El Padre Apalategui fue un notable estudioso de la última Guerra Carlista, realizando una importante trabajo de recopilación de relatos de boca de los propios veteranos que participaron en la contienda. Entre todo su material se pueden extraer diversas anécdotas relacionadas con el uso del euskera.
Ladislao de Velasco |
Para
contextualizar y ponernos en situación, en el XIX el uso del euskera estaba más extendido
entre la población vasco-navarra que actualmente. Ladislao de Velasco en su estudio de 1879
sobre los “Euskaros en Álava; Guipúzcoa y Vizcaya” establece que en Bizkaia,
para una población de 183.000 habitantes, 149.000 hablaban euskera; en
Guipúzcoa de 176.000 h., 170.000 eran euskaldunes, de los cuales 140.000 se
consideraban monolingües. Álava y Navarra presentaban por su parte porcentajes
son más modestos con el 10 y 20%, respectivamente.
La primera de las anécdotas hace referencia a la I Guerra
Carlista y plantea el problema de comunicación entre la realeza y sus tropas vascas. En
el verano de 1839 y con el Abrazo de Bergara en ciernes, el pretendiente Carlos
V decidió animar a sus tropas a continuar la lucha. Con parte de sus batallones
castellanos, bizkainos y gipuzkoanos formados ante él, comenzó una arenga encendida.
Al finalizar la misma se encontró ante un público poco dado a la algarabía y un
silencio total de los gipuzkoanos. Rápidamente alguien le recordó al
Pretendiente que esos batallones no entendían castellano, y sin dilación ordenó
al entonces brigadier Jose Ignacio
Iturbe, azpeitiano, que tradujera su palabras. Iturbe, hastiado ya de la guerra se limitó a gritar en euskera: “Muchachos, ¿queréis la
paz?”, a lo que todos respondieron; “Pakia, Pakia”. Paz.
El músico gipuzkoano Sebastián
Aldalur Yriarte (Azkoitia 1841 – 1926) fue durante la última Guerra
Carlista teniente en la escolta de la Diputación (Carlista) Gipuzkoana, realizando
varias misiones para efectuar pagos en Francia:
Antonio Dorregaray |
“Iba yo a Francia de orden de Dorronsoso (Miguel de Dorronsoro,
abogado, Diputado General por Gipuzkoa y al cargo de la finanzas carlistas), llevando 38.000 duros. Pasé por Tolosa.
En la fonda me encontré con Dorregaray (Antonio Dorregaray, general
carlista) y su Estado Mayor, que iban al
Centro (No hay que olvidar que la última Guerra Carlista presentó tres
focos principales: el denominado Norte, el Centro y Cataluña)”.
Parece ser estos
hombres compartieron mesa, pero:
“Traían
unas conversaciones tan escandalosas que, repugnándome a mí el escucharlas,
dije a la criada en vascuence que me dijera que me llamaban. Así lo hizo, y con
este motivo me despedí de aquellos desaprensivos comensales y no volví más al comedor”.
Ejemplos de la falta de comunicación entre oficialidad y
soldadesca, no faltaban. El veterano Tomás
Lizarralde que militó primero en las partidas carlistas y posteriormente en
del 8º Batallón de Guipúzcoa comentaba:
“Nuestro primer jefe, nada más salir, fue Xanjuan, un pequeñajo moreno.
Había sido militar. Sabía algo de vascuence, más bien poco. En Araoz estaríamos
unos cincuenta chicos. Comenzó:
- Conviene saber la
ordenanza militar.
Empezó a leer en castellano.
Luego nos dijo en vascuence:
-Al que le falte al
respeto al cabo, palos. Al que le falte al sargento, cuatro tiros. Al que me
falte a mí, ... no sé lo que le haremos.
A nosotros nos dio la
risa. A él no le gustó.”
Otro ejemplo de los problemas de oficialidad con los
soldados gipuzkoanos lo tenemos en Joxe
del caserío Zumeta (Azkoitia):
“Nos trajeron allí dos
sargentos no vascos, pasados de los liberales, para enseñarnos la instrucción.
Nosotros no sabíamos castellano y anduvimos sin poder entendernos. Ninguno de
nosotros conocía aquella instrucción, ni los muchachos ni los oficiales y a
decir verdad, no la llegamos a aprender como es debido”.
