viernes, 24 de noviembre de 2017

Cástor Andéchaga: Encartado, Fuerista y, en algunas ocasiones, Carlista

Entrada Actualizada: 25/08/2021

Introducción

Cástor Andéchaga Toral. Fondo Orbe.
Cortesía de Victor Sierra-Sesúmaga
Uno de los elementos culminantes de la Batalla de Las Muñecas en abril de 1874 fue la muerte al frente de sus tropas del carismático oficial Cástor Andéchaga. Años después de su fallecimiento las biografías sobre su persona han tendido, en la mayor parte de los casos, a ensalzar su inquebrantable adhesión al carlismo, convirtiéndole en un referente en el imaginario tradicionalista; siendo especialmente nombrado y mitificado, como no podía ser de otra forma, en el ámbito de Las Encartaciones de Bizkaia.

Andéchaga, desde bien joven mostró especial predilección por dedicarse en cuerpo y alma al sostenimiento de una “estructura tradicional”; aunque también es verdad que no siempre lo hizo dentro del entramado carlista, dado que su fidelidad a los pretendientes estuvo siempre condicionada y ligada al mantenimiento del régimen foral en el “Señorío de Vizcaya”. De hecho, un importante tramo de su vida lo hizo de espaldas a aquellos que una vez muerto ensalzaron su figura a mayor gloria del “Dios, Patria, Rey”. Es por tanto Andéchaga un personaje histórico, qué, como pronto veremos, no se puede calificar de estrictamente carlista, prevaleciendo en muchas de sus decisiones un innegable componente foral que le llevó a luchar a lo largo de tres guerras y a pagar con su vida un último peaje.

No es pretensión de esta entrada profundizar en exceso en la biografía de Cástor Andéchaga. El personaje atesora una dilatada trayectoria que enlaza ambas guerras carlistas, constituyendo un engranaje clave dentro del estudio específico de las guerras del XIX en las Encartaciones de Bizkaia y ámbitos territoriales colindantes. Su extensa actividad deparó un ingente volumen de legajos, cuya búsqueda y tratamiento desborda las pretensiones de este blog. Además, nos consta que historiadores, como el galardonado Francisco Javier Suarez de Vega están trabajando en su figura con documentos inéditos, que sin duda convergirán en una futura publicación de obligada lectura y consulta. Por lo tanto, únicamente nos quedaremos con algunos fragmentos de su vida para detenernos en sus horas finales y en algunas curiosidades y anécdotas posteriores a su muerte.

Un comentario importante antes de finalizar esta introducción: encontrar información inédita, aunque se trate de elementos anecdóticos, es complicado en el caso de los archivos carlistas. Una importante sección de los materiales documentales que pudieran servir como fuentes primarias de conocimiento, acabaron convertidos en lotes de coleccionista, dispersándose y desapareciendo. Otros fueron deliberadamente destruidos y en algunos casos terminaron formando parte de herencias familiares de aquellos que sirvieron en las filas carlistas y que supieron conservar ese legado a lo largo del tiempo. Es por ello que resulte especialmente remarcable el trabajo de búsqueda, catalogación y digitalización que algunos historiadores como Victor Sierra-Sesúmaga realizan dentro los archivos carlistas.
Las Encartaciones de Bizkaia en el siglo XIX

Retazos de una Vida Azarosa

Aunque el término “azar” no resulta del todo correcto a la hora de describir la vida de Cástor María Andéchaga Toral, como si los percances, los riesgos, los contratiempos o las dificultades le hubieran llegado de forma fortuita; no es menos cierto que su existencia está complementa integrada en los momentos claves de nuestra turbulenta historia del siglo XIX.

Según indica una biografía que apareció primariamente en el libro Álbum de Personajes Carlistas de 1887, y posteriormente fue reproducida en distintos medios de propaganda carlista, Cástor procedía de una familia “noble y distinguida” del Señorío de Vizcaya; adjetivos bastante vagos y genéricos extensibles a la inmensa mayoría de familias de un territorio histórico donde prácticamente todos sus habitantes se consideraban “hijosdalgos”.

Los archivos parroquiales nos recuerdan que su padre Jose Andéchaga Udondo era bilbaíno de nacimiento y su madre, Ventura Toral Allende, encartada de Gordexola. Aunque existe una pequeña controversia con su año de nacimiento, los archivos, tanto parroquiales como militares, son claros en este aspecto, marcando la fecha de 1801. Su bautismo quedó registrado un 28 de marzo en la parroquia de “La Degollación de San Juan Bautista” (Actualmente parroquia San Juan del Molinar) en el “Valle de Gordejuela” dentro del ámbito territorial de Las Encartaciones, y siguiendo con los datos que muestran los archivos parroquiales, sabemos que tuvo un hermano mayor nacido en 1799, bautizado como Juan Gregorio Ramón.

Poco o nada sabemos de su niñez y juventud, salvo que Cástor perdió a su madre cuando apenas contaba con un año de edad. Su padre, José, se casó en segundas nupcias en 1814 con María Manuela Peña Arechederra, ampliándose el núcleo familiar del joven Cástor con varios hermanos y hermanas por parte de padre.

Inicios Bélicos 

En abril de 1822 y con 21 años de edad daba comienzo su dilatada carrera militar enrolado en las huestes que luchan a favor de Fernando VII durante la Guerra Realista (1822-1823). Según se recoge en un recibo conservado en el Archivo Foral de Bizkaia, para sus primeros alardes bélicos Cástor hizo uso de un capital propio para adquirir armas y montura, en este caso: “a favor de don Miguel Moguenel, teniente capitán retirado” al que compró “un caballo y armas”.

Acción de Benabarre durante
la Guerra Realista. Álbum Siglo XIX
Aprovechó éste tiempo de beligerancia para ascender rápidamente en el escalafón militar comenzando de cabo segundo y terminando, según la biografía de época como “teniente con grado de capitán” del 3º Batallón de Voluntarios de Vizcaya. Aunque en este punto existe una cierta controversia ya que son varios los documentos fechados entre 1824 y 1825 conservados en el Archivo Foral y confirmados por su expediente militar (Comunicación personal de Javier Suarez Vega), donde se le cita con el grado de “teniente coronel” . 

Pequeño Terrateniente

Entre 1824 y 1833, mientras disfrutaba de su “licencia ilimitada” del servicio toma protagonismo su vida familiar. Contrajo matrimonio con Prima Amestuy Aresti en la parroquia de San Vicente Mártir en Baracaldo un 12 de octubre de 1825; trasladando su residencia al pequeño núcleo de Galindo, por aquel entonces adscrito al “Concejo de Santurce”, donde estaban ya cómodamente instalados los padres de su mujer.

Fueron precisamente los suegros de Andéchaga los que aportaron a la pareja un importante patrimonio que incluía una gran casería con huerta, viñedos y sembrados. Según indica Enriqueta Sesmero en su libro Clases populares y carlismo en Bizkaia, la familia Andéchaga-Amestuy atesoró una pequeña fortuna en tierras de labor: “[...] mantenía 1,3 ha de frutales y una extensa viña de 5,5 ha en una de sus casas en Santurce”. Precisamente la producción de vino y la negación reiterada de Andéchaga a pagar el tributo municipal pertinente, lo que llevó al alcalde de los “Tres Concejos del Valle de Somorrostro” a solicitar la toma de medidas “contra los abusos del oficial indefinido don Cástor de Andéchaga y su suegra doña Juana Crisóstoma de Aresti, residentes en Santurce, donde se ha negado a abonar la sisa de varios pellejos de vino clarete”, en diciembre de 1827.

Con la llegada de sus primeros vástagos: María Braulia en 1826, Manuel María en 1828 y Juana Ramona en 1831, parece que la familia, a pesar de su patrimonio agrario, no pasa por sus mejores momentos financieros. En el Archivo Foral se localizan varios documentos fechados entre 1831 y 1833 donde Cástor eleva varios memoriales solicitando subsidios o retribuciones “hasta que encuentre trabajo”; y en 1833 solicita directamente “que se le socorra con algún dinero por hallarse enfermo y tener una pensión pequeña”.

En la Órbita Carlista

El 29 de septiembre de 1833 muere Fernando VII, dejando paso a una reina niña entronada como Isabel II y a su madre regente, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias. Sin dilación, Carlos María Isidro de Borbón llamado a ser Carlos V, lanzaba su proclama manifestando su derecho legítimo al trono de Las Españas y enardeciendo los ánimos de todos aquellos que, por una razón u otra, estaban dispuestos a dar soporte a sus pretensiones. Comenzaba así la guerra que a lo largo de siete años enfrentará “cristinos o isabelinos” a “carlistas”.

Carlos María Isidro de Borbón.
Museo del Prado
No sabemos si nuestro pequeño terrateniente, que comenzaba a poner sus ojos en la industria minera, estaba integrado en las actividades clandestinas y estructuras organizativas que desde 1832 estaba gestando el alzamiento en armas a favor del pretendiente Carlos V; pero lo cierto es que a sus 32 años, Andéchaga estará entre los primeros en acudir a su llamada. El 3 de octubre, y según se localiza en su biografía recogida en el Álbum de Personajes Carlistas, es nombrado Comandante de 7º Batallón de Vizcaya. Qué duda cabe que tan pomposa designación a escasas horas de dar comienzo un alzamiento armado, distaba considerablemente de tener un carácter real. Todavía no existían batallones y el alzamiento no estaba, ni mucho menos, consolidado.

A pesar que muchas voces se extinguen en los primeros momentos, otras perduran y se afianzan, especialmente en los territorios llamados a convertirse en los “núcleos carlistas por antonomasia”. Según afirma Antonio Manuel Moral Roncal, el “triunfo de la sublevación en tierras vascas debe buscarse en la existencia de una conspiración previa […], además ésta fue reforzada por la presencia de numerosos militares realistas (como Andéchaga) separados de las filas del ejército y que contaban con la complicidad de la mayor parte de los tercios de Vizcaya y Álava. Además no debe olvidarse la cuestión foral pues al contar con leyes e instituciones privativas del Gobierno central, éste no pudo intervenir con la misma libertad que en resto de España a la hora de depurar a los carlistas […]”. Pero a pesar de un aparente éxito inicial, la amalgama de partidarios carlistas que según indica Moral incluían “voluntarios realistas, paisanos armados y soldados escasamente formados”, no parecían ser capaces de enfrentarse en igualdad de condiciones a las tropas profesionales de la jovencísima reina. Los meses fueron pasando con más pena que gloria para los intereses carlistas, hasta que en diciembre de 1833 irrumpe en escena la figura de Tomas  Zumalacarregui

"Escuadrón de Vizcaya".
Álbum Siglo XIX
A lo largo de 1834, y mientras Castor incrementa su familia con un nuevo hijo varón bautizado con el nombre de Bonifacio Castor, el alzamiento se consolida en las provincias Vasco-Navarras, Cataluña, Valencia o Aragón; afanándose Andéchaga en apuntalar el control carlista en el occidente del Señorío de Vizcaya, donde pronto es reconocido como “Jefe de las Encartaciones” por parte del Ejército Real de Vizcaya y Castilla la Vieja.

Para ello se sumió en estado de infatigable movimiento a lo largo y ancho del territorio que le había visto nacer y que tan bien conocía, conectando fácilmente con el carácter y sentir del encartado, que presentaba sutiles diferencias con el resto del campesinado del Señorío. 40 años después, este “hecho diferencial intraprovincial” quedaba reflejado en la memoria que el Mariscal de Campo Manuel Salamanca remitió al Ministro de la Guerra en Madrid sobre el estado de la última guerra carlista en  Bizkaia:“[…] Sabido es, excelentísimo señor, que los batallones de las Encartaciones, bien porque su carácter algo parecido al de los habitantes de la parte de Santander y limítrofes, y porque el continuo roce con aquellas zonas les haga más ilustrados y menos fanáticos y la dominación carlista sea menor, o por otras causas, son los menos seguros para el enemigo y donde hay más descontento. Sus intereses más ligados con Castilla y con la explotación de las minas en que obtienen crecidos jornales, hacen que pueda esperarse más fruto que en otra parte […]”.

