Entrada Actualizada: 25/08/2021
La trinchera ha sido una estructura bélica ampliamente utilizada en todos los
conflictos. Sencillas en su construcción y notablemente eficaces, en un
principio se desarrollaron para dificultar y ralentizar el ataque enemigo,
quedando el soldado protegido tras ellas por muros, empalizadas y parapetos. De
hecho, será necesario llegar a un estado avanzado del siglo XIX, con el
advenimiento de los fusiles rayados, cuando los militares se den cuenta del
grave error que supone agruparse en apretadas filas, cuando se tiene que hacer
frente a fuerzas “atrincheras” dotadas de fusilería “moderna”.
A finales del XIX se había producido una rápida evolución armamentística, que
había dejado obsoletas todas las tácticas militares utilizadas hasta el
momento. Las “grandes potencias” no dudaban en enviar observadores a las zonas
en conflicto con un claro objetivo: comprobar sobre el terreno cómo funcionaban
los nuevos adelantos bélicos. De hecho todos los ejércitos “modernos” de
finales del XIX y principios del XX mostraron su propia evolución en relación
con la ingeniería militar y los elementos de fortificación; apostando fuertemente
por los “campos atrincherados”, que llegarían a su máxima expresión durante la
I Guerra Mundial.
Se puede afirmar que la última Guerra Carlista sirvió como banco de pruebas
para el desarrollo de la “trinchera moderna”, con óptimos resultados,
especialmente para el campo carlista. Ya hemos comentado que se trata de
“guerra moderna”, con una amplia presencia de fusiles y artillería de
retrocarga. Sin embargo, el ejército carlista, en comparación con el liberal, exhibía
algunas desventajas logísticas: dificultades para armar a sus hombres de forma
homogénea, una fuerza de artillería eficaz, pero escasa en número, y por
último, una notable carestía y problemática para reponer el elevado consumo de
municiones que acarreaba el utilizar fusiles de retrocarga y cartucho metálico.
De hecho, al soldado carlista se le aleccionaba para economizar sus municiones,
tomando el ataque a la bayoneta como un principio y no como un último recurso.
Como ejemplo:
“Orden general del 19 de Febrero de
1874, en San Salvador del Valle.—Estando atrincheradas todas nuestras fuerzas
que ocupan la primera línea de nuestras posiciones, prohíbo absolutamente, y
los jefes de los cuerpos serán responsables, que se rompa el fuego á más distancia
que á cien metros, y esto en el caso de que el enemigo se presente en el orden
cerrado, pues haciéndolo en el abierto ó de guerrillas debe despreciarse,
aunque la distancia sea de veinte pasos; porque mucho más nos hemos de hacer
respetar conservando nuestras municiones que consumiéndolas inútilmente, y en
último caso, haremos uso de las bayonetas para rechazarlos y obtener una
victoria que de seguro ha de conducir á nuestro Soberano al solio de sus mayores.—Los
jefes leerán esta orden general á sus respectivos batallones. El Comandante General interino Nicolas
Ollo”.
Pedro Ruiz Dana |
Posiblemente el mejor resumen de
datos referentes a la evolución de las fortificaciones carlistas la encontramos en las
publicaciones que el militar Pedro Ruiz
Dana realizó tras la finalización de la guerra. En
su libro “Estudio de la Guerra Civil” presenta un repaso de la evolución de los
trabajos de defensa emprendidos por el ejército carlista, teniendo en cuenta la
supremacía artillera de las tropas gubernamentales. Dana establece que, si bien
desde prácticamente el principio de la guerra el ejército carlista no funcionaba en masas
compactas, lo que dificultaba la acción de la artillería, las defensas fueron
siendo mejoradas a medida que transcurría la contienda: “[…]
en Montejurra, el 7 de Noviembre, ya combatieron (los
carlistas) en orden disperso, siempre en
la defensiva táctica, y sus masas aprovechando los pliegues del terreno á
cubierto de los fuegos de nuestra artillería. En este combate por primera vez
habían construido algunos atrincheramientos en la falda de Montejurra y
Monjardin, valiéndose de setos y vallados que separan las heredades y formando
en ellas parapetos ordinarios con tierra y piedra. Como tenían bastante relieve
presentaban blanco á nuestra artillería, que les causó gran destrozo. […]”
Al respecto, un veterano carlista, Jose Antonio Ysac Arteaga Ybarburu (Donostia 1853 – 1934) comentaba
sobre sus primeras fortificaciones: “Las
trincheras eran de tepes. Con poca profundidad dentro. Las granadas de cañón
las agujereaban y traspasaban. Teníamos que estar acurrucados”. No tenía
que ser nada fácil para los soldados soportar un desgaste artillero en
semejante condiciones; lo que obligó al Cuerpo de Ingenieros carlista a trabajar en el
plano de la mejora defensiva.
