jueves, 9 de abril de 2020

Fusiles Wänzl y Cañones Krupp: De la Austria Imperial a la Navarra Carlista


Abanderado Carlista. Modificado del
"Estandarte Real"
Entrada Actualizada: 14/06/2020

Diputaciones Forales y Juntas Reales

El militar Pedro Ruiz Dana, autor del libro Estudios de la Guerra Civil en el Norte, llegó a realizar la siguiente afirmación en relación con la calidad de tropas y material del ejército carlista a mediados de 1874: “En aquella fecha, deber de imparcialidad es confesarlo, que el ejército (carlista) era tan bueno como el nuestro”. Pero llegar a desarrollar una organización castrense capaz de medirse en igualdad de condiciones con el ejército liberal, fue una tarea en extremo complicada donde las Diputaciones Forales y Reales Juntas Gubernativas carlistas, jugaron un papel determinante.

Fueron precisamente estos estamentos administrativos carlistas, las que cargaron con el peso de los servicios que precisaba la población civil de su territorio, así como todo lo relacionado con el sostenimiento de sus batallones (armamento, vestimenta, avituallamiento, sistemas de reclutamiento, etc.); incluido, la siempre delicada tarea de recaudación de impuestos. A decir del historiador Antonio Pirala: “Constituidas en verdadero poder las diputaciones carlistas, sus disposiciones forman un cuerpo completo de gobernación, de hacienda, de todos los ramos de la administración pública, aún sin excluir el de guerra”.

En los primeros meses de 1873, durante el proceso de consolidación de la guerra en el Norte, la coordinación entre los Jefes Militares de las provincias y sus correspondientes Diputados forales era una obligada necesidad. Tal y como se desprende de las cartas y comunicados que se conservan en el Archivo Histórico de Euskadi entre el Diputado General de Guipúzcoa, Miguel Dorronsoro y, el Jefe Militar de la provincia, Antonio Lizarraga, en no pocas las ocasiones esta relación se tornaba tensa ante las demandas de unos y los requerimientos de los otros. Y para complicar la situación, no siempre existía una complementariedad de actuación entre las distintas Diputaciones y Juntas Reales, sumidas en viejas enemistades y suspicacias, que dificultaban dar una respuesta unitaria a problemas comunes. Pirala resumirá en poca palabras este hecho: “De grande auxilio eran estas juntas y diputaciones para la causa por cuyo triunfo trabajaban; pero tenían el inconveniente de mantener vivo el espíritu de provincialismo, tendiendo cada corporación a hacer de su provincia un pequeño estado independiente, que influía de una manera deplorable en el orden militar, pues cada provincia quería tener su ejército para su territorio; desagradaba que de él saliera y viniese al suyo el de la provincia vecina, y esto lo exigían con frecuencia las operaciones combinadas”.

Armas para un Ejército Embrionario

Esta descoordinación o falta de entendimiento, afectó de forma notable a la apremiante necesidad de conseguir armas ligeras y pesadas, así como en la exigencia de dotarse de una estructura fabril que diese cobertura a los requerimientos militares, sin necesidad de recurrir al, siempre caro y complicado de trasladar, producto extranjero. Los grandes depósitos de armas que se supone esperaban a los alzados, no fueron tales, lo que lleno de recelos las tertulias carlistas sobre el destino de las sumas de dinero que se había destinado a ello. El que fuera oficial de artillería carlista, el valenciano Joaquín Llorens y Fernández de Córdoba escribirá: “Muchísimo dinero se había dado, aun antes de empezar la guerra, con destino a la compra de armamento. Se dijo que existían grandes depósitos, pero todo resulto falso, y lo que no hay duda hicieron algunos fue guardarse el dinero”. Por si fuera poco, inicialmente no se escuchó suficientemente a expertos en armamento moderno, que aportasen su experiencia en un campo que rápida evolución.

Escudo de la Diputación Foral
 Carlista de Guipúzcoa
Mientras se trataba de organizar un entramado de adquisición de armas, más o menos centralizado, cada Diputación optó por emplear sus recursos monetarios en comprar lotes de armas "conceptualmente" modernas, con el único requisito establecido de ser de retrocarga. Pero esta decisión llevaba aparejada dos problemáticas: la multiplicidad de bocas de fuego que iban a adquirir y la manifiesta imposibilidad de dar respuesta al rápido consumo de municiones que llevaba implícito el uso del cartucho metálico y la retrocarga.

Además, no todas las adquisiciones tenían la misma fiabilidad. En 1873 y, ante la imposibilidad de conseguir municiones para el fusil de éxito del momento, el Remington Rolling Block, el mismísimo Dorronsoro, a la cabeza de la Diputación Guipuzcoana, prefirió la “cantidad” antes que la “calidad”. Es por ello que Dorronsoro puso inicialmente su empeño en conseguir carabinas giratorias de calibres “16” y “24”, con sus respectivas municiones, del ya desfasado sistema Lefaucheux. En una carta fechada del 9 de octubre de 1873 en Azpeitia, Dorronsoro comentaba a Lizarraga: “Creo que debe usted pensar seriamente en si conviene adquirir fusiles Remington. A mi me parece indudable que por ahora solo debemos tomar fusil giratorio 24, cuyos cartuchos son de más fácil adquisición y, cuando tengamos fabrica de cartuchos, no habrá ya ningún inconveniente para conseguir Remington. Hoy por hoy, encuentro desacertado adquirir un armamento cuyas municiones es poco menos que imposible de hallar”. 

Soldado francés equipado con
Chassepot. Tomado
de "military-photos.com"
Sin embargo, los fusiles giratorios distaban mucho de poder ser considerados como "fusiles de línea" y los soldados se quejaban de su escasa potencia de fuego. El voluntario guipuzcoano Jose Tomas Echaniz referirá al Padre Apalategui: “[…] nuestros (fusiles) giratorios alcanzaban poco; no llegaban hasta los liberales, pero los remingtones de ellos sí hasta nosotros”.

Tampoco los Chassepot franceses, que llegaron en unos pocos miles, parecían ser una bendición; o al menos así se expresaba Llorenz: “En Bélgica había más (fusiles), pero eran del sistema Chassepot, de los cuales ya se habían introducido 800 en España por la frontera, y habían dado muy malos resultados, tanto por la fácil descomposición del mecanismo, como por la rotura de la aguja, y sable de la bayoneta, pues en Eraul hubo carlista que al dar un golpe se le quebró, quedando el pedazo atravesado los dos muslos de un oficial liberal”.

Con esta técnica, poco refinada, de hacerse con todo aquello que disparase una bala, el resultado fue que algunos batallones llegaron a 1874 con “hasta 7 fusiles distintos: Berdán viejo, Giratorio del 16, Minié carabina corto, Berdán reformado, Giratorio del 24, Minié fusil largo y algún Remington”; así se lo explicaba el Prudencio Iturrino, veterano del 4º de Guipúzcoa, al Padre Apalategi. Un “testigo ocular del Sitio de Bilbao”, afirmaba: “La mayoría de estos (los carlistas), sobre todo los vizcaínos, usan un fusil Berdan reformado, de gran calibre, de mucho alcance y seguridad en el tiro; fuerte, pero pesado. Lo manejan bien, y hay entre ellos muy buenos tiradores”.

Y algunos historiadores, como Enrique Roldan Gonzalez llegarán a diferenciar los batallones en función de su armamento: “En 1873 los cuatro primeros batallones navarros ya tenían Remington, y pocas fechas después de la batalla de Montejurra lo recibió el 5º. Conforme iban los batallones recibiendo Remington, las armas antiguas de dichas unidades pasaban a otras que se creaban seguidamente. Los vizcaínos usaban los berdan (sic), los alaveses Lefaucheux, los guipuzcoanos diversas marcas y los castellanos Chassepots”. Pero generalidades aparte, lo cierto es que existía una importante variabilidad de armas, donde a los ya conocidos Springfield (Allin o Berdan reformados), Remington, Berdan, Chassepot o fusiles giratorios, había que sumarle otros lotes de otros sistemas menos numerosos y poco conocidos.

Para centralizar, en la medida de lo posible, la adquisición de armas, según cuenta Tirso Olazabal, “se habían constituido en la frontera una Junta compuesta de comisionados de las provincias vascongadas y Navarra”. Esta Junta incluía nombres de lustre del mundo carlista como el propio Olazabal, Alejandro Argüelles Meres de la Riva, Carlos Calderón Vasco, José María de Lasuen Urízar, Bernado G. Verdugo, Vicente Alcala del Olmo Torres, etc. De sus logros y fracasos en la compra de armas, el historiador Pirala escribirá: “[…] seguramente que no hubo negocio en el campo carlista. en el que más se escribiera y en el que más alardearan casi todos de los servicios que prestaban. Se ve excelente voluntad, pero no el mejor acierto”. 

Altos hornos de la fabrica de cañones carlista de Ugarte (Vizvaya).
Modificado de al Álbum Siglo XIX
De hecho, las propias Diputaciones carlistas, principales suministradoras del dinero que iba a permitir la compra de material en el extranjero, recelaron, al menos inicialmente, de derivar sus siempre escasos fondos a estos menesteres. Así, Lorenzo Arrieta-Mascarua Sarachaga, de la Junta de Gobierno de Vizcaya, criticaba el gasto en la compra de artillería que Tirso Olazabal estaba realizando en Inglaterra: “[…] se le remitieron también como consta de recibo, cuyas cantidades reunidas suman 90.000 reales, con los que cree quedan bien pagados los dichosos cañoncitos, que, no se han recibido aún, y ya son innecesarios, porque en consideración a su tardanza, esta diputación, apremiada de la necesidad, se decidió a montar, y a Dios gracias funciona satisfactoriamente, una buena fábrica de cañones que nos ha proporcionado cinco, al parecer muy buenos, y que dentro de poco nos proporcionará cuantos necesitemos, […]”.

La Junta Navarra y las Armas Austriacas

Si bien la adquisición de artillería en el extranjero fue capitalizada por el guipuzcoano Tirso Olazabal, algunas Juntas carlistas mantuvieron sus propios contactos para dotar de cañones sus batallones. Este fue el caso de la Real Junta Navarra, que empeñó sus fondos en conseguir una moderna batería Krupp.

Cañón Krupp Carlista. Modificado de "Estandarte Real"
Eran los cañones germanos Krupp la excelencia en artillería en aquel momento. Cañones de acero, retrocarga, fiables, precisos y resistentes, se habían convertido por méritos propios en la joya de los ejércitos prusianos y en un objeto de deseo del resto ejércitos. El gobierno de Isabel II había adquirido varios ejemplares que habían llegado justo para participar en la postrera defensa de la reina en la batalla de Alcolea (1868).

Sin embargo, no era fácil para los carlistas llegar a estos cañones. La geopolítica del momento había alejado a los prusianos de las pretensiones de Carlos VII y las relaciones se fueron haciendo notablemente tirantes a medida que avanzaba la guerra. Entre las muchas noticias referentes al apoyo tácito que el gobierno liberal de España recibió de Prusia, encontramos en el Cuartel Real el siguiente párrafo: “[…], sabemos que el gabinete prusiano no descansa en su apoyo a los que, siendo hoy gobierno de la revolución española, ya hace más de un año concertaron con él los medios de elevar al trono español un príncipe de la raza germánica; este es el sueño dorado de Bismarck, empeñado en descatolizar al mundo para poner bajo sus pies a la raza latina”. 

Sin la posibilidad de llamar a la puerta de Prusia, la Junta Real Navarra optó por entrar en contacto con agentes que tuvieran relaciones con la otra potencia germana, como era Austria. La rivalidad entre los dos gallos germánicos, Prusia y Austria, había derivado en una guerra abierta en 1866, donde los austriacos se habían llevado la peor parte tras verse obligados a luchar con vetustos fusiles de avancarga frente a la retrocarga ya implantada en el ejército prusiano. 

