sábado, 18 de enero de 2020

El “Cura de Lanchares”: Retazos de la Cantabria Carlista

Siendo “Dios” el primer axioma del lema carlista, era lógico encontrar una inquebrantable adhesión de gran parte del clero a sus tesis y pretensiones. Esta devoción, hunde sus raíces en la complicada relación que mantendrá “La Iglesia” con la corriente de pensamiento liberal a lo largo de todo el XIX. La reformas de los sucesivos gobiernos liberales, incluso aquellas que emanaban de regímenes de tinte moderado, solían chocar directamente con un estamento eclesiástico dispuesto a mantenerse firme en su carácter de inmutabilidad.

Caricatura de "Cura trabucaire". Modificado del diario satírico "La Flaca"
Ya desde el comienzo del conflicto carlista en 1836, los púlpitos de las pequeñas y medianas congregaciones se convirtieron en altavoces desde donde el clero más cercano al pueblo llano, no disimulaba su adhesión al carlismo, manifestándose abiertamente en contra del carácter revolucionario y anteclerical del liberalismo en el poder. Considerados agitadores de masas, no fueron pocos los párrocos que dieron, momentáneamente, con sus huesos en las cárceles. Entre los ejemplos y, por centrarnos en el ámbito geográfico de Campoo en Cantabria, nos cita Agustin Fernandez a “los párrocos de San Andrés, D. Antonio Mantilla, y de Barruelo, D. Gregorio Rodríguez Navamuel” cuya “inclinación política les trajo la prisión, en 1836, en la cárcel de Reinosa”. Y según nos indica Luis Angel Moreno, otro eclesiástico beligerante salido de las tierras de Campoo fue Tiburcio Rodirguez Macho, cuyas actividades procarlistas abarcaron ambas guerras civiles.

No es de extrañar que estos religiosos, convertidos en un engranaje indispensable para la difusión del sentir carlista y sus pretensiones en las zonas más recónditas del territorio, al llegar la llamada al alzamiento a favor de sus reyes carlistas, optaran por formar parte de partidas y batallones. La prensa liberal encontró en este estamento social un elemento sobre el caricaturizar y cargar tintas, ante su doble condición de “rebelde carlista y servidor de Dios”. Así, los “curas trabucaires” llenarán las páginas de sucesos y crónicas, las más de las veces para dar difusión a leyendas negras sobre personajes que eran conocidos por su condición eclesiástica.

Eclipsados por la carismática figura del “cura Santa Cruz”, otros personajes de la última Guerra Carlista fueron noticia por sus acciones y filiación, como “el vicario de Orio”, el “cura de Sestao”, el “cura de Mena” o el mismísimo “obispo de Urgell”, por citar unos pocos. Al largo listado de topónimos y cargos se sumará un olvidado cántabro: el “cura de Lanchares”.

La Cantabria Carlista

Cantabria, la Santander del siglo XIX, no fue ajena a la última contienda carlista. Sus habitantes tomaron partido por uno u otro bando, y si bien, las grandes operaciones militares del frente Norte en su suelo fueron limitadas (aunque de notable importancia), la provincia nutrió de hombres y material al ejército carlista, mientras que el ferrocarril y el puerto de su capital, permitía el flujo de batallones y pertrechos para el sostenimiento del ejército liberal.

Provincia de Santander Siglo XIX. Modificado de IGN
Hasta fechas bien recientes, el desarrollo de la última Guerra Carlista en Cantabria carecía de un trabajo actualizado que se acercará a este periodo histórico. Gracias a la labor de Rafael Palacio como autor y Ramón Villegas como editor, hoy disponemos en las estanterías de la obra “La Tercera Guerra Carlista en Cantabria”, cuyo objetivo principal “es ofrecer una visión, […], de lo sucedido en la actual Comunidad de Cantabria a lo largo de esos cuatro años, tratando de resaltar el impacto que la guerra tuvo en los habitantes de la provincia y el papel que la misma tuvo en las operaciones militares de ambos bandos”. El libro de Palacio constituye una lectura obligada para comprender la última de nuestras guerras civiles del siglo XIX en el ámbito geográfico de Cantabria.

Según describe el autor, no será hasta la reactivación de la guerra en el Norte, tras el fracaso del levantamiento en 1872, cuando Cantabria entre en el conflicto formalizando sus instituciones carlistas. A lo largo de 1873 será la "Real Junta a Guerra de Cantabria” presidia por el burgalés Fernando Fernández de Velasco, la “responsable de avivar la llama de la rebelión, realizar alistamientos y procurar su vestuario y armamento”. Con menos medios que sus vecinas provincias forales y, una compleja situación para mantenerse en armas en su propia tierra, las partidas carlistas se hicieron especialmente activas en el oriente de la provincia. 

El clima de inseguridad y falta de control estatal se extendió también hacia el centro de la provincia y especialmente a Campoo; donde su tradicional aislamiento y complicada orografía permitía, no solo la presencia de partidas carlistas autóctonas, sino las correrías de facciones castellanas. Reinosa, capital campurriana, permanecía fiel al gobierno liberal, si bien es probable que la mayoría social estuviera más cercana al tradicionalismo, como lo demuestra la existencia de distintas Juntas locales de corte católico-monárquico en muchos de sus municipios. El mantenimiento del estado liberal en la capital quedaba, sin duda, supeditado al control que las fuerzas del orden ejercían intramuros, con una guarnición militar que había fortaleciendo sus exiguas defensas y consiguiendo, no sin dificultades, mantener abierto el importantísimo eje ferroviario que cruzaba la comarca.

Caminos de Hierro

El ferrocarril Alar de Rey-Santander, que atravesaba Cantabria de norte a sur, había sido una obra de ingeniera costosa y complicada. Inicializado como un enlace para acercar el Canal de Castilla a la costa cantábrica, el camino de hierro había llegado, no sin algunas dificultades, hasta Reinosa, para seguidamente descender a Bárcena de Pie de Concha y de allí, proseguir hasta Santander. En 1866, el trazado entre Madrid y Santander estaba finalizado y con ello, se abría el tráfico de personas y mercancías entre la meseta y la costa cantábrica. Bien es verdad, que el duro clima invernal de Campoo, no se lo pondrá nada fácil, no siendo pocas las veces que la nieve interrumpirá el servicio, especialmente a su paso por el alto de Pozazal.