Continuamos con la información recogida por Ruiz
Dana: “Comprendiendo
que los efectos de nuestra artillería habían de serles fatales, con el fin de
inutilizarlos y ponerse á cubierto dé sus fuegos dedicaron toda su atención á
perfeccionar las trincheras y obras de campaña. Las condiciones especiales de
sus tropas , poco aguerridas y consistentes (tal vez sería más
preciso hablar de tropas con poca artillería y escasas municiones), les hacía por necesidad adoptar aquel
género de combate; y nosotros, sin estudiar detenidamente el efecto de la
nuevas armas de fuego, seguíamos creyendo que en la ofensiva táctica y en el
ataque á la bayoneta estribaba, como en otro tiempos, el éxito del combate y
daba la victoria.”
Los mandos de ambos ejércitos provenían de las mismas
escuelas militares, se conocían, en muchos casos eran incluso amigos, así que
presentaban idénticas y desfasadas tácticas militares: “ofensiva táctica y ataque a la bayoneta”. Pero mientras el ejército
carlista, por pura necesidad de supervivencia, se vio en la obligación de actuar
en la mayoría de las situaciones a la “defensiva”, el ejército gubernamental siguió
enviando a sus hombres al asalto directo. El propio Ruiz Dana lo reconoce en sus escritos: “Los
crueles escarmientos no eran bastantes para hacer desistir de tan errado proceder
y modificarlo convenientemente. En Diciembre del mismo año, en él combate de
Velabieta, los enemigos, siempre por necesidad en la defensiva, han mejorado ya
sus atrincheramientos; construyen una zanja, pero no para que sirva de foso,
sino para ocultar en ella á los defensores' con la tierra forman delante un
pequeño parapeto. La zanja es bastante ancha, un metro y medio, y el parapeto
presenta un blanco á nuestra artillería que les hace gran daño. Sitian Bilbao,
y para oponerse al ejército, que desde Santander acude á su socorro, llenan de
trincheras todo el valle de Somorrostro, de la misma anchura que las de
Velabieta, pero ya no zanja, sino que le forman con tepes de muy pequeña altura
para que presente el menor relieve posible, y por lo tanto el menor blanco á la
artillería. […] los atrincheramientos son líneas continuas enlazadas por
reductos […]. Desde los combates del mes de Febrero á los de Marzo (los
carlistas) no habían descansado ni un
momento en la construcción de nuevas trincheras, y aún seguían haciéndolas
después de los del segundo de aquellos meses, pero con importantes
modificaciones. La zanja era más profunda, lo necesario para cubrir á un
hombre; con la tierra extraída no formaban parapeto ninguno, sino que, al contrario,
la esparcían; de este modo, aleccionados por la experiencia, hacían ineficaces
los fuegos y los efectos de nuestra artillería; no solo no presentaban estas
trincheras blanco alguno, sino que se ignoraba su existencia, hasta que el día
de combate nos sorprendía el fuego que hacían desde ellas. Era tal su número
que no era posible que las tropas marchasen al asalto sin que sintiesen los
terribles efectos de los fuegos de ambos flancos y algunas veces los de
retaguardia. […].
Hemos llegado a una fase crucial, aparece el primer “campo
atrincherado moderno” de la guerra carlista. En los campos de Somorrostro,
entre febrero y abril de 1874, uno de los ingenieros carlistas, José Garín,
acuciado por la necesidad de proteger un frente de batalla extenso en longitud,
con escasas tropas y poca artillería, desarrolla un tipo de trincheras que
serán observados con notable interés por militares, tanto nacionales como
internacionales. El padre Apalategui recogió el siguiente comentario de boca de un veterano: “Gracias
a Garín se debió principalmente la excelente orientación del atrincheramiento
de Somorrostro. Me contaba (Marcelino) Saleta (militar del ejército
gubernamental): -Cuando
en marcha desde Castro Urdiales desembocamos ante el campo atrincherado de
Somorrostro y contemplamos aquellas trincheras, que no había manera de
enfilarlas, nos preguntábamos todos: «Pero ¿Quién ha dirigido la construcción
de esas trincheras?». «Pepe Garín» se nos contestó”.
