domingo, 5 de octubre de 2014

Bandera del 6º Batallón de Guipúzcoa: Pérdida y Localización

Cuando el pretendiente Carlos VII cruzó la frontera el 28 de febrero de 1876, junto con los girones que quedaba de su ejército, salvaguardaba muchas de las banderas que habían acompañado a sus huestes, así como algunas arrebatas al enemigo. Estas emblemas, convertidas en recuerdos de tiempos gloriosos, pudieron ser admiradas en el Salón de Banderas del palacio Loredán (Venecia) hasta 1909, cuando la reina consorte Doña Berta de Rohan, acuciada por la necesidad de mantener su estilo de vida, decidió que todos los elementos de una guerra que ella no había vivido, pasaran a ser subastados.

Salón de Las Banderas
tomado del Estandarte Real
Las banderas fueron descolgadas y convertidas en lotes para su puja; bandera del 6º de Navarra, estandarte del regimiento de Caballería de Borbón de la División de Navarra, banderas del 1º, 3º y 5º  de Vizcaya, 3º y 8º de Guipúzcoa, 1º de Castilla, 4º y 5 º de Castilla, 5º de Navarra, 4º de Álava...

Indudablemente en el Salón de las Banderas no estaban todas. Algunas habían “desaparecido”, al menos momentáneamente, con la disolución del ejército carlista, la más de las veces escondidas por oficiales que se negaban a entregar al enemigo los emblemas de sus batallones. Entre ellas encontramosla del 6º Batallón de Guipúzcoa, “Cazadores de San Ignacio de Loyola”, que quedó bajo la custodia de  Francisco Rodriguez Vera, capitán de artillería, posteriormente brigadier y finalmente, Mariscal de Campo de los ejércitos del pretendiente, laureado y condecorado en varias ocasiones. Podemos encontrar una elaborada y extensa biografía de Francisco Rodríguez Vera en el blog de Juan Lopez Docon, de donde vamos a tomar unos pequeños retazos para contextualizar el problema que nos atañe.

Salón de Las Banderas
tomado del Estandarte Real
Francisco nació en Orihuela en 1838 creciendo en Hellín (Albacete) donde su familia tenía su casa solariega. A los 14 años de edad comienza su carrera militar dentro del cuerpo de artillería. En 1862 tiene ya el grado de capitán participando en las campañas de Santo Domingo. Al retornar a la Península queda destinado al 4º Regimiento Montado de Artillería en Madrid, donde permanece hasta 1871. En ese momento abandona la vida castrense para internarse como novicio en un monasterio de la Orden de la Trapa en Burdeos. No abrazará durante demasiado tiempo la vida monacal, ya por principios morales, decide ofrecer sus servicios al Pretendiente “para combatir la anarquía y la iniquidad y defender el orden y la justicia”.

En el campo carlista destacó notablemente como oficial de artillería, haciendo buen uso de los escuálidos medios con los que contaba. Fue herido en batalla dos veces, en Somorrostro y en Irún, la segunda de notable gravedad que le llevaría a ir perdiendo paulatinamente la visión. En las postrimerías de la guerra, estuvo al mando del 5º y 6º Batallón de Guipúzcoa, obteniendo una sonada victoria sobre las tropas liberales en Mendizorrotz: Sin embargo, con la “deshecha” del ejército carlista fue incapaz de mantener la cohesión de sus batallones, pasando el ya Mariscal de Campo a Francia a través del puerto de Aldudes; y junto con él “una bandera bordada por las religiosas de la Compañía de María del Colegio de Vergara, que por el anverso ostentaba una imagen de la Inmaculada  y de San Ignacio de Loyola”. Se trataba de la bandera del 6º Batallón de Guipúzcoa “Cazadores de San Ignacio de Loyola”.

Ya en el exilió siguió sirviendo a su Rey. Los viajes y embajadas se suceden, para finalmente retornar a España; eso sí, cruzando la frontera con la “bandera oculta, cosida al capote”. Afincado finalmente en Hellín y sin renunciar a su pensamiento carlista, conservó la bandera. Murió en 1913 a los 75 años de edad.

Rodriguez Vera
tomado de "Historia Fotográfica de la
última Guerra Carlista
Volvemos a Gipuzkoa. Al comienzo de 1920, el padre Apalategui era profesor de los estudiantes jesuitas en Loiola donde enseñaba historia universal y de España, cuidando también del archivo y biblioteca. Acababa de comenzar con la recopilación de información, datos y materiales relacionados con la última Guerra Carlista; una “cacería” que cortó la disolución de los jesuitas por parte de la República en 1932. De sus escritos se desprende que pretendía generar con ello un museo en el propio colegio de Loiola.

