Entrando por Peña Plata,
por allí ha de venir,
el Rey por el que los carlistas,
debemos combatir...
(Vieja
canción carlista)
Real Fuerte de Peña Plata (Archivo General de Navarra) Tomado de Euskalherriko Forteak |
Aquí, donde el Viejo Reyno se plaga de bordas y milenarios pastizales, donde las brumas y nieblas parecen pegadas al suelo y los bosques muestran vetustas hayas desmochadas y centenarios robles, se alzó el que fuera denominado Real Fuerte de Peña de la Plata (El Cuartel Real, 21-04-1874).
Como zona de frontera internacional,
aquellos que hicieron del contrabando su medio de vida, siempre encontraron en
estos singulares parajes un lugar perfecto para el desarrollo de sus
clandestinas actividades. Tampoco faltaron ejércitos, especialmente en aquellos
lejanos conflictos de finales del XVIII y principios del XIX, que hollaron sus
piedras y praderas; pero no será hasta el comienzo de la última guerra carlista
cuando Arxuria se convierta, por méritos propios, en un elemento de referencia.
En sus comienzos no pasó de ser un
refugio para los carlistas; una guarida donde pasar el largo invierno que
supuso la derrota de Oroquieta. Sin embargo, a medida que trascurrió el año
1873, el esfuerzo de picos y palas mejoraron las duras condiciones de vida de
los habían tomado aquellos altos como su morada. Con unos fosos perimetrales se
delimitó una exigua fortificación de campaña que basaba su salvaguarda, más que
en la potencia de sus defensas, en la certeza de encontrarse en territorio simpatizante
con su causa y, con sus flancos protegidos por la frontera internacional. En su
punto más alto, se desplegará una gran bandera cuyo mensaje será claro: “en
estos parajes no gobierna república, ni manda rey que no sea D. Carlos”.
La fortificación, bautizada con
el pomposo nombre de “Real Fuerte de Peña Plata”, sirvió al carlismo como refugio, germen
de un ejército, almacén, fábrica, asentamiento de diputaciones forales “a guerra”, cárcel
e incluso imprenta de su máximo órgano propagandístico. Pero su principal objetivo fue el de mantener abierta una puerta de entrada de
suministros, materiales y armas. Hasta su caída, ya en
el final de la guerra, el fuerte de Peña Plata se mantuvo en la retaguardia del Estado Carlista, pudiendo ser considerado como un gran baluarte del contrabando.
Refugio
Según Anton Arrieta describe en
su libro “Euskalherriko forteak”, Arxuria ya había sido ocupado transitoriamente durante la Guerra
de la Convención y en la Guerra de la Independencia, especialmente durante esta última cuando sirvió de base para tropas británicas en lucha con unas huestes napoleónicas ya es desbandada. Sin embargo, no será hasta la última guerra carlista cuando se construya el fuerte cuyos
restos son aún en día visibles.
Arxuria y sus aledaños era ya un territorio
bien conocido por los contrabandistas y conjurados carlistas a principios de
1872. Sobre la frontera internacional, al resguardo de ojos indiscretos, fue
utilizado como punto de concentración de las fuerzas sublevadas que habían
respondido a la orden de alzamiento del 14 de abril de 1872.
Eustaquio Diaz de Rada. Modificado de Biblioteca Foral de Bizkaia |
Como primer paso para dominar el “País del Bidasoa”, aquella minúscula fuerza debería de ser suficiente para converger en el pueblo de Vera y desalojar a la escasa
guarnición liberal allí destinada. Sin embargo, la descoordinación inherente a los primeros momentos
sumió a Rada en una deriva de incertidumbres: aquella noche fue imposible complementarse
con los carlistas guipuzcoanos que encabezaba el diputado foral Miguel
Dorronsoro Ceberio, mientras que otras partidas nunca llegaron al punto convenido por
diversos motivos. Sabiendo que el tiempo corría en su contra y, sin completar
las fuerzas que consideraba necesarias para atacar con éxito Vera, Rada dejó
atrás el pintoresco pueblo, refugiándose en los altos que servirán posteriormente
de baluarte a los chicos del cura Santa Cruz.
Desde los caseríos de Aritxulegi,
Rada escribirá misivas dando cuenta de sus actividades al alto mando situado al
otro lado de la frontera y a su expectante Rey, ávido de noticias y datos de la
marcha del levantamiento. En sus frases trascenderán diferentes justificaciones
para dar cuenta del desbaratamiento de los meticulosos planes, mientras le llegaban
noticias del aparentemente escaso eco del alzamiento en las provincias forales.
Abrumado por las circunstancias,
Rada retornará a Francia, dejando huérfano de comandante general a las partidas
que debían converger bajo su estandarte. Pero Carlos VII no estaba dispuesto a volver
a repetir los sonoros fracasos de 1869 y 1870. En un intento de dar un impulso al
levantamiento y enardecer los ánimos de sus voluntarios, cruzará la frontera
sin escuchar recomendación alguna, dispuesto a asumir el control de sus
todavía inexistentes ejércitos.
No le faltaba razón a Rada en
algunos aspectos, ya que las provincias forales se habían sumado al
levantamiento con desigual fortuna. Álava había aglutinado sus hombres en torno
a la figura de Francisco Sáenz de Ugarte, con una fuerza de unos 2500 hombres,
pero con una exigua cantidad de armas, que ascendía a 200 fusiles y 200
escopetas. Guipúzcoa había perdido a su hombre fuerte, con un Dorronsoro que incapaz
de reunir a sus partidas, había vuelto a Francia quedando los voluntarios de la
provincia sin mando, ni dirección, desmovilizándose muchos de ellos. En la
Navarra que esperaba impaciente la entrada de su rey, los voluntarios se
agrupaban en el intento de protegerle, pero faltaban fusiles. Únicamente el Señorío
de Vizcaya parecía mantener una fuerza organizada en batallones a cargo de una
“diputación foral a guerra”. Aun así, “faltaban armas; las municiones
escaseaban ya notablemente, no había ropa de abrigo para los voluntarios, ni
calzado, ni prendas de uniforme; el espionaje se pagaba del bolsillo de los
Diputados, y no se podía dar a la gente el plus ofrecido, ni socorro alguno por
carecer en absoluto de fondos”.
A pesar de todo el Pretendiente cruzará
la frontera llegando a Vera el 2 de mayo. El diario madrileño El Combate había
señalado que había sido precisamente en Peña Plata donde “se distribuyeron
carabinas a los mozos del Baztán que debían proteger la entrada del
pretendiente”. Sin embargo, dos días después, sus mal armadas tropas navarras
son completamente dispersadas en el pueblecito de Oroquieta: “La facción
mandada por el titulado Carlos VII completamente derrotada. Tenemos cientos de
prisioneros, que no se pueden contar pueden contar porque el combate ha
terminado de noche. Nuestros bravos soldados han tomado a la bayoneta el pueblo
y por asalto las casas”.
D. Carlos consiguió esquivar el
cerco, volviendo a Francia al galope. Sin rey, sin jefatura, sin dinero, sin
armamento, el oficial cántabro Fulgencio Carasa se hizo cargo de los restos de
las partidas navarras que habían quedado abandonadas a su suerte, marchando a
la vecina Guipúzcoa a solicitar ayuda. Pero tras una postrera acción combinada
con las fuerzas vizcaínas en Oñate, los pocos sublevados guipuzcoanos que se
mantenían en armas, literalmente se volatilizaron. Tras una desalentadora
reunión en el barrio de Araoz, el comandante Carasa retornó a tierras navarras
sin los recursos necesarios y tras alguna escaramuza disuelve su mermado grupo
para seguir el mismo camino que Rada, Dorronsoro y otros tantos. Mientras, los
vizcaínos, desmoralizados por el cariz de los acontecimientos, volvieron a su
tierra en una penosa jornada que lleno sus filas de deserciones y prefirieron
pactar su rendición en Amorebieta el 24 de mayo 1872.
El fracaso de la “primavera
carlista” de 1872 fue relativo. La desaparición de los grandes contingentes de
hombres permitió que se mantuviera la llama del alzamiento bajo el paraguas del
sistema de guerrillas. La compleja situación política-militar
del momento permitió que las pretensiones de Carlos VII se vieran defendidas
por un elenco de carismáticos jefes de partidas. El ejército liberal,
enquistado en un inefectivo sistema de lentas columnas y pequeños destacamentos
encerrados en pueblos y ciudades, se verá incapaz de frenar a los grupos que califican,
despectivamente, de “latro-facciosos”.
“Santuario”
En torno al “País de Bidasoa” se crearán
dos “santuarios” carlistas. Francisco Hernando escribirá años después: “En
aquellos tiempos en que no teníamos dominado el país, ni fortificado ningún
pueblo y en que las columnas enemigas todo lo recorrían, teníamos, sin embargo,
dos puntos fuertes por naturaleza, que aprovechábamos en grande para la guerra;
estos puntos eran Arechulegui y Peña-Plata. Más importante que Arechulegui era
la otra fortaleza, Peña-Plata, por la circunstancia de estar en la misma raya
de Francia situada y ser de más difícil acceso”. Será a partir de ese momento,
cuando el topónimo de “Peña Plata” comience a ser un referente de los
columnistas de época como un elemento de importancia crucial para el
sostenimiento del levantamiento carlista.