José Garín Vargas |
José (Pepe) Garín Vargas Zúñiga (Manila 1841 – Madrid
1907) pertenecía a una familia aristocrática sevillana. Su padre, Vicente Garín
González, era brigadier del ejército y su madre, María del Carmen Vargas Zúñiga
y Federighi, hermana de la Condesa de Oliva, María del Amparo de Vargas Zúñiga
y Federighi.
Comenzó estudios de seminarista pasando a la ingeniería militar en
Guadalajara. Cuando terminó la carrera quedó como profesor en la misma
Academia. Para 1866 ya tenía el grado de capitán de ingenieros. Respecto a su
carácter y convicciones religiosas su hija contaba: “Era muy aficionado al teatro; pero
como hubiese alguna escena inconveniente, no tenía el menor reparo en
levantarse de la butaca y salirse del teatro en medio del abucheo general. Por no sé qué caso, fue desafiado. Garín se
negó a batirse, alegando la prohibición de la Iglesia. Por entonces no se
toleraba entre militares el no aceptar un desafío y se le hizo el vacío, y aun
se creyó llegado el caso de arrojarle del Cuerpo (de Ingenieros). Garín por
nada se intimidó”.
Durante la sublevación de 1866 del cuartel de artillería de San Gil contra
la reina Isabel II en Madrid, Garín se ofreció para tomar al asalto una de las barricadas que
los golpistas habían colocado:“Había una barricada en la
(Calle) Preciados, entrada a la Puerta del Sol. Se ofreció Garin a asaltarla.
Se le dieron dos compañías y él marchó a su cabeza por la Calle de Leganitos,
teniendo la suerte de entrar dentro de la barricada. Aquel día se acabó el
pleito del desafío”.
A los 28 años ya tenía el grado de comandante. Pero con la revolución de
1868, y tras el derrocamiento de Isabel II, la familia presionó para que no
sirviese a los intereses del nuevo gobierno, por lo que se retiró del servicio
militar durante el mandato de Prim, para seguidamente pasarse al campo
carlista. Tras el alzamiento carlista sus bienes fueron confiscados. Durante la
guerra formó parte destacable del Cuerpo de Ingenieros, aportando sus
conocimientos no solo en el campo militar, sino también como profesor en la
Academia de Ingenieros que los carlistas habían instaurado en Bergara.
Se casó con una joven estellesa: Jacoba Modet Ibargoitia (†1899). Tras la
guerra pasó a Francia donde estuvo varios años exiliado en Burdeos, dando
lecciones de matemáticas y castellano, con una exigua paga. Su mujer comentaba: “El único obsequio que
recibí de mi marido mientras estuvimos en Burdeos, fue cada domingo un pastel
de 10 céntimos”.
La pareja retornó finalmente a Madrid donde continúo dando clases, pero
nunca quiso volver a incorporarse al ejército. Allí nacieron 4 hijos: José,
Juan (1883 – 1922), Amparo (1889 – 1945) y María.
Soldados en trinchera. Fotograma tomada de la película "Vacas" |
Para finalizar esta biografía un último apunte anecdótico. Su hijo Juan,
ingeniero de minas fue unos de los precursores de la espeleología en España,
así como un reputado arqueólogo.
El campo
atrincherado de Somorrostro no pudo ser tomado al asalto por las tropas
gubernamentales, sino que ante el peligro de quedar copados por un acertado
movimiento envolvente, los carlistas se vieron en la obligación de
abandonar sus trabajadas defensas.
Continúa Dana Ruiz explicando: “En la batalla de Estella ocurrida en el mes de Junio de 1874; toda la divisoria, de aguas entre el río Ega y su afluente el Iranzu estaba cubierta de trincheras de las adoptadas en Somorrostro; pero aquí no forman ya líneas continuas, sino que sólo tenían 15 á 20 metros de longitud y sus extremos en forma de corchete; todas las alturas, laderas y puntos culminantes los tenían literalmente cubiertos de trincheras; ocupaban y defendían aquellas que les convenía, según por donde marchasen las tropas al asalto; los efectos de la artillería son completamente nulos contra semejantes .defensas; es materialmente imposible poder meter las granadas en una zanja de medio metro de anchura; sus defensores, al verlas caer de cerca, se ocultan en el fondo de la zanja y al estallar el proyectil sus cascos pasan por encima sin ofenderlos; prontamente se incorporan y continúan haciendo fuego. El efecto de la artillería sobre este género de trincheras es tan ineficaz, se ha anulado de tal modo, que una batería de 40 piezas emplazada para batirlas de Montemuro no logró los efectos que se esperaban. […]”.