Sello de Diputación Foral Carlista de Navarra
La competencia existente entre estas dos grandes potencias europeas fue eficientemente aprovechada por los agentes carlistas navarros para hacerse con los siempre necesarios fusiles y una indispensable artillería, que esta vez, portaba la firma Krupp. Según nos cuenta el oficial carlista Llorenz, fue Esteban Perez de Tafalla, vocal de la Junta Real Navarra el que gestionó los fondos necesarios para la compra, sustentándose en la opinión del “ingeniero de la misma, Sr. Lana”. Pero Llorenz, que no destaca por su mesura en sus relatos, apostillará: “Mucho trabajarían estos señores y no pocos viajes y sudores les costaría la adquisición de aquellas armas, no lo dudamos; pero lo que sí podemos decir, que por lo pronto fueron inútiles. Y era natural que esto sucediera, pues ninguno de aquellos señores, muy competentes en otras materias, eran apropósito para aquella misión. El Sr Lana había escrito un folleto sobre las mejores piezas de artillería, los legos en la materia lo acogieron como acabado y notabilísimo estudio, pero los que habían cursado largos años de balística y de artillería lo calificaron, y con mucha razón, de ligeras nociones, o más bien de apuntes ligeros copiados de revistas militares”.

Los Fusiles Wänzl

El alijo, que tanto daría que hablar, se sustentaba en 6 cañones Krupp y 2.500 fusiles “Wänzl” y al igual que les sucedió a los fusiles Allin, su grafía y fonética fue adaptada al castellano en todas sus variantes posibles: Wanzel, Wänzel, Waenzel, Wenzel, Wentsell, Wentzall, Wentzel o incluso, Woetzel.

En la página húngara “Classic Firemarms” encontramos un perfecto monográfico de estos fusiles Wänzl, que pudiera ser definido como una solución transitoria y de emergencia mientras llegaban a manos austriacas un rifle nacional específicamente fabricado para la retrocarga. Hasta la Guerra con Prusia en 1866, el fusil básico austriaco había sido el Lorenz en sus varias versiones, un avancarga fiable, pero a todas luces desfasado que ya había encontrado un más que digno sustituto en el fusil de retrocarga Werndl. Pero no fue hasta la amarga derrota ante las mejor dotadas tropas prusianas, cuando se agilizó la construcción del Werndl. Mientras se fabricaba en número suficiente, el imperio Austrohúngaro no podía permitirse volver a entrar en batalla conociendo su clara inferioridad en materia de armas portátiles, por lo que creó un “Comité de Rifles, que examinó 170 de posibles sistemas que podrían usarse para convertir los rifles Lorenz en retrocarga, incluida la del vienes Franz Wänzl”.

Fusil Wäzl. Cortesía de "Classic Firearms"
El sistema diseñado por este armero era de “trampilla, mezcla entre el americano Allin y al belga Albini”, y con él se procedió a la inmediata trasformación de 70.000 fusiles Lorenz a Wänzl. Fue una solución muy temporal, convirtiéndose pronto en rifles de segunda categoría, a medida que iban siendo sustituidos por flamantes Werndl.

Similares en su aspecto a los Springfield norteamericanos que ya habían adquirido los carlistas como excedentes de la guerra Franco-Prusiana, el pequeño lote de Wänzl austriacos, junto con los afamados cañones Krupp, iban a llegar a suelo español siguiendo un largo periplo. Finalmente, el gran alijo se compondría de 6 cañones de acero de 8 cm Krupp, 400 granadas, 5 telémetros “sistema Boulanger y de Poche”, 2.500 fusiles Wänzel, 270.000 cartuchos, 1.000 espoletas y otros tantos estopines, todo ello a expensas de la Junta Navarra y con destino a armar su propia División.

Contrabando de Armas

Si bien, y como el mismo relataría años después, Tirso Olazabal no participó en su compra, fue responsable de gestionar su contrabando hasta territorio navarro. La parte más sencilla correspondió al traslado de los paquetes hasta Amberes, donde, según indica Pardo San Gil, fueron cargadas en un mercante germano de nombre Sophie que las despachó hasta una pintoresca isla frente a las costas de Bretaña de nombre Belle Ile. 

Allí esperaba el vapor "Nieves", un pequeño mercante que según describe Jose Fernandez Gaytan, había sido “construido en 1871 en Francia, de casco de hierro, hélice, máquinas de 85 caballos, 41,23 pies de eslora, 5,28 de manga, 7,5 de puntal y 130 toneladas”. Matriculado en Bilbao, su armador era Pablo Aldamiz(goseascoa) Beitiolacoa, nacido en 1820 en Arteaga.

Ruta marítima seguida por los fusiles Wänzl.
Modificado de Google Earth
Los Aldamiz, con su apellido compuesto de complicada grafía, procedían de una familia de lustre con una fructífera tradición marinera comercial. De Gauteguiz de Arteaga, Pablo Aladamiz había pasado a la pequeña villa de Ea, donde habían sido bautizados sus 5 hijos y, posteriormente, se trasladó al pueblo de Abanto (cuando todavía era una anteiglesia independiente de Bilbao) como “marino retirado” para continuar desde allí su lucrativo negocio naviero-mercante. Carlistas confesos, tanto él como sus hijos, que siguieron la senda marina de su padre, no dudaron en colaborar en el contrabando de armas, lo que les costaría no pocos disgustos y un embargo de bienes al finalizar la guerra, tal y como queda registrado en el archivo de la Diputación Foral.

Según cuenta Tirso Olazabal en sus memorias, fue la propia Diputación Navarra “la que permitió que me ocupara de su traída a España”. No era tarea sencilla ya que en aquellos momentos estaban en camino dos grandes cargamentos, teniendo Tirso que lidiar con ambos. El primero de ellos era un importante alijo con destino al puerto vizcaíno de Motrico que llenaba las bodegas el “Notre Dame de Fourvieres”. El N.D de Fourvieres, barco que pasará a la historia con el ficticio nombre de “London”, estaba destinado a convertirse en el buque insignia del contrabando carlista. Estando comprometido el "ND de Fourvieres" en el trasporte de fusiles Springflied y baterias Withworth, fue obligatorio contar “con el naviero Aldamiz” al que Tirso definió como “lealísimo carlista, muy conocedor de nuestros puertos”. 

Una vez estuvo el cargamento en el "Nieves", se dio orden a que esperase en Belle Ile hasta “juzgáramos que había llegado el momento oportuno. Era preciso tomar muchas precauciones para que nuestro armamento no cayera en manos del enemigo, y al mismo tiempo convenía guardar el secreto hasta última hora”.

Tirso deseaba estar presente en el desembarco del cargamento con destino al puerto de Motrico, teniendo que dejar el vaciado de la bodega del "Nieves" en manos del alto mando carlista. Además, dada la presencia de tropas liberales en poblaciones cercanas a Fuenterrabia, tampoco descuidaron la protección de las armas una vez tocasen tierra, teniendo que proteger su traslado desde el cabo Higuer hasta Vera de Bidasoa. Tirso dejará constancia de algunas de las cartas que se cruzaron en el mes de noviembre con los generales carlistas como Lizarraga, que al mando de las tropas guipuzcoanas ya comentaba que se precisaba del concurso de un mayor número de tropas: “[…] ante la responsabilidad de la obra que trae entre manos, necesito, indispensable el concurso de las fuerzas alavesas y  navarra”.

Finalmente, el sistema de protección comprometió a un contingente de tropas guipuzcoanas al mando de Santiago Irazu “Chacurchulo”, y de Juan Yoldi, al mando del 6º Navarra. Sin embargo, esta movilización estuvo a punto de dar al traste con el desembarco. Mientras ambos vapores carlistas merodeaban la costa vasca a la espera de una mejoría del tiempo, la concentración de tropas en las cercanías de Irun, había hecho “suponer a los liberales de Irun que había llegado el momento del ataque a aquella plaza tantas veces anunciado, y al ver que no había preparativos de ataque, sospecharon la verdad y empezaron a tomar medidas para apoderarse del buque, ya denunciado por otros conductos a las autoridades republicanas”. 

Dos Grandes Desembarcos

El bloqueo naval que infructuosamente trataba de imponer el gobierno liberal, no puedo evitar que el 3 de octubre el "Notre Dame de Fourvieres" llenará los muelles de Motrico con todo su material bélico, necesitando de 96 carros para sacarlos de allí. Todo ello le valió a Tirso las felicitaciones de D. Carlos: “Te felicito por el nuevo desembarco de cañones y fusiles, y como recuerdo de este día te concedo merced del título de castilla con la denominación de Conde de Arbelaiz”. 

Quedaba por desembarcar el alijo que portaba el "Nieves", y gracias a que los liberales esperaban un único gran desembarco de armas, “los jefes carlistas esparcieron la voz de que era aquel el que se quería desembarcar, con esto los cruceros de la marina disminuyeron su vigilancia permitiendo que el 14 del mismo mes, a las once de las noche, en medio de una gran oscuridad pero con un mar tranquila empezase la operación ceca de Fuenterrabia, entre Pasajes y el cabo Higer”.

Desembarco de Armas.
Modificado del Álbum Siglo XIX
Siguiendo con la descripción de lo acontecido que realizó Llorenz: “A las 5 de la madrugada se concluía la operación, avistando en aquel momento dos vigías que se veía a un buque de guerra; el carlista salió a toda máquina, así que cuando aquel llegó, solo pudo contemplar como se cargaban en las carretas las 770 cajas de que se componía el desembarco”. Los desvelos de Tirso en proporcionar una buena protección al convoy de armas fueron todo un éxito: “No hubo alarma alguna, todo el material desembarcado llegó a Vera sin el menor tropiezo”.

La marina liberal había sido burlada doblemente en apenas dos semanas y sus tropas de tierra, por aquel entonces ya encerradas en los escasos bastiones que aún conservaban en tierras forales, no se atrevieron a detener el tránsito de las carretas que se dirigían a Vera de Bidasoa. Tal vez para evitar quedar convertidos en un hazmerreir internacional, la marina liberal envió al “Guipuzcoano”, un vapor de hélice, reconvertido en cañonera a seguir en rastro del “Nieves”.

El Apresamiento del “Nieves”

No tuvo que buscar mucho. No era ningún secreto que, tras haber descargado, el “Nieves” había vuelto a aguas francesas, para acabar tranquilamente fondeado en el puerto de Socoa. Según indica el diario “La Época” en su tirada del 19 de octubre, “el alcalde de Irún y el cónsul de España en Hendaya” llegaron a este pequeño puerto de las costa vasco-francesa exigiendo a sus autoridades la inmediata entrega del “Nieves”, mientras el “Guipuzcoano”, bloqueaba la salida del puerto. 

Puerto de Socoa. Modificado de Álbum Siglo XIX
No contentos con activar la vía diplomática, el diario continuaba describiendo como el comandante del “Guipuzcoano”, junto a varios de sus hombres “pasó á bordo del Nieves, para intimar á su comandante, Sr. Aldamiz, que entregara el buque. El señor Aldamiz rehusó, y viendo que el comandante del aviso estaba dispuesto á llevar las cosa más lejos, sacó un revolver”. El capitán del "Nieves" no era otro que Diego Aldamiz, uno de los hijos de Pablo y, años después, la anécdota de aquel revolver le será trasmitida al Padre Apalategui por un veterano con alguna variante: “Que viniera el capitán al cañonero, Envió un bote en su busca, Allá fue nuestro capitán vizcaíno, llevando consigo un revólver de seis tiros, El capitán del cañonero empezó a decirle que ya sabía a qué se dedicaba el buque "Nieves", El vizcaíno se lo negó, claro,

-Es inútil; usted ha de entregarse preso, Y ¡ahora mismo!

Entonces el carlista, apuntándole con el revólver, le dijo:

-Usted me echará a perder a mí; pero usted se perderá antes, Aquí mismo le mataré, si a esos chicos del bote no les ordena que me lleven a mi buque, Al señor comandante le entró el miedo y ordenó a los marineros que llevaran a aquel hombre como lo habían traído”.

Sea como fuere, si en el “Nieves” o en el “Guipuzcoano”, el altercado con un Diego Aldamiz amenazando a los oficiales liberales con un arma, tuvo suficiente repercusión como para llegar a oídos de las autoridades francesas, haciendo saber a los respectivos comandantes, "que no tolerarían que se cambiaran disparos de bordo á bordo entre los dos barcos. En estas circunstancias, el Sr. Aldamiz creyó conveniente abandonar el Nieves con toda su tripulación, confiando la guarda del buque a algunos obreros. que alquiló en Socoa”. Habiendo abandonado el busque la tripulación, el cañonero liberal aprovechó la situación para abordarlo y tomar posesión del mismo, procediendo seguidamente a remolcarlo hasta el puerto de Pasajes.