Tren detenido por la nieve en Pozazal. Modificado de la "Ilustración
Española y Americana"
Las líneas férreas estaban llamadas a constituirse un elemento estratégico de primer orden tanto para carlistas como para liberales. Carlos VII no deseaba destruir esos ejes vertebradores del progreso y  verse privado de los grandes capitales e influencias que habían sufragado sus trazados y explotación. De hecho, el propio Pretendiente había dado orden de cesar los incipientes sabotajes que, ya desde el comienzo de 1873, las partidas carlistas estaban realizando. En una carta fechada en Zugarramurdi (Navarra) el 20 de marzo de 1873, firmada por el Diputado General Carlista de Guipúzcoa, D. Miguel Dorronsoro y dirigida al Comandante de las fuerzas carlista en esa provincia, se leía: “[…] envío a Usted en copia, la orden del Estado Mayor General sobre que se suspenda todo trabajo dirigido a cortar o inutilizar el ferrocarril del Norte a consecuencia de las negociaciones pendientes con sus directores. […]”. Por supuesto, las negociones fueron completamente infructuosas para los intereses carlistas y los sabotajes se fueron sucediendo.

Desde el punto de vista militar y estratégico, la imposibilidad de controlar o de cortar la línea de Madrid-Santander, constituirá un error con innegables repercusiones para el devenir de la guerra en el Norte. Tal y como cita Palacio, el diario oficial carlista llegó a publicar: “los ferrocarriles multiplican de una manera considerable las fuerzas del enemigo. Por los ferrocarriles puede el jefe de las hordas republicanas mover con rapidez increíble sus batallones y sus baterías de Tudela a Miranda, de Madrid a Logroño, de Burgos a Santander, y, por medio de los vapores marítimos, de Santander a Bilbao y San Sebastián (…) sin los ferrocarriles, Santander sería nuestro”.

El Viaducto

El todavía existente viaducto de Celada Marlantes, en las cercanías del puerto de Pozazal, ha sido definido por Manuel Lopez como la obra más emblemática del ferrocarril de Alar del Rey-Santander a su paso por Campoo”, siendo “el primer viaducto de esas dimensiones construido en España”. Con sus 25 metros de altura, 10 arcos de medio punto y una longitud de 125 metros de sillería, constituía un elemento notablemente llamativo, cuya inutilización por parte de partidarios carlistas, hubiera supuesto un notable golpe de efecto.

Viaducto Celada Marlantes. Modificado del Diario Montañes
Rafael Palacio recoge lo acaecido en su obra: “En la madrugada del 13 de junio de 1873, carlistas capitaneados por el cura de Lanchares y procedentes de las Encartaciones se presentaron en Celada Marlantes (perteneciente al partido judicial de Reinosa) con el objetivo de destruir el viaducto del ferrocarril”. Para ello no dudaron en coaccionar a un par de vecinos del pueblo, amenazándoles de muerte para obtener de ellos su colaboración.

Sin embargo, los planes carlistas se vieron frustrados al “ser sorprendidos por la guardia que había en aquel punto”. Curiosamente la peor parte del fallido acto de sabotaje se la llevaron los dos vecinos de Celada, Manuel Seco Cañas y Victor Seco Bravo, que, tras ser apresados fueron condenados en Consejo de Guerra a pasar 12 años en la cárcel por colaborar con los carlistas. Tras la guerra, en la suplicatoria de indulto de sus familiares expusieron que ambos habían recibido una carta “de un cabecilla carlista denominado “el Cura de Lanchares”, conminándoles bajo las más bárbaras y atroces amenazas de fusilarles a ellos y sus familias e incendiar sus casas y haciendas si no les informaban del número de soldados que guarnecían el puente y de las viviendas en que se acantonaban”.

El “Cura de Lanchares”

El acusado de ser cabecilla de aquella partida, se llamaba Pedro Valentín Argüeso Gonzalez, tenía en aquel entonces 31 años y efectivamente, era cura de Lanchares, un pequeño pueblo localizado a escasos 20 kilómetros de la ciudad de Reinosa. Entre los muros de la iglesia de San Cornelio y San Cipriano, Pedro Argüeso realizaba sus labores de pastor de almas actuando como párroco ecónomo desde 1871.

Al igual que ocurría en otras tantas poblaciones de Campoo, la mayoría de sus feligreses subsistían manteniendo cabañas ganaderas y pequeñas parcelas agrícolas en la fértil, pero dura, Rasa de Campoo. En aquel ambiente se repetía la polarización que se había instalado en la sociedad del momento: mientras los núcleos de población más importantes permanecían afines al régimen liberal imperante, el ámbito rural apostaba por el carlismo. En el arraigo del sentimiento tradicionalista en el entorno montañés cántabro, ajenos y, en algunas ocasiones, sufridores del componente foral de sus vecinos vizcaínos, sin duda confluían una amalgama de elementos donde se entrelazaba la tradición familiar, la omnipresente religión y los ecos de un Rey, del que bastaba saber que respondía al nombre de Carlos.
 Perdro Argüeso "el cura de Lanchares".Cortesía de 
Jose Ramón Diez

Pedro había nacido en la población de Arroyo el 4 de febrero de 1842, siendo el único hijo varón del matrimonio de Jose Argüeso Gutierrez y Juana Gonzalez Lopez, conformado una extensa familia de siete hijos.: Juliana, Pedro Valentín, Tomasa, Agustina, Petra, Antonina y Teresa.

Pedro, como único hijo varón, estaba llamado a convertirse en sucesor de una larga tradición familiar cuya máxima era la de "tener un cura en la familia"; norma que los archivos familiares "tienen documentado hasta el XVI. Muchos de nombre Pedro". De hecho, en el entorno familiar se comenta que, incluso hoy en día, "un descendiente tiene pagada la carrera de cura en Burgos".

Pedro Valentín, como no podía ser de otro modo, encaminó su vida al mundo eclesiástico tomando los hábitos. Gracias a ello hemos podido localizar algunos datos adicionales sobre su biografía en los archivos parroquiales. En ellos consta que, en 1871, cuando tenía 29 años, llegó a pueblecito de Lanchares actuando como ayudante del viejo párroco, D. Domingo Lucio Villegas, en las labores del cuidado de las almas de su feligresía.

En abril de ese año, tras el fallecimiento de D. Domingo, pasó a hacerse definitivamente cargo de actas y libros parroquiales, firmando sus registros como “cura ecónomo”. Con esmerada caligrafía, no exenta de faltas de ortografía, Pedro registrará el nacimiento, matrimonio y muerte de los habitantes de Lanchares en los siguientes dos años.