Continúa Dana Ruiz explicando: “En la batalla de Estella ocurrida en el mes de Junio de 1874; toda la divisoria, de aguas entre el río Ega y su afluente el Iranzu estaba cubierta de trincheras de las adoptadas en Somorrostro; pero aquí no forman ya líneas continuas, sino que sólo tenían 15 á 20 metros de longitud y sus extremos en forma de corchete; todas las alturas, laderas y puntos culminantes los tenían literalmente cubiertos de trincheras; ocupaban y defendían aquellas que les convenía, según por donde marchasen las tropas al asalto; los efectos de la artillería son completamente nulos contra semejantes .defensas; es materialmente imposible poder meter las granadas en una zanja de medio metro de anchura; sus defensores, al verlas caer de cerca, se ocultan en el fondo de la zanja y al estallar el proyectil sus cascos pasan por encima sin ofenderlos; prontamente se incorporan y continúan haciendo fuego. El efecto de la artillería sobre este género de trincheras es tan ineficaz, se ha anulado de tal modo, que una batería de 40 piezas emplazada para batirlas de Montemuro no logró los efectos que se esperaban. […]”.
En similares términos se describía la trinchera carlista en un artículo periodístico que recogió el diario oficial carlista "El Cuartel Real" con fecha del 29 de Octubre de 1874. La noticia hacia referencia a los comentarios de un corresponsal liberal que desplazado al teatro de operaciones del Norte relataba: "Aunque no se hará esperar mucho tiempo, no parece estar próximo el envío del convoy a Pamplona, a cuyo paso es donde las facciones (carlistas) opondrán toda la resistencia que les sea posible. En efecto, como deje dicho, están acumulando en los desfiladeros del Carrascal fuerzas y poniendo cuantos obstáculo y parapetos pueden reunir, no escaseando las trincheras, tal y como ellos las han inventado y no puestas en práctica hasta ahora por ningún ejército.
Ya no sirven los Krupp, ni lo Armstrong, ni los Plasencia, ni ninguno de los sistemas de cañones conocidos para destruir una trinchera carlista. Es necesario inventar algo más; es preciso inventar un cañón que destruya montes y sierras enteras para batir con la artillería las nuevas defensas de las facciones ¿Cómo, sino hay que batir a un ejército embebido, embutido en la tierra, sin presentar más blanco que dos dedos de frente que sobresalen de la superficie natural del terreno en que se sostiene la batalla? ¿ Qué táctica militar ha previsto el caso? ¿Qué reglas se han dictado para combatir a un ejército que solo se manifiesta por la extensa línea de humo que resulta de sus disparos? Creo que nadie, y por lo tanto a los carlistas solo les corresponde este privilegio.
Me había chocado ya varias veces oir hablar a nuestros soldados de que nunca ven al enemigo con el que se baten, y yo lo atribuía a que los carlistas se esconden detrás de parapetos de tierra o piedra, que son las trincheras más usuales y conocidas; pero uno, un poco más explicito, y yo algo más preguntón, me dijo que la artillería nada servía para destruir las trincheras carlistas, porque contra una zanja no hay proyectil destructor. En efecto, he preguntado después a muchos jefes y oficiales, y todos me dicen que en el acto del combate, por milagro se ve un carlista. En todas las posiciones que ocupan hacen una extensa zanja en semicírculo (porque, por regla general, los montes que ocupan tienen una figura cuneiforme), como de una vara de ancha, y honda lo suficiente para que solo asume un hombre la cabeza. La tierra extraída la esparcen sin que forme prominencia alguna, y de esta manera el combatiente apoya con toda la comodidad del mundo su fusil en tierra y hace disparos a distro y siniestro, sin presentar más parte vulnerable que los ojos. De esta manera tienen dos o tres órdenes de trincheras y se colocan en ellas, no dando al que los ataca más frente que los proyectiles que les arrojan y la extensa linea de humo que se desprende de sus disparos".
