Las biografías son elementos especialmente “subjetivos”. Una
vez dejada constancia de los elementos identificativos y numéricos básicos de
la persona (nombre, apellidos, fecha de nacimiento, defunción...), el resto
dependerá a buen seguro del escritor, que no dudará en destacar determinados
pasajes y resumir otros; obviar algunos procederes y exaltar otros; para
finalmente encontrarnos con un villano o con un héroe, en función de los
criterios seguidos por autor.
Os presento una pequeña biografía de Santiago Irazu, alias “Txakurtxulo”,
a partir de los escritos del Padre Apalategui. He intentado limitarme a
transcribir las anécdotas y los pasajes de su vida, tal y cómo fueron contados
a este estudioso de las carlistadas. Como oficial carlista, Santiago dejó un poso muy pequeño
en los historiadores del momento;
sin embargo su nombre resulta recurrente en muchos de los relatos que recogió
el padre Apalategui.
Santiago Irazu Urquizu,
nació el 21 de agosto de 1844 en una familia de 6 hermanos: Eustaquia,
Santiago, Josefa, Roque, Justa y Dolores; si bien, gracias a los archivos
parroquiales conocemos la existencia de otros 3 hermanos que murieron
prematuramente. Su familia debía contar con un cierto acomodo
ya que regentaba varias fondas, entre ellas “Txakurtxulo”; de donde Santiago tomo su sobrenombre.
Según cuenta su hermana pequeña, Dolores, hasta los 17 años Santiago
estuvo estudiando, primero en Carrión y posteriormente en Burdeos. Sin embargo,
él aspiraba a ser militar:
“La madre que no, que
de ninguna manera.
- Pues entonces me iré
a La Habana.
- Tampoco querría eso,
pero vete.
Pasó allí nueve años.
No olvidó el vascuence: lo hablaba un poco lento”.
En 1868 retornó a Burdeos donde asistió a todas las
proclamas e intentos de alzamiento carlista, acompañado, muy probablemente, de su
hermano Roque. Desconocemos las vicisitudes de la entrada de Santiago en la
oficialidad carlista, pero es bien probable que las altas esferas tomaran buena
nota de un instruido políglota y “carlista hasta la medula”. El caso es que llegó
a Oroquieta (1872) convertido ya en ayudante del Pretendiente. Tras el desastre
que supuso esta primera confrontación con las tropas liberales, pasó de nuevo
Francia, donde esperó junto con el resto mandos un nuevo alzamiento. Finalmente
la rebelión triunfó y Santiago fue designado capitán en los batallones
navarros, quedando a las órdenes Nicolas Ollo Vidaurreta.
El 5 de mayo 1873 tomó parte activa en la batalla de Lacar,
donde según cuenta el veterano Jose de
Altamira, se empleó a fondo para mantener a sus hombres en sus puestos:
“Los liberales no les
tenían miedo a los tiros de los navarros. Iban para adelante. Una vez arriba,
empezaron a bayonetazos con los navarros e hicieron retroceder a los nuestros. Vimos
allí a dos hermanos donostiarras, los Chacurchulos, (Santiago y Roque Irazu),
empuñando el sable y golpeando sin compasión a los chicos, para que cada uno
permaneciera en su puesto sin darse a la fuga.
Dice que Lizarraga les
decía:
-¿No decíais que
darías vuestra vida y vuestra sangre por Dios? Pues ahora tenéis buena
ocasión”.
En 1874 le seguimos encontrado junto con Ollo marchando
hacia los campos de Somorrostro, no dudado su hermana en hacerle partícipe de
uno de los famosos retratos de época:
“¿Ha visto usted un
hermoso cuadro de Don Carlos a caballo en la batalla de Somorrostro? ¿Con sus
muchachos disparando, al tiempo que se acerca un ayudante custodiando una fila
de liberales apresados? Puede que ese ayudante sea Santiago”.
Lo que si es cierto es que fue testigo de excepción de la
muerte de su superior, ya que junto a su hermano Roque formó parte de la
comitiva que el 29 de marzo de 1874 departía frente a una casa del barrio de
San Fuentes. En ese momento una granada explotó junto a ellos, hiriendo mortalmente
a los mandos Ollo y Teodoro Rada “Radica”. Santiago salió ileso del percance
siendo seguidamente enviado a Navarra, previo paso por la villa bizkaina de
Durango. Su hermana, cuenta la siguiente anécdota:
“Encontró la plaza
llena de chicos y chicas bailando. Se enfada nuestro Santiago y empieza a
gritos desde el caballo:
-¿Qué? ¿Nosotros
delante de Somorrostro jugándonos la vida y vosotros aquí bailando?
Desenvainó la espada y
la emprendió a golpes en la espalda a los danzantes”.