Pero en no pocas ocasiones sus acciones llevaron a las débiles Juntas Carlistas de Cantabria y Castilla la Vieja a elevar quejas oficiales en referencia a la actitud que Andéchaga y sus hombres tenían en sus territorios. Así en 1834 encontramos dos “oficios” dirigidos al General en Jefe del Ejército de Castilla la Vieja, donde se le hace participé de la negativa de Cástor “a dejar de hacer leva de los mozos del Valle de Mena” o de su falta de colaboración o desobediencia directa: “[…] a pesar de las órdenes que se le habían dictado, Cástor de Andéchaga no le ha auxiliado con sus tropas, por lo que no ha podido evitar que los enemigos hayan hecho leva de unos ciento cincuenta mozos en el valle de Mena y los han trasladado a Medina de Pomar, […]”.

"Infantería vizcaína".
Álbum Siglo XIX
Las relaciones entre Andéchaga y la Junta Carlista de Cantabria fueron especialmente tirantes, no estando de acuerdo los integrantes de ésta última en que los batallones formados con mozos de la tierra cántabra estuvieran bajo el mandato de Andéchaga. En una carta fechada en 1834, Pedro Francisco Bárcena, máximo representante de esta Junta, informaba “de haber emitido una proclama a los montañeses para adherirse a la causa carlista, de la conveniencia de que las tropas cántabras al mando de don Cástor pasen a su disposición y de enfrentamientos internos entre comandantes carlistas”. En palabras del historiador cántabro Ramón Villegas López, Cástor Andéchaga será “un personaje que no dejaría de ser principal a lo largo del tiempo que restaba para finalizar la primera carlistada. […], sería uno de los caudillos más celebres del bando absolutista, ostentando diferentes cargos, como Jefe de la División de Santander, Comandante General de la Provincia de Santander o Comandante General de Las Encartaciones”, a la que sumamos las titulaciones que aparecen en el Archivo Foral de Bizkaka como: “Coronel de las Brigadas Reales de las Encartaciones Vizcaínas”, o más sencillamente “Jefe de las Encartaciones”. Continua Ramón Villegas afirmando: “Para Andéchaga y sus correligionarios vascos, Cantabria era una tierra de guerra y aprovisionamiento, una especie de barrera protectora de Vasconia. Aquí, según los mismos, era lícito robar cosechas y ganado, violentar la vecindarios y reclutar forzosamente soldados entre la desesperada población si con ello se beneficiaba a la sagrada encomienda que tenían los de su credo y raza”.

Aduaneros carlistas.
Álbum Siglo XIX
De igual forma que fue notablemente denostado, en no pocas ocasiones era requerido para alzar en armas las provincias limítrofes con el Señorío y ponerlas de forma definitiva bajo el control carlista; o directamente procurar cobertura a otros movimientos de tropas. Así, en 1834 se conserva en el Archivo de la Diputación el “Borrador de un oficio remitido por la Comandancia General de Vizcaya al Coronel don Cástor de Andéchaga para que colabore con el Mariscal de Campo don Ignacio Alonso en el levantamiento de la juventud castellana” o el “Borrador de un oficio remitido por el Ejército Real de Vizcaya y Castilla y la Vieja al Coronel Cástor de Andéchaga, Jefe de las Encartaciones, para que envíe a las montañas de Santander algunas partidas de su gente con oficiales de confianza, para distraer al enemigo hacia otras provincias”.

"Atacan los facciosos al correo"
Álbum Siglo XIX
A pesar de las levas forzosas y otros desmanes, no sólo en las provincias limítrofes, sino también dentro del mismo Señorío de Vizcaya, su figura parecía poseer un cierto “halo” de estima por parte de sus tropas, de igual forma que Zumalacárregui obtuvo el favor de sus hombres bajo su mando. Pero al contrario que el “Tío Tomas” era considerado un oficial inflexible, Andéchaga parecía más encaminado “a favorecer” a sus hombres relajando la disciplina castrense y haciendo, no pocas veces, “la vista gorda” a determinadas actitudes. En el libro Vida y hechos del Don Tomas de Zumalacárregui, el autor Antonio Zaratiegui hace valer el mérito de Cástor, pero quejándose de la indisciplina de sus hombres que hacia extensible a todos los bizkainos: “[…] D. Cástor Andéchaga, guerrillero infatigable, el cual sostenía el honor de las armas en su país llamado las Encartaciones, territorio situado entre Bilbao y Santander. Aunque rodeado por todas partes de guarniciones, supo mantenerse con setecientos hombres sobre un pequeño rincón, y no solo burlar siempre las diligencias que sin descanso hacían los cristinos para exterminarle, sino también sorprenderlos varias veces y atacar sus convoyes ¡Lastima fué que Andéchaga no pudiese disciplinar mejor los soldados que mandaba! […] Aunque los soldados vizcaínos no fuesen de inferior calidad á los de las provincias vecinas, su disciplina y subordinación estaban muy viciadas, pues con el pretexto de mudarse de camisa, abandonaban por centenares las lilas, y á veces lo hacían al mismo tiempo que era preciso verificar una importante marcha ó dar un combate. Por esta razón no se debe admirar el que se echase de menos en la división Vizcaína una mano que sin dejar de ser fuerte, fuese capaz á la vez de darle el tono que convenía á las circunstancias y al carácter de sus naturales”.

"Los facciones conducen ganado".
Álbum Siglo XIX
Además del pretexto de “mudarse de camisa” para visitar la casa familiar, la relajación de las disciplina y la extralimitación de los hombres de Andéchaga generaba no pocos problemas que llegaban a los estamentos oficiales en forma de quejas. Son varios los documentos donde se hablan de distintos atropellos fechados entre 1834 y 1835, como el “Borrador de un oficio remitido por la Diputación a don Cástor de Andéchaga, Jefe de las Encartaciones, para que se atenga a lo establecido en cuanto a la recaudación de impuestos y no se cometan excesos” o “Expediente promovido por Jose Domingo de Urtiaga, Jose Manuel de Lejarza y otros vecinos del concejo de Güeñes, solicitando la devolución de unas mulas que les confiscaron al ser detenidos en Alonsótegui por orden de don Cástor de Andéchaga, Jefe de las Encartaciones, cuando llevaban pan a la villa de Bilbao”; o aquel que reza: “Borrador de oficio de la Diputación General de Vizcaya dirigido al coronel Cástor de Andéchaga dando cuenta de las quejas que ha recibido de varias autoridades de los pueblos de las Encartaciones por las extorsiones a que les someten algunos individuos de la Brigada de su mando, y mandándole que ponga todo su empeño para evitar que se repitan dichos excesos; también le manda que con la mayor rapidez envíe el plomo que en oficio anterior le solicitó”. Y especialmente serio es la interpelación directa que en 1836 se hace a su persona con “[…] una investigación sobre la acusación que se le ha hecho de recibir dinero a cambio de conceder exenciones militares”.

"Quema del puente colgante de Burceña por
el carlista Castor". Álbum Siglo XIX
También es verdad que otros documentos nos indican que Andéchaga se preocupaba, en cierto modo, de las familias de los hombres bajo su mando, lo que sin duda incrementaba la adhesión de sus hombres hacía su persona. Así, en un documento fechado en 1834 se describe una: “Autorización para el suministro en Zollo de una ración de pan, carne y vino expedida por Cástor de Andéchaga, jefe de la Brigada Real de las Encartaciones, a favor de Angela de Vizcaya, expulsada de Bilbao por tener un hermano en las filas carlistas, y a favor de Gervasia Fernández, mujer de José de Larriera, cabo primero de la Compañía de Cazadores del Primer Batallón de la Brigada de las Encartaciones”.

Por Real Decreto del 13 de Julio de 1836, Andéchaga será ascendido a Brigadier y paralelamente a su progreso en el escalafón militar, también destacará en su esfuerzo personal en dotar al ejército carlista de artillería, sirviéndose de viejas ferrerías que ordenó transformar en fundiciones. Entre ellas destacará la “fábrica de fundición La Merced” en el valle de Guriezo (Cantabria).

Ataque al fuerte de Guardamino.
Álbum Siglo XIX
Las postrimerías de la primera guerra carlista darán a Cástor su máximo protagonismo, cuando sin abandonar el sistema marchas y contramarchas en su ámbito territorial de Encartaciones y aledaños, se gestan los grandes planes para avanzar y someter, de una vez por todas, el oriente de Cantabria. Sin ser ajeno a la convulsión y división interna que estaba socavando al ejército carlista en esos momentos, Andéchaga ordenó la construcción de una serie de fuertes, destacando el de Guardamino en Ramales (Cantabria), que sirvieran como base de operaciones a las maniobras militares venideras. Este fuerte fue dotado de artillería salida de los talleres Guriezo y según nos cuenta Pirala: “Don Cástor Andéchaga, comandante general de las Encartaciones, puesto por Teijeiro, había proyectado la construcción del fuerte de Guardamino, donde colocó varios cañones de hierro malo , fundidos por inhábiles armeros y sin intervención de oficiales facultativos, y siendo defectuosos y no reconocidos ni probados, reventaron á los primeros disparos, quedando el fuerte sin defensa y habiendo causado la explosión gravísimos daños en las fortificaciones, además de haber privado de la vida á casi todos los artilleros que los servían”.

En el libro La Batalla de Ramales. Crónica postrera de la 1ª Guerra Carlista en la comarca del Asón y el Oriente de Cantabria de Ramón Villegas, encontramos un estudio pormenorizado de los ocurrido entre la primavera de 1837 y los hechos ocurridos durante y tras la batalla de Ramales en mayo de 1839. Éste choque armado, uno de los más importante en cuanto a números de contendientes y presencia de los máximos dirigentes de ambos bandos a la cabeza de las tropas, supuso una severa derrota carlista que marcó un brusco punto final al empuje carlista en el oriente de Cantabria y prácticamente precipitaría la llegada de la paz pocos meses después. 

Eugenio de Avinareta.
Álbum Siglo XIX
Para entonces ya había calado en Andéchaga la proclama “Paz y Fueros”. Curiosamente el espía, conspirador e intrigante personaje Eugenio de Avinareta dejó escrito en su libro Memoria dirigida al Gobierno español sobre los planes y operaciones puestos en ejecución para aniquilar la rebelión en las provincias del norte de España el siguiente párrafo, donde se hacía referencia directa al brigadier: “En el mes de Febrero (de 1839) supe que el Lord John-Hay estaba en relaciones con varios de los titulados generales de la facción, y entre ellos con Castor de Andéchaga, Simon Torres, Alzas é Yturriaga, pero que trataban de la independencia del país bajo el sistema de fueros y garantía de Inglaterra. Creyendo yo que estos nuevos proyectos podían ser aún más perjudiciales que el carlismo puro, sostenido por aquellos caudillos, encargué á los comisionados de la línea estuvieran á la mira de cuanto se hiciese en el particular”. De ser cierto, no cabe duda alguna que Inglaterra buscaba hacerse con unas provincias forales bajo su tutela, de las que podían obtener la materia prima para seguir haciendo funcionar sus altos hornos, sondeando para ello a personas que tuvieran claros principios fueristas y un notable peso específico en el estamento militar del momento.

Nada más sabemos de esos contactos británicos, porque los acontecimientos se precipitaron y Andéchaga será uno de los oficiales que suscribirá el Convenio de Vergara el 31 de agosto de 1839. Aliándose con las tesis de su general en jefe Rafael Maroto, Cástor disolvió sus tropas, pasando de ser Brigadier carlista a Jefe en el Ejército Constitucional. 