El corresponsal ya elogiaba las características de este sistema defensivo y propio Dana acababará afirmando: "Especial estudio merece esta guerra por la aplicación que puede tener en el porvenir el sistema de trinchera. [...] Los carlistas han desplegado en esta guerra un lujo de atrincheramientos de campaña que merece estudiarse detenidamente; tal es su importancia y tales los efectos que con semejante clase de obra pueden obtenerse".
Alexander Tulloch |
¿Y qué pensaban los militares extranjeros de la “trinchera carlista”? Sir Alexander Bruce
Tulloch (1838-1920) era oficial de inteligencia militar de Inglaterra.
Ingresó en los Royal Scots en 1855,
sirviendo en la guerra de Crimea, India, China y Egipto. Posteriormente trabajó
en el Departamento de Inteligencia siendo enviado en misiones de observación a
Bélgica, Creta y España. Recibió distintas distinciones militares, escribiendo
varios libros y artículos sobre cuestiones militares. Pues bien, en su libro “Recollections of forty years service”
comentaba lo siguiente respecto a lo que había vivido en la última Guerra Carlista: “The men of both armies had had so much experience in field fortification,
and more particularly trench construction, that they did not require assistance
from engineers in that respect. The trenches, with their covered passages and
protection against enfilade fire, were models of what trenches in such a
country ought to be,-very different from the amusing little playthings in our
service, at that time known as half hour and one-hour shelter – trenches”.
Tulloch mostraba su admiración por el tipo de atrincheramientos generados,
tratando de forma jocosa las estructuras que su propio ejército construía en esos momentos. Sin
embargo, encontramos otro comentario de la misma procedencia en el libro “Defence and attack” del teniente coronel
H. Schaw del Cuerpo de Ingenieros Reales: “He (Tulloch) stated that on one
occasion, he was present with a Spanish Force attacking some Carlist trenches,
a line regiment was in front, when it arrived within a certain distance, the
Carlists (a Navarre Battalion) rushed from the trench with levelled bayonets,
the line regiment broke and ran, the Carlists killing many of them; behind the
line regiment was a battalion of “Cazadores”, who allowed the runaways to pass
through their ranks, then closed up and met the Carlists with the bayonet also;
a regular hand-to-hand fight of some minutes took place, the Carlists were
driven back, and the position was carried. There can be no doubt that had
the Carlists continued to fire steadily from their trench, they would not have
been driven out of it, and the losses of the assailants would have been far
greater”.
Para Tulloch y Schaw era difícilmente compresible que unas tropas que habían
trabajado denodadamente en construir un efectivo elemento defensivo, salieran
del mismo para proceder a un ataque a la bayoneta. La trinchera “moderna” ya
estaba desarrollada, sin embargo, la oficialidad todavía mantenía tácticas del
pasado. Estos ejemplos fueron bastante comunes por parte de ambos ejércitos,
donde los mandos no dudaban en calificar como poco “honrosa” y carente de gloria
el permanecer agazapado en trincheras.
Tras la finalización de la guerra la estructura defensiva carlista fue incorporada a muchos manuales de fortificación. Son varias las referencias que hemos localizado gracias a la colaboración de Jose Angel Brena Alonso, donde se describe el funcionamiento, construcción y uso de las “trincheras carlistas”. Entre estos tratados de ingeniería militar cabe citar: "Nociones de Fortificación de Campaña" publicado en 1882, de Jose Villalba Riquelme (1856 -1944), “Fortificación de Campaña y Permanente” (1888) de Jose Maria Soroa Fernandez (†1930), “Lecciones de Fortificación” (1898) de Joaquin de la Llave Garcia (1853 – 1915) y en ese mismo año, “Fortificación de Campaña” de Eusebio Torner de la Fuente (1861 -1913).
Según indica el ingeniero militar Joaquin de la Llave Garcia, “el reglamento táctico de 1881 admitió la “trinchera carlista” con el nombre de zanja-trinchera”; si bien también indicaba que “en realidad, su origen es anterior a nuestra guerra civil (carlista), pues fue ya propuesta en Austria hacia 1872 por el coronel de ingenieros Candella; después fue también empleada por los turcos en 1877” .