Resulta curioso comprobar cómo, en 1873, cuando se reactivaba la guerra en Cantabria; las actas de los libros parroquiales de Lanchares eran firmadas en algunas ocasiones por Pedro y en otras por “el cura propio de la parroquia de San Andrés Apóstol de la Población de Yuso”, dejando constancia de algunas ausencias de Pedro, muy posiblemente, entretenido en otros quehaceres más mundanos y de carácter subversivo contra el gobierno liberal.

Indudablemente, en este tiempo tuvo que relacionarse con los integrantes de las Juntas Locales Católico Monárquicas de la zona, que vertebraron con notable éxito el sentir carlista tras la revolución de 1868. Luis Angel Moreno nos indica que en 1870 era presidente electo de la Junta Local de Campoo de Yuso, partido judicial en el que se inscribe Lanchares,  D. Lucio Moreno Sainz; y que llegado el momento, su dos dos hijos, Pío y Antonio, engrosarán los batallones carlistas. 

La Huida

No será hasta finales del año 1873, cuando Pedro pase a engrosar las filas carlistas de forma oficial y definitiva, abandonando completamente sus labores eclesiásticas en Lanchares. La tradición familiar recoge que el último oficio de Pedro fue el bautismo de una niña nombrada Nieves: “El nombre, según tengo entendido, fue por la nevada que había caído”. Para entonces Pedro ya se sabía perseguido por las fuerzas del orden, pero no deseó faltar a su condición eclesiástica: “la bautizó a pesar de que le avisaron de que venían por él, pero quiso cumplir” y “dado su carácter temerario le forzó a desconsiderar el riesgo”, aseverando “que la niña no se quedaba sin bautizar por nada”. Con las fuerzas del orden a las puertas de la casa, fue apremiado a abandonar sin dilación el hogar de la pequeña y accediendo al pajar, saltó por el bocarón a la calle donde “le esperaba su caballo”.

No hemos podido localizar en los archivos parroquiales de Lanchares el registro de Nieves, pero en cualquier caso, la última firma de Pedro la encontramos en una partida bautismal el 30 de diciembre de 1873.

De las complicaciones en su huida, en el siempre duro invierno de la montaña cántabra, nos da cuenta una carta dirigida a su padre y, que ha sido conservada en el ámbito familiar desde hace más de un siglo: “Valmaseda y 2 de Enero de 1874. Querido Padre: tomo la pluma para decir a Usted en primer lugar, que llegue a ésta un poco mal, por causa de una caída que me dio la yegua en un hielo, pero ya estoy casi bien del todo a Dios Gracias, aunque la caída fue de consideración, porque me dislocó el hombro izquierdo, y me resintió el tobillo, pero en cuanto llegué a ésta, me fui con Cirilo al hospital y me arreglaron todo poniéndome en el hombro un venda de diez varas de larga, pero ya me la quitaron y me han puesto dos confortantes y ya estoy como ya he dicho casi bueno, por lo que no deben Vuestra Señoría tener cuidado alguno”.

La Valmaseda Carlista

Tras el accidentado viaje, Pedro se encontraba recuperándose en el hospital de sangre que los carlistas habían abierto en la villa del Señorío, dando cabida tanto a los heridos en combate, como a los enfermos de viruela, tifus, disentería… y un largo número de enfermedades infecciosas que sufrían tanto los soldados como la población civil.

El 22 de julio de 1873, Valmaseda había sido evacuada de tropas liberales convirtiéndose en un importante centro neurálgico del incipiente estado carlista que se extenderá por todo el territorio vasco navarro. Estratégicamente localizada en una de las vías de acceso principales al Señorío que conectaba el territorio foral con las provincias vecinas de Burgos y Cantabria, la villa encartada servirá como centro de operaciones de los Batallones Cántabros del Ejército Carlista del Norte. Allí se constituirá la Real Junta Carlista de Cantabria, análoga en su funcionamiento a las Diputaciones Vascas, aunque con un territorio efectivo muy reducido.
Mercado en Valmaseda. Modificado de "Ayuntamiento de
Balmaseda"

Como indica Palacio, de la Real Junta de Cantabria, y como era norma en el Ejército Real del Norte, "dependían los servicios de apoyo logístico y administración como los de Comisaría de guerra, veterinaria, administración militar, albéitar de la Caballería, guarda almacenes … y al menos, en el último tramo de la guerra parece que también los aduaneros, un “cuerpo de inspección y vigilancia”. Al igual que sucedió a las tropas castellanas que luchaban a favor de Don Carlos, “la Real Junta de Cantabria nunca tuvo las atribuciones y la libertad de acción de las creadas en Vascongadas o Navarra; ni dispuso de un territorio sobre el que ejercer su autoridad […] y los recursos que podía proporcionar a sus hombres siempre quedaron limitados a los que pudieran conseguir sus partidas y aduanas, con la dificultad añadida de hacerlos llegar, por ejemplo, a Navarra o Guipúzcoa”. Era, por tanto, crucial para el mantenimiento de la Junta cántabra y de los hombres a su cargo, las incursiones de partidas volantes y el establecimiento de aduanas semipermanentes en su tierra para conseguir los recursos necesarios.

Regia Visita

En una sociedad eminentemente rural, como pudiera ser la de la provincia de Santander de finales del XIX, resulta lógico pensar que, alrededor de determinadas figuras se tejiese un halo de mito o leyenda; y en especial sobre un pretendiente al trono de nombre Carlos que venía a continuar una lucha comenzada 30 años antes.

Para muchos voluntarios carlistas que habían abandonado familia, hogar y sustento para incorporarse a un embrión de ejército, encontrarse con la persona que encarnaba los ideales por los que, en definitiva, iban a luchar, sin duda resultaba ser un momento notablemente especial. Casualmente, durante la convalecencia de Pedro en Valmaseda, tuvo la oportunidad de conocer a Carlos VII en persona.

Con el comienzo de las hostilidades sobre Bilbao a finales de 1873, Carlos VII se había dirigido con todo su estado mayor a observar el desarrollo de las operaciones, no dudando en visitar sus principales plazas. A primeros de enero, el Rey y su corte itinerante entró en Valmaseda, recibiendo la pleitesía de los allí congregados, premiando el gesto con la siguiente alocución: “Agradezco, a los que a la inmediación de mi Persona comparten conmigo las penalidades y peligros de la presente campaña, su sincera felicitación, persuadido de que, con la ayuda de Dios y los esfuerzos de todos, recompensaré el año que viene en Madrid tanta abnegación y tanta lealtad, y liaré por mi amada España lo que fue y es el deseo constante de mi vida”.