No tardo en ponerse tras la pista de la bandera, realizando la siguiente anotación referente a Jose Millán que había sido cura en Hellín:

Me habló hace algunos años aquí en Loyola de que existía en Hellín la bandera carlista que había pertenecido al 2° (Se trata de un error de anotación realmente es el 6º) de Guipúzcoa. La llevó allí el brigadier Rodríguez Vera, que era de Hellín. Me añadió que la familia de  Rodriguez Vera no tenía inconveniente en desprenderse de dicha bandera, con tal que se diese cierta limosna a no sé qué hospital”.

Sin lugar a dudas, la bandera del 6º  tenía un importante significado simbólico para Apalategui, ya que portaba el sobrenombre de “Cazadores de San Ignacio de Loyola”, así que no dudo en utilizar su condición de jesuita, estudioso, con buenos contactos sociales, para recabar información y hacerse con aquella enseña.

Barón de Sangarrén
El 25 de septiembre de 1924, Apalategui visitó en su palacio de Lasao (Zestona) a María Blanca Porcel Guirior, Marquesa de Villa Alegre y San Millan, viuda ya por aquel entonces del Ramón Altarriba  Villanueva, Conde de Altarriba y Barón de Sangarrén y a la postre, reconocido oficial carlista. La entrevista con esta aristocrática familia tiene dos objetivos: obtener información y objetos para el museo, así como sondear sobre la posibilidad de que la Marquesa se haga cargo de la “limosna para el hospital”.

-La bandera del 2° (Nuevo error de anotación, se trata del 6º) de Guipúzcoa, que se conserva en Hellín (a donde la llevó Rodríguez Vera), la dan a cambio de una limosna a un hospital.

-Yo me encargo de ello.

Dos días después informa a Jose Millan de sus progresos, si bien, por algún motivo omite la respuesta de la Marquesa.

Ahora se torna necesario ponerse en contacto con los descendientes o familiares de Rodriguez Vera en Hellín. De nuevo su condición de profesor del colegio San José en Valladolid durante los años de1905 a 1918 le ha permitido conocer a numerosas personas, entre ellas a la Madre María Ceballos que actualmente es religiosa de la Enseñanza de Hellín. Gracias a ella obtiene la dirección de Remedios Marín de Burunda, sobrina de Rodriguez Vera. Ese mismo mes, el 18 de diciembre, envía una carta a  Remedios, informando de sus proyectos y  días después, el 3 de enero de 1925 recibe contestación:

“Muy reverendo padre y de todo mi respeto: Ante todo pido a V. mil perdones por haber demorado tanto contestar a su muy estimada; la causa ha sido querer dar a V. una contestación que le fuera agradable prácticamente, para lo que escribí a mi tía, hermana de mi tío Javier (q. e. p. d.) y la única que podía tener alguna cosa útil para ese Museo.

Mi tía está invernando fuera de aquí y dice que hasta que regrese no sabe si habrá algo que pueda interesarle, para lo que habrá que esperar llegue Abril o Mayo.

Nosotros tenemos un objeto digno de un Museo, pero han concurrido tantas circunstancias y dificultades para poder tenerlo, que nos hemos encariñado un poquito con él, pero desde luego se lo ofrezco, si no ahora mismo, un poquito más tarde.

Puede V creer, reverendo padre, que me ha proporcionado una gratísima satisfacción tener ocasión de ponerme a sus órdenes, y a las MM. de la Enseñanza de ésta recibir noticias de V; así me encargaban ayer se lo dijese MM. Lojendio y Ceballos. Si alguna vez viniese V por estas tierras, tendríamos mucho gusto en hospedarlo; como otros PP. nos han dispensado ese honor, nos atrevemos a pedirlo.
Mi esposo saluda a V. y le ruega le tenga presente en sus oraciones; su muy atta. s. s. q. b. s. m.:

Remedios Marín de Ga. de Burunda”

Apalategui todavía no había informado de sus intenciones respecto a la bandera. De hecho, la propia Remedios omite nombrarla, si bien, índica que: “Nosotros tenemos un objeto digno de un Museo, pero han concurrido tantas circunstancias y dificultades para poder tenerlo, que nos hemos encariñado un poquito con él, pero desde luego se lo ofrezco, si no ahora mismo, un poquito más tarde”. ¿Qué objeto puede ser digno de un museo? ¿A qué circunstancias y dificultades alude? Indudablemente la simbología de la bandera atraía numerosas miradas y a buen seguro, su tenencia por parte de la familia Rodriguez Vera era muy probablemente discutido por parte del aparato político carlista.