"Trinchera carlista" según manual de Nociones de Fortificación de Campaña (1882) |
Más extensa es la descripción de “trinchera carlista” que realizó el ingeniero militar Eusebio Torner:“En la última guerra carlista emplearon los partidarios del pretendiente unos atrincheramientos, constituidos cuando ya se llegó a hacerlos con toda perfección, como sigue:
Por lo que se refiere al perfil, eran unas trincheras sin parapeto, ó con uno de muy poca altura hecho de hiladas de tepes; de anchura suficiente para circular por ella de frente, ó dejar paso a la espalda arrimándose á uno de los taludes; y de profundidad tal, cuando la naturaleza del terreno lo permitía y no se ponía parapeto que descubriese solo la cabeza, aunque alguna vez fuera mayor, quedando un hombre enteramente oculto.
En los taludes de la excavación, había alternadamente pequeños socavones para poner los pies y salir pronto al exterior, ó para elevarse más sobre el terreno cuando convenía descubrir mejor sus inmediaciones; empleándose también para este objeto piedras colocadas en el fondo. Para hacer fuego el tirador se elevaba sobre el fondo de la trinchera, descubriendo solo la cabeza, o se servía de pequeñas miras ó ranuras, abiertas en el suelo.
Para hacer el trazado se seguían generalmente las curvas de nivel, huyendo de las enfiladas y dominándose y flanqueándose sus diversos trozos, según los accidentes del terreno, cuyos escarpados barrancos y quebradas utilizaban con singular acierto. Al principio eran estas líneas largas; después no formaban ya líneas continuas y sólo tenían 15 á 20 m. de longitud.
Recreación de una trinchera carlista. Tomado del "Diario de Navarra" |
Efectivamente: ocultas como se hallaban de las vistas, y dada su pequeña anchura, los efectos de la artillería eran completamente nulos por la pequeñísima probabilidad de que caiga un proyectil en una zanja de medio metro de anchura, y porque los proyectiles que caían cerca no causaban bajas en la mayor parte de las ocasiones, por la rapidez y facilidad con que los defensores podían ocultarse, y dejar pasar los cascos por encima. Este efecto era tan pequeño, que una batería de 40 piezas, emplazada para batir las construidas en Monte Muro, no logró los efectos que se esperaban.
Sin embargo, presentan un trabajo excesivo para su construcción, por la necesidad de hacer desaparecer las tierras, por la gran profundidad y pequeña anchura de la zanja en algunos casos, que dificulta la ejecución, y por los detalles que necesitan; es decir, que constituye un atrincheramiento de posición, no del campo de batalla como algunos equivocadamente le han considerado. Este inconveniente, los carlistas en la mayor parte de los casos, no lo encontraron; porque por lo regular sus ingenieros las trazaban, y los pueblos, según las instrucciones que recibían, quedaban encargados de excavarlas tranquilamente, siendo muy raro que los batallones carlistas ayudasen á abrirlas como en Somorrostro y Oteiza”.
Tropas Norteamericanas en una trinchera durante la guerra Hispano-Amricana |
Habían transcurrido 25 años desde la batalla de Somorrostro donde se habían
sentado las bases de la estructura de defensa conocida como “trinchera carlista”.
Faltaban tan sólo 15 para el comienzo la I Guerra Guerra Mundial.
Actualización del 25/08/2021: Se añade una descripción de la trinchera carlista recogida en el diario carlista "El Cuartel Real"
Actualización del 25/08/2021: Se añade una descripción de la trinchera carlista recogida en el diario carlista "El Cuartel Real"
Si debían ser buenas las trincheras de Montaño que se reutilizaron durante la guerra civil, aunque en este caso no hubo grandes combates. Por la zona de Santa Juliana hay "líneas sospechosas" que, en atención a los grabados, podrían ser restos de estas trincheras carlistas. Un saludo. Armando
ResponderEliminarTanto Santa Juliana, como San Pedro de Somorrostro estaban convertidos en fuertes reductos. Es muy probable que esas "lineas sospechosas" sean parte de las defensas. No estaría demás hacer una georeferenciación de las mismas.
ResponderEliminarUn saludo y perdona el retraso en contestar.
El ingeniero En minas Domingo Garin Viejo tendrá un parentesco con lo mencionado?
ResponderEliminarBuenas noches Daniela,
EliminarLo desconozco totalmente. Ya lo siento.