El "Nieves" siendo remolcado hacia Pasajes.
Modificado de Álbum Siglo XIX
La aparente violación de la neutralidad francesa no conllevó ninguna protesta diplomática y de hecho, la actitud francesa ante el abordaje de un barco en sus aguas, fue vista por la prensa liberal como “una deferencia de las autoridades francesas con los agentes españoles”. Así el diario La Iberia del 17 de octubre se felicitaba “por este casi primer resultado del reconocimiento de nuestra nación por la vecina república, y felicitamos también al gobierno francés por la conducta leal y amiga que parece iniciar al fin con nosotros”.

Mientras Francia parecía haberse convertido en una aliada del gobierno liberal, tras conocerse la procedencia de las armas, la propia prensa austriaca se encargó de “lavarse las manos” y en una escueta noticia aparecida en el Boletín de Comercio del 20 de octubre se afirmaba: “Austria.—Viena 16.—Hablando del desembarco de fusiles y cartuchos para los carlistas, el Abendpost, periódico de esta capital, declara que no se han vendido desde hace un año fusiles de chispa del sistema Woetzel, y que nunca el ministerio de la Guerra ha vendido una gran cantidad de cartuchos”.

Euforia vs Realidad

Finalmente, las armas austriacas habían llegado a su destino, siendo almacenadas en la fábrica de artillería que ya estaba en funcionamiento en la villa navarra de Vera de Bidasoa. El diario carlista “El Cuartel Real” no pudo menos que vanagloriarse del nuevo lote de armas: “Alégrese el corazón ante el espectáculo que los ojos contemplan en esta fábrica de Vera. Seis magníficos cañones Krupp, vecinos a 2.500 fusiles y a numerosos cajones de cartuchos, todo esto en medio de inmensas pirámides de granadas de todos calibres primorosamente construidas y acabadas, y rodeado de no pocos curiosos que han hecho el viaje expresamente de los pueblos comarcamos tan solo por mirar a placer los efectos del desembarco, tal es el cuadro que la mencionada fábrica ha presentado estos días.

Y en verdad que los cañones Krupp merecen la fama de que gozan. ¡Que elegantes! ¡Qué bien trabajados! ¡Qué temibles piezas! Compréndase tan solamente a simple vista el trabajo que representan aquellos exactísimos cierres de recamara, y la fusión del acero en cantidad suficiente para semejantes moles. Mide cada una de ellas un metro y noventa centímetros de longitud y ocho centímetros de calibre. Para su dotación han venido 400 granadas, y ya se están aquí construyendo los moldes para fabricar enseguida, absolutamente iguales, en gran abundancia.

Una vez los cañones limpios y ensebados, han sido conducidos a Santesteban, y de allí a Azpetita, donde han de ser montados.

En cuanto a los fusiles que también se han oxidado en gran parte a causa de las humedades, ya están limpios y corrientes en su mayoría. Entre ellos hay unas 300 carabinas cortas para armar a los artilleros. Todos son del sistema Wentzell como antes había anunciado”.

Pero frente a la euforia desatada en la prensa, el carlista Llorenz no dudará en calificar la compra de material austriaco con estas palabras: “Así resulto que las piezas Krupp eran viejísimas y cansadas de hacer fuego a los franceses. Sus cierres inútiles, pues solo los pudo hacer servir la fuerza de las circunstancias y la necesidad de aumentar la artillería, aun acosta de que los escapes de gases hicieran que estas piezas, que debían alcanzar a 5000 metros llegaran escasamente a los 2300. […] Los cañones se montaron Azpeitia y se formó una batería que se procuraba entrara en fuego los menos posible, pues los escarabajos que tenían en el tubo, lo estropeado de sus estrías y los pésimo de su cierre, hacia posible reventase”.

Los Wänzl tampoco se libraron de sus críticas: “los fusiles eran caros, de mala construcción, de diferente longitud, de bayoneta y de machete-bayoneta, y de un calibre más pequeño que el Allin (¿?), aumentando así las diferentes clases de sistemas y la dificultad de construcción de cartuchos. En visto de esto, fue menester que el cuerpo de artillera se encargase de arreglarlos, lo que hizo ajustando su calibre al Allin”. Para concluir la lapidaria visión del alijo concluía: “Con el mismo dinero se hubieran podido comprar excelentes piezas Krupp y fusiles de retrocarga del sistema Allin”.

Por su parte, la Junta Navarra, a cuyos desvelos se debía la adquisición del lote, no salió mejor parada que sus armas austriacas, ya que su actividad sufrió tal escarnio  que acabaron por dimitir de sus cargos afirmando que: “No se extrañan, pues, los vocales de la real junta de Navarra, de que por equivocados conceptos o siniestras intenciones, se les haya creado en determinadas esferas una atmósfera de prevención que les haga incompatibles con el desempeño de sus cargos, si es que han de conservar en ellos, no sólo la conciencia de su leal proceder, que ésta nunca ha de faltarles, sino el prestigio consiguiente á quien se sacrifica sin alardes vanos y con levantada fe por la causa de la patria”.

Tal y como indica en comunicación personal Biblio, la dimisión en bloque de todos sus miembros constituye un oscuro episodio de la historia de la instituciones carlistas de Navarra. La propia Junta saliente deseó notificar a la ciudadanía navarra sus motivaciones por tan drástica decisión, imprimiendo un comunicado cuyos ejemplares fueron inmediatamente requisados por autoridades carlistas.

Tras este “cese voluntario” se creó una nueva Junta Carlista “de presidencia colegiada y alterna”. Entre sus miembros figurarán prohombres navarros como “Gonzalo Fernandez de Arcaya, Sebastian Urra, Nicasio Zabalza, Geronimo Lizarbe, Pablo Jaurrieta y el tafallés Demetrio Iribas Iriarte". Fue precisamente Iribas, el que tras hacerse cargo de la caja de Navarra, la encontró en un raquítico estado, afirmado que “no había más que 17.000 reales”, ya que una importante cantidad había sido destinada a la compra de las armas, donde "la junta anterior envió los fondos á Bayona llevándolos el Sr. Marichalar y algún otro, para pagar un armamento que no llegó hasta el 12 de octubre”.

Munición Wänzl. Cortesía de "Classic Arms"
La nueva Junta se encontró con dificultades en justificar la salida de fondos “especialmente los relativos á compras de armamento, porque la anterior junta, al cesar en su cargo, no dio cuenta de ellos ni facilitó los justificantes”, pero por más que se insistió en obtenerlos se encontraban con “la resistencia absoluta del Sr. D. Estéban Perez Tafalla, quien había dirigido los asuntos de armas por encargo de la real junta, y en cuyo poder debían hallarse todas las cuentas y justificantes”. Pero Estaban Perez se negaba a entregarlos fundándose en que la nueva junta carecía de origen legítimo, por no ser forales”. Todo ello dificultó el pago de deudas y acreedores “á quienes se ignora si se han satisfecho sus alcances”. Uno de estos damnificados fue el propio armador Aldamiz, que además de haber perdido su barco, únicamente se le pagó una parte de lo acordado, “prometiendo satisfacer el reato cuando las cuentas y justificantes, inútilmente reclamadas, se presentasen”.

No fue la única dificultad de los Aldamiz, ya que comenzaron un largo litigio que trascenderá la duración de la guerra para recuperar a su “Nieves”. Según describe Pardo San Gil, esta devolución no sucedería hasta el año 1882, encontrándose el barco “en muy malas condiciones”; y dos años después, y según consta en el archivo de la Diputación Foral, procedía a su venta, encontrándose por aquel entonces, fondeado en el puerto de El Ferrol.

El recorrido de los fusiles Wänzl no acabó con la finalización de la Guerra Carlista. Citando al experto en armas portátiles, como es Juan Luis Calvó, “En R.O. de 23.6.1876 se disponía […] Que los fusiles de procedencia carlista Wanzel y Snider se reformen en lo absolutamente preciso para el uso del cartucho reglamentario”, por aquel entonces el Remington español. Finalmente Calvó nos indica que “entre el material de guerra a enajenar, por ley de 9 de julio de 1885, se incluían las armas portátiles sistemas Berdan, Wanzel y Snider y tercerolas de antecarga con sus respectivas municiones”.

Fuera de servicio del ejército en 1885, algunos ejemplares sobrevivieron como piezas de coleccionista, pudiendo ser todavía contemplados en los fondos y vitrinas de distintos museos, como es el caso del museo de la Industria Armera de Eibar.

Algunas Incógnitas

Los Wänzl son armas poco conocidas del conflicto de la última guerra carlista. Sus cartuchos metálicos 14x33R de fuego anular, “cuyo alcance efectivo no era mayors que el de los rifles Lorenz de avancarga. […] Su carga estaba compuesta por 4.2-4.4 g de pólvora negra "Gewehrpulver" de grano fino, con un proyectil cónico prensado que pesaba 29,7 gramos con dos ranuras de engrase”.

Su calibre, de unos 14 mm, lo situaba entre los Springfield (también nombrados como “Berdan reformado” o Allin) de 12 mm y los Berdan de 15 mm. Según indicó el experto en armamento Fernando Aguinaga en comunicación personal, su cartucho “aparentemente se parece mucho a un Berdan español, pero algo más corto. La vaina, en lugar de 41 mm de largo tiene 32 o 33 mm”.

Estas diferencias nos llevan a plantearnos la afirmación que hacia Llorenz en relación con la reconversión que tuvieron que realizar los armeros carlitas con los Wänzl, “transformándoles al calibre del Allin”. A nuestro parecer, semejante proceso supondría cambiar totalmente el cañón del fusil para disminuir el calibre de 14 mm a otro de 12 mm. Sería más lógico pensar que se trabajara en su reforma procediendo a aumentar el calibre de los 14 mm a los 15 mm, de forma que el fusil aceptara un cartucho Berdan, a todas luces más similar que el 50-70 de los Springfield.

Comparativa de vaina Berdan y vaina Wänzl localizadas
en el campo de batalla de Somorrostro
Por otro lado, durante los trabajos de índole arqueológico que se desarrollaron en el campo de batalla de Somorrostro en 2010, se localizó una vaina completa de un cartucho de gran similitud con un Berdan, exceptuando su longitud, quedando en aquel entonces identificada como una “vaina de Berdan percutida”. Años después y, tras una comunicación personal con el experto en armas y munición Fernando Aguinaga, se rectificaba dicha identificación, asumiendo de “visu” por las fotografías aportadas, que muy probablemente se trataba de una vaina de cartucho Wänzl. Sin embargo, el gran desembarco de armas y munición austriaca no se produjo hasta 6 meses de finalizada la campaña de Somorrostro. Por lo tanto, ¿qué hacia una vaina de Wänzl en Somorrostro?

Indudablemente es muy factible pensar que pequeñas remesas de este fusil llegasen a manos carlistas antes de octubre de 1874, ya que incluso en la prensa nacional se publicitó su venta para armar a los “voluntarios” de la primera república española. De hecho, en abril de 1873, el diario “La España Federal” se incluía un anuncio que describía: “La casa H.B Grah de Alemania que es el mayor depósito y fábrica de armas de Europa, teniendo más existencias que ninguna otra en todas clases de fusiles, carabinas, cartuchos, etc. de los sistemas Minié, Remington, Chassepots Wenzel, Vernld etc., los que pueden entregarse inmediatamente a los compradores a precios más baratos y mejor calidad que nadie, ofrece sus servicios á las diputaciones provinciales y ayuntamientos da la República española”.

El armamento carlista y su munición sigue suscitando muchas incógnitas. Desde su importación hasta su propia fabricación, el vacío de conocimiento se va llenando a medida que van llegando monografías específicas como la obra “Spanish Rolling Block-the Basque made rifles of the Third Carlist War” de Fernando Aguinaga García y Jose Luis García de Aguinaga. En cualquier caso, todavía queda mucho anecdotario en torno a las armas carlistas sobre el que investigar y sobre el que escribir.