A partir de este punto los cronistas tradicionalistas detienen la biografía de Andéchaga, haciendo hincapié en que “ […] pronto se retiró á la vida privada aquel bizarro militar que había asistido a más de 180 hechos de armas y en menos de cinco años de campaña había sabido trocar con su inteligencia y bizarría los galones de cabo en entorchado brigadier […]”. Nada más lejos de la realidad.

Los Años Oscuros

El aparente silencio que sobre Andéchaga encontramos en las crónicas carlistas y que durará 34 largos años, esconde una etapa apenas conocida del caudillo encartado. Durante este tiempo Cástor se tomará muy en serio sus nuevas labores militares siempre dentro del ámbito del Señorío y bajo la tutela foral, convirtiéndose primeramente en perseguidor de antiguos compañeros de ideales que aún formaban recalcitrantes partidas carlistas que se negaban a aceptar el Convenio de Vergara; y seguidamente, como adalid del mantenimiento de la paz y los fueros.

El 17 de febrero de 1840 se publica en el diario El Piloto una carta donde Andéchaga relata su éxito en el apresamiento de partidas carlistas, a los ahora denomina “rebeldes”: “Trucios 10 de febrero .Sr. D... Mi apreciable amigo, esta campaña se acabó. De la partida rebelde solo han quedado reunidos los dos cabezas principales, y estos según relación de uno de los oficiales que hoy se han presentado, dicen se pasan para Asturias; pero yo creeré hayan extendido estas voces con el fin de mantenerse incognitos en algún pueblo retirado. No le puedo hacer à V. una pintura del buen espíritu de los pueblos; basta decir que ellos mismos se han ofrecido a coger algunos que han quedado ocultos en cuevas y malezas; para cayo efecto, y con el fin de evitar los excesivos gastos que se originan a esta provincia con la permanencia de las tropas en ella, pudiendo estar en sus cuarteles, máxime cuando no es necesario su auxilio, he oficiado al señor comandante general las mande retirar á sus acantonamientos, y que con los migueletes divididos en tres destacamentos, uno en este pueblo, otro en Carranza y el tercero en Sopuerta, es muy suficiente para sostener la tranquilidad de todos por esta parte. Hoy se han presentado el teniente graduado de capitán D. Melchor Gutiérrez, y el teniente, D. Valentín Cagigal. Así bien, he recogido once fusiles, igual número de cananas, una bocamarta, una escopeta de pistón y dos bayonetas, las que espero me diga si serán entregados al señor comandante general ó a la diputación. Sin otra cosa se ofrece de V. afectísimo amigo S. S. Q. S. M. B.—Castor de Andéchaga”.

En junio de ese mismo año y a escasos meses de llegar el primer aniversario del Convenio de Vergara en el cual Andéchaga iba a formar parte de la comitiva de los fastos de conmemoración, se publica en varios medios de prensa una alocución de la Diputación de Vizcaya que al grito de “!Viva la paz! ¡Vivan los fueros!” exhorta a los mozos del Señorío a volver a las armas. Pero esta vez el objetivo no es el dar soporte a las pretensiones carlistas, sino el de “[…] mantener la venturosa paz obtenida felizmente en los campos de Vergara”. En previsión de la llegada de una importante facción de irreductibles carlistas a suelo del territorio histórico proveniente del Levante y “que ha cubierto de luto y desolación los infelices pueblos de las provincias de Castilla la Vieja, Cuenca y Guadalajara. […] Los jefes superiores de la fuerza que se organice serán el Excmo. Sr. General D. Simón de la Torre , los brigadieres D. Castor de Andéchaga , D. Juan Antonio de Goiri y D. Juan Antonio de Berástegui, y los coroneles y comandantes que pertenecieron á los batallones de la misma división (de Vizcaya) […]”.

Circular de la Diputación General del
Señorío de Vizcaya del 5 Octubre de 1841.
Archivo Foral (0359/001/001/004/005)
El 6 de julio de 1840 se ponía el punto y final definitivo a la guerra de los siete años con la entrada de Ramón Cabrera en Francia. Andéchaga sigue en el ejercicio de sus labores de militares sumadas a sus quehaceres de pequeño terrateniente que observa con muy buenos ojos el desarrollo industrial-minero que llama a la puerta de su casa en Galindo. Ese mismo mes, un 29 de julio de 1840 nace un nuevo hijo al que bautizaran como Nazario Manuel y al igual que muchos párvulos del XIX morirá a los pocos meses de vida. 

Según consta en la documentación del archivo foral, en los primeros meses de 1841 Andéchaga sigue siendo manteniendo el cargo de brigadier, apareciendo también denominado como “Comandante General de los Tercios Forales de Vizcaya”. Destaca la numerosa documentación donde el comandante avala o recomienda a varios de sus antiguos compañeros de armas para trabajar como “miqueletes” de la Diputación, entre ellos a su propio hermano por parte de padre, Ambrosio Andéchaga Peña, que llegó a ser Cabo Segundo de dicho cuerpo.

En octubre de 1841, al grito de “Viva Isabel II, Viva la Reina Gobernadora, Vivan los Fueros”, la Diputación General del Señorío de Vizcaya emite un comunicado donde se suma a la sublevación contra Espartero y su gobierno de talante excesivamente progresista, poco o nada proclive a los fueros: “Manda pues la Diputación que los fieles y justicias de las ante-iglesias villas y ciudades del Señorío alisten inmediatamente a todos los Vizcaínos en estado de llevar las armas […]. El brigadier D. Castor de Andéchaga tomará el mando de estas fuerzas; los demás jefes, comandantes y oficiales que existen en el país se pondrán a sus disposición”. Curioso es el giro de los acontecimientos en éste turbulento siglo XIX, ayer Andéchaga luchaba por Carlos V, hoy por Isabel II.

Sin embargo el golpe fracasa estrepitosamente y Espartero se encarga de depurar sumariamente a los conspiradores, procediendo seguidamente a recortar seriamente los Fueros del Señorío con la supresión del pase foral, el traslado de aduanas, la abolición del régimen judicial, etc. Según comunicación personal de Francisco Javier Suarez, Cástor tuvo que exiliarse a Francia desde octubre de 1841 hasta el verano de 1843. Curiosamente para la sublevación Andéchaga alquiló a Marcos de Balparda, vecino de Portugalete, un caballo que nunca fue devuelto a su legítimo dueño, lo que provoco la incoación de un expediente hoy conservado en el Archivo Foral “relativo a que se le abonen el importe de un caballo que alquiló con motivo de la sublevación de octubre de 1841 al brigadier Cástor de Andéchaga, y una indemnización por los perjuicios sufridos por su pérdida. Se resuelve favorablemente”.

Pero con la llegada de la mayoría de edad de Isabel II y la huida de Espartero a Inglaterra, los exiliados retornan, entre ellos Andéchaga que obtiene la reválida de su empleo. En octubre de 1843 y según consta el diario el Corresponsal el Ministerio de la Guerra publica la “Relación de los individuos que por resolución de 6 del presente mes han obtenido del Gobierno provisional de la nación, en nombre de S. M. la Reina doña Isabel II, la revalidación de sus empleos como procedentes del convenio de Vergara. D. Castor Andéchaga, empleo de coronel brigadier de infantería y el diploma de la cruz de San Fernando de primera clase […]”. Un año después se derogaron algunas de las disposiciones antifueristas de Espartero, con la restitución de las Juntas y Diputaciones forales, manteniendo otras en activo, lo que generaba no pocas fricciones.

De Espaldas a Carlos VI

En el año de 1846, en el que la dinastía carlista vuelve a intentar su acceso al trono de España en la figura de Carlos Luis María Fernando de Borbón y Braganza (Carlos VI), Andéchaga bautiza en la parroquia de San Jorge en Santurce a su hijo Agapito Bonifacio.

Carlos VI. Tomado del blog
 "Batallas en Las Meridades"
La denominada “Guerra de los Matiners” o “Alzamiento Montemolinista” (1846-1849) tendrá un ámbito estrictamente catalán, siendo definida por historiadores como Jose Moreno Echevarria, como “una espléndida desorganización”, donde “los carlistas no tuvieron ninguna opción al triunfo”. Los chispazos de sublevación en el País Vasco-Navarro apenas tuvieron repercusión, donde lo más notable fue la entrada de en liza de Joaquin Julian de Alzaa, ex-general de la 1º carlistada que levantó una reducida partida de 60 voluntarios el 23 de junio de 1848. Tan solo un mes después Alzaa era fusilado y sus hombres dispersados.

Lejos de sumarse al alzamiento carlista y a pesar de las limitaciones que estaban constriñendo los fueros, nuestro brigadier se mantuvo fiel al orden imperante en ese momento, dedicándose a acabar con las pequeños brotes de “rebeldía” que se producen en su “terruño” y territorios aledaños. En el periódico La España del 23 de enero de 1849 hace constar la siguiente noticia: “Hasta la hora presente la tranquilidad sigue inalterable en Vizcaya. La invasión de los montemolinistas en Navarra y Guipúzcoa ha encendido las esperanzas de los partidarios de Carlos VI. El comandante general se ha situado en Durango con cuatro compañías de tropa y una partida de miqueletes; el brigadier Verástegui (Luqui) está en Marquina con 80 carabineros; el de igual graduación don Castor de Andéchaga ha ido a Carranza con una .partida de miqueletes y otra de carabineros. Ansótegui está en Ochandiano con 60 guardias civiles. […] Hoy han traído presos de Carranza los miqueletes á 12 individuos que según se dice, trataban de levantar una facción”. Citando a Jose M. Moreno: “la tónica de todas estas guerrillas extra-catalanas viene marcada porque, en general, bastó la acción de las fuerzas de orden público –miñones, mozos de escuadra, somatenes y guardia civil- para sofocarlas”.

A mediados de ese año de 1849, mientras un maduro Cástor desempeña sus labores de policía y control en el Señorío, nacerá su hija Juana Cástora; pero lamentablemente, su mujer Prima Feliciana no superará las complicaciones de los difíciles partos del siglo XIX, muriendo cuatro días después, un 16 de junio de 1849 a los 44 años.

A partir de 1850 y hasta rebasado el año 1868 se producirá una consolidación del poder liberal, mientras que las aspiraciones carlistas entran en clara decadencia. La anodina persona de Carlos VI no ayuda precisamente a mantener pujante el pulso tradicionalista, quedando el carlismo agazapado en espera de la llegada de un momento oportuno. En mayo de 1855 se prepara un alzamiento para proclamar a Carlos VI rey de Las Españas… una vez más. Pero la realidad es tozuda, las partidas se lanzan al monte en un clima donde el problema carlista es algo residual. El resultado será un nuevo fiasco que deja en los montes y valles pequeños grupos de hombres que lanzan proclamas que nadie secunda mientras son perseguidos por las fuerzas del orden, en las que se encuentra Andéchaga. En la edición del 12 de agosto de 1856 del periódico El Clamor Público se hace eco de esta noticia: “[…] Bonifacio Gómez y su partida, compuesta de 21 individuos, se acogieron en la tarde de ayer al indulto, según parte del brigadier Andéchaga, que trasmite el comandante general de Vizcaya”.

A pesar de una notable falta de seguidores, y en palabras de Antonio Moral, la cúpula carlista sigue conspirando, presentando al insulso Carlos VI como una solución ante el aparente caos de pronunciamientos y anarquía que van generando los distintos gobiernos liberales, llegando a un punto álgido en 1860. Lamentablemente para los conspiradores, el 22 de octubre de 1859 el entonces presidente O'Donnell había declarado la guerra a Marruecos; y no hay nada mejor para insuflar amor patrio y unidad que una buena y brillante guerra colonial. A pesar de ello, en marzo de 1860 mientras la atención de España estaba puesta en el final victorioso de la guerra de Marruecos, se produce la última intentona de sublevación por parte de los partidarios del Carlos VI que llevará el sobrenombre de “Desembarco de San Carlos de la Rapita”. Una tentativa que apenas cuenta con preparación, respaldo, ni apoyos y que termina, exactamente igual que las otras, con un contundente fracaso y la salida de la historia carlista del pretendiente Carlos VI. 