Nicolas Leon Thieblin, por aquel
entonces corresponsal del New York Herald, hará mención del valor estratégico de
Peña Plata, ligándolo a la actividad de contrabando de armas y pertrechos que
se realizaba en la cercana población navarra de Urdax: “Desde el punto de vista
militar, Urdax es un lugar imposible de defender, dado que ninguna fuerza puede
sostenerse allí con el ataque de un enemigo que ocupe las alturas de los
alrededores. Pero los carlistas, siempre confiando en sus buenas piernas y sus
penetrantes ojos, seleccionaron el pequeño pueblo como uno de sus complejos
favoritos. Estaba al alcance de los contrabandistas que pasaban armas y
municiones por la frontera, y esto era suficientemente para hacer del indefendible
pueblo uno de los puntos de partida más importantes de las operaciones carlistas.
Cada vez que se acercaba el enemigo, los voluntarios de Carlos VII destacados en
la aldea subían a las colinas para enfrentarse a ellos si se sentían lo
suficientemente fuertes; de lo contrario, marchaban a lo largo de la frontera
francesa a Peña Plata y a otros refugios de montaña inaccesibles”.
Fuerte
No tardará demasiado tiempo en
establecerse una guarnición permanente en Arxuria, dotándola de unas
condiciones mínimas para su habitabilidad. A decir de partes oficiales
liberales, en marzo 1873 comenzaban las obras de fortificación en Peña Plata sin
grandes interferencias por parte de las columnas liberales que parecían no
desear entrar en confrontación en una situación desventajosa: “La columna
de Maldonado llegó una vez a Zugarramurdi con ánimo de atacar a Peña-Plata,
guarnecida solo por la partida navarra que mandaba el comandante Martinez y la
escolta de la diputación de Guipúzcoa que mandaba don Manuel Velez, pero después
de pasar cuatro días, no se atrevió a lanzarse al ataque por no exponerse a una
derrota segura”.
Algunos diarios de Madrid, como "La Iberia", se mostrarán notablemente críticos con la aparente inoperancia de las tropas gubernamentales frente a los trabajos de fortificación en Peña Plata, cargando sus tintas en
contra del general Ramón Nouvilas Rafols como General en Jefe del Ejército del Norte.
En su número del 29 de mayo de 1873 se pregunta el columnista: “El general
Nouvilas […] dice en una carta que ha escrito a Madrid con fecha 24 que hace
tres meses que los carlistas se están fortificado en Peña de la Plata. Pues
¿qué ha hecho el general en jefe en tanto tiempo como lleva de jefatura?”.
Tropas liberales. Modificado de Biblioteca Foral de Bizkaia |
Sin injerencias por parte del
ejército enemigo, los carlistas habían encontrado un lugar perfecto de
salvaguarda, además de un punto clave para facilitar el contrabando, como contará Francisco Hernando: “El gran
servicio que hacía Peña-Plata a los carlistas, era favorecer el contrabando de
guerra. […]; de ella salían todas las noches diez a doce hombres ágiles,
resueltos y conocedores del país, que bajando por los peñascos se internaban en
Francia, recogían fusiles y se volvían con ellos sin que nadie los viera. Así
entraban cada noche de diez a doce armas, y así, aunque el gobierno francés se
empeñase y multiplicase sus agentes, no conseguía evitar el contrabando”.
La acumulación de tropas y
materiales pronto precisó el aumentar los sistemas de defensa y habitabilidad
del lugar. Según publicará el diario "El Pensamiento Español", en junio de 1873 las
obras de fortificación no fueron improvisadas, sino que respondieron a una comisión de
prohombres que incluían a los máximos representantes de las Diputaciones “a guerra”
de Guipúzcoa y Navarra: “El general D. Joaquín Elio, ministro de !a Guerra, fue
el que pensó en las fortificaciones do Peña Plata, reuniendo para ello en una
comisión a los señores D. Miguel Dorronsoro, como representante de Guipúzcoa,
D. Joaquín Marichalar, representante de Navarra, y el valeroso y distinguido
comandante del ejército carlista, D. Angel Martínez. Este levantó el plano de
todos los trabajos, auxiliado por el ingeniero D. Gervasio Unsain, y por los
señores diputados, que además proporcionaron los recursos.
Hoy Peña Plata es una posición inexpugnable, con caminos cubiertos y bien defendidos, con un cuartel en que se albergan cómodamente 400 hombres, con una gran cárcel, varios fortines y un polvorín, con magníficos manantiales de agua potable, almacenes de víveres, etc., todo perfectamente combinado. Los soldados han trabajado sin cesar, muy convencidos de la importancia da esos trabajos. Los jefes y los oficiales se han convertido en sobrestantes, soportando todas las fatigas, y distinguiéndose entre todos Dorronsoro, por su enérgica resolución y por la fortaleza con que ha resistido la intemperie por semanas y semanas”. Por último, en su zona más alta se levantó “un torreón en el que siempre estaba enarbolada la bandera real”, que hizo las delicias de legitimistas.
Hoy Peña Plata es una posición inexpugnable, con caminos cubiertos y bien defendidos, con un cuartel en que se albergan cómodamente 400 hombres, con una gran cárcel, varios fortines y un polvorín, con magníficos manantiales de agua potable, almacenes de víveres, etc., todo perfectamente combinado. Los soldados han trabajado sin cesar, muy convencidos de la importancia da esos trabajos. Los jefes y los oficiales se han convertido en sobrestantes, soportando todas las fatigas, y distinguiéndose entre todos Dorronsoro, por su enérgica resolución y por la fortaleza con que ha resistido la intemperie por semanas y semanas”. Por último, en su zona más alta se levantó “un torreón en el que siempre estaba enarbolada la bandera real”, que hizo las delicias de legitimistas.
Artillería. Modificado de Biblioteca Foral de Bizkaia. |
Del otro cañón no hay muchas noticias, y al igual que el que aportó Tirso, parecía también más encaminado a "adornar" que a defender. El oficial Antonio Brea hablará sobre la presencia de artillería de "calibre irregular" en el ejército carlista comentando: "Sólo existió uno de calibre irregular, de hierro, forjado por un antiguo maestro de la Fábrica de Trubia, y que apenas tuvo ocasión de probarse por hallarse mal centrado. Otro había también en Peñaplata, y otro en Vera, para calibrar proyectiles".
Inauguración
Para finales de mayo de 1873 la primera
gran fortificación carlista de la última confrontación, el Real Fuerte de Peña Plata, estaba finalizada. Ante el estupor liberal en Madrid, no contentos los
carlistas con fortificarse en un risco de la frontera internacional, artillarlo
y hacer ondear una bandera que desafiaba al estado nacional imperante, tuvieron
que hacerse eco de los festejos que el 1 de junio se realizaron para celebrar la
finalización de las obras. Nicolas Thieblin relatará: “Era natural que un
bastión de estas características tuviera una importante repercusión y que algún
tipo de festejo tuviera lugar al finalizar las obras. Y así ocurrió. La
ceremonia de consagración del fuerte, y de izar la bandera en su primera
fortaleza, fue todo un acontecimiento entre los carlistas en Urdax, Zugarramurdi
y alrededores. Se celebró una gran misa, se pronunciaron discursos, se
dispararon cañones durante todo el día y se ofreció un banquete para el cual se
trajeron vino y provisiones de Bayona y San Juan de Luz, y tan libremente los oficiales
disfrutaron de estos lujos, que los rastros de la fiesta se notarían incluso al
día siguiente, en el aspecto de algunos de ellos”.
Entre los invitados obligados a
los fastos se encontraban numerosos soldados liberales presos, que habían
quedado en poder de los carlistas tras la victoria de Eraul en mayo, y a los
que se sumarían los encarcelados tras la de Udave a finales del mes de junio: “El
general Elio se ha coronado de gloria y lo mismo los demás jefes y tropa.
Republicanos muertos bastantes. Heridos muchos más. Dos cañones cogidos y 200
prisioneros que pasaron por Ororbia en dirección a Peña Plata" (La Esperanza,
26-6-1873).