Fusil Wänzl en los fondos del Museo de la Industria Armera de Eibar
Actualización del 14/06/2020: Mi buen amigo Biblio aporta correcciones e información adicional relacionada con la Junta de Navarra.

viernes, 21 de febrero de 2020

La Fosa de Putxeta: Su Contexto en las Batallas de Somorrostro

Entrada Actualizada: 07/08/2020

El 8 de febrero de 2020, un movimiento de tierras durante la reforma de una casa en el barrio de Putxeta (Municipio de Abanto), permitió el descubrimiento de un enterramiento en fosa. Los restos de los 10 cuerpos encontrados en su interior han sido identificados gracias a los vestigios de su indumentaria como soldados liberales pertenecientes al Batallón de Cazadores de las Navas Nº 14.

Detalle de la fosa localizada en Putxeta.
Foto del autor con permiso de la Sociedad de Ciencias Aranzadi
Este batallón había llegado en marzo de 1874 al frente de Somorrostro y formaba parte de la Brigada de Vanguardia del Segundo Cuerpo del Ejército del Norte. La muerte de los 10 individuos se puede datar, con cierta seguridad, en el día 26 de marzo de 1874, durante el combate sostenido por este batallón contra fuerzas carlistas del 3º de Guipúzcoa por la posesión de la barriada de Putxeta. La acción queda englobada en la segunda gran Batalla de Somorrostro, conocida como “Batalla de San Pedro de Abanto” y que tuvo lugar el 25, 26 y 27 de marzo de ese año, con el objetivo de romper la línea carlista y poder liberar la villa de Bilbao del asedio al que estaba sometida.

En la bibliografía de época son varias las citas que indican la presencia de fosas de inhumación para los muchos cadáveres que dejó la Campaña de Somorrostro; sin embargo, la hallada en Putxeta es la primera fosa encontrada excavada con técnicas forenses. De igual forma, se trata del primer enterramiento de este tipo localizado en el foco de insurrección carlista del Norte, destacando no solo su valor histórico, sino también patrimonial. 

El proceso de exhumación ha sido realizado por parte de la Sociedad de Ciencias de Aranzadi encabezados por Francisco Etxeberria, encontrándose los restos en proceso de estudio forense en los laboratorios de dicha Sociedad de Ciencias. Será allí donde se obtengan datos adicionales, como su edad, altura estimada, causa de su muerte y si es posible, se procederá a la extracción de ADN.

Paralelamente se trabajará en la identificación de los individuos inhumados en la fosa, existiendo para el Batallón de las Navas Nº14 un registro de defunciones en el Archivo Eclesiástico del Ejército. Indudablemente, hace varias generaciones que desaparecieron aquellos que pudieron haber llorado la pérdida de estos soldados de infantería, siendo la búsqueda de parientes actuales muy complicada. Sin embargo, la identificación de los ahora anónimos huesos, permitirá completar la historia vital de estos jóvenes quintos que terminaron sus días violentamente en los campos de Somorrostro.

República vs Carlos VII

En las cartas que Juan Nepomuceno de Orbe y Mariaca, Marques de Valdespina, oficial carlista al mando del Sitio en Bilbao, escribió a su mujer, María Casilda Gaytán de Ayala y Areizaga (en aquellos momentos refugiada en Francia), se encuentra el siguiente párrafo que resume lo ocurrido el 25 de marzo de 1874 en el frente de Somorrostro: “Seguimos aquí fiados en Dios y la Virgen. Serrano atacó ayer por la izquierda nuestra de Somorrostro, al principio tuvimos desventaja: el enemigo se apoderó de tres posiciones nuestras. El ataque parece que fue impetuoso (yo no estaba) pero achacan al 1º de Guipúzcoa no haber cumplido bien, ni medio bien. No sé lo que sucederá pues conozco el batallón que lo he tenido a mis órdenes y es bueno, buenísimo. Sea lo que fuere perdió la posición y fue causa de la perdida de otras dos; esto fue a primera hora de la mañana y a las diez estaban ya recuperadas dos, pero la tercera, se quedaron con ella […]. Por otra parte, tuvimos ventajas como que se hicieron bastantes prisioneros. Resumen de la acción: quedo en tablas. […]. Si Serrano no pasa, sin remedio tiene que entregarse (Bilbao); son días de crisis terrible; vuelvo a decir: Dios y su Santa Madre nos asistan”.

Francisco Serrano Dominguez.
Modificado de la Biblioteca Nacional
En aquellos momentos, las pretensiones carlistas de tomar Bilbao se estaban dirimiendo en los campos de Somorrostro. Había dado comienzo la que se conocería como “Batalla de San Pedro de Abanto”, la segunda y más importante confrontación dentro de la larga Campaña de Somorrostro.

Desde el 5 de marzo, el alto mando carlista ya era conocedor que el derrotado general liberal Domingo Moriones iba a ser sustituido al frente de las tropas del Norte por el mismísimo Presidente del Poder Ejecutivo de la efímera I República, el general Francisco Serrano y Domínguez, Duque de la Torre. Ese día, Serrano había embarcado con todo su estado mayor en Santander, llegando seguidamente a la población de Castró Urdiales, convertida en el centro neurálgico de la retaguardia del ejército  liberal. 

Serrano, como "jefe de estado", se trasladaba al Norte con refuerzos y numerosa artillería, en un ambiente crispado donde la opinión pública clamaba por una victoria contundente en Somorrostro y el levantamiento del Sitio al que los carlistas estaban sometiendo a Bilbao. La prensa liberal todavía desdeñaba la evolución del ejército carlista, tratándoles como si de una pandilla de sacristanes, mal armados, peor vestidos y deficientemente mandados, se tratará. Sin embargo, la derrota que había sufrido Moriones a finales de febrero en los campos de Somorrostro, había llenado el lugar de corresponsales nacionales y extranjeros, así como de militares de otras potencias europeas que, además de cubrir la evolución del frente, observaban cómo el nuevo armamento desplegado  modificaba las lecciones de estrategia militar. Serrano no podía permitirse fallo alguno que hiciera peligrar, no sólo su reputación, sino la del gobierno que encabezaba.

Tras visitar “a los jefes y oficiales heridos en los combates de los días 24 y 25 de febrero” alojados en Castro Urdiales, Serrano pasó a Somorrostro para conferenciar con Moriones, emitiendo el 7 de marzo una orden general para que fuera leída a las tropas: “Al manifestar la satisfacción que experimento encontrándome a vuestro frente, cúmpleme ante todo daros gracias en nombre de la Patria, por vuestros sacrificios, para salvar los caros intereses que están encomendados a vuestro valor y a vuestra disciplina, relevantes virtudes que os llevarán siempre a la victoria. Si un momento la suerte no os fue completamente favorable, no por eso ha decaído vuestro espíritu, y la Nación entera, que orgullosa os contempla, se ha sentido movida por su entusiasmo en vuestro favor, que exige de vosotros nuevos y más grandes sacrificios […]”. 

El día 8, se hizo oficialmente cargo del ejército, procediendo a revistar sus unidades y recorrer las posiciones que éstas ocupaban, a la espera de la llegada del todo el contingente de fuerzas de infantería, artillería, así como municiones y pertrechos que se consideraban precisos para tomar el campo atrincherado en el que los carlistas seguían trabajando.

Desembarco de víveres y munición en Castro Urdiales.
Modificado de Álbum Siglo XIX
En un alarde de movilidad sustentado en el ferrocarril, hombres y material fueron desplazados con inusitada rapidez al frente del Norte. Rafael Palacio, en su libro la 3º Guerra Carlista en Cantabria presenta una meticulosa descripción del traslado de estas fuerzas: “Desde finales de febrero comenzaron a afluir a Santander para su paso a Somorrostro gran número de tropas junto a varias baterías Krupp y Plasencia. El mejoramiento general de la mar permitió que su llegada se acelerara a primeros de marzo: sendos batallones de los regimientos de Infantería Guadalajara y Sevilla, los de Cazadores de las Navas, Ramales y Estella, los regimientos de Infantería Zamora y Saboya completos y un batallón del León, varias compañías del 4º Regimiento de Artillería a pie, el 2º batallón del 1º regimiento de Infantería de Marina…”.  No contento con estas fuerzas de refuerzo, “Serrano dispuso que la división del general Loma (8.000 hombres y 14 piezas) abandonara sus operaciones en Guipúzcoa y se embarcara hacia Santoña, donde llegó el 14 de marzo, desplegándose entre esa villa y Castro”.

Hasta el día 19 de marzo continuaron los trabajos de organización, municionamiento e intendencia de las tropas liberales en Somorrostro; tomando posiciones para comenzar de nuevo las operaciones, pues ya se habían reunido todas las fuerzas posibles que sumaban: 42 (41) batallones, 7 compañías de ingenieros, 140 guardias civiles, 50 miqueletes guipuzcoanos y diferentes escoltas de caballería. El periodista y corresponsal de guerra Saturnino Giménez Enrich establecerá un número de 30.000 efectivos, contando con una artillería de 50 piezas que según la describe la Narración Militar de la Guerra Carlista se dividían en:
  • 2 piezas de calibre 16 cm
  • 4 piezas de calibre 12 cm de posición
  • 12 piezas de calibre 10 cm de reserva
  • 18 piezas de 8 cm Krupp, montadas
  • 12 piezas de 8 cm de montaña, sistema Plasencia
  • 2 de a 8 cm de montaña, sistema antiguo. 
Serrano reorganizó las fuerzas en dos grandes cuerpos de ejército, cada uno contando con una brigada de vanguardia y dos divisiones:

1. PRIMER CUERPO. Comandante general: Teniente general, D. Antonio López de Letona.
     a. Brigada de Vanguardia. Jefe: Brigadier, D. Jose Loma Arguelles.
            1. Batallón de cazadores de Ciudad-Rodrigo, núm. 9
            2. Batallón de cazadores de Alcolea, núm. 22.
            3. Batallón de cazadores de Barbastro, núm. 4.
4. Batallón de cazadores de Puerto-Rico, núm. 27.
     b. Primera División. Jefe: Mariscal de campo, D. Manuel Andia.
         i. Primera Brigada. Jefe interino: El coronel más antiguo.
           1. Regimiento infantería de Sevilla, núm. 33.
           2. Regimiento infantería de Cantabria, núm. 9.
         ii. Segunda Brigada. Jefe: Brigadier, D. Ángel S. Mateo y Sagasta.
           1. Regimiento infantería de Tetuán, núm. 4.
           2. Regimiento infantería de la Constitución, núm. 29.
    c. Segunda División. Jefe: Mariscal de campo, D. Melitón Catalán.
         i. Primera Brigada. Jefe: Sr. coronel, D. Antonio Moltó.
           1. Regimiento infantería de Ramales, núm. 5.
           2. Regimiento infantería de Castilla, núm. 16.
         ii. Segunda Brigada. Jefe: Coronel, D. Juan Galindo.
           1. Un batallón del regimiento de Zaragoza, número 17.
           2. Un batallón del regimiento de Cuenca, núm. 27·
           3. Un batallón del regimiento de Valencia, núm. 23.
           4. Un batallón del regimiento de León, núm. 38.
2. SEGUNDO CUERPO. Comandante general: Mariscal de campo, don Fernando Primo de Rivera.
    a. Brigada de vanguardia. Jefe: Brigadier, D. José Chinchilla.
           1. Batallón Cazadores de las Navas núm. 14.
           2. Batallón Cazadores de Estella, núm. 21.
           3. Batallón de infantería de Marina. 
           4. Batallón de Cazadores de Castrejana, núm 2. 
    b. Primera División. Jefe: Mariscal de campo, D. Rafael Serrano Acebrón.
      i. Primera Brigada. Jefe interino: Coronel D. Luis Fajardo.
           1. Regimiento infantería de Saboya, núm. 6.
           2. Regimiento infantería de Zamora, núm. 8.
     ii. Segunda Brigada. Jefe: Brigadier, D. Alfonso Cortijo.
           1. Regimiento infantería de Gerona, núm. 22. 
           2. Regimiento de infantería de Ontoria, núm. 3.
    c. Segunda División. Jefe: D. Alfonso Morales de los Ríos.
      i. Primera Brigada. Jefe interino: D. Enrique Bargés.
          1. Regimiento infantería de Asturias, núm. 31.
          2. Un Batallón del de Albuera, núm. 26.
          3. Un Batallón de África, núm. 7.
     ii. Segunda Brigada. Jefe: D. Juan Tello.
          1. Regimiento infantería de Galicia, núm. 19·
          2. Regimiento infantería de San Quintín, num. 32.