José Manuel
Eguidazabal estuvo en la partida del Cura Santa Cruz cuando contaba 16
años. Santa Cruz, primeramente glorificado, posteriormente denostado y tratado como traidor por los propios
carlistas, cruzó la frontera tras un conato de rebelión que afectó a algunos
batallones gipuzkoanos y que había dejado en una situación delicada al general
Antonio Lizarraga, comandante de las tropas de la provincia. Jose Manuel,
enrolado en estos batallones “díscolos” esperó junto al resto de sus compañeros
la llegada de este general:
“Al siguiente de
aquellos dos días, vienen los de Lizarraga. Nos rodearon y tomaron en medio, y
nos dominaron y que teníamos que ir con ellos. Nos dieron seis reales a cada
uno, por aquellos dos días que habíamos estado sin raciones. Luego, tuvimos que
oír unos sermones terribles. Primero, en castellano: yo no sé lo que nos dijeron.
Luego nos hablaron en vascuence:
Hay otra anécdota referida directamente al Cura Santa Cruz,
recogida de boca de Martin Azurmendi
Elizalde. La partida de Santa cruz era de las más buscadas; y ya fuera por
los afectos que tenía entre la población, o por el miedo generaba, la partida
poseía una red de confidentes que le permitía conocer los movimientos de
miqueletes y tropas regulares. Sin embargo, una mañana de niebla el propio cura
se vio en apuros:
“Se pusieron, por fin,
en marcha (las tropas liberales)
hacia Iturrioz. Antes de aclarar el día, sin toques de corneta ni nada de eso,
para que nosotros no lo oyéramos. Una vez en Zelatun, se desplegaron en
guerrillas por la mano derecha y por la izquierda, con los miqueletes en
vanguardia.
Aquella mañana había
una niebla cerrada, y nuestros confidentes no barruntaban cómo venían. Santa
Cruz estaba muy inquieto, y se puso en marcha, él solo, hacia Zelatun. Adelante
y adelante, en la cerrazón (de la niebla). En esto, el aire abre un resquicio
en la niebla y nuestro cura se ve entre los liberales de vanguardia. Imposible
huir. En aquel apuro, se fue a ellos. Le preguntaron quién era, a dónde iba. El
cura, haciendo como que no sabía castellano, levantaba los hombros.
-No entender -dijo.
Lo llevaron al
general, y éste dijo:
-¿No hay entre mis
soldados algún vasco?
Vino un navarro. Le
preguntó en vascuence quién era, y el cura: que era un labrador, que había
enviado a su hermano al pueblo a por harina, pero que no venía, y había salido
a buscarlo.
Cura Santa Cruz |
-Sí. Su hermano será
alguno de los que hemos dejado encerrados en Régil -dijo el general y que le
preguntaran si andaban por allí carlistas; y que sí, que alguno que otro se
veía. A ver si les causaban daño.
-No. Nos dan vino y
carne.
-y ¿dinero?
-No; dinero no.
Dicen que el general,
viéndole tan torpe e infeliz, comentó:
-Si todos los carlistas
fuesen como éste, no tendríamos que andar como andamos. Que pase al pueblo ese
pobre hombre.
Siguió, pues, hacia
Régil. Dicen que el general dijo:
-Los carlistas dice
que le dan vino y pan. Pues nosotros le daremos dinero. Que venga.
Le vocearon:
-¡Que venga!
Entonces dice que (Santa
Cruz) comentó para sus adentros:
-Mi suerte está ya
echada.
Se pensó lo peor. Se
presentó, pues, al general; y, cuando recibió el dinero, se quitó la boina e
hizo tales zalemas de agradecimiento y saludo, que siguió para adelante entre
las risas de todos. Pero en cuanto dejó atrás la línea de los soldados,
abandonó el camino de Régil y, por monte y a toda prisa, otra vez a Iturrioz”.
Santa Cruz era desconfiado por naturaleza, y especialmente
con aquellos que hablaban castellano. En este sentido encontramos lo narrado
por Prudencio Iturrino, comandante
del ejército carlista y posteriormente jefe de la Junta Carlista de Bizkaia:
“En Urquiola nos
encontramos con el Cura y juntos bajamos a Elorrio. El alojamiento (mío y de Santa
cruz.) en la zapatería (y confitería) de Sopelana, junto a la plaza. Comimos
juntos y, al salir yo, dijo Santa Cruz a Victoria, hija de Sopelana:
-Oiek maketuak al
dira? (¿Ésos son maquetos?)