Desde Madrid se clamaba poner fin
a la ocupación carlista de Peña Plata, enfrascándose los columnistas de los
diarios en disquisiciones estratégicas sobre la mejor forma de obrar o
aportando opiniones personales de militares que expresaban su convencimiento
del éxito de la empresa. Así, el diario "La Regeneración" escribirá el 11 de julio de 1873: “El Sr. González Tablas […] cree firmemente que el día
en que el general en jefe del ejército del Norte se decida a atacar aquella
posición, caería en su poder los tres (sic) cañones con que ha artillado la
Peña de la Plata, el ministerio de la guerra que allí tienen establecido y la
inmensa bandera que ondea en la misma frontera, y que hace dudar a los
franceses si hay o no República en España”. O como la opinión recogida en el
diario "La Esperanza" del 12 de julio donde: “Un antiguo jefe del ejército que
conoce prácticamente las condiciones especiales de la guerra de Navarra, nos
escribe para manifestarnos su extrañeza de que el Gobierno no distribuya las
numerosísimas fuerzas del ejército del Norte de una manera más conveniente,
enviando una columna de cinco batallones a las cinco villas de Echalar, Lesaca,
Yanci, Arancha y Vera, cuya ocupación, verificada ya la de Baztan, traería
necesariamente el abandono de la posición carlista de Peña Plata, que tanto ánimo
da a las facciones españolas, a los legitimistas franceses y a los
contrabandistas de ambas naciones”.
Ramón Nouvilas. Modificado de Biblioteca Virtual del Patrimonio |
Nouvilas solicitaba a Madrid más tropas y material, obligado a configurar sus columnas con retazos de todos los cuerpos oficiales de los que disponía: tropas regulares, carabineros, miqueletes, guardia civil,… . En su afán por pacificar la frontera vasco-navarra con Francia comenzó a tomar decisiones notablemente ineficaces y cuestionadas. Así, en Navarra se ordenó la voladura de puentes que entorpecieron más a los liberales que a los propios carlistas y se dejaron en manos rebeldes buenas fortificaciones al recibir sus guarniciones orden de abandonarlas. A decir de Antonio Brea, Nouvilas fue “el ingeniero que más hizo por los carlistas”.
Consolidación
Mientras un embrionario ejército
carlista se iba haciendo dueño de las provincias forales ante la impotencia del
ejército y fuerzas de seguridad liberales, Peña Plata, citada ya como
“auténtica fortaleza”, se mostraba como una de las claves para la consolidación
de las opciones carlistas. Así, "el Pensamiento Español", reflejaba en su edición
del 10-6-1873: “Las facciones de las provincias navarrovascongadas toman cada
ver mayor incremento. […]. Grupos de carlistas sin armas se dirigían ayer a
Peña de Plata a recibir fusiles y municiones”. Por su parte, en "La Iberia" en su número del 12 de junio de 1873 indicaba que “los carlistas
tienen ocupadas las fronteras francesas, y con admirable libertad introducen
armas, reclutas y municiones de boca y guerra; han mejorado las fortificaciones
hechas por ellos en Peña de Plata, entre Zugarramundi y Echalar. En
Zugarramundi fabrican cartuchos y en Vera funden proyectiles”.
A finales de ese mes los diarios
se hacían eco de del bloqueo al que ya someten los carlistas a la población de
Elizondo, capital de Baztan, y de presentar una férrea disciplina militar, en
las antípodas de las tropas liberales, que muestran una frecuente y visible insubordinación:
“He oído hablar grandes elogios de la bravura con que se baten los soldados de
la República, y si saliese un hombro de genio que pudiera sujetarlos a la más
severa disciplina, pondrían, acaso, en grave aprieto a los carlistas. Estos, por
el contrario, tienen la ordenanza militar en todo su vigor, y ayer he visto
entrar, en la prevención con la mayor humildad a diez o doce voluntarios a
quienes sorprendió un oficial jugando a la carleta” (El Pensamiento Español, 4-7-1873).
Por otro lado, Peña Plata se había
convertido en un polo de atracción de simpatizantes deportados y legitimistas:
“Llegan aquí (Peña Plata) diariamente muchos escapados de Canarias y también
hoy se ha presentado un oficial francés de caballería que marcha a unirse a las
fuerzas de Elío” (El Pensamiento Español 4-7-1873).
También entre los propios voluntarios de las provincias limítrofes, el llegar a Peña Plata era el primer paso para entrar a formar parte del ejército de D. Carlos, tal y como afirmaba el veterano Francisco Garmendia al Padre Apalategui: “Soy natural de Lazcano. Salimos de casa y nos fuimos a Peña Plata. Dorronsoro tenía allí tres compañías, y yo en la segunda, con Pío Zatarain, anduvimos para arriba y para abajo”, apostillando que en “Peña Platan polbora zaku gañean lo egiten genun (En Peña Plata dormíamos sobre sacos de pólvora)". Y en el mismo sentido, el Diputado carlista Miguel Dorronosoro hará referencia a este hecho en sus cartas, apostillando la dificultad para dotarles de fusiles: "Aquí (a Peña Plata) llega mucha gente desarmada, no se cuando podremos armarla".
También entre los propios voluntarios de las provincias limítrofes, el llegar a Peña Plata era el primer paso para entrar a formar parte del ejército de D. Carlos, tal y como afirmaba el veterano Francisco Garmendia al Padre Apalategui: “Soy natural de Lazcano. Salimos de casa y nos fuimos a Peña Plata. Dorronsoro tenía allí tres compañías, y yo en la segunda, con Pío Zatarain, anduvimos para arriba y para abajo”, apostillando que en “Peña Platan polbora zaku gañean lo egiten genun (En Peña Plata dormíamos sobre sacos de pólvora)". Y en el mismo sentido, el Diputado carlista Miguel Dorronosoro hará referencia a este hecho en sus cartas, apostillando la dificultad para dotarles de fusiles: "Aquí (a Peña Plata) llega mucha gente desarmada, no se cuando podremos armarla".
El 16 de julio de ese año, Carlos
VII, volverá a pisar el suelo sobre el que aspiraba gobernar, siendo saludado
por el estampido de los cañones Peña Plata mientras era aclamado por su ejército
y una población entregada en el pueblo de Zugarramurdi. No pudo faltar en la
apretada agenda del monarca ascender por los incómodos caminos hasta el
baluarte que había posibilitado, al menos en parte, su retorno: “El rey empleó la tarde en visitar
la fortaleza de Peña Plata, con su fábrica de pólvora, cuarteles y
fortificaciones, construido todo en pocos días. Allí había multitud de
prisioneros republicanos; S.M. departió con ellos, subyugando con la dulzura de
su palabra a todos. Muchos pidieron que les admitiera a su servicio; los demás
fueron puestos en libertad, sin condiciones […]” (El Pensamiento Español, 22-7-1873).
El fuerte de Peña Plata será una
constante en todas las crónicas de aquellos meses. Un elemento de cita frecuente
del que se escribirá y fabulará, hasta desdibujar por completo su fisonomía
real. No será hasta el 24 de julio de 1873 cuando el tradicionalista
Pensamiento Español, publique una extensa crónica periodística sobre la
realidad de “esa tan manoseada «Peña de Plata,» que cada cual pinta a su manera”.
Comenzaba el periodista su relato
haciendo hincapié en las distintas y diferentes versiones que circulaban sobre
el renombrado fuerte: “Está llamando mucho la atención de cuantos se ocupan de
la lucha fratricida de que es teatro principal el país vasco-navarro el fuerte
carlista que, con el poético y legendario nombre de Peña de Plata, constituye,
a juicio de la generalidad, baluarte inexpugnable del que sacan los carlistas
sus principales recursos de armas, merced a su inmediación a la frontera
francesa, al propio tiempo que seguro asilo para sus heridos, taller de fábrica
y recomposición para sus armas y municiones, depósito de víveres y asiento de
la diputación a guerra de la provincia de Guipúzcoa, de la cual, por cierto no
forma parte integrante. Lugar tan principal, centro de tantas y tan
trascendentales operaciones, fácil es concebir a qué esfuerzos de imaginación ha
de prestarse para cuantos lo han visitado, o suponen, cuando menos, haberse
hallado en sus cercanías”.
El cronista, hospedado en Sara,
expresaba “un cierto temor de no salir del recinto fortificado una vez en él,
no porque yo creyese de los carlistas tan dados a atropellos, como suponen sus
enemigos, uno porque un español que penetraba allí por para curiosidad, podía
muy bien parecer sospechoso. Mas cuando me vi en Sara y trabé conversación de
sobremesa de cena, asaz mediana, con dos personajes, que como verán mis
lectores, me fueron al día siguiente de gran utilidad, y para uno de los cuales
traía recomendación, mis temores y propósitos desaparecieron. Supe que los carlistas
permitían visitar su fuerte sin obstáculo alguno, y que con nadie se metían”. La
buena aceptación de observadores y cronistas por parte de los carlistas fue una
constante a lo largo de toda la guerra, en el objetivo de mostrar una imagen más
amable que la que describían sus detractores. Tras hacerle “desechar todo
temor”, y "ante su promesa de acompañarme decidimos salir al día siguiente a
las seis para llegar a las diez al alto, que no son menos de cuatro horas de
penosa subida a pie las que se necesitan desde Sara a la cima de la hermosa
roca”. Con un guía de 72 años "ex-cabo de aduaneros" y "el francés a quién yo estaba recomendado y tanto me animó la víspera", el periodista se enfrentó al ascenso a Peña Plata, A decir del mismo, "era el francés un excelente cicerone y agradabilísimo sujeto;
avecindado en Sara desde que llegó de Méjico, donde formó un pequeño peculio”.