Junto con todo el sistema de pertrechos, municiones y provisiones se requirió vestimenta para el invierno dado que “gran número de individuos de tropa lleven capotes completamente inservibles, y otros ni siquiera esta necesaria prenda”. Mención importante fue la petición de tabaco, que se consideraba como “una necesidad para las tropas”.

Según describe Rafael Palacio: “Con tan formidables medios, la opinión pública liberal se mostró optimista, creyendo “inevitable la derrota de los carlistas una vez reunidos en Castro los poderosos elementos que se han enviado para dar la batalla bajo la dirección del duque de la Torre”. 

Generales carlistas planificando la defensa.
Modificado de Le Monde Illustré
Por su parte, el ejército carlista no se había quedado de brazos cruzados mientras contemplaba como se concentraba este gran contingente de tropas. Gracias a sus ingenieros, habían mejorado notablemente sus defensas con la construcción de profundas trincheras que anulaban, al menos parcialmente, la abrumadora superioridad artillera del ejercito liberal. Según indica Saturnino Gimenez habían desplazado al frente otros “3.000 hombres segregados de los 6.000 que con Dorregaray y Valdespina ejercían el bloqueo de la plaza, quedando, pues, 15000 hombres” y una exigua artillería de unos pocos viejos cañones montaña en “frente del ejercito del general Serrano”. Ante la evidente desproporción de fuerzas, el Marques del Valdespina comentará a su mujer: “[…] también están aquí Serrano y Topete con todos los refuerzos que pueden recoger de toda España, de suerte que estamos en vísperas de otra gran batalla de la que pende la suerte de Bilbao. Si Serrano con todos los medios de que dispone no rompe la línea, Bilbao caerá indudablemente, si logra socorrerla le costará un río de sangre. […]”.

El comienzo de las hostilidades era algo esperado por todos, ya que la gran concentración de tropas estaba provocando la propagación de epidemias entre los soldados. Rafael Palacio recoge una noticia publicada en el diario de propaganda carlista el Cuarte Real: “Son infinitas las bajas que causan en el ejército de Serrano las dos enfermedades que en él se han desarrollado con gran intensidad: la viruela y la disentería. Ni en Castro, ni en Santander hay locales bastante a contener el gran número de enfermos que llegan cada día y han empezado a repartirse entre todos los pueblos de la provincia”.

Días atrás, Serrano y su Estado Mayor, confiados en su superioridad numérica y armamentística, y con la intención de no estirar en exceso su línea de frente, habían desdeñado un plan de flanqueo de la línea carlista por Sopuerta. Este movimiento táctico, que evitaba una confrontación directa con el campo atrincherado de Somorrostro, procedía del mariscal de campo Juan José Villegas, gobernador militar de la provincia de Cantabria, un gran conocedor de la zona y de la capacidad de lucha del ejército carlista.

Tras haber tenido que abortar un desembarco anfibio de 9.500 hombres, trasportados en “25 buques mayores y 50 embarcaciones menores”, por el mal tiempo en la margen derecha de la ría del Nervión, el alto mando liberal estaba decidido a atravesar la línea carlista por su extremo izquierdo, ascendiendo por los montes de Triano. Según se describe en el Estudio Crítico sobre la última Guerra Civil, el plan fue propuesto por el general Fernando Primo de Rivera, “con noticias que le habían facilitado en Somorrostro, la conveniencia de envolver la izquierda enemiga por los montes de Triano que tenía desprevenidos el enemigo. Este plan proporcionaría la inmensa ventaja de estrechar al enemigo contra las aguas, envolviéndolo sobre su propio terreno”. Confiados en exceso en sus informantes, el Estado Mayor aceptó el proyecto, cayendo sobre Primo de Rivera la responsabilidad de llevarlo a buen término.

El 24 de marzo, Serrano envió a Madrid el siguiente telegrama: “Dispuestas todas las fuerzas, y dadas las órdenes oportunas, al amanecer de mañana romperé el ataque a la línea enemiga, apoyada la izquierda por el mar con la escuadra. El ministro de marina me acompaña en este cuartel general. Solo suspenderé el ataque si un imprevisto temporal de aguas se opusiese. Espero que este ejército cumplirá con su deber”.

25 de marzo de 1874: Planes Frustrados

De lo acaecido el 25 de marzo, se encuentra en este blog una pormenorizada reconstrucción de los hechos titulada 25 de marzo de 1874: Crónica de un día de lucha en las Batallas de Somorrostro”, que toma como referencia los relatos de veteranos recogidos a principios del siglo XX por el jesuita e historiador Francisco Apalategui.

La extensa línea de defensa carlista en Somorrostro que iba desde el pico Montaño, hasta los montes de Triano, obligó a Serrano a redistribuir sus fuerzas para conformar un tridente que atacase de forma simultanea tanto los extremos como el centro de esta línea. El peso de la acción recaía sobre Fernando Primo de Rivera Sobremonte, al mando de: brigada de vanguardia del 2º Cuerpo, 1º Brigada de la 1º División del 2º Cuerpo, 1º Brigada de la 2º División del 2º Cuerpo y 2º Brigada de la 2º División del 2º Cuerpo; que componían un total de “16 batallones, 2 compañías de ingenieros y 6 piezas de artillería de montaña”.

Atacando el extremo izquierda carlista y bajo la cobertura de las piezas de artillería colocadas estratégicamente en los altos de Arenillas, Primo consiguió un pequeño éxito inicial al tomar el barrio de las Cortes y una trinchera defendida por el 1º de Guipúzcoa. Sin embargo, la complica orografía de la zona, con una sucesión de zonas elevadas y depresiones, le imposibilitó avanzar con la premura necesaria. Los carlistas tuvieron tiempo suficiente para movilizar sus fuerzas y reforzar sus posiciones en su extremo izquierda, frenando la acometida inicial e imposibilitando cualquier nuevo avance.

El general Primo de Rivera envió un mensaje al presidente/general Serrano que se encontraba en la casa Otamendi junto al castillo de Muñatones, dirigiendo las operaciones: “Fracasó el objetivo de la operación. Disponga VE de estas tropas como tenga por conveniente”. Serrano, notablemente contrariado con la noticia, le incitó a mantener la presión, prometiéndole más tropas y cañones; pero fueron tantas las objeciones de Primo de Rivera, que finalmente le autorizó para que el grueso de sus tropas pasase al centro. A pesar de la importancia que la prensa afín confirió a los avances que Primo había realizado, estos carecían de cualquier valor estratégico, estando rodeados y sometidos al fuego carlista.

A las 6 de tarde, el fuego de fusilería se fue apagando, poniéndose fin a la batalla del 25 de marzo. En el flanco izquierdo carlista, Primo se mantenía en las alturas del llamado Portillo de las Cortes y se ocupaba, en precario, la barriada de Las Cortes. El general Jose María Loma Arguelles, encargado de atacar el centro carlista con la Brigada de Vanguardia del 1º Cuerpo y la 2º Brigada de la 1º División del 2º Cuerpo, había llegado a las casas de Las Carreras; mientras que Antonio Lopez Letona amagaba la zona del Montaño, atrincherándose en la barriada de San Martín. 

Por su parte, los carlistas conservaban posiciones dominantes sobre todo el terreno que habían perdido, durmiendo en el suelo de sus defensas.

26 de marzo de 1874: Convergencia de fuerzas

Fracasado el intento de tomar el extremo izquierdo carlista, el general Serrano optó por mantener la presión sobre el campo atrincherado haciendo converger todas sus fuerzas en San Pedro de Abanto. El general Jose Lopez Dominguez, en aquel entonces Jefe del Estado Mayor General explicará posteriormente la necesidad de aquella concentración de fuerzas: “[…] nos era indispensable asegurar la posesión de las Carreras, aún en el caso de que el ataque fuera infructuoso, y además castigar más duramente al enemigo, sin lo cual, seguramente habría a su vez atacado nuestra línea, débil entonces y dominada por el frente y ambos flancos, pues allí venía a formar una verdadera cuña introducida en el campo atrincherado enemigo. Era pues preciso, indispensable, atacar para apoderarse, a ser posible, de los reductos de San Pedro y Santa Juliana, […]”.

Para ello se dispuso que la mayor parte sus fuerzas se “agruparan entorno al general Loma”, detenido en esos momentos en las primeras casas de Las Carreras. Esta orden obligaba a Primo de Rivera a inclinarse sobre su flanco izquierdo y maniobrar por un terreno complicado y bien defendido, para seguidamente, volver a cruzar la línea del ferrocarril de Galdames y descender hasta el pequeño valle en cuyo fondo se localizan las casas de la barriada de Pucheta.

El comienzo de las hostilidades fue preludiada por un duelo de bandas musicales. Según relata el oficial carlista Joaquín Llorens Fernandez de Cordoba: “Antes del amanecer del 26, una charanga carlista, colocada en el viaducto del ferrocarril minero, anunció el nuevo combate con alegres dianas. No se hicieron esperar mucho las del enemigo, y por bastante tiempo unos y otros tocaron varias, a cuál más bonitas, concluyendo el concierto con una granada liberal que vino a estrellarse bajo el viaducto, y a la que siguió una carlista que fue a buscar los instrumentos de música liberales. El fuego de cañón, empezado así, se fue avivando por momentos […]”.

En el sitiado Bilbao se sentía la lucha “[…] con tanta o más violencia que ayer. A medio día el estruendo y la humareda eran verdaderamente infernales […]”, tal y como dejó registrado en su diario el aristócrata bilbaíno Francisco Pedro MacMahon Jane.

Acatando la orden de concentración de fuerzas, Primo de Rivera procedió a dejar sus “conquistas” del día anterior suficientemente defendidas. Las casas de las Cortes quedaron sostenidas por dos batallones, mientras que en la trinchera y la altura de la zona del Portillo de las Cortes se mantuvieron “4 batallones con el brigadier Morales de los Ríos” a la cabeza. 

Toma de Pucheta

El movimiento de tropas desde el externo derecha del frente liberal al centro, no iba a resultar sencillo. La edición del diario El Constitucional del 1 de abril lo describirá de la siguiente forma: “Primo de Rivera, comenzó un movimiento de avance oblicuando hacia el centro, tomando la dirección de Pucheta por la ladera de montaña que recorre el ferrocarril. […] El general Primo tenía que recorrer una serie de colinas cuajadas de trincheras, atravesar un profundo barranco, conquistar las asperezas llamadas de los Dos Cuernos, frente al ferrocarril, y atravesando el bosque de Pucheta, caer sobre este pueblo, situados a la derecha de Las Carreras en dirección a Santa Juliana”.

El pueblecito de Pucheta, localizado en el fondo del valle que forma la confluencia de dos arroyos tributarios del Picón, era definido por los diarios de época como “un barrio de poco más de 30 casas, a unos 500 metros de San Pedro de Abanto y 800 de Santa Juliana, interponiéndose entre estos poblados el arroyo de la Bárcena, que nace en el Montaño y pasa junto a San Pedro de Abanto, y otro arroyo que tiene su origen en el Serantes y el barrio de San Vicente y pasa más cerca de Santa Juliana” (Crónica de Cataluña del 30 de marzo). La Discusión en su edición del 28 de marzo describía: “Este barrio, compuesto de una docena de casas poco sólidas, está en un declive que termina en un arroyo que baja de hacia San Pedro y Santa Juliana. Al otro lado del arroyo empiezan inmediatamente los estribos del monte Triano, que dominan el barrio casi a tiro de perdigón”.

Efectivamente, Pucheta constituía un enclave de nula utilidad estratégica dado que se encontraba en el fondo de valle rodeado por alturas. El corresponsal Mariano Araus referirá su localización en una carta fechada el 26 de marzo donde se daba cuenta de los tres importantes reductos con el que los carlistas defendían la zona: “[…] para dar a conocer más fácilmente estas posiciones, diré que el terreno parece una cazuela en el fondo de la cual se halla Pucheta y en cuyos bordes han construido tres reductos; uno al Oeste, otro al Este y otro al Noroeste".