Los fastos fueron relatados pormenorizadamente por el diario “El Cuartel Real”, incluyendo una solemne misa en la iglesia de San Severino Abad, para seguidamente “recibir a la Diputación de Santander presentada por su Presidente D. Fernando Fernández de Velasco; luego al Clero, al Comandante de Armas y al Ayuntamiento de Valmaseda, manifestando unos y otros a S. M. su deseo unánime de verle pronto en el Trono de San Fernando para proporcionar a España su antiguo renombre, devolviéndole al propio tiempo su antigua caballerosidad é hidalguía”.
Carlos VII. Modificado de Augusto Ferrer Dalmau

Pedro puso finalmente rostro al pretendiente sobre el que algunos de sus familiares, habían llegado a dudar de su existencia, relatándoselo así a su padre: “He tenido el grandísimo gusto de ver a nuestro muy querido Rey porque se ha dignado venir a vernos esta tarde a las 4. Es muy gran mozo, tanto que yo no le llego más que a los hombrales, y así de fuerte, estoy muy contento por haberle visto, porque el que le vea una sola vez, y no muera cien veces por él si es necesario, tiene corazón de perro. Dígale a Tío José que, si él hubiera estado esta tarde en Valmaseda, no diría nunca que no existe el tal D. Carlos VII”. El pretendiente permanecerá hasta el día 13 en la villa, en un clima de notable exaltación, cuando partirá en dirección a Artzeniega para rezar ante la imagen de la Virgen de la Encina, antes de continuar su camino a Durango, sede de su Corte en Bizkaia, a la espera del desenlace del Sitio de Bilbao.

Pedro se dejará llevar por entusiasmo que reina en el campo carlista, vaticinado que Campoo pronto pasará a estar bajo su control, incluida la “canalla” Reinosa, haciendo participé a su padre de sus vaticinios: “Portugalete esta tomado, y Bilbao tiene bandera blanca, pronto saludaremos a la canalla de Reinosa, los muchachos de esos pueblos están bien todos”. Pedro terminará su misiva tranquilizando a su familia: “Sin otra cosa por hoy, de Usted mis tiernos a mi Madre, hermana y cuñados y beso a la Antonia y demás personas que se interesen por mí, así como los curas y otros. Usted recibe el corazón de su hijo”.

Capellán y Aduanero

Al contrario que muchos de sus compatriotas cántabros que, de alguna u otra manera habían llegado a la fronteriza Valmaseda para enrolarse en las tropas regulares carlistas, Pedro no participará de los formalismos castrenses de los embriones de batallones de Cantabria. El conocimiento del terreno, unido a la amplia red de contactos que, como eclesiástico rural, a buen seguro poseía, lo hacía notablemente útil para formar parte de los necesarios servicios de aduanas y de reclutamiento que nutría a su Junta.

El propio Pedro se lo trasmitirá a su padre en su carta, avisando de su pronto regreso a las cercanías del hogar familiar: “Me han dicho que estoy nombrado Capellán de la partida volante de reclutas y de recaudación, por lo que, sino nieva, espero que pronto les haré una visita”. Resulta especialmente llamativo que Pedro relatase a su padre que iba a ser integrado en las itinerantes guerrillas en calidad de capellán, y no como jefe de partida.

Mientras las bombas caían sobre Bilbao y, en los campos de Somorrostro, se gestaba un punto de inflexión en la guerra, en el deseo de ver la bandera carlista ondeando en Reinosa, en Campoo y en toda Cantabria, Pedro se integró en las partidas volantes cántabras. Reconvertido en aduanero-guerrillero, el cura de Lanchares retornará a su tierra para cumplir con la difícil misión de obtener recursos para el sostenimiento de sus batallones.
Aduana carlista. Modificado de Albúm Siglo XIX

A decir de Rafael Palacio, “la instalación de puestos aduaneros en lugares de paso obligado de personas y mercancías respondió a una estrategia totalmente planificada para allegar fondos con que mantener y armar a los batallones carlistas cántabros. […] La aduana más antigua fue la de Soncillo, montada seguramente en octubre de 1873, a la que siguió poco tiempo después la del puerto de Pozazal. […] Al mes siguiente, ya eran cuatro las aduanas establecidas, pues se habían sumado las del “pueblo de Cañedo por la parta del valle de Soba, y la otra en la misma venta de Alisas, carretera de tercer orden de Asturias a Bilbao […]. A las pocas semanas ya se habían establecido otras en puntos muy sensibles para el comercio: los puertos de El Escudo (concretamente en Cabañas de Virtus) y de los Tornos”.

Pedro, junto a otros guerrilleros de lustre, controlará el importante paso del Escudo; la principal vía de tránsito entre la costa y la Meseta atravesando la cordillera Cantábrica. Se trata de un territorio agreste, donde el cura se mueve con notable soltura, ya que entre Lanchares y el alto del puerto median unos escasos 14 Km, y donde, sin duda, goza de una tupida red de confidentes y posibles refugios que facilitan sus labores.

Un Primer Encontronazo

Para finales de abril de 1874, la aduana carlista estaba funcionando y el gobierno liberal en Cantabria, conocedor de las actividades de Pedro, procedió a desplazar algunas fuerzas para desmontar el ilícito cobro de impuestos.

En ausencia de un número suficiente de tropas regulares, las autoridades liberales habían creado el “Batallón de Voluntarios Montañeses”, formado por voluntarios “naturales de la provincia, de entre 20 y 40 años, y preferiblemente haber servido en el Ejército o cualquiera de sus institutos con buenas notas”. Palacio indica que “a pesar de las magníficas retribuciones ofrecidas, no parece que los habitantes de la provincia se entusiasmaran por alistarse. Además, parece que hubo derrotistas (o filocarlistas) que intentaban disuadir a los posibles interesados”. Agrupados en pequeñas fuerzas, estos voluntarios liberales, fueron utilizados como fuerzas de disuasión, más que de choque, ya que carecían de los medios, preparación y disciplina necesaria.

El 26 de abril, en una de sus primeras misiones, 30 hombres pertenecientes al batallón de Reserva de Santander a cuya cabeza se encontraba el teniente José López, se aproximó al Escudo con el objetivo de desmontar la aduana carlista. El oficial liberal dio cuenta pormenorizada de lo ocurrido a la Diputación Provincial en Santander: “Habiendo llegado a las 9 de la noche de día de ayer a Bárcena de Pie de Concha con 30 individuos a mis ordenes, emprendí la marcha a las 11 en dirección a la venta del Escudo, con intención de sorprender a los aduaneros que hace tiempo viene cobrando Aduana”.