-Ez, jauna;
euskaldunak dira. (No, señor; son vascos).
-Euskaldunak badira, zergatik egin didate,
bada, beti erderaz?
(Pues si son vascos,
¿por qué me han hablado siempre en castellano?)
A la noche me increpó
con lo mismo. Yo le dije que, como estudiante, hablaba de ordinario en
castellano”.
Celestino Zabarte
Altube había nacido en Elgueta en 1862. Que los mandos se dirigieran a
ellos en su lengua materna parecía gustarle a estos soldados.
“Conocí a Ollo (Nicolas Ollo Bidaurreta, general carlista). Al pasar por el puente, nos habló en
vascuence. Gizon biribil on puska bat. Un hombre
grueso, muy bueno”.
Serapio Mugica Zufiría nació en
Ormaiztegui en 1854, quedando huérfano un año después. Historiador y archivero,
en su charla con el Padre Apalategui dejó constancia de la siguiente anécdota:
“Otra noche, en la venta de S. Román, de
Elorrio, se oye el «¡Alto!» del centinela. Gente que corre. Zer ate dek? ¿Qué
será? Unos paqueteros que acostumbraban dejar allí sus cargas. Huyeron creyéndonos
carabineros, pero la primera noche de la salida, reparando que hablábamos
vascuence, se tranquilizaron y ... nada: eran de mi pueblo (Ormaiztegui), aunque.
yo no quise verlos. Ellos tuvieron noticia y fueron con el cuento a mi pobre
hermana, que mandó una criada a buscarme”.
Tiene Serapio otra anécdota. Para contextualizarla hay que
saber que los miqueletes gipuzkoanos era un cuerpo foral de policía dependiente de la
Diputación liberal. Sus uniformes se parecían mucho a los que portaban parte de
los carlistas, incluida la txapela roja, heredada de la 1º carlistada. Esto les
traía no pocos problemas, ya que muchas veces eran confundidos con ellos. La
gran mayoría eran euskaldunes, y no eran del agrado de los carlistas ya que se
les consideraba poco menos que traidores. Fueron utilizados
en muchas ocasiones como tropas de asalto por parte del ejército liberal.
"He aquí lo que había ocurrido: cuando se
enteraron en San Sebastián de que nosotros estábamos en Lazcano, enviaron en
tren al batallón de Cazadores de Segorbe, teniente coronel Quijada, con los
miqueletes, con Urdapilleta (Antonio Urdapilleta, militar liberal al mando
de los miqueletes de Gipuzkoa). Se
apearon en Beasain y marcharon a Lazcano.
-¿Dónde están los carlistas?
-Creo que han ido hacia Segura.
-Vamos.
No venían en plan de pelear con nosotros. Ya
sabían ellos que, cuando se nos acercaban, nosotros huíamos. No pensaban, pues,
que se iban a encontrar con nosotros. Venían de camino, desde Segura, unos
boyeros con sus carretas. Mientras pasaban entre los miqueletes, no dijeron nada.
Pero cuando iban entre los soldados, creyeron, como es natural, que nadie sabía
vascuence, y dice que un boyero dijo:
-¡Id, id, majaderos, que os las van a dar
buenas!
Antonio Urdapilleta |
Pero había entre los soldados quien sabía
vascuence: un teniente, hijo de Bergara, Ignacio Machiandiarena. Éste oyó lo que
el boyero decía y le preguntó:
-Oiga: ¿qué es lo que dice?
El casero, aturdido de que le hablaran en
vascuence:
-¿Yo? Nada.
-Sí. Ha dicho algo.
-Pues que los carlistas están en Segura.
Machiandiarena se lo comunicó enseguida al
señor Quijada. Éste a Urdapilleta, y decidieron lo siguiente: que Quijada entraría
en el pueblo, y que Urdapilleta subiría con los miqueletes a Santa Bárbara, el
monte que está sobre Segura. De esa manera, los del batallón de Segorbe nos
echarían del pueblo y los miqueletes nos atraparían".