En relación con la identificación de este guía "francés y excelente cicerone", el historiador Alberto Santana nos comunica que pudo tratarse de "Antonio de Palacio Montehermoso, padre de Alberto de Palacio Elissague, el arquitecto del Puente Colgante" de Portugalete. "[...] Había vuelto de México con dinero de una mina de plata de Jalisco, para casarse con Stephanie Elissague Lahetjuran, hija del boticario de Sara. En los 70 había abierto una mina en las faldas de Peña Plata y conocía perfectamente todos los senderos de la zona". Resulta llamativo que el periodista le citase como "francés" cuando Alberto era oriundo en las Encartaciones de Bizkaia. Es plausible el pensar que el encartado no desease verse involucrado directamente en el conflicto, que a bien pudiera traer nefastas consecuencias para su familia o negocios; por lo que para evitar cualquier sospecha de colaboración se añadió a su anonimato un origen "francés".
En relación con la identificación de este guía "francés y excelente cicerone", el historiador Alberto Santana nos comunica que pudo tratarse de "Antonio de Palacio Montehermoso, padre de Alberto de Palacio Elissague, el arquitecto del Puente Colgante" de Portugalete. "[...] Había vuelto de México con dinero de una mina de plata de Jalisco, para casarse con Stephanie Elissague Lahetjuran, hija del boticario de Sara. En los 70 había abierto una mina en las faldas de Peña Plata y conocía perfectamente todos los senderos de la zona". Resulta llamativo que el periodista le citase como "francés" cuando Alberto era oriundo en las Encartaciones de Bizkaia. Es plausible el pensar que el encartado no desease verse involucrado directamente en el conflicto, que a bien pudiera traer nefastas consecuencias para su familia o negocios; por lo que para evitar cualquier sospecha de colaboración se añadió a su anonimato un origen "francés".
El ascenso al monte en un
caluroso día, “cubierto de robles y castaños y tapizado de gigantescos helechos,
con alguna que otra casería mal sembrada”, le llevó a rodear un pequeño pico
llamado Acoca (sic), “a cuyo pie hallamos un destacamento francés del 34 de linea,
más ocupado en dormir sobre la paja de un establo, que en vigilar la frontera.
[…] Entretanto íbamos avanzando, eran las diez y nos hallábamos en la vertiente
Sur, medio achicharrados, llegando a un caserío tristemente célebre por un
crimen cometido en él hace menos de un año; es el último del monte, y a los
pocos pasos encontramos los mojones de la frontera, […]”.
Fue en ese momento cuando se
toparon con las avanzadas carlistas: “Sobre la misma frontera, a pocos pasos de
los mojones, se encuentran seis avanzadas carlistas, amparadas en casetillas de
madera y compuestas de cuatro ó seis hombres y con centinela. En general se
reducía su uniforme a una boina con placa y en algunos se ven levitones azules;
la mayor parte eran muy jóvenes. Penetrando ya en España, seguimos subiendo con
rapidez y no siempre con facilidad por una pendiente empinada en que se
dibujaba, por entre las hierbas y piedras de aquel desnudo monte, una mal
trazada senda, que seguimos hasta una meseta situada en dirección del Este,
sobre él eje mismo de la división, al pié de la masa de rocas de unos 60 metros
de elevación que constituye la casi inexpugnable cumbre ocupada por los
carlistas”.
Comienza entonces la descripción
de las estructuras allí construidas y que constituyen parte del baluarte
defensivo: “En dicha meseta, donde han hecho unas fortificaciones que como
todas las demás son sencillísimas y no consisten más que en un pequeño foso con
un vallado de tierra de un metro de altura, aspillerado en algunos trozos y
sustituido a veces por paredes bajas de piedras sin cemento, está una gran
barraca que pudiéramos llamar el principal en el que a nuestra llegada
almorzaban unos 20 hombres sentados en derredor de una sabrosa olla salpicada do
trozos de carne y judías; tenían también botas de vino en abundancia. Con ellos
estaba su capitán, M. Dufour, de San Juan de Luz, hombre de unos 35 años, alto
y con barba, mellado y desgarbado como buen vascongado. Mandaba aquel día el
puesto por ausencia del jefe Martínez, y se prestó amablemente a enseñarnos
toda la ciudadela, dándonos cigarros y haciéndonos beber agua con aguardiente
anisado”.
Con el oficial al mando del
fuerte como cicerone, el periodista pudo recorrer todo el perímetro: “Con él
emprendimos la difícil subida del mogote o cumbre donde se halla el fuerte;
tuvimos que subir a gatas casi siempre, llegando a su fin a las doce en punto,
es decir, a las cuatro horas escasas de nuestra salida de Sara. La cima no es
llana, pues viene bajando desde el punto culminante, que como ya he dicho está
en Francia y en su extremo occidental; desciende suavemente unos 150 a 160
metros para caer luego con rapidez; la línea de demarcación está a unos cuatro
metros de la cima; la anchura de la meseta seré unos ocho metros, de modo que
todo el campo carlista se reduce a una superficie de 150 metros a lo mas de
largo por ocho de ancho. Fácilmente se deja entender cuán hábilmente elegida
está dicho posición. Colocada Peña de Plata (tomaremos el todo por la parte)
como un verdadero nido de águilas apoyado en la misma frontera, siendo una
clara violación de neutralidad, pues no es posible atacarla sin que las balas
caigan en Francia, viéndose, por lo tanto, este fuerte al amparo de la bandera
francesa; de acceso casi imposible por todos los lados de la montaña, no solo
garantiza a su guarnición de toda molestia, la asegura un refugio en Francia,
así como mantiene libre la comunicación con Zugarramundi, Sara y su comarca,
sino que domina todo paso de la parte española, al valle español también que se
extiende a seis pies y del que está en pacífica posesión.
Describamos ahora el mismo
fuerte. Junto a la frontera está la bandera española con una cruz latina roja
en el lugar del escudo de armas, flotando sobre una asta constituida por el
elevado tronco de un árbol, a cuyo pie hay una garita de madera y un centinela.
Al lado, un poco más abajo y apoyándose en la roca, está la primera barraca, de
madera como todas, cubierto el techo de tela embreada cuyo olor característico
le hace a uno creer que se halla embarcado cuando está en su interior; el suelo
es paja. Este casetón es la despensa no escasa, en verdad, a juzgar por las
muchas barricas con sus grifos dispuestos sobre bancos, como en las tiendas de
vinos, los sacos de provisión y los jamones y salazones que cuelgan del techo.
Después se encuentra la barraca
principal, asiento de la diputación, que es más pequeña y circular. En su
interior, que vimos gracias a la amabilidad de Mr. Dufour, que hizo traer las
llaves, hay un entarimado que corre a lo largo sobro el cual se veían siete u
ocho camas (es decir, mantas y jergones), y en la parte baja sacos de
municiones y cartuchería. Alrededor del palo que forma el centro de la tienda y
sostiene la techumbre, y en el cual se ve clavado un pequeño crucifijo de metal
y un cartelón que prohíbe fumar en aquel recinto, hay una mesa redonda de
madera tosca, un banquillo igual que corre rodeándola; en esta mesa, mesa verdaderamente
revuelta de papeles, gemelos de campaña, chismes de cartuchería, etc., es donde
trabaja Dorronsoro, a quien vimos luego paseándose con boina azul, chalina
blanca y un gran gaban.
Hay todavía dos grandes barracas
más, que sirven de cuadras para los soldados, y una mayor donde está la cantina
establecida por una graciosa navarra. No vimos por allá arriba do 70 a 80
hombres, más nos dijeron hallarse el resto en las Ventas y Zugarramurdi, donde,
con efecto, hallamos algunos a la vuelta. Habrá, pues, según cálculo aproximado,
unos 200 hombres. A continuación de la cantina, y en la misma barraca, está el
almacén de maderas, barriles, utensilios, herramienta, etc., de los trabajos de
fortificación. Vimos asimismo los famosos cañones, o sea dos pedreros
desmontados al lado de sus cureñas de madera. Nos dijo Mr. Dufour tenían
cañones de campaña en el llano, que también tenían médico y boticario, y
algunos enfermos de pulmonía, cosa nada extraña en aquella altura cubierta casi
siempre por las nieblas.
Modificado de "Blocaos, vida y muerte en Marruecos". Cortesía Jose Angel Brena |
El anónimo cronista terminará su relato
con un reflexivo pensamiento: “Por mi parte no hago comentario, siendo mi único
objeto fijar una relación exacta mi gratísimo paseo a aquella escarpada y
pintoresca roca, en que no sentí más impresión desagradable que la muy amarga
que producía en mi ánimo el considerar que aquellos preparativos de guerra y
aquellos robustos mozos no estaban en aquel peñasco para defender las fronteras
de su patria contra una invasión extranjera, no; era por desgracia gente que
luchaba dentro de su propio país. ¡Palpitante y triste testimonio de la guerra
que arruina a nuestra desolada patria, y a que, si no hemos todos directamente
contribuido, todos sufrimos cual justo castigo de la Divina Providencia, que
hace solidarias las naciones de las faltas de sus individuos!”.