Aún y todo, no son pocos los que se vuelven a alzar en armas, algunos en territorio donde Andéchaga sigue esmerándose, bajo la tutela de la Diputación Foral, en la conservación de la paz. En el diario La Correspondencia de abril 1860 se hace eco de la siguiente noticia: “[…] Todos los (pueblos) de Vizcaya demostraban la indignación que en ellos ha producido el levantamiento de Baracaldo. Vemos que hasta el mismo general D. Castor de Andéchaga, tan célebre durante la guerra civil en que mando el séptimo batallón carlista de Vizcaya, anda en persecución de los rebeldes”. Noticia que el diario bilbaíno "Euskalduna" se encargará de corregir y matizar: "Un periódico de la corte supone al Brigadier Sr. D. Castor de Andechaga en persecución de esta partida: otro error que debemos rectificar. No ha habido ocasion de utilizar los buenos servicios de la persona citada : su sobrino D. Juan de Andechaga, como comandante de los Miqueletes de este Señorío [...] se ha ocupado en la persecucion de la partida".

Parece claro que "los Andéchaga" estaban especialmente interesado en mantener la paz en su oasis foral, y de forma fundamental en esa margen izquierda de Nervión rebosante de hierro, donde sin descanso se extraía el preciado mineral que hacía funcionar el siglo de la industrialización. Ya en 1859 en la Gaceta Camino de Hierro encontramos una noticia donde se cita al brigadier y, no precisamente por su filiación militar: “Accediendo S. M. á lo solicitado por D. Castor de Andéchaga, ha tenido á bien autorizarle por el término de ocho meses para verificar los estudios dé un ferro-carril que, partiendo de los montes de Triano, termine en la ría de Galindo”. Curiosamente en el mismo término municipal donde Andéchaga tiene su casa solariega, y muchas de sus tierras. 

De Militar Retirado a Incipiente Industrial

A finales de 1863 y con 62 años Andéchaga se retira finalmente del servicio militar activo, tal y como nos cuenta el Diario de la Corona: “Han sido declarados exentos de servicio los brigadieres D. […], D. Castor Andéchaga, [...]” y durante 10 años perdemos su pista.  En este momento se nos presenta la figura de Cástor como un terrateniente adinerado, viudo, ex-militar, defensor de la foralidad a ultranza, con seguramente numerosos y variados contactos transversales en la sociedad bizkaina y con un notable interés en la industria minera.

Mineros de Gallarta (Finales del XIX).
Museo de la Minería del País Vasco
Desde la casa familiar a orillas del río Galindo contemplaba con atención todos y cada uno de los movimientos que sacudían al país y afectaban especialmente al Señorío y a su comarca de las Encartaciones. Entre ellas, la revolución que en 1868 de septiembre recibió el nombre La Gloriosa, la instauración de un rey que bajo el título de Amadeo I no es del gusto de nadie, la llegada de una república… y un creciente descontento en una gran parte de la sociedad que ven como una vez más: la monarquía, la religión y la foralidad vuelven a estar en tela de juicio, con opiniones cada vez más enconadas. El caldo de cultivo perfecto para que un nuevo alzamiento carlista triunfe, siempre que alguien con carisma sea capaz de aglutinar la amalgama de decepcionados con el aparente caos y la tangible crisis que se ha instalado en el país. El carlismo encontrará en Carlos María de Borbón y Austria-Este, futuro Carlos VII, el catalizador de esta unión.

En la conferencia de Vevey (Suiza) del 18 de abril de 1870, se recompone el ideario carlista, mientras se discute sobre la conveniencia de utilizar las armas frente al uso de un vaciado sistema electoral. Simultaneando ambas vertientes, finalmente una frase recogida por Juan Maria Diez Ortiz resume el devenir de los próximos años: “Solo las armas son en nuestro país efectivas”. El enemigo ya no lo conforman “cristinos” ni “isabelinos”, ahora se utiliza el genérico de “liberales” para definir aquellos que se oponen a las pretensiones dinásticas de la rama carlista.

El 21 de abril 1872 se produce el levantamiento armado a favor del nuevo pretendiente al trono en las provincias de Bizkaia, Navarra y Cataluña. El alzamiento es posible que no fuera una sorpresa para Andéchaga. Con prácticamente 70 años de edad, las crónicas lo sitúan en su finca de “San Salvador del Valle”, otros en “Sodupe”, algunos en “su posesión de Baracaldo, cobrando los 20.000 y pico de reales que á toca-teja le pagaba el gobierno todos los años” como se detalla el libro Anales de la Guerra Civil. 

Sin embargo en un primer momento el decano militar no engrosará las filas del pretendiente. En el ámbito de Las Encartaciones son figuras como el comandante de caballería Florencio Cuevillas, el alcalde de Barakaldo Gustavo Cobreros, el presbítero Pedro Garcia Salazar, y otros prohombres de la zona como Aniceto Llaguno o Cecilio del Campo los que impulsaron, y en algunos casos, encabezaron distintas partidas. Pero su ímpetu desaparece tras el desastre Oroquieta, y viendo el cariz que tomaban los acontecimientos tras la batalla del 14 de mayo en Mañaria, la Junta carlista del Señorío optó por la rendición negociada de sus batallones en el llamado Convenio de Amorebieta (24 de mayo de 1872). Un tratado que no satisface a ninguna de las partes implicadas. Los rescoldos de insurrección no se apagan. Cataluña continua en lucha y la inercia del movimiento y la presencia de partidas que marchan y contramarchan hacen el resto. Gerardo Martinez de Velasco es nombrado comandante general carlista del Señorío. Ha conseguido mantener una fuerza de entre 500 y 1.000 hombres en armas, a las que se suman las partidas bizkainas que no han se han rendido en Amorebieta. 

Un Paso al Frente

Carlos VII.
Álbum Siglo XIX
En esta precaria situación subsiste el levantamiento en Bizkaia, hasta que el periódico de talante tradicionalista El Pensamiento Español del 1 de julio 1873 avanza la noticia que recorre ya el país: “Ayer era objeto de todas Ias conversaciones la salida al campo del antiguo jefe carlista don Castor Andéchaga, […]. D. Castor se retiró a su casa desde el convenio de Vergara, reconocido su empleo de brigadier del ejército y durante todos los movimientos y vicisitudes políticas no ha salido de su casa ni ha tomado parte alguna en ninguno de los levantamientos carlistas, los cuales siempre calificó de calaveradas porque nunca dio importancia a los elementos ni a las circunstancias en que se hacían. Esta pasada y aun resistente actitud del brigadier Andéchaga, unida al bienestar de que gozaba y a sus achaques, han sido causa de que sea recibida con sorpresa su última decisión. Anteanoche salió de su casa de Galindo, acompañado de su hijo, joven de unos 24 años, y de Manuel Garay, otro de los Jefes del movimiento de 1872. A las dos de la madrugada pasaron por Alonsótegui en dirección de Ceberio, en donde parece que se reunirán hoy todas las partidas do esta provincia, habiendo prometido volver dentro de pocos días para reunir fuerzas en la Encartación. Es indudable que la significación de Castor, su innegable prestigio y basta su mismo nombre ha de dar grande impulso al movimiento, especialmente en las Encartaciones, en donde después de la captura de la partida de D. Cecilio, no se notaba síntoma alguno de movimiento”. La noticia omite que más allá de calificar como de “calaveradas” los levantamientos carlistas posteriores al Convenio de Vergara y no participar en ellos, Andéchaga los persiguió para disolverlos, pero lo que queda claro es que Cástor ha decidido sumarse al levantamiento en un momento crítico para el mantenimiento de la insurrección, causando una notable sorpresa tanto en el campo carlista como en el liberal. 

Juan Delmas en su libro La guerra civil y el sitio de Bilbao de 1874 también recoge el hecho aportando datos de mayor verosimilitud: “Un grave incidente para la causa de la República vino á dar en Vizcaya más pábulo á la hoguera. El brigadier exento de servició D. Cástor de Andéchaga que habitaba retirado su cómoda casa de S. Salvador del Valle en el Concejo de Somorrostro , y que más de una vez montó á caballo para reprimir algunos ligeros chispazos de insurrección carlista observados dentro de su territorio, se lanzó al campo del nuevo pretendiente de la corona de España. Esta actitud del célebre y antiguo partidario de D. Carlos V, bajo cuyas banderas militó durante la Guerra Civil de los seis años, convenido, achacoso por su avanzada edad, aunque de enérgica fibra, con gran prestigio en la comarca y aun en todo el país vizcaíno, no podía menos de imprimir una nueva faz al movimiento carlista y de traer á la memoria la confianza que le debía inspirar su triunfo. El 28 de junio abandonó su vida sosegada y pacífica acompañado de algunos de sus amigos, para empuñar de nuevo aquella espada que tanto mortificó al general D. Fermín Iriarte en la pasada guerra, dentro del distrito de las Encartaciones, donde uno y otro jefe ponían á prueba y sin descanso toda su pericia y astucia. Su presencia en el campo carlista inmediatamente se dejó sentir. Centenares de mozos ocupados en las minas de Triano abandonan la piqueta y la azada por seguirle, y en breve el anciano paladín cuenta con una partida de más de 800 hombres”. 

Por su parte el tradicionalista Correo Vascongado en su tirada del 2 de julio de 1873 comentaba que la irrupción de Andéchaga era, sin duda, una mala noticia para la paz, pero que infundía esperanzas sobre una mejor organización militar carlista, eliminando “la violencia y el bandolerismo” con el que se había caracterizado el levantamiento hasta ese momento en la provincia de Bizkaia: “Uno de los más célebres y respetables jefes carlistas de la guerra de los siete años, el brigadier D. Castor de Andéchaga que desde que juró fidelidad á Doña Isabel II había permanecido leal y patrióticamente alejado de nuestras revueltas políticas inclusas las promovidas por el carlismo y públicamente había reprobado, aun en esta última etapa del carlismo las violencias y desafueros de los defensores de Cárlos VII, ha abandonado esta noble actitud y á pesar de su avanzada edad más que septuagenaria, ha vuelto a tomar las armas por la causa carlista, según se asegura para sustituir al castellano Martínez de Velasco en la dirección del carlismo en Vizcaya. Este suceso, que es un mal para la causa de la paz, tiene que ser un bien en otro concepto, porque todos los antecedentes que tenemos del Sr. Andéchaga nos hacen creer que este se apresurará a despojar en Vizcaya a la guerra civil, por parte del carlismo, de la violencia y el bandolerismo que hasta aquí la había caracterizado y la hará ser consecuente con la bandera que enarbola”.

La prensa de tintes liberales, sobresaltada por la noticia, también mostraba su estupor por la decisión del Andéchaga. En la lectura de Anales de la Guerra Civil encontramos lo siguiente en relación a su persona: “Es más conocido por su nombre de pila, Cástor á secas; fué guerrillero en la guerra de los siete años, y conoce á palmos el terreno que hoy ocupa, de donde no salió ni una sola vez en aquella larga lucha. Séase que no le haya salido la cuenta que se echó, suponiendo que esto que ahora pasa era cuestión de quince días; séase que haya caído en la cuenta de que sus 62 años (sic), mejor que para pasearlos de Zeca en Meca, son para reposarlos en una vida tranquila en su posesión de Baracaldo, cobrando los 20.000 y pico de reales que á toca-teja le pagaba el gobierno todos los años; séase que tenga celos de su jefe Velasco, á quien no le reconoce apenas; séase, en fin, que con los años se ha vuelto irascible, ello es, que no hay quien le aguante”.