Mariano del
caserío Ugarte-Igara estuvo enrolado en el 6º batallón de Gipuzkoa. Al
finalizar la guerra se corrieron rumores entre la tropa que el 3º y el 4º se
habían entregado ya en Tolosa:
“Se enteran nuestros
compañeros de lo que aquel señor decía. Confusión, alboroto. El corneta toca
llamada y todos:
-Vámonos a Tolosa.
Acudieron los jefes y
empezaron a preguntarnos a ver qué hacíamos. En vano. Los chicos estaban
enfurecidos. Hubiéramos matado a los mismos jefes. A mí me dijo el capitán que
me quedara. Nos quedamos atrás unos diez; los demás (se fueron) para adelante.
En Santesteban (nos encontramos) con dos batallones alaveses, con un señor a
caballo: ¡Alto! A ver a dónde íbamos.
Que íbamos a las
partidas. Era mentira.
-No; vosotros no vais
a las partidas. Vosotros vais a entregaros al enemigo. ¡A la prevención!
A la casa del
ayuntamiento. Que nos iba a pegar cuatro tiros.
-Confesaros, si
queréis, en vascuence y, si queréis, en castellano.
Nosotros que ni en
castellano ni en vascuence. Al final nos soltaron y nos fuimos a Tolosa, en
carnavales”.
En aquel tiempo ya parece que los carnavales de Tolosa
tenían buena y merecida fama.
Fernando Mária
Alvarez Rodriguez, nacido en 1866 en Alkiza era demasiado joven como para
entrar en las partidas carlistas. Seminarista en Aranzau comentaba lo
siguiente:
“En Aránzazu hace mucho
frío y los estudiantes que residíamos allí, los que no éramos frailes,
queríamos calentarnos y algunos empezaron a ir a la cocina. Eran cocineros dos
frailes viejos, el uno castellano cerrado, que no sabía vascuence; y el otro,
vasco cerrado. No sé cómo podían trabajar juntos.
En una de éstas, un
diablo de estudiante le dijo al castellano:
-No sabes las cosas
que ése ha dicho de ti.
-¿Qué ha dicho, pues?
-Que no sabes hacer ni
siquiera una sopa de ajo.
Se enfada y la
emprende contra el vasco a gritos. Éste al oírle, les pregunta a los
estudiantes qué pasa. Y el estudiante, inventando una nueva mentira, le dice:
-Está terrible contra
ti.
-y ¿por qué?
-Mira: dice que no
sabes ni freír huevos, y cosas parecidas.
-¿Que no sé ni freír
huevos? Y él, ¿qué es lo que sabe?
De ese modo, acomete
también el vasco. El uno gritaba en castellano y el otro en vascuence, sin que
entendiera el uno lo que decía el otro. Los estudiantes se destornillaban de
risa. El P. Guardián del convento, fray Elías, dispuso que los chicos no fueran
más a la cocina”.
Santiago Ignacio
Irazu Urquizo, alias “Txakurtxulo”, donostiarra de nacimiento llegó a ser teniente
coronel del 3º de Gipuzkoa. Sus acciones y valentía le valieron el respeto de
sus soldados. Pero ya trataremos su figura en otro momento. Durante la batalla
de Abarzuza desobedeció las órdenes de su superior, Emilio Martínez Vallejo,
antiguo capitán del ejército enrolado en las huestes carlistas. Tras finalizar
la misma, Vallejo le abroncó delante de sus hombres:
“Según venían para
acá, Vallejo la emprendió de nuevo contra Txakurtxulo con amenazas. En
castellano, desde luego, y ásperamente. Los muchachos se dieron cuenta y le
preguntaron a ver qué decía. Txakurtxulo les respondió:
-¿Qué me iba a decir?
Lo de siempre; que al hacer fuego, hemos de tirar para adelante.
-¿Que tiremos para
adelante? Pues nosotros nunca le hemos visto a él delante”.
Salvador Bengoechea
Aboitiz, bizkaino de origen, salió en las primeras partidas que se
levantaron en la provincia. Tras deambular por la geografía vasco-navarra
tuvieron que pasar a Francia:
“Billabona, Amasa, a
Navarra. En todos los pueblos encontrábamos conocedores del camino. Les dimos
buenas monedas de oro. Hemos entrado en Francia. Era de noche. Comenzamos a
entrar en un caserío uno detrás de otro. Cuando entró el último, dijo la señora
de la casa:
-¿Hay detrás algún
otro?