Para el periodista, el "Real Fuerte" no pasaba de ser un modesto elemento de campaña donde predominaba la tierra, la madera y la lona. Ni planta poligonal, ni casamatas, ni caponeras, ni blindajes,... . Aspilleras: las justas, parapetos y foso; artillado con dos antiguallas de escasa utilidad bélica, más
encaminadas a producir ruido que bajas entre las tropas enemigas. La detallada descripción se aleja notablemente de la imagen idealizada de la única ilustración conocida que tenemos de Peña Plata, donde se muestra un reducto completamente conformado de piedra, aspillerado y techado con teja.
Diputaciones "a guerra"
Sin olvidar la importancia del trabajo administrativo para el sostenimiento de las acciones armadas, en Peña Plata se había estableció de forma oficial y, en espera de ser trasladada a lugares más idóneos para realizar sus labores burocráticas, las Diputaciones guipuzcoana y navarra “a guerra”.
La Diputación General de Guipúzcoa “a guerra”, con Miguel Dorronsoro y Ceberio a la cabeza, fue un huésped obligado de las incomodas dependencias de Peña Plata. No hay que olvidar, que dentro del incipiente Estado Carlista que se estaba consolidando, eran precisamente estas instituciones las que soportaban y gestionaban todos servicios necesarios para el sostenimiento de sus propios batallones y de la población civil en su territorio. De la ingente actividad que desarrollo D. Miguel en su etapa de “destierro” en Peña Plata, tenemos muestras en el gran número de cartas firmadas por su persona consultables en el Archivo Histórico de Euskadi.
Tras cruzar la frontera a principios de 1873, Dorronsoro había comenzado una ardua tarea de coordinación con el que iba a ser Comándate General de su provincia, Antonio Lizarraga Esquiroz. D. Miguel, sin poder todavía pasar a su provincia natal, se vio condenado a un periplo administrativo que le llevó por distintas poblaciones navarras, haciendo que localizaciones como Zugarramurdi, Etxalar, los Altos de Etxalar o Bordas de Echalar, fueran encabezamientos de muchas de sus cartas, antes de trasladarse a Peña Plata.
A partir del 10 mayo de 1873, Dorronsoro realizará sus labores administrativas desde los riscos del Arxuria. Sin embargo, y a pesar del gran trabajo que realizó en la tienda circular que hacía las veces de asiento de Diputación, D. Miguel no estaba “cómodo” en aquellas alturas, que, a fin de cuentas, eran navarras. En sus escritos se evidencia que deseaba fervientemente trasladarse con todos sus efectos y materiales a tierras guipuzcoanas, específicamente a los altos de Aritxulegi: “[…] Yo deseo también salir de aquí a la provincia y por muchas razones. He enviado a Arichulegui un inteligente para estudiar aquel punto y fijarse en los que se pueda establecer la fábrica de pólvora y los talleres de armería con los de cartuchería pues es indispensable hacer algo para trasladar lo que hay aquí […]”.
Sin embargo, existía un notable escollo para ese tránsito, ya que Aritxulegi estaba controlado por el cura Santa Cruz y sus muchachos. La lucha intestina que se estaba produciendo entre el estamento militar oficial carlista de Guipúzcoa, encabezado por Antonio Lizarraga y el carismático Santa Cruz, se estaba enquistando a medida que el jefe de partida decidía hacer la guerra bajo los parámetros de su más que discutible “ética militar”. Ante el cariz que tomaba el asunto, Dorronsoro manifestará desde Peña Plata un 4 de julio, la necesidad que el Rey se manifestara sobre el tema: “[…] Su voz bastaría, no lo dudo, para concluir este conflicto, inutilizando completamente a Santa Cruz, […]”, dado que “el rompimiento entre las fuerzas de Guipúzcoa y las que obedecen a Santa Cruz es inminente”.
No siempre las relaciones entre el famoso cura de Hernialde y el diputado foral habían sido tirantes. Antes de caer en desgracia a ojos de sus correligionarios, Santa Cruz había realizado un espléndido trabajo ayudando a Dorronsoro en la delicada tarea de esconder alijos de armas “en puntos convenientes para que los voluntarios las hallaran a mano, al sonar la hora crítica del alzamiento”. A decir de Tirso Olazabal: “Ignoro si el diputado General conocía, anteriormente a estos sucesos, al humilde párroco de Hernialde, cuyo nombre alcanzó, poco después gran notoriedad, o si Santa Cruz se presentó espontáneamente a ofrecerle sus servicios; en todo caso, fue utilísima su cooperación en aquellas circunstancias”.
Lamentablemente, los excesos del cura acabaron por dilapidar cualquier atisbo de relación que pudiera existir entre ambos, llegando a escribir Dorronsoro respecto a su antiguo colaborador en julio de 1873 tras los sucesos de Endarlaza: “Santa Cruz es hoy el peor enemigo de la causa, […] un miembro podrido de la comunión católico-monárquica” y tachando al cura de “hombre vulgar y oscuro”. La caída en desgracia de Santa Cruz tendrá un efecto negativo para la salida de Dororonsoro de Peña Plata, ya que conociendo el carácter del cura y, a sabiendas del "fácil gatillo" de algunos de los hombres que le acompañan, acabará temiendo por su integridad física. Además, no era ningún secreto que Santa Cruz anhelaba tomar posesión del fuerte de Peña Plata y de lo que allí se almacenaba. Todo ello llevará a D. Miquel a permanecer entre la aparente seguridad de los fosos de Peña Plata, protegido de forma permanente por la Escolta de la Diputación. En una carta fechada en 19 de julio comentará a Lizarraga: “[…] sentí me pidiera Usted en el tono dicho mi Escolta, sabiendo que no puedo abandonar en el momento esta Peña por las cosas que tengo, ni quedarme solo en ella andando tan cerca la gente que Usted sabe […]”.
A pesar de todos los escollos Dorronsoro trabajará de forma incansable para nutrir a Lizarraga de todo lo necesario. En su correspondencia, prácticamente diaria con el general, se tratarán numerosos temas, desde la provisión y almacenamiento de fusiles Chassepots, carabinas giratorias del 16 y 24, Hallen (sic) y Remingtons, pasando por la solicitud del siempre escaso dinero, así como municiones, pantalones, camisas caballos, etc. Tampoco faltarán palabras relativas a la necesidad de rodearse de confidentes de confianza o a la eterna suspicacia interterritorial que afectaba al ejército carlista, como así se demuestra en una carta fechada de 8 de junio: “[…] ruego a Usted encarecidamente que tenga la bondad de no hacer, al menos hasta que nos veamos, novedad en el mando del Batallón. […] Por Dios no se rodee Usted demasiado de castellanos.”
Además, con una notable visión militar y previsión logística, el Diputado convirtió parte de las estancia de Peña Plata en fábrica de pólvora y taller de armas para la recarga de los costosos cartuchos metálicos. Y todo ello, sin descuidar sus deberes forales, escribiendo y firmando varias e importantes circulares para ser distribuidas por Guipúzcoa, con el objetivo de proceder a la recaudación de fondos, mediar en el alistamiento de mozos y se sus posibles exenciones o a ajustar cuentas con las corporaciones municipales no comprometidas con la causa.
Imprenta
Miguel Dorronsoro y Ceberio. Modificado de FPEV Fondo Daniel Insausti. Cortesía Victor Sierra-Sesúmaga |
Tras cruzar la frontera a principios de 1873, Dorronsoro había comenzado una ardua tarea de coordinación con el que iba a ser Comándate General de su provincia, Antonio Lizarraga Esquiroz. D. Miguel, sin poder todavía pasar a su provincia natal, se vio condenado a un periplo administrativo que le llevó por distintas poblaciones navarras, haciendo que localizaciones como Zugarramurdi, Etxalar, los Altos de Etxalar o Bordas de Echalar, fueran encabezamientos de muchas de sus cartas, antes de trasladarse a Peña Plata.
A partir del 10 mayo de 1873, Dorronsoro realizará sus labores administrativas desde los riscos del Arxuria. Sin embargo, y a pesar del gran trabajo que realizó en la tienda circular que hacía las veces de asiento de Diputación, D. Miguel no estaba “cómodo” en aquellas alturas, que, a fin de cuentas, eran navarras. En sus escritos se evidencia que deseaba fervientemente trasladarse con todos sus efectos y materiales a tierras guipuzcoanas, específicamente a los altos de Aritxulegi: “[…] Yo deseo también salir de aquí a la provincia y por muchas razones. He enviado a Arichulegui un inteligente para estudiar aquel punto y fijarse en los que se pueda establecer la fábrica de pólvora y los talleres de armería con los de cartuchería pues es indispensable hacer algo para trasladar lo que hay aquí […]”.