Construcción de una batería de piezas Plasencia en Las Carreras.
Modificado de Le Monde Illustre
El 3º Batallón de Guipúzcoa llevaba desde febrero al cargo de la defensa de la zona de Pucheta. Este batallón se había formado en Vera de Bidasoa (Navarra) con “chicos de la zona entre Tolosa y Zumarraga” siendo su teniente coronel Francisco Lasa. Con la movilización de batallones carlistas para detener a las tropas de Moriones, a principios de 1874 pasaron a Vizcaya, llegando a Somorrostro donde se acantonaronn inicialmente en Las Carreras. Un veterano de éste batallón contará al padre Apalategui que “había allí un hermoso palacio; en esa casa me tocó. Encontramos buenas camas y demás”. Ya en los combates del 25 de febrero, “al acercarse Moriones, le hicimos una descarga; pero nos ordenaron que nos retiráramos y nos trasladamos a Pucheta. Desde entonces permanecimos siempre allí, incluso en los días más duros de Marzo”. A decir del veterano Jose Manuel Eguidazabal, del 4º de Guipúzcoa, sus compañeros del 3º utilizaban “las galerías de las minas de Pucheta” para sobrellevar los rigores climatológicos, lo cual era un elemento que confería una cierta comodidad.

Para las tropas de Primo de Rivera, internarse en un estrecho valle parecía, sin duda, una temeridad. Por suerte, su flanco izquierdo había quedado cubierto gracias a que el general Loma se había posicionado en Las Carreras, permitiendo el avance de varias piezas de artillería. El corresponsal Mariano Araus describirá: “A la izquierda de las casas llamadas las Carreras, y un poco a vanguardia, se encuentra una pequeña eminencia coronada por una planicie. En el extremo Este tenían los carlistas un reducto, desde el cual defendían el pueblecillo de Pucheta, situado en un estrecho valle y bajo unas peñas, al otro lado del barranco”. Este primer reducto fue “tomado por los cazadores de Barbastro, y desde él se ha batido durante todo el día a las trincheras o reductos de frente, no solo con fuego de fusilería, sino también con dos piezas Plasencia colocadas durante la noche”. Este hecho fue confirmado por Pacifico Prado, un habitante de Somorrostro que al Padre Apalategui entrevistó en una de sus visitas al campo de batalla: “A un lado de Carreras, en terreno algo levantado sobre el pueblo, se situaron con cestones las baterías que diezmaban a los de Pucheta (3º de G.)”.
Lámina de la izquierda carlista tomada desde la batería de San Lorenzo
en Las Carreras. Modificada de Ilustrated London News

Aun así, no fueron pocas las dificultades que los hombres de Primo de Rivera tuvieron que sortear para cumplir con el objetivo de posicionarse junto al Cuerpo de Loma. Según narración de Araus: “Tras un fuego infernal llegaba el general a la trinchera que está a la salida del valle y la conquista con dos campañas a la bayoneta teniendo la suerte de no perder un hombre. No descansó un momento y atacó los Dos Cuernos flanqueados por el batallón de marina, penetrando al fin en el bosque. Puede decirse que este fue el momento más difícil de toda la serie de operaciones felizmente llevadas a cabo por el general Primo de Rivera. En frente de este bosque y dominándole en el mismo ferrocarril, habían construido los carlistas una formidable trinchera, cuyos fuegos abrasaban a nuestras tropas. No vacilaron estos un momento, y continuaron su camino a pesar del sin número de bajas que el terrible fuego de las facciones les hacía. Aquí quedó herido el ayudante del brigadier Terreros, comandante de caballero Sr. Selgas, que recibió un balazo en el hombro, con tanta fortuna, que esta misma tarde ha podido marchar a Castro. Nuestras tropas atravesaron al fin el bosque y se lanzaron a la bayoneta sobre Pucheta".

El valor estratégico de Pucheta era más que dudoso, pero en aquellos momentos la prensa lo definirá como “llave para entrar en un estrecho valle, por el cual pueden avanzar nuestras tropas, al abrigo de las trincheras enemigas, hasta muy cerca de Santa Juliana”. El peso del asalto recayó sobre el Batallón de Cazadores de la Navas nº 14, cuya lucha por apoderarse de las casas se tornó épica a ojos de los observadores, tanto liberales como carlistas. El oficial carlista Llorenz escribirá: “Ruda y heroica fue la acometida que se dio bajo un terrible fuego de frente que les hacía el 3º de Guipúzcoa y por el flanco derecho el 4º de Álava. Dos terribles cargas a la bayoneta dieron, pero las dos veces fueron rechazados, dejando las calles de Pucheta sembradas de valientes oficiales y soldados; diose orden para cargar por tercera vez, saltando sobre los cuerpos de sus compañeros ocuparon por fin el pueblo tan combatido”. 

Batallón de Cazadores de Las Navas asaltando el pueblo de Putcheta (sic).
Modificado de Le Monde Ilustre
El diario La Guerra en su edición del 4 de abril también recogió una correspondencia carlista de lo ocurrido: “A las 3 de la tarde me encontré yo en un parapeto por donde pasaban muchas balas u bien próximas reventaban algunas granadas; desde allí veía perfectamente la acción; a poco de estar allí, una masa enemiga avanzó por la parte Pucheta, con el objeto de posesionar de una casitas situadas en el barranco, lográndolo, pero no sin dejar el camino sembrado de cadáveres. Los nuestros le hacían un fuego horroroso”.

Por su parte la prensa liberal reproducirá los comentarios del corresponsal Araus: “Fueron unos momentos terribles aquellos en los que nuestros bizarros soldados tuvieron que sufrir una verdadera lluvia de plomo de los facciosos que ocupaban el pueblo. El valiente batallón de las Navas, que tanta gloria alcanzó en la jornada de ayer, tuvo un sin número de bajas, el enemigo no pudo resistir aquella avalancha y a las cuatro de la tarde quedaba Pucheta en nuestro poder y realizada la unión de las divisiones de Loma y Primo de Rivera”. 

También la prensa extranjera se hizo eco de los hechos, apareciendo en el diario Le Monde Illustre del 18 de abril, una crónica del corresponsal Dick  de Lonlay (pseudónimo de Georges Hardouin) que incluía varias láminas descriptivas: “A poca distancia del pueblo formó el batallón de cazadores de las Navas, ordenaron el ataque y se lanzaron hacia adelante. Los cazadores cargaron sobre las casas a la bayoneta perdiendo muchos hombres”. 

Algunas publicaciones de época como Anales de la Guerra Civil (1876) recogerán algunos detalles adicionales: "[…] los republicanos se portaron bravamente, siendo mortalmente heridos gran número de sus oficiales. Cerca de Pucheta encontróse un coronel tendido, con el brazo levantado, como si todavía quisiese dar á sus soldados, después de muerto, la señal de ataque”.

Fragmentos de lo ocurrido en Pucheta quedarán también registrados en diarios personales de voluntarios carlistas, como el de Telesforo Saenz de Ugarte, en cuyas páginas se puede leer: “Al amanecer del 26 se rompió de nuevo el fuego, siendo el de artillería más lento que el día anterior, pero más vivo el de fusilería, pues el enemigo trató y consiguió apoderarse de algunas casas de Pucheta, pero costándole muy caro, pues dejó el campo cubierto de cadáveres”.

Evolución del frente en Somorristro. En azul frente en el amanecer del 25; en amarillo al finalizar el 25; en rojo
al finalizar el día 26. Modificado a partir de ilustración en Le Monde Illustre

Éxito y Critica

Primo, esta vez sí, había cumplido con sus órdenes, y Serrano había conseguido concentrar sus tropas para intentar romper la línea carlista por su zona central en San Pedro de Abanto. El general en jefe del ejército del Norte comunicó al Ministro de Guerra en Madrid sus logros e intenciones en parte registrado fechado a las 7 y 30 minutos de la noche de ese día 26: “Desde mi parte anterior ha continuado el combate y avanzado nuestra ala derecha hasta tomar el pueblo Pucheta a la bayoneta, ligando la derecha con el centro. El enemigo se ha defendido con una tenacidad comparable a la bravura de nuestras tropas, que se exceden a sí mismas; pero el ataque de tan fuerte campo atrincherado ha de ser costoso. Desistí de apoderarme hoy de San Pedro Abanto hasta completar el movimiento de la derecha, pues el enemigo acumuló grandes fuerzas en las trincheras del centro. He avanzado a la primera línea ocho piezas Krupp, dos Plasencia y cuatro de 10 centímetros, más cuatro de á 12 en la mitad del camino a las Carreras. Conservo todas las posiciones conquistadas, y al amanecer de mañana continuaré este laborioso y decidido ataque. […] Cuanto recomiende á V. E. este ejército, será poco para lo que se merece; la Patria y el Gobierno deben estar satisfechos de él”.

Sin duda se había logrado la convergencia de tropas; sin embargo, la idoneidad de tomar las casas de Pucheta y, permanecer en ellas, recibirá numerosas críticas. Indudablemente los carlistas minimizaron la victoria liberal argumentado en su diario oficial El Cuartel Real: “[…] pudieron al fin (los liberales) posesionarse del resto de las casas del barrio de las Carreras, cuyo punto no teníamos interés en defender, ni tampoco se habían hecho los preparativos necesarios para ello; pero este hecho y el de intentar después adelantar sobre los parapetos de Pucheta les ha costado grandes pérdidas, teniendo que desistir al fin de su empeño y estacionados en el punto ocupado se ha sostenido el fuego por su parte sin interrupción durante todo el día” De igual parecer se manifestará Llorens: “La adquisición de estas casas costó la vida a muchos oficiales y soldados, que con gran heroísmo y abnegación se sacrificaron, y tan inútilmente, que apenas conquistado tuvieron que abandonarlo por su mala situación y porque su ocupación no respondía a ningún fin que favoreciese al general en jefe”.

Pero las críticas más importantes llegarán desde el propio sector liberal. Varios años después de finalizada la guerra, en la Narración Militar de la Guerra Carlista se explicará que la acción de Primo de Rivera sobre Pucheta “aseguró espacio a nuestras tropas para el ataque del día siguiente; pero se amparó temeraria y sangrientamente del pueblecito de Pucheta, que no estaba situado militarmente, y que dominado por el enemigo en toda su extensión nada favorecía a nuestros movimientos de avance, cuando para poseerlo se redujo en una tercera parte la fuerza que gloriosamente lo conquistó”. De igual forma en Historia de la Interinidad y de la Guerra Civil de 1877 encontramos: “[…] el general Primo, [...] al deslizarse al pie de las trincheras del ferrocarril de Galdames, se apoderó del pequeño lugar de Pucheta, que está bajos sus fuegos, y que por cierto costó bastante más de lo que pudiera valer bien vendido por el enemigo, que tras sus blindajes impunemente le aguardaba”.

27 de marzo de 1874: Victoria de la "Trinchera Carlista"

Al día siguiente Serrano dirigió sus tropas directamente hacia San Pedro de Abanto. Los oficiales de alta graduación se unieron a sus hombres en primera línea de fuego, cayendo algunos heridos, como le sucedió a propio Primo de Rivera. La gran proporción de fuerzas y material empeñadas en la lucha llevará al carlista Marques de Valdespina a declarar: “La batalla que se da y sigue es relativamente la mayor que se ha dado este siglo, incluso las de Napoleón y Guerras Prusianas. ¡Nuestra infantería es la mejor del mundo!”.

Ataque sobre San Pedro de Abanto y Murrieta. el día 27 de Matrzi.
Modificado de Le Monde Illustre
No era para menos la euforia que mostraba el Marques, dado que a pesar de la superioridad numérica y el incesante fuego de artillería que se realizó sobre sus posiciones, contra todo pronóstico, la línea carlista aguantó la embestida. La segunda gran batalla de Somorrostro finalizó al anochecer de ese día con ambos ejércitos tremendamente vapuleados, pero con los carlistas aferrados a sus posiciones. Los volúmenes de estrategia militar rendirán pleitesía al sistema de defensa de los seguidores de Carlos VII y a su trabajada "trinchera carlista".