Pero incluso para “habitantes de la provincia”, sorprender a unos guerrilleros en su ambiente, parecía un acto poco menos que imposible, y así lo expuso el oficial, comentando que la fuerza carlista ya estaba sobre aviso gracias a “los plantones que tenían”. A pesar de todo, el teniente de los voluntarios continuaba su narración explicando que siguieron marchando hacia las pequeñas poblaciones que rodean el puerto de montaña: “me dirigí […] con dirección a Resconorio y San Pedro el Romeral, y a la que llegué al camino Real se avistaron algunos caballos sin saber el número fijo que venían en dirección a nosotros por la casa del caminero”.
Tropas liberales. Modificado de Diario de Navarra

El primer cruce de disparos se producirá con una pequeña carga de caballería carlista y 30 milicianos liberales desplegados por el terreno haciendo fuego rodilla en tierra. A decir del teniente, las fuerzas carlistas no mostraron demasiado empeño en prolongar la lucha: “A los primeros disparos retrocedieron dejando en su fuga un caballo” y abandonando el material requisado en su aduana, que según Palacio comprendía: “numeroso papel sellado, 186 sellos de correos de 50 céntimos, 34 cigarros, 92 mazos de pitillos y 3 arrobas de hilas”. Pero fue el equino el que tuvo una especial repercusión, porque según transcripción del parte oficial, “era el que montaba el cura de Lanchares, Jefe de estos aduaneros”, añadiendo el oficial su pretensión de ponerlo “a la disposición de esa Excelentísima Junta provincial, tan pronto como regrese a la capital”.

El propio Lopez definirá la acción como un hecho sin importancia, elogiando a su fuerza de milicianos ante “el arrojo y orden con que se prepararon para defenderse los soldados y clases de este Batallón, que lo hicieron como si fueran soldados del Ejército”. Pero la cómoda victoria, resumida en un pequeño cruce de disparos y ausencia de sangre, no iba a terminar con el problema de la aduana del Escudo y mucho menos, con el “cura de Lanchares”, independientemente de que su yegua hubiera quedado en manos liberales.

Irreductibles Guerrilleros Montañeses

Al día siguiente de concluir la escaramuza en el puerto del Escudo, había dado comienzo la 3º de las grandes batallas de la Campaña de Somorrostro y, el 2 de mayo se ponía fin al Sitio de Bilbao. La imposibilidad de tomar la capital del Señorío vizcaíno supuso un duro golpe para la moral carlista, si bien dejo prácticamente intacto su carácter combativo. Como señala Palacio: “En las semanas inmediatamente posteriores al abandono del sitio de Bilbao, parece que la desmoralización cundió entre las fuerzas carlistas y se produjeron numerosas deserciones. A ello ayudaron una mayor actividad de las columnas gubernamentales en persecución de las partidas, combinada con las promesas de indulto a quienes se entregaran”.

Ante el nuevo cariz, con un ejército liberal que parecía haber tomado la iniciativa, la prensa liberal se llenó de noticias que rebajaban notablemente las actividades de las partidas volantes en Cantabria, aseverando un 24 de mayo que “la unida partida carlista que queda en la provincia de Santander es la del cura de Lanchares, la cual consta de unos 30 hombres y vaga por el Escudo, en los confines de Santander y Burgos”.
Área de actividad de la partida de Pedro Argüeso. Modificado de la mapa
de IGN

Sin embargo, trascurridos los primeros momentos de incertidumbre, la irrupción del general Concha en territorio carlista, supuso el desplazamiento de las grandes operaciones militares hacia Navarra, con un Marqués del Duero decidido a tomar la capital carlista de Estella. Mientras los dos grandes ejércitos antagonistas convergían en tierras navarras, se reducía el número de tropas liberales que trataban de frenar la expansión territorial carlista en el oriente de Cantabria y, en un error táctico que Palacio refleja en su libro, se retrasaba la línea de contención, “abandonando la zona oriental de Cantabria” a las partidas carlistas.

A decir del historiador Pirala, este hecho favorecerá las actividades de Pedro y sus hombres, que lejos de apaciguarse y, mucho menos rendirse, reabrieron la aduana del Escudo: “Cuando los carlistas vizcaínos y cántabros vieron que el ejército liberal se dirigía a Navarra, procuraron extenderse por Castilla para aumentar sus recursos y su contingente; […] llamaron la atención en la provincia de Burgos el cura de Lanchares sobre las Cabañas de Virtus […]”.

La Venta de Cabañas de Virtus

Apenas trascurrido un mes desde la acción que, a decir del parte oficial liberal había desmontado el sistema de recaudación de dinero y material carlista en el Escudo, que “según datos de personas conocedoras de la misma, no baja de unos l0,000 duros mensuales”, de nuevo era necesario desplazar tropas a la zona, donde Pedro Argüeso, con montura o sin ella, seguía cobrando peaje a las mercancías que lo cruzaban.

En ausencia de un número suficiente de tropas regulares en Cantabria, fueron de nuevo los milicianos del Batallón de Voluntarios Montañeses los encargados de terminar la farragosa tarea que habían comenzado un mes antes. Esta vez con un mayor de tropas, hasta 150 hombres según las fuentes carlista carlistas y un centenar si atendemos a los partes oficiales liberales, el teniente José López salió de Santander el 20 de mayo, “con objeto de sorprender la partida de aduaneros que al mando del cura de Lanchares viene haciendo la recaudación en dicho punto”.

Sin embargo, esta vez no le iba a resultar tan fácil al teniente López poner en fuga al cura. Según describe Palacio, apercibidos los carlistas de los movimientos de los milicianos, acudieron en ayuda de los hombres de Pedro Argüeso, tropas de caballería de la División Castellana que al mando de Juan Gutiérrez se hallaban apostadas en el pueblo de Soncillo.

A las 8 de la mañana del 21, la fuerza liberal se aproximaba por la carretera en dirección a las Cabañas de Virtus: “Aun no habían dejado los voluntarios la carretera cuando vieron por retaguardia, que a la carrera se dirijan a ellos unos 20 caballos; inmediatamente el jefe, teniente señor López, con la mayor serenidad desplegó las fuerzas en guerrilla" y ordenó “tomar una altura para evitar que la caballería pudiera atacarles”. Mientras el grueso de fuerzas se dirigía a la elevación, dispuso que la primera sección se adelantará para “tomar una posición que dominaba la venta” y le hubiera permitido añadir una mayor ventaja estratégica.