Sin embargo, existía un notable escollo para ese tránsito, ya que Aritxulegi estaba controlado por el cura Santa Cruz y sus muchachos. La lucha intestina que se estaba produciendo entre el estamento militar oficial carlista de Guipúzcoa, encabezado por Antonio Lizarraga y el carismático Santa Cruz, se estaba enquistando a medida que el jefe de partida decidía hacer la guerra bajo los parámetros de su más que discutible “ética militar”. Ante el cariz que tomaba el asunto, Dorronsoro manifestará desde Peña Plata un 4 de julio, la necesidad que el Rey se manifestara sobre el tema: “[…] Su voz bastaría, no lo dudo, para concluir este conflicto, inutilizando completamente a Santa Cruz, […]”, dado que “el rompimiento entre las fuerzas de Guipúzcoa y las que obedecen a Santa Cruz es inminente”.
No siempre las relaciones entre el famoso cura de Hernialde y el diputado foral habían sido tirantes. Antes de caer en desgracia a ojos de sus correligionarios, Santa Cruz había realizado un espléndido trabajo ayudando a Dorronsoro en la delicada tarea de esconder alijos de armas “en puntos convenientes para que los voluntarios las hallaran a mano, al sonar la hora crítica del alzamiento”. A decir de Tirso Olazabal: “Ignoro si el diputado General conocía, anteriormente a estos sucesos, al humilde párroco de Hernialde, cuyo nombre alcanzó, poco después gran notoriedad, o si Santa Cruz se presentó espontáneamente a ofrecerle sus servicios; en todo caso, fue utilísima su cooperación en aquellas circunstancias”.
Cura Santa Cruz. Modificado de Museo de Zumalakarregi |
A pesar de todos los escollos Dorronsoro trabajará de forma incansable para nutrir a Lizarraga de todo lo necesario. En su correspondencia, prácticamente diaria con el general, se tratarán numerosos temas, desde la provisión y almacenamiento de fusiles Chassepots, carabinas giratorias del 16 y 24, Hallen (sic) y Remingtons, pasando por la solicitud del siempre escaso dinero, así como municiones, pantalones, camisas caballos, etc. Tampoco faltarán palabras relativas a la necesidad de rodearse de confidentes de confianza o a la eterna suspicacia interterritorial que afectaba al ejército carlista, como así se demuestra en una carta fechada de 8 de junio: “[…] ruego a Usted encarecidamente que tenga la bondad de no hacer, al menos hasta que nos veamos, novedad en el mando del Batallón. […] Por Dios no se rodee Usted demasiado de castellanos.”
Además, con una notable visión militar y previsión logística, el Diputado convirtió parte de las estancia de Peña Plata en fábrica de pólvora y taller de armas para la recarga de los costosos cartuchos metálicos. Y todo ello, sin descuidar sus deberes forales, escribiendo y firmando varias e importantes circulares para ser distribuidas por Guipúzcoa, con el objetivo de proceder a la recaudación de fondos, mediar en el alistamiento de mozos y se sus posibles exenciones o a ajustar cuentas con las corporaciones municipales no comprometidas con la causa.
Imprenta
El verano carlista de 1873,
constituyó un punto de inflexión para el devenir de las pretensiones carlistas.
De un estado de latencia defensiva, donde el organizarse y armarse fueron objetivos
fundamentales, se pasó al ataque haciéndose con el control de prácticamente la
totalidad de los territorios forales. Comenzaba el estrangulamiento de las
grandes ciudades, como únicos vestigios del sostenimiento del estado liberal en
el territorio vasco-navarro: "El país, [...] se declara afecto a la bandera que ondea triunfante desde Peña Plata á la Ribera del Ebro, desde los altos Pirineos a las orillas del Turia" (El Cuartel Real, 21-11-1873).
Si bien su aspecto exterior no
parecía corresponderse con la importancia que las crónicas carlistas y
liberales le dispensaban, el Real Fuerte de Peña Plata siguió creciendo en esa
etapa como centro logístico, burocrático y propagandístico. Según la prensa
liberal, además de los diputaciones navarra y guipuzcoana, entre sus lonas y
muros de piedra se asentó “el Ministerio de Guerra Carlista” (La Discusión, 17-8-1873).
En aquel verano llegaría también
el primer número del Cuartel Real. Fechado el 23 de agosto, abría su edición insertando el manifiesto de D. Carlos escribió a Alfonso de Borbon:
“Aunque conocido el notable documento que a continuación insertamos, creemos de
nuestro deber reproducirlo en el primer número del Cuartel Real, para que los
españoles todos sepan que es lo que quiere y propone el joven y esclarecido
Príncipe que en estos momentos, al frente de su leal y aguerrido ejército,
pelea denodada y heroicamente por conquistar la corona que ciñeron
legítimamente sus antepasados […]”. Todo el material de imprenta había sido
subido al fuerte para comenzar a editar el periódico que a decir de los
cronistas militares liberales, “llenaba las funciones de diario oficial, pero
la historia no debe acoger como ciertos sus datos y noticias sin previo
análisis serio, especialmente en el último semestre de su existencia, ni aun
sus partes oficiales, porque generalmente no merecen crédito”.
Tras la impresión de los 5 primeros
números, la imprenta salió en dirección a un territorio menos agreste, pasando
un tiempo en el corazón de la Corte Carlista en Estella, para cerrar su
objetivo propagandístico en la villa de Tolosa un 19 de febrero de 1876. El Conde de Melgar, redactor del diario durante su estancia en esta última villa, escribirá en sus memorias: “El diario oficial carlista siguió publicándose hasta el último día
en que entraron las tropas alfonsinas en Tolosa, de donde saqué yo todo el
material en una carreta de bueyes, yendo a enterrarlo en un caserío de Leiza”.
Al igual que el diario, con el
final del verano, Peña Plata también perdió parte de sus funciones
administrativas. Con libertad para establecerse en sus correspondientes provincias,
las Diputaciones a guerra que, hasta hacia bien poco únicamente se habían
sentido seguras en las escarpaduras de Arxuria, decidieron trasladar la gestión de
sus asuntos a edificios y zonas más acordes a la importancia de sus
actividades. Miguel Dorronsoro, con Santa Cruz fuera de juego y
las fuerzas guipuzcoanas unidas bajo un único mando militar, traslado primeramente la Diputación a Oñate (El Pensamiento español, 8-9-1873), que
seguiría su propio periplo dentro de la provincia foral pasando “luego a
Azpeitia y por fin a Villafranca”. La última carta de Dorronsoro en Peña Plata quedará fechada un 6 de agosto de 1873,
Tras el “abandono” de la imprenta
y de las Diputaciones, Peña Plata mantuvo su condición de centro logístico por el que seguían entrando y
almacenando importantes volúmenes de armas y pertrechos, ante la aparente
inoperancia de los gendarmes franceses y el consiguiente disgusto por parte del
gobierno de Madrid, tal y como expresa el diario "El Imparcial" el 22 de septiembre de 1874: “Siendo ya un hecho que la Francia va a adoptar el cartucho
metálico en lugar del do seda que hoy usa para el Chassepot, sería bueno saber
si la Francia considerará de aquí en adelante como contrabando de guerra la
plancha metálica de latón que en carros llevan diariamente de esta república a
la fábrica de cartuchos que tienen los carlistas en Urdax. Si, como debemos
esperar, la Francia declara contrabando de guerra dichas planchas metálicas,
seria cosa de exigir que cumpliera con un acto de justicia impidiendo que se
exportarán dichas planchas a España por la frontera de Dancharinea y la de Peña
de Plata, ocupadas hoy por los carlistas. Veremos si a fuerza de machacar
conseguimos que ésta república cumpla con los deberes de la neutralidad que
reclama su vecindad y que se ha impuesto al reconocer oficialmente al Gobierno
español”.
Presidio
Peña Plata había cumplido con
creces su papel como sustento de un estado y ejercito carlistas embrionarios y, al perímetro de sus fosos seguían
convergiendo armas, materiales y hombres, actuando como un punto seguro en la
retaguardia, así como residencia semipermanente de prisioneros.
Llegado un momento, el acumulo de
estos últimos huéspedes fue tan numeroso que los carlistas se vieron en la
obligación de ampliar sus estancias, tal y como divulgará "El Cuartel Real" a finales de septiembre de 1873: “Está ya casi terminado en Peña Plata un
edificio destinado a depósito de prisioneros y cuartel de infantería. La obra
se ha hecho con toda solidez con paredes de dos pies y medio espesor. Ocupa un
espacio de 100 pies de largo por 72 de ancho, dividido el edificio en dos
departamentos de iguales dimensiones. El destinado para prisioneros tiene tres
ventanas al interior con sus correspondientes rejas, lo que además de facilitar
la buena ventilación, sirve para la mejor vigilancia de los centinelas. Además,
se ha hecho una buena habitación para el oficial de guardia con todas las
comodidades posibles. Han llegado al depósito de Peña Plata tres prisioneros,
conducidos por fuerzas alavesas; uno de ellos pertenece a los peseteros que
manda el famoso Hereje, cuyas fechorías y sanguinaria conducta conoce toda
España” .