Proclama de Andéchaga incitando a la lucha tras incorporarse
a la sublevación el 18 de agosto de 1873
Pero, ¿Qué llevó a Andéchaga a sumarse al alzamiento? Los autores no se ponen de acuerdo. Según describe Eugenio Garcia Ruiz: “[…] salió al campo por ciertos desprecios que se hicieron a él o a su familia en Bilbao durante la primavera de 1873”. El autor no profundiza más en el tema, aunque es muy probable que Andéchaga hubiera sufrido numerosas presiones debido a su innegable poder de influencia sobre la sociedad bizkaina. Por su parte la siempre satírica revista El Cañón Krupp en su edición del 7 de mayo de 1874 apostaba por la mediación de un cura: “Un día se le presentó un padre cura, con el intento de arrastrarle a la contienda. Andéchaga dijo que se había acogido al convenio, y que no romperla el juramento que había prestado al gobierno liberal. A fuerza de sutiles distinciones teológicas el cura le hizo ver que había jurado fidelidad a Isabel II y a nadie más, y que puesto que Isabel no reinaba ya, quedaba relevado de su palabra”. Incluso años después de su muerte, encontramos en la hemeroteca una pequeña reseña en el diario La Uníon del 22 de septiembre de 1878 que reza: “Si vuelve á haber quien, olvidando beneficios recibidos, y juramentos prestados, y deberes inexcusables, lance al país por caminos ignominiosos, no faltarán hombres que, como el difunto D. Castor Andéchaga, al saber que las iglesias de Barcelona estaban convertidas en salones de can-can, cojan la escopeta, monten á caballo y digan á sus criados y amigos: ¡Esto no se puede sufrir; el que tenga vergüenza que me siga a la montaña!”. Parecida idea fue reproducida en el diario carlista El Cabecilla un 8 de enero de 1887: “Se había ya proclamado la república, había empezado aquella serie de sacrilegios y de horrores que escandalizaban y aterraban al país, y D. Castor se hallaba una tarde sentado a la puerta de su casa de Sestao, cuando le llegó el periódico carlista de Madrid á que estaba suscrito, y al abrirlo le dio en los ojos la relación de las profanaciones cometidas por la soldadesca en uno de los templos de Barcelona. D. Castor no leyó más: llamó á su criado, le mandó que le bajara su boina, su sable y sus pistolas de la guerra del 33, y que le preparara el caballo, y así salió á campaña diciendo á sus convecinos de Sestao: El que quiera, que me siga á defender la Religión, la Patria y el Rey”.

Pero aunque no hemos localizado ningún documento que los confirme, viendo la tradición fuerista de Andéchaga, es muy probable que su salida tuviera más que ver con el componente foral, que con el axioma general carlista de “Dios, Patria, Rey”. Sea como fuere, formalmente Andéchaga hace pública su incorporación a las huestes carlistas el 18 de agosto de 1873 haciendo un llamamiento a los habitantes de su distrito para que acudan a las armas al grito de: "¡Viva la Religíon! ¡Viva el Rey Carlos VII, Señor de Vizcaya! ¡Viva España cristiana! ¡Vivan los Fueros!".

Frenética Actividad

En los pocos meses que participó en la campaña, Andéchaga desarrolló una notable actividad bélica y organizativa, no exenta algunos errores tácticos posiblemente derivados de una concepción desfasada de la guerra y del desconocimiento del potencial de las nuevas armas. Según nos indica Francisco Hernando en su libro La Campaña Carlista sus primeros compases: “[…] pasó á las Encartaciones y arrastró consigo tal número de voluntarios que en poco tiempo formó dos batallones. Andéchaga, que conocía perfectamente aquel terreno, se apoderó del destacamento que guarnecía á Ortuella, bajó á Portugalete, entró en él, encerrando á la guarnición en los fuertes, sostuvo un reñido combate con la columna de Lagunero que salió de Bilbao en socorro de los de Portugalete, y escarmentó tan duramente á la de Villegas, que operaba por la provincia de Santander, que la obligó á internarse en aquella provincia y á dejarle dominar tranquilamente en las Encartaciones”.

Fundición de Arteaga
Paralelamente a sus marchas y contramarchas, y al igual que en la primera guerra carlista, fue uno de los máximos impulsores de la producción de artillera para el ejército carlista, transformado la vieja ferrería de San Antonio de Ugarte en la “fundición y maestranza de artillería Arteaga”. El Estandarte Real recogió éstas palabras del oficial de artillería Antonio Brea: “Jamás se ha visto una fábrica en peor estado para tanto trabajo como se deseaba y la gran rapidez con que se quería ejecutar. Hacía años que estaba parada, y así lo decían sus derruidas paredes sus enmohecidos cilindros laminadores, su agrietado y casi hundido horno de reverbero, el encenagado cauce de una rueda hidráulica medio podrida, y los escombros que aquí y allá impedían el paso. Solo la energía y entusiasmo del Brigadier Andéchaga daban aliento para emprender aquella obra: todo lo facilita; para para todo proporcionaba recursos”. Sus desvelos dieron fruto, ya que el 28 de noviembre de 1873 la fundición producía su primer cañón.

Planes Ambiciosos

El renombrado brigadier también mostró un notable empecinamiento en el control de la ría y la toma de la todavía “invicta” villa de Bilbao. Pero para ello previamente hubo que desalojar a las fuerzas liberales de los pueblos y pequeñas fortificaciones que jalonaban la margen derecha e izquierda de la ría del Nervión. Comenzó Andéchaga tanteando la población de Portugalete en agosto de 1873, aunque eso supuso llevar la guerra a las puertas de su casa solariega y tierras en Galindo. Las represalias por el acoso a la guarnición liberal de Portugalete no tardaron en aparecer y hombres de la columna del general Jose Lagunero Guijarro, de los que la población civil incluida la liberal, no tenía buena opinión, procedieron a la quema de su casa, según queda recogido en Anales de la guerra civil: “De donde se quejan mucho del general Lagunero, es de Vizcaya. Su columna se conduce muy mal siempre que sale, y después del tiroteo de Portugalete del otro día, se entretuvieron en quemar la casa de Andéchaga, la de una familia vecina y el pueblo de Elguero”. 

Más allá de la pérdida patrimonial parece que no hubo desgracias personales ya que parte de la familia de Andéchaga se había concentrado en sus posesiones de Sodupe. Allí, y según recoge el Cuartel Real en su edición del 11 de enero 1874, las hijas de Andéchaga recibieron la regia visitada del pretendiente: “El día 30 del mes próximo pasado llegó S. M. á Sodupe (Vizcaya) alojándose en la casa que accidentalmente ocupan las simpáticas señoritas hijas del entendido y bizarro Brigadier Cástor Andéchaga”. 

Iglesia de Portugalete destruida tras el asedio.
Tomado del blog "Monografiashistoricasdeportugalete"
Finalmente y tras sufrir un duro asedio donde Andéchaga hizo las veces de Jefe del Sitio, el 22 de enero de 1874 se hizo oficial la rendición del batallón Segorbe que había quedado encerrado tras los improvisados muros de Portugalete. El éxito de la empresa le valió el cargo de Mariscal de Campo, que se comunica a las huestes a través del diario propagandístico carlista El Cuartel Real: “Para premiar S. M. los servicios prestados en el sitio y toma de Portugalete, ha nombrado Teniente General al Mariscal de Campo Don Antonio Dorregaray; Mariscal de Campo al Brigadier D. Cástor Andéchaga; Brigadieres á los Coroneles Sres. Patero y Rada; y Coronel al Teniente Coronel al Sr. Calderón”.

Tras la caída de Portugalete y como un pequeño castillo de naipes, se rinden otras posiciones liberales a lo largo de la ría como El Desierto y Luchana. Finalmente Bilbao quedaba bloqueado. Para entonces un ejército liberal al mando de Domingo Moriones se había desplazado a marchas forzadas siguiendo la costa de Cantabria para evitar la toma de la capital.

Será en este momento cuando Andéchaga cometa uno de sus errores tácticos más graves, abandonando, prácticamente sin lucha sus posiciones en los altos de Saltacaballo, y obligando al ejército carlista a replegar su línea de defensa hasta Somorrostro. Este hecho fue largamente recordado por algunos de sus compañeros de armas, que muchos años después escribían con notable indignación: “[…] siendo para aquel valiente brigadier Andechaga que dio su vida después de haber demostrado su inutilidad absoluta haciendo un daño inmenso al ejercito carlista al abandonar a Moriones, sin disparar un tiro, las formidables e inexpugnables alturas de Salta Caballo […]”. Quién habla en estos términos tan duros no es otro que el por entonces oficial de artillería, Joaquin Llorens, que en otra carta personal afirmaba que el abandono de Saltacaballo: “fue una tremenda equivocación, demostraba que aquel general (Andechaga) solo sabía batirse bien, faltándole todas las condiciones restantes que para el mando son precisas a un general. Cuando lo recriminó duramente el general Ollo por esta falta de inmensa trascendencia, contestó con la necedad de que lo había hecho “porque quería evitar que los cañones liberales disparasen sobre un pueblo vizcaíno!!!!! Lo que no se comprende es, cómo se le consistió a Andechaga, mandar en adelante tropas, como jefe superior. ¿Eran castellanos Portugalete, Bilbao, Santurce?”.

Fragmento de una carta personal de Joaquin Llorens. Fondo Barón Montevilla.
Cortesía de Victor Sierra-Sesúmaga
Finalmente ambos ejércitos quedarán enfrentados en las planicies de Somorrostro. El ejército carlista, aunque todavía con una debilidad manifiesta en el ámbito de artillería, pondrá en liza prácticamente al 80% de sus efectivos al servicio de la empresa de toma de Bilbao y mantenimiento de la línea de Somorrostro. Indudablemente esto suponía un severo riesgo, alzándose la voz crítica de varios generales, entre ellos el que llevará el peso de las acciones de Somorrostro, Nicolas Ollo. Sin embargo Andéchaga, siguiendo la planificación que el mismo ha trazado y que tan victoriosamente había comenzado con la toma de Portugalete y bloqueo de Bilbao, es de la opinión contraía. Siempre que se le reclame su sentir abogará por la toma de la capital del Señorío, cualquier precio. En cualquier caso, ninguno de los dos oficiales saldrá vivo de la empresa.

El 20 de febrero Ollo ordena comenzar las hostilidades contra Bilbao y el día 21, en cumplimiento de su mandato, se inicia el bombardeo de la villa. En la sitiada y ahora bombardeda Bilbao se cantan unos versos satíricos que hacen referencia directa al recién nombrado Mariscal de Campo y que quedaron recogidos en la famosa novela de Unamuno, Paz en la Guerra

Viva Carlos sin cabeza,
Viva Andéchaga sin pies,
Vivan todos los carlistas,
Con el pellejo al revés. 

Comenzado el Sitio de Bilbao y las grandes batallas de Somorrostro, llegamos a finales de abril a la Batalla de las Muñecas, con un ejército carlista maltrecho pero todavía haciendo frente a unas fuerzas liberales que han sido detenidas y sangradas en una guerra de trincheras que ha concentrado el interés nacional e internacional. Decidido de una vez por todas el Gobierno de Madrid a superar esta situación, se ha creado un nuevo Cuerpo de Ejército con el objetivo de rebasar la línea de Somorrostro y levantar el Sitio de Bilbao. El lugar elegido para romper la defensa carlista será el puerto de Las Muñecas.

En la Batalla de las Muñecas

Miguel María Setién. Archivo Valde
Espina. Cortesía Victor Sierra-Sesúmaga
Gracias a Victor Sierra-Sesúmaga disponemos de un escrito firmado por Miguel María Setién y González, un abogado carlista nacido en Limpias (Cantabria) en mayo de 1852 y que fue secretario personal de Cástor durante la última guerra carlista. Este documento, prácticamente un breve diario de las Batallas de Somorrostro escrito en primera persona, fue publicado en 1929 en alguna de las múltiples revistas de carácter tradicionalista que se editaban entonces y guardada en el archivo del Barón Montevilla. El manuscrito original lo conservaba un sobrino de Setien, Luis Cortes de Echanove, y en su lectura nos permite obtener una visión de los hechos desde el punto de vista carlista y desde de una persona muy cercana a Andéchaga.