Indudablemente carácter no le faltaba. Tras el levantamiento
del Sitio de Bilbao, Santiago será nombrado teniente coronel del 3º de
Guipúzcoa por méritos de guerra, siendo, sin duda, un referente para estas
tropas que en su mayoría son monolingües euskaldunes y que recelan de los
mandos castellanoparlantes.
“Trajo al batallón (de
Somorrostro) muy destrozado, y aquí lo rehízo con nuevos muchachos”.
Carlos VII y su estado mayor, que incluye a Emilio Martinez Vallejo. Tomado del libro "La Campaña del Norte" |
No tendrán mucho descanso, ya que el ejército carlista deberá de concentrar sus fuerzas para detener al entonces victorioso general Manuel Gutierrez Concha. El libertador
de Bilbao estaba dispuesto a acabar la guerra de un plumazo, internándose en
territorio carlista para tomar su capital: Estella. Con premura los batallones
carlistas se dirigieron hacia Navarra. El 3º y 4º de Gipuzkoa formaron una
media brigada quedando bajo el mando del teniente coronel Emilio Martinez Vallejo;
y recalando en Alsasua avanzaron a marchas forzadas hacia Abarzuza. Salustino, un veterano explicó al Padre
Apalategui:
“Salimos a las dos de
la noche (de Alsasua y a las once de
la mañana (del 18 mayo de 1874) estábamos
encima de Abárzuza, en el extremo izquierdo de la línea carlista”.
En dicha fecha comenzó la batalla de Abarzua o Monte Muro:
“El fuego recio era a
nuestra derecha. Los nuestros formaban una línea muy larga; y allí, cerca de
donde nos tocó a nosotros, terminaba. Veía Irazu que aquel sector estaba
desguarnecido y que por allí se podía colar el enemigo y coger a los nuestros
por la espalda.
-Ésta es la clave de
la batalla -decía.
No había trincheras;
sí unos cuantos árboles. Veíamos bien al enemigo debajo de nosotros. Para subir
a donde estábamos, tenían una pendiente empinada. No era fácil. Pero así y todo
lo intentaron y nos hicieron fuego. Nosotros desde arriba y el enemigo desde abajo,
empezamos a tirotearnos. Irazu desplegó las compañías. Estando en eso, Vallejo
ordenó que retrocediéramos. No le parecía bien aquel sitio.
-Yo no me retiro
delante del enemigo -le respondió Chacurchulo, y nos quedamos.
Vallejo tiró monte
arriba con el cuarto. Yendo así, cuatro compañías se le escaparon y se vinieron
a nosotros.
Las cuatro compañías
que fueron con Vallejo tuvieron quizás más bajas que nosotros,
-¿Pues cómo?
-Las balas del
enemigo, pasando por encima de nosotros, caían sobre ellos.
La pelea más recia se
libraba a nuestra derecha, encima de Abárzuza. Allí murió Concha; pero ni
nosotros ni los demás carlistas lo supimos.
Al hacerse oscuro, a
Tirapu a dormir. A media noche, Irazu estaba durmiendo; pero no en la cama,
sino sentado, con los brazos sobre la mesa y la cabeza sobre los brazos.
Una mujer a la puerta
de casa, que tenía que hablar con el teniente coronel.
-Éste no es el momento
-le dije.
-Sí, tengo que
hablarle; es importante.
-¿Qué quiere usted?
Nosotros se lo diremos.
-No; tengo que
decírselo yo misma.
Así que le avisamos,
y:
-Que venga.
Entra la mujer y le
dice en voz baja que Concha había muerto.
-¿Que Concha ha
muerto? ¡No será verdad!
-Sí, señor, sí. A
Concha le dieron ustedes muerte ayer tarde, y lo trajeron a Casa Munárriz y ya
se lo han llevado. Le digo lo que yo misma he visto.
Le diría también
entonces que la tropa se largaba. Así era, en efecto. El que sustituyó a Concha
decidió retirarse de allí; y sin tocar la corneta, para que los carlistas no se
dieran cuenta, se marcharon. Se marcharon dejando a los heridos en la iglesia. Chacurchulo
ordenó a los capitanes que formaran las compañías, sin toques de corneta. Antes
de amanecer bajamos a Abárzuza. Allí vimos que lo dicho por la mujer era
cierto. Andaba por allí el médico mayor de Concha, que le estrechó la mano a
Chacurchulo.
Otro veterano, un tal Usabiaga,
añadió:
“Salimos de Abárzuza y
nos pusimos en marcha. En aquellos campos había muchos hombres muertos. Según
avanzábamos, nos encontramos con Dorregaray y la caballería. A ver a dónde
íbamos. Que adelante a “picar la retagurdia” (respondió) Chacurchulo.
-Vais inútilmente. No
harás más que perder chicos.
-No; extendidos en
guerrillas se pierden pocos chicos.
-Vete, pues, si
quieres.