Incluso esta ampliación de dependencias de confinamiento parece que no fue suficiente. Un año después, los
columnistas liberales escribirán: “En el depósito de prisioneros que tienen los
carlistas en Peña-Plata se han declarado algunas enfermedades contagiosas a
consecuencia del gran número de aquellos que allí residen en malísimas
condiciones” (La Igualdad, 4-8-1874).
Pero no fueron únicamente
soldados y oficiales liberales los que “disfrutaron” de la acogida de los
edificios carcelarios y de las vistas privilegiadas de Peña Plata. No faltaron tampoco reclusos carlistas caídos en desgracia o descubiertos en flagrante acto
de espionaje. Entre ellos, destacará “Carlos María de Cardona, hijo del médico
de cámara de Carlos V, quien, siendo capitán agregado a la Secretaría de
campaña del Rey, le fue probado haber facilitado documentos secretos a la prensa
enemiga y a agentes extranjeros, por lo que fue condenado a muerte, e indultado
por Carlos VII en atención a sus antecedentes familiares, y condenado a prisión
perpetua”.
El acto de degradación del joven capitán que contaba con 23 años y “de aspecto no vulgar”, sucedido en un frío día de mediados de enero en la villa de Tolosa, convirtiéndose en un ejemplarizante episodio que el Cuartel Real se encargó de narrar con todo lujo de detalles: “[…] formaron las tropas el cuadro en la plaza Nueva de esta villa de Tolosa, y salió de la cárcel, de uniforme y sin espada, con la correspondiente escolta, el todavía capitán Cardona. Conducido por la calle de Arosteguieta, entró en el cuadro, donde ya se hallaba S.E., así como el fiscal, coronel D. Francisco Sánchez. Puesto de rodillas Cardona un paso delante de la magnífica bandera del batallón de Marquina, el secretario de la causa, capitán D. Hipólito Noarbe, procedió a la lectura de la sentencia, aprobación del indulto de S.M., y seguidamente el mayor de plaza, dando principio a la ceremonias de la degradación, dijo en alta voz: <La piedad generosa del Rey os concedió que delante de sus Reales banderas pudieseis cubrir vuestra cabeza con la boina, en el concepto de que vuestro honor podría hacerla digna de esta distinción; pero ahora su justicia manda que así se os quite>. En cuyo momento, el cabo de la escolta arrancó al acusado la boina, arrojándola con desprecio a la nieve y lodo sobre que continuaba de rodillas Cardona. <Esta espada, -continuó el mayor de plaza, teniendo en la mano la de Cardona- que ceñisteis para satisfacer, conservando vuestro honor, al que el Rey os hizo concediéndoos que contra sus enemigos la esgrimieseis en defensa de su Autoridad y Justicia, servirá, rota por la fealdad de vuestro delito, para ejemplo de todos y tormento vuestro>; y entregó la espada al cabo, que, rompiéndola contra su rodilla, arrojó al suelo sus pedazos. <Despójesele (continuó el mayor) de este uniforme que sirvió para equivocarle exteriormente con los que dignamente le visten para contribuir a la mayor exaltación de la gloria del Rey> y el cabo también desabrochó y despojó a Cardona del elegante dolmán que vestía, y como la boina y espada, lo arrojó al lodo. <Y pues la justicia de S. M. -dijo el mayor- no permite que el delito tan grave de este hombre quede sin castigo, llévesele a que le padezca su cuerpo>; la escolta entregó a otra que le esperaba al hasta entonces capitán y desde este momento ya presidiario Cardona, que inmediatamente, atado por los brazos a la espalda, emprendió, a la vista del público y de las tropas, su marcha por la carretera de Andoain para Peña de Plata, volviendo antes su espalda al sentenciado al toque destemplado de fajina”.
El acto de degradación del joven capitán que contaba con 23 años y “de aspecto no vulgar”, sucedido en un frío día de mediados de enero en la villa de Tolosa, convirtiéndose en un ejemplarizante episodio que el Cuartel Real se encargó de narrar con todo lujo de detalles: “[…] formaron las tropas el cuadro en la plaza Nueva de esta villa de Tolosa, y salió de la cárcel, de uniforme y sin espada, con la correspondiente escolta, el todavía capitán Cardona. Conducido por la calle de Arosteguieta, entró en el cuadro, donde ya se hallaba S.E., así como el fiscal, coronel D. Francisco Sánchez. Puesto de rodillas Cardona un paso delante de la magnífica bandera del batallón de Marquina, el secretario de la causa, capitán D. Hipólito Noarbe, procedió a la lectura de la sentencia, aprobación del indulto de S.M., y seguidamente el mayor de plaza, dando principio a la ceremonias de la degradación, dijo en alta voz: <La piedad generosa del Rey os concedió que delante de sus Reales banderas pudieseis cubrir vuestra cabeza con la boina, en el concepto de que vuestro honor podría hacerla digna de esta distinción; pero ahora su justicia manda que así se os quite>. En cuyo momento, el cabo de la escolta arrancó al acusado la boina, arrojándola con desprecio a la nieve y lodo sobre que continuaba de rodillas Cardona. <Esta espada, -continuó el mayor de plaza, teniendo en la mano la de Cardona- que ceñisteis para satisfacer, conservando vuestro honor, al que el Rey os hizo concediéndoos que contra sus enemigos la esgrimieseis en defensa de su Autoridad y Justicia, servirá, rota por la fealdad de vuestro delito, para ejemplo de todos y tormento vuestro>; y entregó la espada al cabo, que, rompiéndola contra su rodilla, arrojó al suelo sus pedazos. <Despójesele (continuó el mayor) de este uniforme que sirvió para equivocarle exteriormente con los que dignamente le visten para contribuir a la mayor exaltación de la gloria del Rey> y el cabo también desabrochó y despojó a Cardona del elegante dolmán que vestía, y como la boina y espada, lo arrojó al lodo. <Y pues la justicia de S. M. -dijo el mayor- no permite que el delito tan grave de este hombre quede sin castigo, llévesele a que le padezca su cuerpo>; la escolta entregó a otra que le esperaba al hasta entonces capitán y desde este momento ya presidiario Cardona, que inmediatamente, atado por los brazos a la espalda, emprendió, a la vista del público y de las tropas, su marcha por la carretera de Andoain para Peña de Plata, volviendo antes su espalda al sentenciado al toque destemplado de fajina”.
Pero a decir de la prensa liberal, no sólo de cárcel sirvieron
las barracas de Peña Plata, sino que la rumorología establecía que eran utilizadas como
depósito de oficiales liberales que se habían pasado al campo carlista,
argumentando que, dada la desconfianza que existía hacia sus personas por parte
de los carlistas, los preferían mantener a buen recaudo y bajo vigilancia. No tardó el Cuartel
Real en desmentir semejante rumor, convertido en noticia: "[…]. Todos, absolutamente
todos los jefes y oficiales que procedentes del otro ejército han venido a
nuestro campo, se hallan en servicio activo, […], porque mal se puede
desconfiar de quien abandona ventajas materiales que aquí no pueden
ofrecérsele, por venir a luchar a la sombra de una bandera que, si da mucha
honra, exige en cambio grandes sacrificios y más abnegación”.
Poco tiempo duraría la estancia del joven Cardona en los altos de Peña Plata, porque para entonces algunos
diarios ya vaticinaban que el signo de la guerra había cambiado: “El capitán carlista don
Carlos Cardona, […] condenado a sufrir en Peña Plata la pena la cadena
perpetua, como si Peña Plata hubiera de estar perpetuamente en poder de los
carlistas” (Crónica de Cataluña, 27/01/1876).
Nido del Águila
A finales de 1875, Peña Plata
volverá a ser citada como fortaleza inexpugnable, un postrero y perfecto refugio para la
regia figura de Carlos VII, al que la prensa liberal ya consideraba en
retirada: “Según noticias dignas de toda fe recibidas del campo carlista, el
día 23, don Carlos, no creyéndose seguro ni aun, en Irurita, ha dormido dos
noches en Peña de Plata, por temor a que movimiento de avance de nuestras
tropas por el puerto de Velate y a lo largo de la frontera. En cuanto a doña
Margarita, no parará mucho tiempo en España, pues ya las mismas cartas que
desde Elizondo escriben a el Cuartel Real empiezan a preparar el terreno para
que no sorprenda el día menos pensado a los insurrectos la fuga y retroceso a
Francia de su tersa majestad” (La Iberia, 28-9-1875). Ni que decir
tiene que el Cuartel Real desmintió la noticia en muy pocas palabra: “Es imposible imaginar estupideces de mayor calibre”. Puede que
Carlos VII no volviera a visitar su “Nido de Águila”, pero bien es verdad que a
la guerra le quedaba poco tiempo.