Al día siguiente llegó la noticia al sitiado Bilbao, donde un desconsolado MacMahon escribirá en su diario que “por conducto fidedigno” le hicieron saber que el ansiado ejército libertador no había roto el frente carlista: “El silencio guardado por la fusilería en aquella dirección durante el día de hoy, y el repique de campanas en las anteiglesias vecinas […] hacen suponer que (la noticia), desgraciadamente, puede ser cierta. De todos modos, es preciso disponerse a obrar como si lo fuera, tratando de mitigar el efecto moral que su publicidad ha de producir dentro de la plaza, y viendo de economizar todo lo posible las municiones de boca y guerra que nos quedan para prolongar la defensa hasta el último límite”.

Ese día se estableció una tregua para proceder a enterrar a los muertos y atender al ingente número de heridos.

Pucheta: Divisoria del Frente

A pesar de la falta de valor estratégico de Pucheta, las tropas liberales no abandonaron, por completo, su costosa conquista hasta la finalización de la campaña de Somorrostro. En el diario La Época del 13 de mayo, se publica un parte oficial de lo acaecido en los combates finales de la campaña, comentando que en los últimos embate los carlistas llegaron a “incendiar algunas (casas) del barrio de Pucheta próximas a las que ocupaban las fuerzas avanzadas del primer cuerpo”. Más específico se mostrará el corresponsal de guerra Araus que el diario Crómica de Cataluña (6/5/1874), asegurando que los carlistas hicieron un último esfuerzo en la línea: “durante toda la noche, hasta las cuatro de la madrugada, han hecho sin cesar nutridas descargas sobre nuestras avanzadas. A las tres  incendiaron unas casas en el fondo del barranco de Pucheta, que nosotros teníamos abandonadas desde el 28 de marzo". 

Pero no todo fue intercambio de fuego, también hubo algún detalle de cortesía entre bandos, como el recogido por el diario la Época el 21 de abril: “Nuestros soldados, dice el corresponsal, bajan al barranco de Pucheta a surtirse de agua de aquellas fuentes, muy rica, por cierto: cuando los carlistas recibieron orden de prepararse para romper el fuego, algunos de ellos se adelantaron, sin armas, hasta la cercanía de la fuente, y a voces dijeron a los nuestros;—«Bebed, y marchaos, qué vamos á tirar". El Imparcial también recogió la anécdota, asegurando que los carlistas avisaron “a los soldados que ocupan el pueblo de Pucheta que se apresuraran a subir agua del barranco, línea divisioria de ambos campos, pues iban a empezar el fuego”.

Luces y Sombras para una Identificación de los Restos de la Fosa

En el Archivo Eclesiástico Militar de Madrid se conserva el libro del “Batallón Cazadores de la Navas”, que cómo en su índice reza, se trata de un registro “de las partidas que contienen los libros de bautismos, matrimonio y defunciones, entregados en la subdelegación de Pamplona el año 1879 y que en la actualidad se hallan archivados en el Vicariato General Castrense de Madrid”. 

Este grueso volumen es el resultado del compendio de documentos vitales de los integrantes del batallón a lo largo de sus años de existencia, aportando información de su nacimiento, matrimonio y, por supuesto, defunción. Se trata, por tanto, de un elemento bibliográfico de carácter clave que puede facilitar una posible identificación de los restos mortales encontrados en la fosa de Putxeta.

Es necesario tener en cuenta una serie de consideraciones previas, ya que esta compilación, las más de las veces referentes a registros sacramentales, presenta algunas particularidades que afectan a las conclusiones que de su estudio puedan derivarse. Por un lado presenta un desfase temporal importante desde la fecha del registro original a su inclusión en este libro. Por otro lado los registros presentan distintas procedencias de sus datos: archivos parroquiales, partes oficiales de relación de bajas, juzgados municipales, certificados expedidos por la inspección de sanidad militar, etc.; siendo los capellanes o párrocos castrenses del batallón, los encargados de dar asiento a toda información suministrada.

En el intento de encontrar datos que posibilite una identificación de los individuos enterrados en la fosa de Putxeta, se procedió al estudio de los decesos registrados en el libro del “Batallón de Cazadares de las Navas” en el año de 1874. En este año se contabilizaron un total de 49 bajas, de las cuales un 96% parecen estar directamente relacionadas con las Batallas de Somorrostro, y de forma específica con la batalla de marzo (25-27 de marzo). Las muertes son de carácter violento, por “herida”, en la mayoría de los casos, registrándose: 5 fallecidos el día 25 de marzo, 1 el día 26 de marzo y 18 el 27 de marzo. En tres casos no queda constancia de la fecha del fallecimiento.

El resto de los decesos se registran durante el traslado de heridos o ya en los distintos hospitales militares en los días o incluso meses siguientes: “Muere en el hospital de Castro”, “hospital de San Francisco (Castro)”, “hospital militar de Miranda”, “hospital militar de Santoña” o “en uno de los hospitales de sangre en Burgos”. También la disentería hizo acto de presencia, contabilizándose dos fallecidos por esta eventualidad.

Atendiendo a la edad de los fallecidos, únicamente en siete de las actas de defunción se muestra este dato, contando con 21 años cuatro de ellos, uno de 22 años, otro de 25, y el de edad más avanzada, un alférez que contaba 34 años en el momento de su fallecimiento. En cualquier caso, se hace evidente que la mayoría eran jóvenes “quintos”, obligados a servir en el batallón.

Sus procedencias eran especialmente diversas, predominando los cacereños, seguidos de conquenses, jienenses y toledanos. Pocos, por no decir ninguno, habían nacido en grandes urbes procediendo la mayoría de pequeñas poblaciones; y si bien, apenas hay referencias a sus trabajos, las pocas veces que aparece el dato hace referencia a su condición de jornalero o labrador.

Procedencia de los fallecidos del Batallón de las Navas
en 1874
En el libro no de describe enterramientos en el campo de batalla y por lo que se observa, el registro de la fecha de fallecimiento parece no ser exacto, teniendo en cuenta la duración de la batalla a lo largo de 3 días consecutivos. De hecho, únicamente se registró una baja el día de la toma Putxeta (26 de marzo) relacionada con el soldado Gines Molina Ejea, para el que se desconoce edad, procedencia o cargo.

Sin embargo, son dos las actas de defunción que habiendo quedado registradas el 27 de marzo, hacen referencia a los hechos de armas de Putxeta: En el registro nº 149 encontramos el acta de defunción de Antonio Rubio, nacido en un pueblecito de Badajoz, soldado de la 6ª compañía, que según reza el escrito: “falleció al tomar las casas de Pucheta a la bayoneta”. El registro 278 pertenece a Rafael Saez Barreo, nacido en Trujillo (Cáceres), de profesión comerciante y soltero en aquel momento, que con el grado Cabo 1º de la 1º Compañía fue "herido de muerte al tomar las casas de Pucheta”. Por lo tanto, es muy posible que dos de los restos mortales localizados en la fosa pertenezcan a estos hombres.

Las evidencias nos llevan a hipotetizar que, muy posible, los cadáveres de la fosa fueran registrados días después y asignados al día 27 al desconocer el momento exacto de su muerte dentro del “caos” que supusieron los tres días de lucha ininterrumpida.

Por lo tanto, y en el ámbito de la incertidumbre, los registros que posibilitarían la identificación de los cuerpos se concentran en todas aquellas actas que correspondan a caídos en batalla que fueron señalados en el día 27 de marzo, que incluirían a los siguientes quintos:
  • Soldado de la 3ª Compañía, Tomas Sanchez Marín, de Salvacañecate (Cuenca)
  • Soldado de la 3ª Compañía, Francisco Carrasco Porro de Tocorgas?? (Caceres)
  • Soldado de la 3ª Compañía, Matias Parras Sanchez de Huercal Overa (Murcia)
  • Soldado de la 3ª Compañía, Cipriano Caballero Gil
  • Soldado de la 4ª Compañía, Timoteo Lucina (Encina) Rada de Valdemuncio (Cáceres)
  • Soldado de la 1ª Compañía, Manuel Cardoso de Jabugo (Huelva)
  • Soldado de la 1ª Compañía, Diego Alvar Garcia de Castrorío (Cordoba)
  • Soldado de la 1ª Compañía, Francisco Torrecilla Ruiz de Narral?? (Jaen)
  • Soldado de la 1ª Compañía, Rafael Jaen Barrena de Zanjillos?? (Cáceres)
  • Soldado de la 6ª Compañía, Miguel Holgado de Vadefuentes (Cáceres)
  • Soldado de la 7ª Compañía y corneta, Pedro Gomez Cerdeña de Ribera (Zamora)
  • Soldado de la 7ª Compañía, Esteban Lopez Parra de Fuentidueña (Segovia)
  • Soldado de la 7ª Compañía, Jaciento Santos Mazagon Muñoz de San Clemente (Cuenca)
  • Soldado de la 5ª Compañía, Tomas Solis Gimenez de Pantenezal? (Cáceres)
  • Soldado de la 4ª Compañía, Mariano Ramos de Buendía? (Cuenca)
  • Soldado de la 7ª Compañía, Francisco Perojo Muriano de Estepona (Sevilla)
A este grupo se puede sumar la única baja registrada el 26 de marzo, correspondiente al militar Gines Molina Egea, para el que no consta más información adicional.

A la vista de los resultados obtenidos, la identificación inequívoca de los cuerpos de la fosa de Putxeta se torna especialmente complicada, ya que, si bien se dispone de un grupo relativamente reducido de posibilidades, resultará tremendamente complicado para antropólogos o antropólogos forenses individualizar los restos en ausencia de datos morfométicos o genéticos adicionales.

Licencia Narrativa del Autor

Manejaba el pico con mucho mejor tino que el fusil. Hasta hacia pocos meses la única profesión que había conocido era la de labrador y, las durezas de sus manos reflejaban las largas horas que había dedicado a cultivar las tierras del señorito. El mismo señorito que había pagado con sus buenos dineros el seguir viviendo en su latifundio ajeno a la guerra en el Norte. Detuvo un momento su labor para secarse el sudor que perlaba ya su frente, mientras se preguntaba cómo se las arreglaría su padre para sacar adelante la cosecha que estaba por venir. Un par de golpes de pico adicionales y salió de la zanja para dejar que Ramírez entrará con la pala para extraer la arcillosa tierra que él había soltado. Parecía que estaban emulando a los carlistas que no hacían otra cosa que cavar y cavar trincheras. 

Soldados liberales. Modificado del Archivo Foral
de Bizkaia
Ramírez era un tipo de cólera rápida que se había creado mala fama en el batallón. El tipo de personas con los que prefieres no jugarte los dineros, ni cruzártelo en la oscuridad de un callejón de Madrid. Ramírez estaba trabajando en camisa, que nadie hubiera dicho que una vez fue blanca. Sin despegar el grueso cigarro encendido de sus labios, se afanaba en terminar cuanto antes la ingrata tarea. En los tres días anteriores apenas había dormido y mucho menos lavado. Todos tenían grandes ojeras y el rostro tiznado del negro humo que producía la percusión de sus cartuchos Remington.

Trabajaban por turnos, de forma metódica: primero el pico, luego la pala. Tras tres días de estruendo y fogonazos, parecía algo irreal el relativo silencio que se había instalado en el frente. Únicamente el lamento de algún herido y las ordenes ladradas de algún oficial venían a enturbiar la extraña calma. El sargento que les había ordenado cavar en la huerta de aquel caserío, hacía tiempo que había desaparecido. Todas las casas de Pucheta habían sido abandonadas con precipitación por sus habitantes, dejando atrás los enseres que no pudieron arrastrar consigo. Ramírez, apoyado en su pala, daba una profunda calada, pensando que a buen seguro el barbudo del sargento estaría buscando algo de valor para llenar su bolsillo. Ramírez odiaba a aquel oficial engreído tanto o más que a los jodidos “carcas”. Tampoco le gustaba su compañero de trabajo, ya fuera por su marcado acento del sur, por ser analfabeto o sencillamente, porque nunca hubiera aceptado jugar con él a los naipes.