Nos acercamos al
enemigo, nos desplegamos por la izquierda y la derecha y les hicimos fuego:
pero no pudimos lograr que se detuvieran, y tampoco nosotros podíamos alejarnos
demasiado.
El enemigo se dirigió
hacia Tafalla y Peralta (Argoyen). Cuando el entorno de Estella quedó bajo
nuestro dominio, nosotros fuimos a Arróniz, para volver de allí a Guipúzcoa. De
Arróniz a Tolosa dice que hay veintidós leguas (120 Km.). Las recorrimos sin
apenas dormir. La primera cena, en Echarri-Aranaz; la segunda, en Tolosa, ¡Con
qué apetito cenamos!”.
En el camino de retorno a Gipuzkoa, Santiago recibió fuertes
reprimendas de su superior por no atender a sus órdenes:
“Según venían para
acá, Vallejo la emprendió de nuevo contra Chacurchulo con amenazas. En
castellano, desde luego, y ásperamente. Los muchachos se dieron cuenta y le
preguntaron a ver qué decía. Chacurchulo les respondió:
-¿Qué me iba a decir?
Lo de siempre; que al hacer fuego, hemos de tirar para adelante.
-¿Que tiremos para
adelante? Pues nosotros nunca le hemos visto a él delante”.
Prácticamente dueños de Gipuzkoa, Santiago no dudó en
acercarse a los pocos reductos liberales que quedaban en la provincia, entre
ellos su ciudad de nacimiento: Donostia.
“En cierta ocasión,
atacó a los liberales (movilizados) entre Oriamendi y Ayete. Los liberales se
dirigían a San Sebastián, llevando a los heridos en camillas. Se adelantó Chacurchulo,
hasta encontrarse entre los camilleros del enemigo. Desde el alto de Ayete estuvo
mirando a su casa. Los camilleros quedaron admirados de las buenas maneras de
Santiago”.
El 4 de noviembre de 1874 Santiago formó parte de la vanguardia
que pretendió tomar al asalto el pueblo de Irún. A pesar del acopio de material
y hombres, fue un completo fracaso que llevó el desánimo a las tropas carlistas.
Pedro Beldarrain “Zarra” comentó:
“Los carlistas querían
tomar Irún. Que se lanzarían al asalto. Determinaron qué batallón lo haría y
(le tocó) al de Chacurchulo, (que estaba) en la Cadena de Irún, más cerca de
esta población que las Ventas”.
“Chacurchulo quiso
hablarles a los chicos. Los reunió a su alrededor y empezó diciéndoles:
-¡Cuidado, muchachos!
No deis voces ni gritos, que los de dentro lo oirían. Mañana atacaremos de
repente el pueblo. Sí; mañana en Irún o en la eternidad.
Los chicos, tan
contentos. Amaneció el siguiente día. Los chicos estaban preparados y llenos de
ánimo para atacar.
-¿Cuándo nos darán la
orden?
No se oía toque de
corneta alguno. Espera que te espera. Pasaron las dos y, al final, nada. No
hubo ataque. ¿Por culpa de quién? No lo sabemos.
El difunto Barón de
Aurich le dijo a Chacurchulo:
-¿Qué haces aquí?
Todos los demás batallones se han retirado.
Lleno de ira, viendo
que se había quedado solo, se retiró a Oyarzun.
Santiago se retiró maldiciendo a sus superiores. El “cabeza
de turco” de aquel desastre fue Hermenegildo
Cevallos, según Pedro Belderrain
“un carlista muy leal, pero jefe militar
de poca cabeza. Que no dio la orden a su debido tiempo, lo mismo que en
Hernani, o yo no sé qué. Los carlistas no hicieron nada de provecho. No se dio
el asalto. Los chicos estaban enfurecidos”.
¿Qué había ocurrido? En cuanto el general liberal Manuel de La
Serna tuvo noticias del comienzo del sitio de Irún, en un larde de movilidad
terrestre y marítima, había transportado un importante cuerpo de ejército que
desembarcó en San Sebastián el día 9 de ese mismo mes.
“Para marchar hacia
Irún, distribuyó sus tropas en tres cuerpos. Uno por la izquierda, por el monte
Jaizquíbel. El otro, por Choritoquieta y San Marcos (Zamalbide, Oyarzun). El
otro, por el centro. El pobre Cevallos allí estaba, en las ventas de
Astigarraga, sin saber qué hacer. No dio las órdenes como debía o a su
(tiempo). Los liberales entraron con facilidad en Irún. Los jefes de los
batallones carlistas tomaron cada uno por donde pudo. La mayor parte, a Vera y
a Lesaca por monte. Chacurchulo a Oyarzun”.