Final
En la entrada del año de 1876,
derrotadas las tropas carlistas del Centro y Cataluña, un inmenso ejército que
cuadruplica el número de efectivos carlistas que aún se mantenían en armas,
convergerá en una estrategia de tenaza hacia los territorios forales. Álava será la primera víctima. Le seguirá el
Señorío de Vizcaya, donde sus batallones en retroceso, plantarán cara por
última vez en su territorio en la batalla de Elgueta, antes de pasar
a Guipúzcoa para seguir huyendo o desaparecer. Tampoco en Navarra fueron bien las cosas,
pronto se perderá la zona media, quedando los valles del Norte, como últimas
posesiones carlistas.
Su asalto será narrado con la
épica obligada de aquellos que describieron una postrera defensa, aun siendo
plenamente conscientes de su futilidad, pero con el orgullo de haberse mantenido firmes en sus ideales: "[...] el enemigo, ocupó Las Tres Mugas y el alto del Centinela para estrellarse en Peña Plata cuya posición atacó desesperadamente durante doce horas sin conseguir romper la linea, pues en cuantas ocasiones llegaron los soldados liberales cerca de los carlistas con la esperanza de coronar en breve nuestros puestos, otras tantas veces eran denodadamente rechazados por nuestros infatigables voluntarios, [...]" Tampoco se quedarán atrás, aquellos que
describieron la acción bajo el prisma de valerosas tropas que se atrevieron a
encarar las pendientes que llevaban a los fosos y muros de la hasta entonces
inexpugnable fortificación.
Pieza musical recogida en 1944. Tomado del Fondo de Música Tradicional |
Con la pérdida del aquel símbolo de inexpugnabilidad, en aquella remota cima que haciendo las veces de frontera
internacional avivó durante meses la llama del carlismo, se puso prácticamente
fin a la presencia de Carlos VII en el suelo sobre el que aspiraba reinar y, con
ello, finalizó nuestra última Guerra Civil del siglo XIX.
No llores,
que me voy a Peña Plata niña,
no llores,
que llevamos los prisioneros de la partida
("De la guerra de 1870")
que me voy a Peña Plata niña,
no llores,
que llevamos los prisioneros de la partida
("De la guerra de 1870")
Actualidad
El estudio arqueológico de los fuertes de las guerras carlistas de Navarra ha sufrido un notable impulso gracias a los trabajos que ha encabezado en los últimos años el arqueólogo Iban Roldan Vergarachea; si bien, estas labores de conocimiento y puesta en valor no han llegado todavía a los valles y los altos que delimitan la frontera internacional y que se muestran notablemente prolíficos en este tipo de estructuras.
Del fuerte de Peña Plata únicamente contamos con descripciones como las realizadas en por Anton Arrieta en su libro “Euskalherriko forteak”, donde se identifican distintos restos de construcciones, trincheras y parapetos. En cualquier caso, es preciso destacar que la fisonomía del fuerte carlista se aleja notablemente de la única imagen de época que hemos podido localizar. Gracias a la detallada descripción que una anónimo cronista, sabemos que el Real Fuerte de Peña Plata estaba formado en 1873 por un conjunto de 4 barracas, una de ellas circular, donde predominaba la madera y las lonas embreadas para protegerse de la lluviosa meteorología de la zona. Estas barracas, algunas de ellas construidas "apoyándose en la propia roca", hacían las veces de despensa, cantina, almacén, fabrica de armas y pólvora asiento de Diputación, cuartel para oficiales y soldados, así como prisión militar. A juzgar por los restos visibles, las bases de los muros de carga de las barracas se utilizara una técnica constructiva de piedra seca, carente de argamasa, para rematar el resto de la construcción utilizando madera y lona. En cualquier caso, un sistema que muestra un carácter de fortificación de campaña.
Por terminar: algunos autores han definido a Montejurra como la "montaña sagrada del carlismo", dado su eminente simbolismo. Sin embargo, no es menos cierto que el desconocido Real Fuerte de Peña Plata, enrocado en la cima Axuria, constituyó un elemento de referencia, prólogo y epitafio, de las pretensiones de Carlos VII.
Agradecimientos: A Victor Sierra-Sesúmaga y Jose Angel Brena.
Actualización 29/12/2019: Gracias a una comunicación personal del historiador Alberto Santana, se incorpora información sobre la posible identificación del "francés" que acompañó al periodista del diario "Pensamiento Español" en su visita a Peña Plata.
El estudio arqueológico de los fuertes de las guerras carlistas de Navarra ha sufrido un notable impulso gracias a los trabajos que ha encabezado en los últimos años el arqueólogo Iban Roldan Vergarachea; si bien, estas labores de conocimiento y puesta en valor no han llegado todavía a los valles y los altos que delimitan la frontera internacional y que se muestran notablemente prolíficos en este tipo de estructuras.
Del fuerte de Peña Plata únicamente contamos con descripciones como las realizadas en por Anton Arrieta en su libro “Euskalherriko forteak”, donde se identifican distintos restos de construcciones, trincheras y parapetos. En cualquier caso, es preciso destacar que la fisonomía del fuerte carlista se aleja notablemente de la única imagen de época que hemos podido localizar. Gracias a la detallada descripción que una anónimo cronista, sabemos que el Real Fuerte de Peña Plata estaba formado en 1873 por un conjunto de 4 barracas, una de ellas circular, donde predominaba la madera y las lonas embreadas para protegerse de la lluviosa meteorología de la zona. Estas barracas, algunas de ellas construidas "apoyándose en la propia roca", hacían las veces de despensa, cantina, almacén, fabrica de armas y pólvora asiento de Diputación, cuartel para oficiales y soldados, así como prisión militar. A juzgar por los restos visibles, las bases de los muros de carga de las barracas se utilizara una técnica constructiva de piedra seca, carente de argamasa, para rematar el resto de la construcción utilizando madera y lona. En cualquier caso, un sistema que muestra un carácter de fortificación de campaña.
Por terminar: algunos autores han definido a Montejurra como la "montaña sagrada del carlismo", dado su eminente simbolismo. Sin embargo, no es menos cierto que el desconocido Real Fuerte de Peña Plata, enrocado en la cima Axuria, constituyó un elemento de referencia, prólogo y epitafio, de las pretensiones de Carlos VII.
Restos de una estructura circular en la cima del Arxuria. Foto del Autor. |
Actualización 29/12/2019: Gracias a una comunicación personal del historiador Alberto Santana, se incorpora información sobre la posible identificación del "francés" que acompañó al periodista del diario "Pensamiento Español" en su visita a Peña Plata.
Un artículo muy interesante. Me iba a ir a la cama pero no he podido parar de leerlo jajajaj
ResponderEliminarMe ha sorprendido que consideraran un logro pasar diez fusiles al día. ¿Cada contrabandista solo podía cargar con un fusil?
Buenos días Dani,
Eliminarperdona el retraso en contestarte. Sí, es un dato curioso, y así esta tomado de la bibliografía. Obviamente imaginamos que se trata de un error. Tirso Olazabal habla en sus memorias de que cruzaban "paquetes" de fusiles, e imagino que correspondería con un peso que una persona pudiera cargar. Es dudoso que 10 contrabandistas se jugasen el tipo para cruzar únicamente 10 fusiles.
Gracias por tus comentarios. Un saludo.
Buenos días,
ResponderEliminarCurioso e interesante artículo.
Hay un dato relativo a las diputaciones que creo que las fuentes se equivocan;Dorronso representante guipuzcoano si habito en peña plata pero la de navarra creo que estuvo en Urdax. De echo su primera proclama impresa manuscrita es de este pueblo(f.k.michelena) 23/7 e incluso ya el 30 estan en Vera.Su mayor figura entre otros fue Cesareo Sanz Lopez diputado a cortes y abogado.Y antes que los guipuzcoanos, pusieron en marcha su propia financiación con un prestamo avalado por rentas del reino para sufragar los gastos de guerra impreso en Vera.Aun siendo muy grande la actividad de Dorronsoro,la navarra con ventaja del territorio no se quedaba rezagada siendo probablemente mayor su actividad impresa administrativa en estos primeros pasos.De echo todas las fuentes anotan urdax,elizondo,estella en el camino de esta junta gubernativa y Vera es hasta el momento desconocida.(f,sustaeta).
Lo dicho. Felicidades.
Saludos.
Buenas noches Biblio y perdona el abandono de mis obligaciones de blogero. Últimamente no tengo mucho tiempo libre para otros menesteres que no sea el tema familiar ;-). Gracias por aportar esos datos desconocidos sobre la Junta Carlista de Navarra. Un cordial saludo
EliminarMe ha gustado, y ya sabes que todo lo que me toque por cercanías me gusta más. Felicidades.
ResponderEliminarHola Aurelio. Dichosos vosotros que tenéis a vuestro alcance el "País de Bidasoa".... ;-))) . Yo me conformo con dejarme caer por allí una vez al año. Muchas gracias.
Eliminar