Sin embargo, los milicianos encontraron que en su misma dirección “marchaban otros 30 caballos y algunos infantes con el propósito de envolverlos”. Los carlistas habían tomado la iniciativa al llegar esa misma mañana la fuerza de caballería castellana al mando de Juan Gutierrez, que “acompañado del alférez D. Domingo Fernández, del cura de Lanchares y una sección de Infantería mandada por D. Domingo Villate” se dirigieron hacia las Cabañas de Virtus a sorprender a la fuerza de milicianos que avanzaban en exceso confiados.

Los diarios de época describieron que López dio contraorden a sus tropas avanzadas instándolas a regresar, pero muy probablemente los milicianos apenas tuvieron más tiempo que el de realizar una apresurada descarga, antes de verse rodeados de la caballería carlista. Cuatro hombres quedaron en manos de las tropas carlistas, mientas que el “cabo González” caía mortalmente herido.

El resto de la fuerza liberal se vio en la necesidad de fortificarse en la vieja venta: “Al verse rodeado de fuerzas más numerosas que las que el señor López llevaba y con posiciones más ventajosas, dispuso tomar la venta para hacerse fuerte en la misma, lo cual consiguió sin pérdida alguna, preparándose en el acto a la resistencia”.

Encerrados dentro los muros de la posada y rodeados de fuerzas carlistas, el teniente López se avino a una conferencia con el enemigo: “Al poco rato se presentó el cabecilla Gutiérrez, […], el cura de Lanchares y un alférez, hijo del dueño de la venta. El objeto del parlamento fue proponer qué, si en el acto entregaban los voluntarios las armas, los dejarían en libertad, pero si se negaban, no habría cuartel, incendiando el edificio con petróleo”. En la solicitud trascendía, no solamente la rendición de las tropas, sino la necesidad de armamento y munición del ejército carlista y de los batallones cántabros y castellanos en particular. Ya fueran flamantes Remington o veteranos Berdan, los rifles que portaban los voluntarios liberales, iban a ser bien recibidos en el arsenal carlista.

Las crónicas liberales afirmarán que “escusado es decir que el valiente López rechazó con indignación la propuesta asegurando que prefería morir antes de entregar un solo fusil” y que únicamente había “admitido el parlamento fue con objeto de pedir la devolución de los cuatro prisioneros”. Ante la negativa de los milicianos, los carlistas comenzaron a disparar sobre la venta, respondiendo los milicianos desde el interior, abriendo troneras en sus muros para facilitar su defensa. Siguiendo la noticia que se difundió en la prensa, los sitiadores intentaron cumplir su promesa de hacer arder la venta, arrojando para ello botellas de petróleo contra una esquina de la edificación; si bien, este punto es discutible si tenemos en cuenta que era el medio de vida de la familia de un alférez carlista.

El asedio duró “hasta las dos de la mañana”, permaneciendo los milicianos en el interior de su improvisado fuerte, a buen seguro pensando en lo mucho que se asemejaba su situación con la de los malogrados carabineros del puente de Endarlaza. No fue hasta el día siguiente, cuando se presentó un aldeano ante la venta, “quien aseguro que los carlistas habían marchado, y reconocido el terreno resultó ser cierto, saliendo los voluntarios con las precauciones debidas en dirección a Ontaneda.

Si bien algunos rotativos liberales elogiaron la actuación de la fuerza de milicianos, aseverando que “el hecho de armas había sido favorable a los voluntarios” causado al enemigo “5 muertos, seis heridos y dos caballos muertos”; otros, por el contrario, no pudieron más que recelar de su proceder, encontrando poca gloria “en batirse en retirada” por muy ordenada que ésta fuera, y desde luego, no se había conseguido el objetivo de eliminar, de una vez por todas, a los aduaneros carlistas ni al ya famoso “cura de Lanchares”.

Lo cierto es que la actividad del Batallón de Montañeses acabó languideciendo a lo largo del conflicto, a medida que mostraba sus carencias resumidas así por el historiador Palacio: “ni siquiera la mitad de sus efectivos eran soldados licenciados siendo mayoría los paisanos sin experiencia militar, su mantenimiento resultaba gravoso para la Diputación, y su valor táctico era cuestionable”.

Prosigue la Persecución

Fracasado el uso de tropas de milicianos, se unió en la persecución de la recalcitrante partida de Pedro Argüeso tropas regulares al mando de un capitán de la guardia civil, de nombre Eulogio Amor. El oficial Amor ya había dado muestras de su buen hacer en la tarea de acabar con las móviles partidas en tierras de Castilla, y llegaba a Campoo para hacerse cargo del territorio comprendido entre Reinosa y Soncillo.

Aduaneros carlistas. Modificado de Álbum Siglo XIX
Este hombre resultará para Pedro mucho más peligroso que los voluntarios de López. De hecho, Amor consiguió desarticular, al menos temporalmente, al poner en funcionamiento una trampa fríamente calculada. Pirala, en su extensa obra sobre la última guerra carlista, cita la operación, sin establecer una fecha concreta: “Como los carlistas no entraban en las ventas de Virtus sin asegurarse antes de que no había un enemigo para lo que tomaban exquisitas precauciones, Amor penetró a media noche en ellas por sorpresa; encerró a los habitantes en un cuarto sin comunicación; colocó su fuerza en las dos casas; al despuntar el día abrió la venta; bajaron los guías que tenían los carlistas; les detuvo cuando entraron a tomar el aguardiente; les obligó a decir la misión que cada uno tenía; vistió con !a ropa a unos guardias civiles, que fueron a desempeñar el papel de guías, y al verlos los carlistas se acercaron confiados y entraron en la taberna, donde les cogían, y únicamente porque se escapó un tiro hubo un poco de recelo con los que aún no habían entrado, pero ya no pudieron escaparse”. Aquel día la suerte estuvo del lado del Pedro, y el cura de Lanchares no estaba entre los guerrilleros que entraron aquel amanecer a calentarse en la venta.

Mientras, la guerra “oficial” trasladaba el teatro de operaciones de Navarra. El Marqués del Duero, tras reducir la asfixia al que sometía el ejército carlista a la villa de Bilbao, quiso dejar pacificadas de forma definitiva Las Encartaciones como paso previo a dominar el Señorío de Vizcaya y la provincia de Álava. Recorrió el Valle de Mena bajando hasta Orduña, donde penetró sin grandes esfuerzos el 17 mayo. Siguió su avance por tierras alavesas, llegando hasta Vitoria, restableciendo momentáneamente la comunicación entre la capital alavesa y Miranda de Ebro. Dispuesto a tomar Estella, corazón de la Corte Carlista, su muerte en la batalla de Abarzuza el 27 de junio de 1874 precipitará los acontecimientos, retornando la situación a un estado previo al paso del insigne general. Los triunfos liberales habían sido estériles; a medida que el ejército liberal había ido avanzando, el territorio que quedaba a sus espaldas retornaba a manos carlistas.