Será en la carta que Apalategui escribe a Remedios, el 14 de enero de 1925, donde agradece las atenciones, la posibilidad de hospedaje y aborda finalmente la cuestión de la bandera. Sin embargo sus anotaciones en referencia a los progresos se ralentizan y el tiempo pasa. Es muy probable que Remedios preguntarse a su tía Manuela Rodríguez Vera sobre la posibilidad de entregarla y que esta se negase, o, que la familia no estuviera en disposición de entregarla.
Julian Elorza Aizpuru

Un año después fallece Manuela. Pero… ¿Qué ha pasado con la bandera? ¿Está en manos de la familia? Apalategui descubre que no ha sido el único gipuzkoano interesado en la bandera. Julian Elorza Aizpuru, aizpeitiano, presidente de la Diputación de Gipuzkoa y de tendencias carlistas, hacia ya una década que había mantenido conversaciones con el entonces Arcipreste de Hellín en relación con la bandera. Entre los papeles de Apalategui se archiva la contestación que el 8 de noviembre de 1915 remitía el entonces arcipreste de Hellin, Jeronimo Gadea Ruiz, a Julian Elorza:

 “Muy señor mío y buen amigo:

Mil perdones, amigo mío, no es mía toda la culpa. El fotógrafo que conserva el cliché no me ha mandado hasta ahora esas copias, que, como verá, llegan tarde y mal.

Gratísimos recuerdos conservamos de esa hermosa tierra y de los excelentes amigos de Vasconia, a quienes nunca sabremos olvidar. Nada he sabido desde nuestra visita del Sor. Simó (de la bandera). Respecto de la breve reseña histórica q. V. me pidió puedo decirle:

La poseía el Brigadier carlista D. Javier Rodríguez de Vera, q. falleció hace tres años (d. e. p.). D. Carlos se la había pedido tres veces, negándose siempre a dársela el general. Poco antes de morir me dijo: «v. es el dueño de la bandera ... Quisiera que esa enseña sagrada pudiese ser útil a las Escuelas Parroquiales, lo que podrá ocurrir si llegase a manos de alguien q. tuviese la caridad de dotar (v. g.) a las Escuelas de una máquina de imprenta, para que los hijos pobres del Pueblo, después de aprender el Catecismo, aprendiesen también un medio de ganarse el pan ... ».

Desde aquella fecha han sido incontables los que directa o indirectamente, con buenas y con malas formas, me han pedido la bandera. En algunas ocasiones se me ha ofrecido dinero, quizás el suficiente para cumplir la voluntad del finado; pero no era para los partidarios de la Causa y por eso no acepté; porque mi parecer siempre ha sido que por nada del mundo salga de los suyos tan hermosa y santa reliquia. Hubo un momento en q. arreciaron los pretendientes en su demanda, amenazándome unos, dudando otros de la rectitud de mi intención y hasta injuriando cobardemente la memoria del general; y entonces, para dar fin a todo esto, me marché a Madrid en busca del Jefe Delegado Sor. Marqués de Cerralbo, para entregarle la bandera, dejando a su arbitrio y voluntad el cumplimiento de los deseos del Brigadier.

Fui antes a darle cuenta a D. Severino Aznar, quien juzgó q. era más justo q. hiciese la entrega al Jefe de Valencia, puesto q. Hellín pertenece a esta Región. La bandera quedó (en) casa del Sor. Aznar, y el Sor. Simó dijo en carta q. lo haría todo por cumplir la voluntad del finado y adquirir para Valencia la enseña sagrada. Sé que estaba trabajando. Después nada sé.

Si les hubiese conocido a Vds. antes de empeñar mi palabra, en las mismas condiciones, o sea dejando a su conciencia el cumplimiento de la voluntad del ilustre finado, la hubiese entregado a Vds., pues pienso q. nadie con más derecho q. ese pueblo puede y debe poseerla; hoy, como verán, no está en mi mano desdecirme de lo dicho. Pienso, no obstante, q. si V. trata este asunto con el Sor. Simó (siempre como cosa de Vds.), él, que es tan bueno y tan caballero, se convencerá de la razón q. les asiste y hará dejación del derecho adquirido por mi palabra de honor.

Por lo demás no se apure v., pues yo no le he de exigir ni clase ni calidad de imprenta. Conocido por V. el fin, me basta.

Que así sea, mi querido amigo Julián, que posea el piadosísima pueblo de Azpeitia la bandera del Batallón de Loyola, ya que su mayor timbre de gloria, después de su piedad, es haber sido la cuna del insigne, del gloriosísimo Ignacio de Loyola.