A finales de marzo, terminada la segunda gran batalla de Somorrostro, Andéchaga se traslada el 21 de abril con sus encartados a la zona de las Muñecas. En un diario personal conservado en la colección del Barón Montevilla encontramos la siguiente referencia a ese hecho: “[…] Don Cástor ha llegado con su batallón de encartados, ya están haciendo parapetos y mañana se reúnen hasta 1000 paisanos para seguir erizando de ellos estas aturas. Si Concha viene por aquí se arrepentirá de no haberlo hacho antes, dado lugar a que se hagan obras que le causarán grandes bajas”. Ya en las Mueñcas, Setién hace una somera descripción de lo que se encuentran, de los trabajos de fortificación y de la impresión que le generan sus paisanos cántabros del pueblo de Talledo, que muestran muy poco ánimo de colaborar con las fuerzas carlistas: “[…] En las Muñecas se encuentran trabajando paisanos de Balmaseda, Trucios, Zalla. […] A las cinco llega el Batallón y nos ponemos en marcha con dirección a Talledo. Hétenos ya en la provincia de Santander, en mi tierra, a tiro de fusil del enemigo, a madia hora de Ontón. Si alguna vez es posible que un hijo reniegue de su madre, esa ocasión me parece que está a punto de llegar y falta muy poco para que yo reniegue de mi tierra. No he visto gente más liberal y de peores intenciones que ésta. El pobre y bueno de Isasi pregunta en nuestro alojamiento por el general (Andéchaga) y le conducen al retrete; pedimos candeleros y nos mandan a buscarlos a la Iglesia; hacen falta platos y no aparecen. Por último, se enfada don Cástor, nos enfadamos todos, se arma un tiberio y como por encanto sale a relucir lo que poco antes no existía a diez leguas a la redonda… ¡Dios nos libre de tales canallas! Estoy fatigado y necesito descansar. […]. Los muchachos alegres y divertidos, lanzan numerosos vivas al rey, y los Generales reniegan de lo lindo de Talledo y sus vecinos. […]”.

Mujeres trabajando en la construcción de fortificaciones.
Álbum Siglo XIX
Dos días después comienzan los movimientos de tropas del 3º Cuerpo de Ejército al mando del general Manuel Gutierrez de la Concha. Setien relataba: “[…] era el 28 y el enemigo avanzaba. En los parapetos de Talledo, nuestra valerosa gente le esperaba tranquila y serena, confiando en la pericia de adorado general. Allí, don Cástor, impertérrito cual siempre, ve impasible la batalla que está a punto de comenzar […]. La comida del 28 fue una de las comidas más alegres que hemos tenido en toda la campaña. En familia y como padre rodeado por sus hijos, don Cástor se muestra expansivo y alegre. […] El aviso de que el enemigo ataca nos hace salir a la calle y a los pocos momentos se traba la pelea”. En aquel momento llegó a manos de Cástor la que sería la última orden remitida por parte de su superior Joaquin Elío que contemplaba el inicio de las hostilidades desde lo alto del puerto. Esta orden manuscrita, conservada en el archivo del Barón Montevilla y que Victor Sierra nos ha permitido reproducir, posee un fuerte carácter premonitorio de lo que iba a suceder: “Excelentísimo Señor: Bueno que haga usted toda la defensa que crea conveniente, pero no se encierre usted en las casas, retírese usted en tiempo pensando que ha de andar bastante a descubierto. Elio”.

Continua Setien con su diario personal: “[…] Ruda y terrible es la lucha. Nuestro pobre y heroico batallón se bate contra fuerzas centuplicadas. Grandes masas enemigas rompen sobre él un nutrido fuego de frente y flancos, y él resiste, resiste impasible la tormenta espantosa, la lluvia de plomo que por doquier se esparce. Dos compañías guipuzcoanas refuerzan nuestra línea y los revolucionarios no avanzan un paso por nuestra derecha sobre nuestros parapetos. Pero la izquierda de la carretera es tomada rápidamente y podemos ser envueltos por el flanco”. Hasta la una y media, las tropas carlistas que se sitúan en Talledo habían estado intercambiando fuego de fusil con los hombres que forman la 1º División liberal del 3º Cuerpo de Ejército al mando de Martínez Campos. A esa hora, y viendo la necesidad de avanzar, Campos solicitaba voluntarios para asaltar directamente a la bayoneta el reducto de Talledo. El 1º Batallón de Marina al mando del teniente coronel Manuel Manrique de Lara salió en su totalidad, a los que se sumaban distintos voluntarios de carabineros y personal del Batallón Valencia. Descendiendo del Pico Helguera avanzaron resueltos hacia las trincheras y parapetos donde se encontraba Andéchaga y sus hombres. 

Última nota manuscrita por Elío para Andéchaga.
Archivo Valde Espina. Cortesía de Victor
Sierra-Sesúmaga
La lucha por las trincheras tomó un carácter épico a ojos de los observadores, como los del militar inglés Sir Alexander Bruce Tulloch o el corresponsal Mariano Araus. Tulloch comienza así su descripción: “Los infantes de marina, encabezados por su coronel, Lara, saltaron sobre el parapeto de la trinchera y animaba a sus hombres con su espada, que tras unos momentos se precipitaron sobre la pared, haciéndose con ella en pocos minutos”. Araus continuaba: “Los soldados carlistas comienzan a huir pero sus oficiales, entre los que se encuentra Andéchaga al grito de “¡Viva nuestro rey!” les hace volver a la trinchera. […] durante diez minutos se vio á Andéchaga y al teniente coronel Lara frente á frente, excitando cada uno á los suyos: el segundo, para que apresuraran la subida de la pendiente, y el primero, para que volvieran á la trinchera que habían abandonado precipitadamente llenos de terror ante el arrojo de los nuestros. Puede decirse que ambos jefes estuvieron durante un entre dos fuegos. Por el momento pudo más Andéchaga con los suyos, […]”. Tulloch aseveraba: “después de una obstinada lucha los carlistas consiguen sobreponerse a los marines, que tienen que abandonar el parapeto y la trinchera: algunos de ellos parecían ser lanzados directamente sobre el parapeto, posiblemente heridos de bayoneta”. Tulloch concluía su relato afirmando que la llegada de los refuerzos del Regimiento de Valencia, permitió rehacer el ataque y de nuevo con Lara a la cabeza se ascendió hacia la trinchera. Esta vez Andéchaga no pudo contener a sus hombres y según la crónica del diario La Época: “[…] rehechos bien pronto los nuestros con Lara á la cabeza, subieron de nuevo, casi sin disparar un tiro, y al poco rato la trinchera era nuestra”. El historiador francés M. Poujoulat subrayó lo siguiente: “Pudimos ver que la lucha había sido feroz; las trincheras y el terreno frente al parapeto estaban sembrados de cadáveres, fragmentos de rifles, bayonetas, navajas: los restos ardientes de los cartuchos aún ardían en el suelo. Ningún carlista estaba vivo: dos compañías reales habían arrestado durante dos horas a todo un batallón republicano”. 

Lara no salió indemne de la refriega sufriendo una herida “gravísima” según recoge La Ilustración Española y Americana: “[…] entrándole la bala por el pecho y saliéndole por la espalda”. Años después el mismo Lara pecaría de modestia al relatar lo ocurrido: “[…] uno de los presentes le dijo: —Vamos, hombre, cuente usted cómo fué aquello de las Muñecas. A lo cual repuso con la naturalidad propia de quien era más capaz de hacerlo que de narrarlo: —Pues nada, que fui á tomar una trinchera, la tomé y me hirieron”.

Fragmento de lámina tomada del diario Le Monde Illustre
El corresponsal Araus describía que: “Andéchaga se retiró el último, solo y con paso regular, y hasta pudo creerse que deseaba la muerte, puesto que , en vez de marchar por las sendas cubiertas de maleza que conducen á Talledo ó al monte Mello, cruzó por medio de los sembrados, sobre cuyo verde claro se destacaban perfectamente los colores de su uniforme. Vestía pantalón grancé, bota de montar, un capote largo á la prusiana azul, y boina del mismo color con borla blanca. Debe tener bastante edad á juzgar por su barba, que me pareció muy blanca”. Tulloch dejará constancia de la valentía que mostró Andéchaga: “[…] podíamos distinguir claramente al viejo jefe Castor, que estaba montado y siempre al frente de la lucha”.

Continuaba Setien con su crónica de lo vivido: “Serían las cuatro de la tarde cuando don Cástor ordenó la retirada a los parapetos de las Muñecas. Yo, con una orden suya, voy a que una compañía de guipuzcoanos proteja la retirada y a que las demás fuerzas se dirijan a las trincheras referidas. Para entonces ya teníamos sensibles bajas […]. Un diluvio de balas nos rodeaba por todas partes y multitud de granadas cruzaban incesantemente con horrendo silbido por el espacio, desgajando los robles del bosque. Nos retiramos bien y en orden mereciendo los plácemes de los jefes. Cuando llegué a la carretera ya se encontraba en ella Don Cástor, afligido al creerme, víctima de alguna bala”. Fue la última vez que Setien contemplo vivo a Andéchaga.

Un Último Peaje

Subo al extremo de la cuesta para que dos compañías bajen a ocupar los parapetos. De repente un grito aterrador conde por nuestra filas. –El General ha sido herido-dicen todos, y todos se miran con angustia en tan críticos momentos. –El General ha sido herido- exclamo maquinalmente con voz lúgubre y corro a su encuentro. ¡Ay, era muy tarde! Don Cástor exhalaba su último suspiro en nuestros brazos, sin poder pronunciar una palabra. Don Mateo; el Comisario, llega en aquel momento llorando como un niño y me dice: -Don Francisco también ha muerto. ¡Oh, Dios, Dios!', ¿es posible tanta desgracia, en un instante perder nuestra adorada familia? -Los voluntarios rodean el cadáver Y exhalan ayes de dolor. -¡Nuestro padre ha muerto, sí!-exclaman-¿Qué va ser de nosotros? […] Esto es insufrible. ¡Dios mío, Dios mío! Qué privilegio tan triste, sobrevivir a mi querido General, a quien quiero como a mi padre. La bala que atravesó su pecho la conservaré mientras viva, para eterno recuerdo de este día. Don Cástor cayó luchando, luchando como siempre al frente de sus batallones, impertérrito en las guerrillas. Su capellán, mi don Francisco (Idoyaga), murió al ir a auxiliarle en sus últimos momentos, creyendo que estaba herido. Una bala rompió su cráneo. Don Cástor tiene la fatal herida en un costado y además en un brazo. El primero no pronunció una sola palabra; el segundo tan sólo un ¡ay! lanzó, con voz enronquecida·, al caer sobre el polvo”.

Supuesta bala que mató a
Andéchaga. Cortesía de
Victor Sierra-Sesúmaga  
Curiosamente una supuesta bala que mató a Andechaga fue conservada en la familia de Cortes de Echanove junto con el manuscrito de Setien, pasando por línea materna al famoso escritor Miguel Delibes que llego a afirmar en el libro Cinco horas con Miguel Delibes: “[…] Mi madre (María Setien Echanove) conservaba la bala que mató a este general, una especie de muñón de bala, pues tras chocar con los huesos había quedado chafada”.

Por su parte, Hernando relataba el hecho de la siguiente forma: “[…] Don Cástor Andéchaga desistía por fin de su empeño de defender á Talledo y sacaba sus fuerzas del pueblo antes de que las cercasen los republicanos, que por derecha e izquierda avanzaban. Habíalo ya hecho y salido a la carretera para ver el avance del enemigo, cuando éste, que observó el grupo que formaban Andéchaga y su estado mayor, hizo una descarga sobre él". Por su parte Tulloch, difería ligeramente en la descripción de los acontecimientos: “Observamos a un oficial a caballo que se dirigía a una trinchera localizada entre una colina y la carretera, como si fuera a ordenar a sus hombres a retirarse. De repente se tambaleo en la silla y cayó de su caballo que se alejó galopando. Se observó a muchos hombres correr hacia el lugar, y en ese momento un proyectil de artillería estalló entre ellos, causando la muerte del cura de Sestao, su mano derecha”. 