Sin más indicaciones que la áspera orden de cavar en aquel sitio concreto, habían tomado prestado a una compañía de ingenieros el pico y la pala. No se precisaba de mucho más para excavar en una línea recta paralela al muro de la fachada norte de la casa, una zanja de unos 5 metros de largo por uno de ancho. Si bien la tregua pactada para enterrar los muertos permitía una cierta libertad de movimientos, habían observado que los carlistas situados sobre la trinchera del ferrocarril no perdían detalle de su actividad. Era precisamente la trasera de aquella casa de los pocos puntos que quedaban al resguardo de los fusiles carlistas.

Mientras picaban y cavaban, su vista apenas se detenía en los 10 alineados bultos de sus malogrados compañeros. Esos cuerpos inertes y la ingente masa de heridos era el resultado de la toma de aquella barriada de mal fario. Al menos los muertos habían dejado de sufrir. Ramirez no podía quitarse de la cabeza el sonido incesante y lamentaciones de un herido que estuvo toda la noche gritando. Le había crispado los nervios más que cuando tuvo que mojar la bayoneta con aquel jovencito "carca". Hasta hoy no habían tenido tiempo de retirarles y mucho menos atenderles. Ramirez pensaba que no iba a haber matasanos suficientes en todo el Norte como para curar lo que sus oficiales habían generado en dos día. Malditos todos. 

Reunidos en grandes grupos, los heridos que habían sobrevivido a la noche, esperaban resignados a que llegasen los carros de bueyes para llevárselos a Castro. Muchos macabros viajes les esperaba a los boyeros. Con un rictus de desdén, Ramirez no pudo evitar pensar en el tonto de Dominguez, un muchacho grande, corpulento y bonachón. Le había reventado los pulmones con dos balazos de gitatorio, esos rifles de poco chicha pero mucho calibre que tienen los guipuzcoanos. El hombre, mientras escupía sangre, no paraba de repetir la suerte que tenía, porque al tener las extremidades indemnes podía seguir trabajando la tierra y no iba a ser una carga para su familia. En fin, al menos no estaban en Cuba. Allí la cosa debía ser incluso peor. 

Enterramiento el día 28 de marzo de los caídos tras la batalla.
Modificado de Le Monde Illustre
Escupiendo al suelo Ramírez arrojó la pala a un lado y saliendo de la fosa se acercó a los cuerpos. Nadie les había despojado de sus tres cuartos de recio paño azul oscuro y él tampoco lo haría. Eso sí, cinturón y cartucheras les habían sido retirados. Ramirez los pensaba enterrar tal y como estaban, aunque antes comprobaría si guardaban algo de valor en los bolsillos. Al de la esquina izquierda lo conocía bien. Le había desplumado la última vez que se entretuvieron en aquella taberna de mala muerte en los muelles de Castro. Le recordaba como un tipo taciturno que guardaba una vaina de Remington en su bolsillo. Decía que le traía suerte... sí, la suerte de recibir un balazo en la cabeza y no sufrir, se sonrió Ramirez. Pero el resto era otro cantar. Con parsimonia y, mientras el labrador le observaba, vete a saber, ensimismado en que cábalas, registro los bolsillos de todos. El tabaco pronto cambió de faltriquera, pero navajas y liendreras carecían de interés para Ramírez.

Terminó su macabra exploración justo a tiempo para cuadrarse frente a un oficial. “Vamos. Metedles dentro. Ya pasará luego el capellán a rezarles”. El labriego se acercó a los cuerpos y tomando al primero de las axilas mientras Ramírez le cogía por los pies. Uno a uno, los fueron depositando en la zanja, y a falta de espacio suficiente, colocando de la mejor manera posible para que todos entrasen. Cuando estás muerto poco importa que te apilen. A la suciedad de la pólvora negra y la tierra arcillosa, se añadía ahora sangre coagulada. Ramírez ni se dignó a quedarse para cubrirles; en cuanto desapareció el oficial, recogió el fusil y tras gruñir al labrador, se ajustó su chaquetón de doble abotonadura para irse a buscar algo de comer.

El antes labrador, ahora soldado de Batallón de Cazadores de la Navas Nº 14, se quedó cubriendo la fosa que albergaba a sus compañeros. Mientras apilaba la tierra, seguía ensimismado en sus pensamientos: ¿cómo iba a hacer su padre para trabajar en soledad las tierras del señorito? Era muy probable, que un día de estos, él mismo, acabase en el interior una zanja”.

Reflexiones sobre Muertos, Fosas y Campos de Batalla

Existe una notable controversia respecto al número de bajas que se dio en la Campaña Somorrostro. La memoria colectiva ha cifrado el número de muertos en varios miles y, de hecho, si atendemos a la lectura que se realiza en muchas de las descripciones y noticias de época, parece que ambos ejércitos hicieron al contrario una auténtica sangría. Sin embargo, hay una frase lapidaria que dice “la verdad es la primera victima de la guerra”; y es cierto, que tanto carlistas como liberales, tendieron a minimizar sus pérdidas y maximizar las del contrario.

Alejándonos de las fuentes tradicionales, podemos encontrar algunos datos interesantes, como los recogidos en un anónimo artículo titulado “Recuerdos del mes de marzo” publicado en la revista Por esos Mundos en 1907. En su interior se recogen las bajas sufridas por el ejército liberal en los tres días que duró la batalla de San Pedro de Abanto: “El número (de muertos) ascendió a 215, el de heridos en los tres días de jornada es el siguiente: día 25, 450; día 26, 316; día 27, 1.387; total 2.153, de ellos 431 conceptuados graves y 1.722 como leves”. Las fuentes carlistas, más parcas y vagas, siempre reflejaron que sus bajas había sido menor, aunque la bibliografía asume que proporcionalemente fueron similares a la de los liberales. Como curiosidad, el único listado de bajas explicitó que hemos podido localizar hasta el momento en el campo carlista, se corresponde con una relación de heridos y muertos del batallón de Cazadores de Burgos (3º de Castilla) para el mismo periodo, contabilizando: 17 muertos, 30 heridos graves, 15 heridos leves y 15 contusos.

Detalle de la fosa de Putxeta. Foto del autor com
permiso de la Socidad de Ciencias Aranzadi
Los archivos parroquiales han aportado algún dato adicional de enterramientos carlistas, mostrando que en la vieja iglesia de "La Transfiguración" del Valle de Trapaga se realizaron hasta 44 enterramientos de soldados y oficiales carlistas retirados del frente, la mayoría de ellos navarros. Sinceramente, consideramos que se precisa de un estudio crítico y realista de la mortalidad de la Campaña de Somorrostro, faltando un trabajo en los archivos militares que revelé la auténtica dimensión de lo ocurrido. 

En cualquier caso, el número de muertos fue suficientemente elevado como para proceder a enterrar en el lugar que habían caído a muchos de estos hombres. Hasta el descubrimiento de la fosa de Putxeta no se contaba con más información que enumeraciones poco concretas en distinta bibliografía, así como la información que aportaba la “memoria colectiva” de los habitantes de la zona. Entre las referencias más claras localizadas en la bibliografía de época podemos citar al historiador Antonio Pirala Criado que recoge en el tomo 3 de su extensa obra Historia contemporánea, Segunda parte de la Guerra Civil, el siguiente párrafo:"[...] pero en ninguna parte se presentó espectáculo más horrible que en el prado entre las Carreras y San Pedro Abanto, al pie de la eminencia de éste, y en cuyo espacio había dos ó tres filas de cadáveres unos encima de otros. [...] "Estos cadáveres quedaron enterrados sobre el terreno en cinco grandes fosas, y en otros puntos, [...] en una de ellas estuvimos entre San Pedro y Murrieta y había cadáveres mezclados de unos y otros [...]".

También los corresponsales enviados a informar sobre la evolución del frente en Somorrostro harán mención a dichas fosas, incluyendo datos sobre el número de enterramientos. De esta forma, en la edición del 2 de abril de 1874 el periódico El Imparcial reproducía una carta del 28 de marzo, correspondiente al primer día de tregua tras la finalización de la Batalla de San Pedro de Abanto: “Hemos aprovechado la tregua para recoger cadáveres. Esta mañana se han enterrado cerca de las Carreras 62, entre ellos dos carlistas y aún quedaban unos 24 que estaban reunidos en un campo próximo. En Somorrostro se ha dado sepultura a 16”.

Al propio Padre Apalategui, en una de sus visitas al campo de batalla de Somorrostro en 1927 le contaron que "en el campo de fútbol de Las Carreras hay muchos enterrados". Incluso hoy en día, la memoria colectiva de la zona guarda recuerdo del alto número de muertos que causó la batalla y de enterramientos; si bien, la información aportada resulta confusa, mezclándose hechos de distintos periodos históricos. No es descartable que, en las labores agrícolas o trabajos de saneamiento, hayan aparecido más restos, cuyo descubrimiento, por distintos motivos, se ha preferido mantener silenciado. 

La sensibilización (o la falta de ella) respecto a estos enterramientos, ha sido tratado en artículos de blog como el titulado “Las fosas de Somorrostro”, donde se hace notar las importantes modificaciones del terreno que ha sufrido y está sufriendo el campo de Batalla de Somorrostro. En este sentido, poco o nada se puede comentar sobre las actuaciones llevadas a cabo hace más de 20 años, cuando la arqueología no se ocupaba de estos periodos históricos, ni estaba desarrollado el término “memoria histórica”. Sin embargo, son las últimas afecciones, como la relacionada con la construcción del futuro Parque Tecnológico de Ezkerraldea las que ahora centran la atención.

Movimientos de tierra en el futuro Parque Tecnológico.
Foto cortesía de Jose Angel Brena
En este sentido y gracias a los trabajos desarrollados en los últimos 10 años, se había logrado que dichos terrenos fueran calificados por Orden Foral de 25 de julio de 2018, como Zona de Presunción Arqueológica específicamente relacionada con la batalla de Somorrostro (1874). En esta Orden la “Dirección General de Cultura del Departamento de Euskera y Cultura de la Diputación Foral de Bizkaia confirma la existencia de la Zona de Presunción Arqueológica relacionada con la batalla de Somorrostro (1874) en el marco de la Tercera Guerra Carlista. Considerando imprescindible la realización de un estudio arqueológico previo con el fin de identificar las evidencias constructivas, los materiales o las fosas comunes originadas en la citada confrontación bélica”. Esta orden fue de aplicación en el 2018, previó al comienzo de los trabajos de ampliación de los viales de entrada al futuro polígono; sin embargo, se desconoce si los grandes movimientos de tierra que se han producido en los primeros meses de 2020 cuentan con el preceptivo Proyecto de Intervención Arqueológica.

En la medida de muestras posibilidades hemos trabajado para que las batallas de Somorrostro se conviertan en un referente de la arqueología de los campos de batalla, siendo el primer campo de batalla de la Guerra Carlista que fue estudiado con metodología arqueológica en la Comunidad Autónoma del País Vasco, combinado la exploración geofísica, los sistemas de posición global (GPS) e información geográfica (SIG). La aparición de la fosa de Putxeta, primera localizada de este periodo, representa un segundo hito  de especial relevancia en un campo de batalla que próximamente contará con un nuevo trabajo que desarrollará el arqueólogo Gorka Martin incluido en el área de conocimiento de la arqueología del conflicto carlista.

Por último, no podemos más que alabar el excelente trabajo que realizó Armando Cruz, publicado en su blog bajo el título “Paz en la Guerra: escenarios de la Batalla”; y agradecer a asociaciones, museos y particulares, los trabajos de divulgación y estudio desarrollados en los últimos años relacionados con las "Batallas de Somorrostro”.

Agradecimientos: A Rafael Palacio, Victor Sierra Sesúmaga, Francisco Etxeberria, David Gumiel y Alfredo Irusta.

De igual forma, un especial recuerdo para Mikel Unzueta, arqueólogo de la Diputación Foral de Bizkaia como soporte para la arqueología y estudios del conflicto carlista en este territorio histórico.


Actualización  07/08/20202: Se incorpora información adicional en relación a la permanencia de las tropas liberales en el barrio de Putxeta y se aportan datos sobre la identificación de los individuos enterrados en la fosa