Perdón otra vez por mi tardanza. Saludos muy afectuosos a los buenísimos amigos de ésa, en especial a la familia Legorburu, y V. ruegue al Señor por su h. s. y amigo, afmo. en Jesucristo:

Jerónimo Gadea”

De la carta se desprende que la bandera se encontraba en litigio desde la muerte de Rodríguez Vera: por una parte, los intereses de la familia, por otro lado, el arcipreste indica que le fue cedida a él al morir Rodriguez Vera; y por último, el propio entramado del partido carlista que busca hacerse con ella. El arcipreste indica que la bandera se encuentra en casa del sociólogo tradicionalista Severino Aznar Embid, si bien, Manuel Simó Marín, presidente de la Comunión Tradicionalista de Valencia, reclama para su región la enseña.  

El 8 de septiembre de  1928, José Aguirre capellán fundador de la “Enseñanza de Hellín”, le informa a Apalategui que la bandera sigue en depósito de Severino Aznar.

Un año después Apalategui vuelve a tener noticias de la familia. El 17 de agosto de 1929 el marido de la Remedios, Balbino Garcia de Burunda  se pone en contacto con el jesuita a través del capellán antes mencionado. Su misiva indica lo siguiente:

“Sr. D. José Aguirre:

Mi distinguido amigo: Recibí su atenta carta y siempre tengo sumo gusto en tener noticias de V. y desearé que antes de partir para el Norte, reciba V. estas letras para que pueda ser intérprete con el P. Apalategui.

Desde que murió tía Manuela q. e. p. d., se nos entregó de hecho la bandera, de la que fue depositario por algún tiempo el Sr. Amat (Aznar?), y desde luego Remedios se la ofreció a el P. Apalategui para el museo que está formando, la que tiene interés en entregarle en persona y mientras tanto disfrutamos esta obra de arte e histórica. Aunque faltemos, se entregará para este fin. Fotografía no tenemos de ella.

Así que puede V. ser transmisor de esta decisión que tenemos el matrimonio.

Remedios saluda a V. atentamente y V. sabe que es su siempre afmo y buen amigo q. e. s. m.

Balbino G. de Burunda”.

Todo parece indicar que existe una decisión en firme de entregar la bandera a Apalategui. Poco sabemos de la luchas que han sucedido en el seno de las ramas del carlismo en relación con la simbólica enseña, pero hay que tener en cuenta que la familia formada por Balbino Garcia de Burunda Rebagliato y Remedios Marin, tenía un elevado peso específico en la sociedad y política dentro  de Hellín. No en vano, Balbino fue cargo electo en el ayuntamiento en representación del Partido Liberal y presidente del Circulo Liberal. Resulta llamativo que la bandera del 6º de Guipúzcoa, símbolo de uno de los batallones carlistas, hubiera acabado en manos de un insigne liberal vía herencia, al estar casado con la sobrina del oficial Rodriguez Vera. ¿Tuvo la condición política del matrimonio algo que ver con la decisión de entregarla finalmente a Apalategui para su museo y alejarla de manos tradicionalistas?

El 8 se septiembre de 1929 Apalategui agradece la misiva de la familia. Han trascurrido 5 años desde los contactos iniciales con la familia y casi 15 desde la carta que dirigió el Arcipreste de Hellín a Julián Elorza.

Pero… ¿Llegó a manos de Apalategui la bandera? En sus crónicas no se cita. Sabemos que tras su muerte parte de su patrimonio pasó a la Diputación de Gipuzkoa, mientras que otra parte quedó en Loiola. Preguntamos al museo de San Telmo. Negativo. Lo intentamos con Loiola y recibimos esta contestación:

“En nuestro archivo conservamos la bandera a la que creo que usted se refiere (le adjuntamos una foto) y una parte considerable del fondo de documentos de carlismo del P.  Apalategui, […]”.

Bandera del Batallón de Cazadores de San Ignacio de Loyola, 6º de Guipúzcoa.
Cortesía del Archivo y Biblioteca del Santuario de Loiola.
Aunque no hay constancia de su regreso a Loiola, todo parece indicar que nos encontramos ante la “perdida” bandera. En excelente estado de conservación, con los colores nacionales del momento, no en vano, Carlos VII iba a ser rey de Las Españas del XIX; en el centro y para diferenciarse de las banderas liberales que portaban los mismos colores, la imagen de San Ignacio. En euskera rodeando la figura: “Gure Patroi Andia Izan Zaite Gure Guiaria” y debajo “Batallon de Loyola 6º de Guipuzcoa”. En los extremos 4 flores de lis y en la zona superior otra imagen religiosa. No disponemos de foto del reverso, pero es bien probable que aparezca el lema: “Dios, Patria, Rey”.

Así termina, por el momento, el periplo de la bandera que una vez fue alzada como enseña del Batallón de Cazadores de San Ignacio de Loyola, 6º de Guipúzcoa. Curioso y azaroso viaje en el espacio y el tiempo.


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