Al llegar a Oiartzun y según cuentan los veteranos, Santiago
hizo formar a su batallón frente al mismísimo Carlos VII. Usabiaga relató:
A la tarde, tomó Chacurchulo
cuatro compañías y marchó a buscar al Rey. Las hizo formar en la plaza de Oyarzun
y, estando el Rey delante, gritó:
-¡Viva la Religión!
-¡Viva! -nosotros.
-¡Vivan los Fueros!
-¡Viva el Rey!
A continuación:
-¡Mueran los
ojalateros! ¡Los canallas! ¡Los traidores!
y por último:
-¡Fuera Ceballos!
Los muchachos a eso:
-iViva D. Santiago
Irazu!
Todo eso oyéndolo el
Rey”.
“Don Carlos fue al
caserío Lekoene a dormir. Chacurchulo le dio dos compañías. Chacurchulo estaba
muy quemado. ¿Que (los liberales) habían tomado San Marcos? ¿Que también habían
tomado Kutarro? Que desde allí se lanzarían hacia Oyarzun lo veía cualquiera.
Sin que se lo ordenara nadie, toma su batallón y, fumando su pipa, sale al
encuentro del enemigo. Se sitúa en Munuaundi. Seis compañías y de pocos
muchachos" (Pedro Beldarrain).
“Dos trincheras, la
una sobre la otra. Nosotros en la de abajo. La primera granada lanzada desde
allí cayó cerca de nosotros, pegó junto al parapeto, explotó, levantó un gran
montón de tierra e hirió a dos chicos. A mí me llenó por completo de tierra. Cuando
me levanté, dije:
-¡Todavía estamos
vivos!
Desde entonces no nos
acertaron con ninguna granada. Sostuvimos un fuego de casi tres horas. Por la
parte de la Venta de Astigarraga se nos acercaban grandes masas de enemigos.
Dice que teníamos delante unos quince mil hombres” (Usabiaga).
“Chacurchulo les plantó cara con denuedo. Tres horas de fuego. Se les
agotaron las municiones. Sobre una piedra, escribió un papel pidiéndolas. En
vano. No se las enviaron” (Dolores).
“Cuando hirieron a Chacurchulo,
dice que él estaba encima de un pequeño muro, gritando al enemigo:
-¡Venid aquí! ¡Aquí no
está Ceballos!” (Usabiaga).
“Estando en eso, una
bala le entró por el pecho y le salió por el hombro. Tenía dos orificios” (Dolores).
Las cosas se pusieron feas para el 3º de
Gipuzkoa.
“Chacurchulo no miraba más que a los que tenía
delante, y he aquí que un grupo de miqueletes, mandados por Olazabal, se cuela
por detrás de Munuaundi. Los chicos, cuando se
vieron rodeados, echaron todos a correr. Entonces, tan oportunamente, llegaron
las dos compañías que habían acompañado al rey a Lekoene, plantaron cara y le
hicieron detenerse al enemigo. Gracias a ellas no se perdieron muchos chicos” (Pedro
Beldarrain).
Santiago fue trasportado a Bera de Bidasoa. Su hermana
explicó: “Muchos médicos le examinaron.
El de artillería opinaba que el orificio posterior no se le cerrara; pero el
del batallón mandó cerrarlo desde el principio. A Tolosa. Lo llevaron allá al
médico Arnobate, de Elgóibar, colocado en una camilla.
Leyendo El Cuartel
Real, vio que el Rey estaba concediendo muchos premios y condecoraciones no
merecidas, y con estas noticias se disgustó”.
Este mismo periódico propagandístico no dudo en hacer llegar
a sus lectores noticias sobre su estado, siempre en clave positiva:
Sin embargo su herida no mejoró, y para facilitar sus
cuidados fue llevado a Loiola, a la fonda que regentaba la familia, para que se
hicieran cargo de sus cuidados. Allí morirá, siendo enterrado en Azpeitia el 26
de mayo de 1875. Tenía 31 años.
La familia Irazu no salió bien parada de la guerra civil, a
la muerte del hijo mayor, se le suman cuantiosas deudas. “Muere la madre, muere el hermano mayor, se va a América Roque, el otro
hermano ... Una hermana enfermó cuidando a Santiago y murió. La otra hermana se
puso mal de la cabeza y se nos murió en la fonda de Loyola. (Quedamos)
nosotras, dos hermanas, con el padre. Otra vez al trabajo de fondistas. Le pedimos
al padre que nos dijera claramente a cuánto ascendían las deudas. Eran siete
mil duros. Pues a trabajar todo lo posible en el balneario de Betelu, en
Sobrón, en Orduña ...”.
Estos pequeños retazos son lo que nos ha llegado de la vida
de Santigo Irazu, “Txakurtxulo”. Nos hablan de un hombre de carácter y valiente
rayando la temeridad, cuyas acciones dejaron huella en la vida de los
hombres que tuvo bajo su mando. Gracias a Apalategui sus ecos llegan hasta
nuestros días.
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