Nosotros, no
habituados a esa manera de hablar, nos reímos”.
La mujer hablaba en euskalki labortano, mientras que Salvador y sus
compañeros lo hacían en bizkaino.
Leonardo Lizaso
Otamendi fue miquelete. Nacido en 1854 en Aizarna. Su presencia en el
cuerpo foral se lo explicó así al Padre Apalategui:
“-Y ¿cómo se alistó en
los miqueletes, estando la mayoría de los de aquí con los carlistas?
-Pues mire, se lo
diré. Nuestro amo era D. José Manuel Olazcoaga, diputado, alcalde de Cestona y
... como era liberal, nos llevó a nosotros, a mi padre y demás, a los de su
bando”.
Y aunque no tiene que ver con la temática de esta entrada,
no puedo dejar de incorporar esta reseña, donde mentes “preclaras” vaticinaban
un futuro negro para los fueros vasco-navarros si estos eran defendidos por la
vía de las armas dentro del carlismo.
Olazcoaga era un
hombre lúcido y veía mejor que nadie cómo venían las cosas. Tras la revolución
de 1868, empezaron los carlistas (a decir) que debían levantarse, y Olazcoaga
le dijo a mi padre:
-Mire, Txanton: el
gobierno desea que se levanten.
-¿Para qué?
-¿Para qué? Para
abolir nuestros fueros. Si los carlistas quieren de nuevo guerra, dejará que
hagan su alzamiento; y les dejará también que tomen fuerza; y cuando él quiera,
los ahogará, pues tiene mucho poder. Entonces hará lo que se le antoje con
estas provincias. Usted y yo a lo mejor no lo veremos, pero los jóvenes
conocerán aquí las quintas y las leyes de Castilla. Lo que vaticinó Olazcoaga
se ha cumplido”.
Por último, dicen que lo “malo” se pega rápido y las
blasfemias en castellano pasaron de boca en boca, aunque algunos no tuvieran en
un principio muy claro lo que querían decir:
“-¿Las aprenderían
ustedes (las blasfemias)?
-Sí; eso sí. Yo no
sabía lo que eran. El sargento Amenabar, azpeitiano, me dijo a ver por qué
tomaba en la boca aquellas palabras. Yo (le respondí) que no sabía lo que eran.
-Pues yo te lo diré.
Son como si te bajaras los pantalones y le c. a D. Desde entonces, nunca
más las dije”.
Muy interesante. Mi padre hizo la mili en 1942 y aun se encontró con gente que apenas hablaba castellano. Soy aficionado a la genealogía y he encontrado entre mis antepasados muchas personas que abandonaron valles como Orozko o Markina, para establecerse en Bilbao en los siglos XVIII y XIX. Aquello debió ser como para nosotros emigrar a otro país, con cambio de idioma incluído. Un saludo
ResponderEliminarHe intentado que las anécdotas tuvieran un tono jocoso, pero es cierto que dentro de la amalgama de corrientes políticas, religiosas y sociales que se reunen bajo la bandera de Carlos VII en el frente del Norte, hay un poso muy importante de "hecho diferencial" que toma como referente el uso del euskera. Es un tema complejo y sensible, ya que de estos posos beberá la corriente política del nacionalismo vasco emergente tras la perdida de la guerra y que en algunas zonas primeramente ocupará parte del "nicho ecológico" del carlismo, haciendo suyos elementos emblemáticos del mismo (Jaun Goikoa eta Lege Zaharra); y posteriormente desencadenando la ruptura ideológica entre la convergencia de las "Españas del XIX" y la negación de pertenencia a la misma. Repito, tema complejo, de los que me gusta pasar de puntillas.... .
ResponderEliminarHaces muy bien, la verdad es que en cuanto se mencionan determinados temas, las conversaciones a menudo se enfangan demasiado. Vale lo mismo lo que dices que para la guerra (36-39). El tema es complejo, pero es mejor abordar el pasado desnudándose de pasiones presentes, porque al fin y al cabo sólo somos capaces de ver por una pequeña ventana todo lo que pasó. Por eso la guerra carlista y anteriores son más agradecidas de relatar, porque es más difícil buscar partidarios. Un saludo. Armando
ResponderEliminarAh, y gracias por el enlace.
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