Repercusiones Inmediatas

La muerte de Andéchaga no tardó en propagarse, incluso el general Concha incluyó el hecho en un una comunicación dirigida al Duque de la Torre, tal y como se recoge en el libro Última campaña del general Concha: “He descendido del campamento y estoy aquí con un batallón, esperando la llegada de las municiones en el número que he pedido, y á que se racionen las divisiones con un convoy que había en Otañez, para continuar mi movimiento.-Según unos, los que huyeron ayer decían que marchaban á Baracaldo, y según otros que se defenderían en Avellaneda.-En el combate de ayer ha muerto el cabecilla Cástor Andéchaga- si puedo municionarme á tiempo, emprenderé el movimiento que V. E. sabe, que cuanto más se retrasa es más difícil.-Las bajas de 1º división se calculan en 200. No conozco las de Ia 2ª que no ha bajado aún de la izquierda”.

La prensa época puso especial énfasis en la importante pérdida que para las pretensiones carlistas suponía la muerte de Andéchaga. Son numerosas las noticias que aparecen en diarios tanto de tirada nacional como local. Según se recoge en el libro Diario de Portugalete: “En este momento que escribimos (las 8 de la noche), acaba de llegar la noticia de la muerte, por una bala de fusil, de D. Cástor Andéchaga, en el pueblecito de Talledo, lo cual ha causado hondo sentimiento entre sus partidarios. Y el hecho no es para menos: era un Jefe irreemplazable en Vizcaya”. Parecidos comentarios se muestran en el diario La Época del 5 de mayo: “La muerte de Andéchaga ha producido entre ellos (los carlistas) una verdadera consternación, sobre todo á los vizcaínos, para quienes era el hombre venerando como lo fueron Olla y Radica para los navarros”. En La Iberia del 1 de mayo se publica: “Se ha confirmado la muerte del cabecilla Andéchaga en la acción sostenida anteayer en las inmediaciones de Montellano. El cabecilla Andéchaga gozaba de gran prestigio e influencia entre los suyos y capitaneaba las facciones vizcaínas, que con esta pérdida han sufrido un rudo ó irreparable golpe”. Tampoco faltaron las informaciones coloristas poco o nada contrastadas, como la que encontramos en La Igualdad del 4 de mayo: “Sábese por conducto fidedigno que el día 29 se hizo en Valmaseda el ataúd en el que había da ser enterrado el cabecilla Andéchaga, herido mortalmente en la acción del 28, y que falleció en Sopuerta poco después de ser trasladado á este punto”. Tampoco faltaron la publicación de rumores encaminados a causar disensiones en las filas carlistas, como el aparecido en La Igualdad el 9 de mayo: “Los carlistas atribuyen la muerte de Andéchaga á la traición de uno de sus capitanes, que dicen indicó la trinchera, en que el veterano cabecilla con tres compañías […]”. Este bisbiseo será recurrente, manteniéndose a lo largo de los años posteriores.

Bando del 2 de mayo de 1874. Archivo
Valde Espina. Cortesía de Victor
Sierra-Sesúmaga
El 2 de mayo, y mientras se hace oficial el levantamiento del Sitio de Bilbao, desde la Comandancia General Carlista del Señorío de Vizcaya se ven en la obligación de emitir un bando para elevar el ánimo de los "voluntarios vizcaínos" haciendo referencia directa a la muerte de Andéchaga y a la necesidad de continuar la lucha.

Curiosamente en el diario de tendencias claramente liberales La Imprenta que era editado en Barcelona, se realizó una comparación entre Cástor y otros militares que operaban en el frente de Cataluña, ensalzando el valor de Andéchaga en detrimento de los cabecillas catalanes . En su crónica local del 4 de mayo de 1874 encontramos: “Aquí se vé el valor, y no hemos de negárselo a pesar de ser un enemigo. En cambio, qué diferencia entre la conducta de Andéchaga y la de la mayor parte de los cabecillas que infestan este país. Saballs ataca á Puigcerdá, á Olot, á Berga, y solo se le encuentra fuera del alcance de Ias balas. Tristany, Miret, Mora, Baró, etc., atacan las poblaciones de Vendrell, Mantesa y Alforja, los suyos se hacen matar, pero ellos no aparecen sino cuando el peligro ha desaparecido. Parecen de distinta raza que los del Norte, pero no es así; la diferencia está en que allí son verdaderamente guerrilleros, mientras que aquí no pasan de bandoleros”.

Un Entierro Apresurado

Los cuerpos de Andéchaga y su consultor áulico Francisco Idoyaga fueron recuperados y, según ha recogido el historiador Javier de la Colina, llevados a Sopuerta a lomos de un burro confiscado al caserío el Pendiz. En la crónica de Setién se nos describe el duelo por la muerte de su superior: “Al galope me dirijo a Elío a darle cuenta de la triste noticia y le pido permiso para notificarla también a su familia. El viejo veterano, el respetable Elío, el modelo de los caballeros y General llora sin consuelo la muerte de su amigo y compañero mientras nosotros, los pocos que sobrevivimos a la catástrofe acompañamos al cadáver a Sopuerta. Su hijo, que se hallaba en este punto, sabe ya la lamentable desgracia. Yo, con Bustamante, me dirijo a Sodupe a preparar a·Braulia y Cástora. A las·nueve y media de la noche llegamos a este punto, y es imposible describir la triste escena. Al día siguiente, hay que arreglar las honras fúnebres, y llegan Rebollar y don Serapio. Se conduce el cadáver desde Güeñes, en donde se encontraba, hasta Sodupe. ¡Qué fúnebre comitiva, qué lúgubre paseo! Los ordenanzas lloran, lloran los gastadores, lloran los que miran a la triste cabalgata,·lloramos todos al contemplar sin vida al que tantas veces nos condujo a la victoria. […] Don Francisco, nuestro capellán, es encerrado también en un buen ataúd y conducido juntamente con don Cástor. Juntos salieron al campo, y al salir le prometió a su jefe morir donde él muriese. Ha cumplido su palabra; muy poco tiempo vivió, acaso segundos, desde que el General perdió la vida. En casa de este don Francisco estuve yo escondido cuando vine de Francia y permanecí dos días en Sestao. ¿Quién me diría entonces que le había de ver morir de esta manera? Ambos están en el cielo. Don Cástor este día oró largamente en el templo, por la mañana, después de recorrer las trincheras. Ya desde el amanecer tenía· tristes presentimientos. En Sodupe sus hijos se empeñan en·ver el cadáver y consiguen ver realizados sus deseos. Está sin descomponer y parece que reposa en un tranquilo sueño. El de don Francisco nose le enseña a nadie; tiene la cabeza destrozada por el balazo. […]”.

Cementerio de Sodupe. Foto del Autor
Al apresurado entierro en el pequeño cementerio de Sodupe acuden algunos prohombres de la Diputación carlista tal y como queda recogido en una carta personal que el presbítero Pedro de Rebollar remite a Pedro María de Piñera, diputado carlista donde se le informa de lo ocurrido en las últimas horas y de su asistencia al acto (BFAH, AQ 001704/150): “[…] No había dormido ni un rato, había andado 16 horas a caballo y venía a Sodupe a acompañar el cadáver de nuestro querido y bravo general Andéchaga y dedicarlo acompañar a sus afligisísimas hijas”. Roto el frente por las Muñecas, el 3º Cuerpo de Ejército que dirige Concha se desparrama por el valle del Barbadun, buscando un rápido paso hacia el Cadagua. Setien así lo refleja: “Las alarmantes voces de que el enemigo está en Güeñes obligan a enterrar apresuradamente los cadáveres, y las hijas del General se ven obligadas, en medio de su dolor, a levantar la casa. Yo las ayudo en lo que puedo, que las amo como a mis hermanas, que como a mi padre amé al que fué suyo”. 

Siguiendo el relato del secretario personal, Braulia, Castora y Agapito, los tres hijos del fallecido que se habían concentrado en Sodupe, comienzan un periplo alejándose del avance de las tropas liberales. De allí pasan al pueblo de Oquendo, situado a unos 7 km: “[…] El viaje ha sido muy triste; cuatro gastadores conduciendo una dos pobres mujeres llorando sin consuelo la muerte de su padre. Agapito, su hermano, consolándolas […]”. Pero el día 1 de mayo Setien recibe nuevas que hablan del progreso imparable de Concha y la superación de la línea de Somorrostro. Viendo que en Oquendo no están seguros aconseja a los huérfanos que partan en dirección a Orduña, donde vive Juanita, otra de las hijas de Andéchaga. 

El dos de mayo de 1874 se hizo oficial el fin del sitio de Bilbao. Los carlistas habían salvado su ejército pero en el camino habían dejado importantes jefes militares y fracasado en su intento de toma de Bilbao. A pesar de ello Carlos VII y su ejército no estaban, ni muchos menos, derrotados.

Pórtico de Santa María en Durango.
Álbum Siglo XIX
Pocos días después se celebra en Durango una regia misa con presencia de Carlos VII al que acuden importantes personajes de ámbito carlista en honor a Cástor Andéchaga según registra El Cuartel Real: “El día 7 se celebraron en Durango solemnes exequias por el descanso del alma del heroico general Cástor Andéchaga, muerto gloriosamente en la defensa de nuestras posiciones de las Muñecas. Asistió á esta función religiosa, S. M. el Rey, acompañado de los generales Duque de la Roca, Dorregaray, Benavides y Belda, del corregidor dé Vizcaya, señor conde del Pinar, y del secretario de campaña el brigadier Iparaguirre. El señor canónigo Manterola, pronunció elocuentemente la oración fúnebre, y un gentío inmenso llenaba las naves de la espaciosa Iglesia, ansioso de tributar el último homenaje á aquel que fué modelo de leales y admiración de los valientes. Dios le habrá acogido en su gracia, y desde el cielo, donde sin duda le llevaron su acrisolada fé y sus virtudes, ruega porque el Dios de las victorias y conceda decisiva á nuestro animoso Rey; y á nuestros heroicos voluntarios”.

Tampoco faltará una emotiva y propagandística carta del propio pretendiente a las hijas de Andéchaga reproducida el 9 de junio de 1874 en el Cuartel Real: “A las hijas de Andéchaga: Yo que hé vivido en vuestra casa, Yo que he visto de cerca el amor entrañable que profesabais á vuestro padre, comprendo mejor que nadie el dolor que llena en estos momentos vuestros corazones por la irreparable pérdida que habéis sufrido. Esta es la razón por la cual no os he escrito antes; sabía que en este mundo no había consuelo para vosotras y no creía urgente recordaros los de la Religión, pues me eran bastante conocidos vuestros sentimientos cristianos para no dudar que en Dios, y en Dios solo encontraríais lenitivo á tan acerbo dolor; conozco que estaréis más resignadas, y quiero que sepáis que con vosotras le lloré y le lloro y que solo como católico y como español pude sobrellevar su muerte con grandeza de ánimo. Vuestro Padre era mi amigo y cayó mártir de la Religión y de la Patria, coronando con este doble laurel de gloria, una carrera sin mancha, de más de medio siglo de servicios al Rey, á España y á Vizcaya. ¡Cuántos en esta campaña veo sucumbir á mi lado combatiendo como el bravo Andéchaga por la honra nacional, por la prosperidad y grandeza do este noble pueblo español! A todos los lloro porque todos son hijos de mi corazón, y quisiera poder enjugar una por una las lágrimas de tantos como se encuentran en vuestro mismo caso. Pero pronto llegará el día, estoy de ello seguro, en que terminarán con el triunfo, los males de esta desgraciada nación por la cual combato y combatiré toda mi vida animado por la fé y por el convencimiento íntimo de que con soldados como los míos se marcha siempre á la victoria. Que Dios os guarde y os dé resignación como lo desea vuestro afectísimo. CARLOS. Azcoitia 25 Mayo de 74”.