Cantabria “Señorío del Guerrillero"

Después del gran revés que supuso la muerte de Concha y, a pesar de la labor de contención que ejercía el general Juan Villegas con las pocas tropas de las que disponía, “la presión carlista sobre buena parte del territorio oriental había alcanzado cotas nunca vistas”. Así de contundente se manifiesta Palacio trascribiendo un acta de sesión de la Diputación Provincial en Santander fechada el 20 de julio, donde se expone cómo “desde mediados del último junio, muchos de los pueblos de esta provincia han vuelto a ser objeto de continuas invasiones carlistas, y víctimas sus concejales mayores contribuyentes, de secuestro y malos tratamientos, obligándolos al pago de enormes contribuciones, y a continuos compromisos para irlos satisfaciendo en lo sucesivo”. Recoge Palacio que la “exposición detallaba pormenorizadamente las exacciones cometidas por “partidas de ocho, once y diez y seis individuos la que más”, que “se han enseñoreado de la mayor parte de los pueblos de la provincia por espacio de más de 20 días, recorriéndolos noche y día, con la mayor osadía y confianza”, sin que las numerosas tropas acantonadas en esas mismas comarcas movieran un dedo por intentar detenerlas”.

En agosto de 1874, Pedro Argüeso incrementaba su lista de causas pendientes con la justicia liberal. El 19 de eses mes, el Juzgado de Primera Instancia de Reinosa emitía un bando instando “a Domingo Fernández, natural de Corconte y al cura del pueblo de Lanchares, D. Pedro de Argüeso para que en el improrrogable termino de quince días comparezcan en la cárcel de este Juzgado a fin de recibirles declaración indagatoria en la causa que contra ellos instruyo sobre el robo de una yegua de la pertenencia de D. Felipe Álvarez y Sainz, bajo apercibimiento que de no verificarlo dentro de dicho termino serán declarados rebeldes y les deparará el perjuicio que haya lugar”. El bando terminaba exhortando a las fuerzas del orden “a su detención y remisión a este Juzgado”.

Pero el “cura de Lanchares”, que ya se había labrado su propia leyenda de guerrillero, todavía permanecerá un año más cumpliendo con su cometido de nutrir a los batallones cántabros.

La “línea de Valmaseda”

En septiembre de 1874 el “estado carlista del Norte” llegaba a su máxima extensión territorial, constreñido prácticamente a las provincias Vasco-Navarras, ante la manifiesta incapacidad de su ejército para controlar otros territorios de forma efectiva. Los batallones cántabros no se internarán más en el corazón de Cantabria, ya que deberán contribuir a la defensa de la “línea de Valmaseda”: el extremo izquierdo del “estado carlista”, una frontera con un fuerte carácter psicológico que separa las dos concepciones de entender un estado. Junto a los cántabros, tropas de asturianos, castellanos, encartados y otras bizkainas, llegando a concentrar hasta nueve batallones, serán las encargadas de su defensa.

A partir de este límite y, con los frentes cada día más consolidados, se extiende una “tierra de nadie” que se encontrará en continuo conflicto, donde guerrillas y batallones marchan y contramarchan, aprovechando los momentos de debilidad del contrario. Las acciones y luchas se sucederán a lo largo de 1875, pudiéndose decir que fue raro el día que no hubo algún cruce de fuego. No serán pocos los cántabros que no regresen nunca a su tierra, enquistados en la intangible “línea de Valmaseda”, ya fuera por enfermedad o por el plomo de los proyectiles liberales. En el cementerio de Valmaseda reposarán definitivamente varios campurrianos, como Francisco Andres Marina nacido en Los Carabeos, o Venancio Lantaron Gutierrez de Arroyo.

Linea de Valmaseda y zona de dominio carlista en septiembre de 1874.
Modificado de "Historia de la fotografía de la última guerra carlista"
Al otro lado de la permeable cortina que suponía la “línea de Valmaseda”, seguían luchando hombres que todavía deseaban ver entrar a los batallones cántabros en Santander o Reinosa. Así, Pedro Argüeso encaraba su segundo año de guerrillero en las tierras fronterizas de Cantabria y Burgos, fiel a sus principios y a la misión de conseguir recursos para aquellos que ya únicamente permanecerán en actitud defensiva en los límites de las provincias forales.

Infatigable en el desempeño de su labor, el “cura de Lanchares” mantendrá junto a Domingo Fernandez, “Domingón”, una obstinada partida que indudablemente basaba su éxito en el conocimiento del terreno del cual eran originarios y a una importante red de colaboradores para conseguir refugio, alimento y noticias sobre los movimientos de las fuerzas liberales. De hecho, la tradición familiar cuenta que una de las hermanas de Pedro, Antonia, "llevaba la comida (supongo que la muda también) a Pedro en una yegua blanca".

Pocas serán las noticias que trascenderán de sus actividades ese año, donde una escueta reseña, reproducida en diferentes diarios, comentaba que en junio de 1875 la partida “se halla en la jurisdicción de la Vega de Pas”, tras haber sido “localizada en la Venta Nueva”.

El Final

A finales de 1875 se comienza a gestar la gran ofensiva liberal que iba poner el punto y final a la última guerra carlista. El 27 de enero de 1876, el también cántabro Juan Villegas rompía la “línea de Valmaseda” al mando de 2 divisiones. Los batallones cántabros, que habían sido destinados a cubrir los pasos en Galdames, quedaron rezagados y aislados del resto de fuerzas, teniendo que abrirse paso a golpe de bayoneta para volver a unirse a los restos de tropas carlistas ya en retirada. Comenzaba "la deshecha" de un ejército acosado, vencido por la enorme desigualdad de fuerzas.

Reinosa, capital de Campoo
Antes de cruzar Carlos VII la frontera francesa, batallones cántabros, asturianos y castellanos formarán marcialmente por última vez ante su persona, escuchando la incumplida promesa de “Volveré”. La Junta de Cantabria, aquella que se había nutrido de la labor de Pedro de Argüeso, seguirá idéntico camino, acompañando a su rey al exilio.

