su importación hasta su propia fabricación, el vacío de conocimiento se va llenando a medida que van llegando monografías específicas como la obra “Spanish Rolling Block-the Basque made rifles of the Third Carlist War” de Fernando Aguinaga García y Jose Luis García de Aguinaga. En cualquier caso, todavía queda mucho anecdotario en torno a las armas carlistas sobre el que investigar y sobre el que escribir.
Actualización del 14/06/2020: Mi buen amigo Biblio aporta correcciones e información adicional relacionada con la Junta de Navarra.
Fusil Wänzl en los fondos del Museo de la Industria Armera de Eibar |