Y mientras las hijas de Andéchaga recibían el regio pésame, en la prensa liberal, concretamente en el Boletín del Comercio del 12 de junio, aparecía la siguiente noticia: “El primer batallón de las Encartaciones, uno de los que formaban parte de la brigada del difunto Castor Andéchaga, se amotinó hace algunos días en Durango contra su jefe, pidiendo que fuera destituido y nombrado en su lugar un hijo del finado Andéchaga que residía en América, de donde salió para España hace más de un mes, y á quien se está esperando por momentos en Durango”. Combinando esta información con los datos recogidos por el historiador portugalujo Jose Manuel Lopez Diez, se puede afirmar que éste rumor hacía referencia al retorno de ultramar de Bonifacio Andéchaga junto con su esposa Martina Molina Morañes y su tres hijos que habían nacido en Argentina; aunque nada indicaba que fuera a ponerse al frente de las tropas de su padre.

Final de la Guerra

El dos de marzo de 1876 el diario El Globo incluía una reseña con la entrega de las armas de Juan Bautista, sobrino del difunto mariscal de campo que había acompañado a Andéchaga desde su salida. Los batallones carlistas se habían desvanecido ante el empuje de fuerzas netamente superiores. Carlos VII volvía a pasar definitivamente a Francia para no volver más. La guerra había concluido con una derrota a las aspiraciones carlistas y la adhesión mayoritaria de aquellos que vieron en el carlismo el garante del mantenimiento de los Fueros, permitía al gobierno de Madrid poner la puntilla a la Leyes Viejas. Los Fueros quedaban en su totalidad derogados.

En septiembre de ese año, los hijos de Andéchaga (Bonifacio, Juana, Braulia, Castora y Agapito), según consta en documentos del Archivo Foral  de Bizkaia proceden a “la división y adjudicación de los bienes y deudas que quedaron por fallecimiento de Cástor de Andéchaga y Prima de Amestuy, sus padres”; entre ellos: “una casa perteneciente a los herederos de Cástor de Andéchaga, sita en Galindo y varios lotes de viñedos, huertas y heredades, sitas junto al río de Galindo y el ferrocarril de Galdames”.
Heredades de Andéchaga-Amestuy en Galindo. Tomado de "Un general carlista
en la toponimia portugaluja" de Jose Manuel Lopez Diez
La casa familiar todavía será utilizada como residencia de algunos de ellos, y paralelamente Agapito, Juana, Braulia y Castora se harán con varias concesiones mineras, aunque tampoco les faltaran problemas económicos dada la cantidad de documentos recogidos en el Archivo Foral donde aparecen reclamaciones a sus personas sobre préstamos de dinero. Pasados algunos años la opinión pública tampoco se olvidará de ellos y el 6 de mayo de 1880, encontramos en la revista satírica El Buñuelo la siguiente reseña escrita con tintes de indignación: “Parece que se ha concedido una pensión á las hijas del comandante general carlista Andéchaga. Esta noticia no es interesante ni para los licenciados que no cobran sus alcances, ni para las madres cuyos hijos murieron en la guerra, ni para los que se han arruinado en ella, ni para el país que paga generosamente”. 

Salto al Imaginario Carlista

En 1895, Carlos VII instaura desde su exilio en Venecia la “Fiesta de los Mártires de la Tradición”; una fiesta-recordatorio que “sirviese para realzar y glorificar en cada población a los héroes carlistas”. Será a partir de este momento, cuando la figura de Andéchaga descrita en palabras de Joaquin Llorens como un "gran soldado y pésimo brigadier", pase definitivamente al imaginario carlista bajo los conceptos claros de “Díos, Patria, Rey”. Atrás quedaron sus errores tácticos de bulto, y por supuesto, todas aquellas acciones emprendidas por Andéchaga en el periodo entre-guerras que le llevaron a interponerse militarmente en el camino de las aspiraciones carlistas. 

Homenaje a Andéchaga en 1926.
Cortesía de Victor Sierra-Sesúmaga
A comienzos de 1896 la "Junta Tradicionalista de Vizcaya" iniciaba sus preparativos para la Fiesta de los Mártires. En El Correo Español del mes de enero registra sus acuerdos: “[…] Que los recuerdos de homenaje y de oración acordados colocar en las tumbas del referido príncipe, marqués de Valde Espina, D. Cástor de Andéchaga y don Martín de Echevarri, se inauguren el 10 de marzo próximo, rezándose un Responso por un señor sacerdote, invitando al acto á las familias de los finados, y con asistencia de representaciones de la Junta señorial y de los Círculos, y de los miembros de Juntas locales respectivas, y del mayor número posible de correligionarios de los pueblos donde se hallen inhumados los restos de los héroes indicados”. Y el 11 de marzo se habla del éxito de llamamiento: “Sé que en Sodupe acudieron á los funerales representaciones de los Circulo de Valmaseda, Sestao, Baracaldo, Orduña, San Salvador del Valle y Ortuella, celebrándose las honras en la capilla del cementerio y descubriéndose después la lápida del bizarro general Andéchaga”. Una lápida que todavía se puede contemplar en el pequeño cementerio de Sodupe y que reza: “Al Exmo Sr. D. Castor de Andechaga, su hijo e hijas. Murió el 28 de abril de 1874. La Junta Señorial Carlista al ilustre finado. 10 Marzo de 1896. R.I.P”.

Comienza así, con mayor o menor éxito de asistencia de concentrados, una serie de homenajes con periodicidad anual, sirviendo su tumba en el cementerio de Sodupe, como lugar de peregrinación, concentración y ensalzamiento del sentir tradicionalista, quedando la última visita registrada en vísperas de la Guerra Civil de 1936.

Una Cruz en el Puerto de las Muñecas

Lugar citado en la memoria colectiva como
escenario de la muerte de Andechaga
El lugar del puerto de las Muñecas donde las balas acabaron con la vida Andechaga también fueron objeto de peregrinación y homenaje. Y, al igual que sucedió con el campo donde cayó el proyectil que mató a Ollo y Radica en Somorrostro, la porción del terreno donde falleció Castor, también fue objeto de estudio para la colocación de un pequeño monumento conmemorativo. Todo ello promovido por prohombres carlistas en la segunda década del siglo XX.

En los fondos bibliográficos de Victor Sierra-Sesúmaga localizamos la siguiente carta personal del jesuita e historiador Padre Apalategui al Barón de Montevilla, fechada el 12 de septiembre de 1929: “Muy señor mío y distinguido amigo, en su última me propone dos asuntos a los que voy a responder. El primero, el de la cruz conmemorativa del sitio donde en que sucumbió el benemérito S. Castor. Acerca de este punto puedo darle detalles exactos y mejor se los dará quien me los enseño y es el señor don Jose María San Martin, uno de los potentados bilbaínos de la actualidad y que en su juventud fue soldado raso con Andechaga. […] Hace pocos años me llevo en auto por las Muñecas y me enseñó el sitio trágico. Al bajar de la cuesta (hacia Santander) hay una casa (única) y en seguida una revuelta que creo llaman “Retornos” y en el fondo de dicha revuelta una fuente. Allí”. 

La breve descripción es suficientemente ilustrativa cómo para poder localizar con cierta seguridad el lugar, situándolo en una de las curvas más cerradas del puerto de las Muñecas, entre el punto km 47 y 48 en la carretera CA-250, allí donde el arroyo Herreros o Rocalzada se precipita por una fuerte pendiente. La casa citada era la única que se encontraba en la vertiente cántabra del puerto y pertenecia al desaparecido barrio minero de Herreros, localizado en una cota inferior, junto a la salida del túnel ferroviario del mismo nombre. La casa fue derruida a finales de los 60. 

Homenaje a Andechaga frente a la "casa Garcia".
Modificada de original, cortesía de Javier Colina
Los datos localizados en la carta de Apalategui concuerdan con los recogidos por el historiador soportano Javier Colina y publicados en la revista Allen en 2004. Allí se indica que don Jaime Martinez San Martin, anciano habitante de Sopuerta, recordaba que "siendo yo niño subía mucha gente por las Muñecas que iban a un homenaje que le hacían en la casa de García al general Castor Andechaga muerto un poco más abajo de dicha casa".  Aportaba Colina una fotografía de época que amablemente nos ha permitido reproducir, de uno de los homenajes fechándolo en el año 1924 frente a la desaparecida "casa Garcia". 

La Guerra Civil de 1936 dio al traste con los proyectos de monumentos conmemorativos y en la pronuncia curva de los "Retornos", donde existía la fuente de "La Teja" (J. Colina en comunicación personal), nunca se construyó nada. 

Tiempos de Cambio

Para entonces el paisaje de vega rural del valle del río Galindo donde se encontraban las heredades de la familia Andéchaga-Amestuy estaba en pleno proceso de cambio y transformación de los usos del suelo. Casa y terrenos se encontraban desde 1926 adscritos al municipio de Portugalete, y según consta en el blog Mareometro de Portugalete, tras la guerra de 1936 la gran casa quedó dividida en dos caseríos que pronto desaparecerían absorbidos por la vorágine del crecimiento industrial. 

Pueblo abandonado de Setares.
Tomado del blog "Km-130"
De aquellos que una vez habitaron la vieja casona tampoco ya quedaba ninguno con vida: Juana había muerto en Bilbao en 1884; de Castora y Braulia, las hijas solteras no hemos localizado muchas noticias, salvo que se desplazaron a vivir en Gordexola donde disfrutaron de una vida desahogada gracias a sus distintos negocios mineros y heredades; Bonifacio retornó pronto a la Argentina, posiblemente antes de 1886, donde aparentemente quedó al margen del peso histórico que portaba su apellido, muriendo un 26 de octubre de 1902 en el hospital Rawson de Buenos Aires según se registra en los archivos del Barón Montevilla. Por último, Agapito mantuvo una buena relación con los sectores tradicionalistas, llegando a participar en los homenajes que se tributaron a su padre. Casado con Socorro Aqueche Otaola fue capataz de “mina Ceferina”, viviendo durante algún tiempo en el hoy abandonado pueblo de minero de Setares en el municipio de Castro Urdiales. Curiosamente, situado en las mismas estribaciones de la montaña donde en abril de 1874 el General Concha contemplaba las cercanas posiciones que su padre defendía en el pueblo de Talledo y a escasa distancia de donde cayó muerto.

Epílogo

A la largo de su vida Cástor María Andéchaga Toral luchó, en el mejor de los casos, bajo la bandera carlista durante 8 años; mientras que se opuso a sus pretensiones, o al menos no participó de ellas, a lo largo de 23. A pesar de ello, el apellido Andéchaga mantiene y mantendrá su ligazón a la ideología carlista y a todo su imaginario, dada su absoluta entrega "a la causa"; aunque el repaso histórico nos indique que este encartado, de clara convicción foral, únicamente fuera carlista... en algunas ocasiones.

Lápida de Andéchaga en el cementerio de Sodupe. Fotografía del autor

Agradecimientos: A Victor Sierra-Sesumaga, Biblio, Javier Suarez Vega, Ramón Villegas, Museo de Encartaciones y Javier Colina.

Actualización del 09/02/2018: Gracias a la amabilidad de Victor Sierra-Sesúmaga se incorporan varios fragmentos de cartas manuscritas de Joaquin Llorens y Fernandez de Cordova donde cita expresamente a Andechaga.

Actualización del 25/08/2021: Se añade información relativa al lugar donde cayó Andéchaga incorporando información recogida en los fondos de archivo de Victor Sierra-Sesúmaga y materiales aportados por el historiador Javier Colina.