Sin Rey, sin batallones, sin Junta a la que rendir cuentas, Pedro Argüeso, el “cura de Lanchares”, el personaje que había tejido su propia leyenda como guerrillero montaraz en dos largos años de actividad, será finalmente hecho preso.

La tradición familiar mantiene que fue conducido a Reinosa y estando “en capilla”, se “fugó neutralizando a los guardias”. Pero poco durará esta huida, ya que a finales de mayo los rotativos de los diarios referían lo siguiente: “Se halla en la cárcel de Santander el famoso cara Lanchares que, aunque Indultado del delito de rebelión está encausado por exacción de contribuciones en varios pueblos de aquella provincia”.

La amnistía permitió a Pedro regresar a Campoo, pero sin duda, la postguerra de los derrotados no hubo de ser fácil. Una anécdota conservada en el ámbito familiar cuenta que un día, mientras Pedro se encontraba en el famoso café de Reinosa, el Vitoria, no pudo evitar escuchar la conversación de un grupo de militares que, jactándose de sus hazañas guerreras, desdeñaban la figura del “cura de Lanchares”. Pedro se acercó a la mesa y se presentó ante los sorprendidos soldados diciendo “que ante ellos tenían al mismísimo "cura de Lanchares", y que si tenían algo contra el cura que se lo hablasen directamente con él”.

Un Último Viaje

Tras la guerra, mientras las provincias exforales encontraban un nexo de unión social y político en la defensa de sus derogadas “leyes viejas” y retomaban su proceso de industrialización, Cantabria parecía haberse quedado sumida en un estado de latencia. Tanto es así que el historiador Jose Simón Cabarga escribirá: “El historial político santanderino […] durante el último cuarto de siglo, es más anécdota que historia. […] Los hombres que la Montaña envía al Congreso y al Senado, aunque con evidente arraigo en la opinión, carecerán por lo común de esa altura desde la que el genio político domina y atrae la atención directa de los poderes públicos en beneficio de los pueblos representados […]”. Cabarga asevera que el interés general de Cantabria se dilapidó por sus propios políticos donde primaba el “caudillismo minúsculo”. Económicamente la provincia entró en un declive tras el espejismo de bonanza que, al menos, se había producido en la capital de provincia “al desaparecer la hegemonía disfrutada durante las guerras civiles”. Con apenas una industria desarrollada, una agricultura minifundista de subsistencia, Cantabria encaraba el último tramo del siglo XIX en una precaria situación.

Carros de vacas en La Población. Modificado de CHE
En la tierra del “cura de Lanchares”, la vida para el campesino-ganadero seguía siendo igual de dura que antes de la guerra, incluso más, si a ello se suman las inquinas y venganzas que a buen seguro se dieron tras la finalización de la contienda civil. Se cuenta que algunas familias campurrianas se vieron en la obligación de "pagar" por el retorno de sus hijos del exilio francés, caso de Pío y Antonio, vástagos de Lucio Moreno, expresidente de la Junta Monárquica de Campoo de Yuso. La tradición familiar cuenta que D. Lucio abonó "1000 pesetas para que pudieran volver a España".

Muchos jóvenes montañeses optarán por embarcarse, poniendo rumbo hacia América, ya fuera Cuba, México o Estados Unidos, alejándose de la pobreza y de las quintas obligatorias que forzaban a los más pobres a defender las colonias de ultramar. Al igual que otros muchos que habían peleado bajo el estandarte realista, Pedro migrará a América del Sur, emulando en cierto modo al cura Santa Cruz, el cual que arrastró su leyenda negra hasta Colombia. No poseemos datos de las vicisitudes que le llevaron a tomar esa decisión; si bien, el anecdotario familiar recogerá su deseo "de hacer rica a la familia", cuya economía, sin duda, había quedado resentida tras la guerra. 

De Cantabria a Comsamaloapan (México)
Tras un largo periplo, en la colonial parroquia de San Martín, construida en la emergente población de Cosamaloapan del estado de Veracruz (México), volveremos a encontrar la esmerada firma de Pedro en sus libros parroquiales. Por algún tiempo, Pedro colaboró con el cura párroco en las actividades eclesiásticas que tan bien conocía: “[…] yo el infrascrito Pedro Argüeso, por encargo del párroco bauticé solemnemente a […]”. Las última de sus firmas se recoge un 1 de septiembre de 1896.

Un año después, en 1897, se certificará su defunción cuando contaba 56 años, al poco de haber manifestado su deseo de regresar pronto con su familia en Campoo. La oscura muerte del rebelde carlista llenó de interrogantes las tertulias familiares, que solicitaron más datos sobre su fallecimiento y el destino de sus pertenencias, al cura párroco de Cosamaloapan. Sin embargo, el eclesiástico "contestó a las misivas diciendo que no dejó nada más que sus ropas y objetos personales". Dispuesto a clarificar lo sucedido, un sobrino de Pedro "fue a Santander con la idea de embarcarse para saber lo que había pasado, pero le aconsejaron que era mejor vivir pobre en España que morir rico en México". Otras intentos de desentrañar el misterio que rodeó la muerte del "cura de Lanchares" fueron infructuosos, y de su posible fortuna no pudo más que especularse, haciendo referencia a una posible muerte violenta a manos de un exoficial del ejército con el que había compartido viaje a Ultramar.

El Olvido

La vida continuó en Campoo siguiendo el imperturbable ritmo de sus estaciones. Tras un verano de duro trabajo en los “praos”, el invierno llegaba para instaurar su blanco reinado. A buen seguro y, durante varias décadas, las adornadas “hazañas” del “cura de Lanchares” debieron de ser una constante en los relatos junto a una buena lumbre durante las largas noches de invierno.

Entrados en un nuevo siglo, 60 años después del desenlace de aquella guerra civil que preludiaba a las guerras modernas, una nueva confrontación dividiría a la sociedad de Campoo entre azules y rojos. Tras su finalización, con una clara división entre vencedores y vencidos, se instauró una obligada lápida de silencio, que no sólo ahogó las injusticias y tropelías cometidas, sino que contribuyó a propiciar el olvido de pasados conflictos.

"Catedral de la truchas". Pantano del Ebro. Fotografía
del autor
Poco elevaron sus voces los sufridos campurrianos, cuando en 1948, comenzó el llenado del gran Pantano del Ebro. La “orden venía de arriba” y nada se pudo hacer. Con ello desapareció la Rasa de Campoo, los meandros, pequeñas poblaciones junto a grandes extensiones de pastos y cereal, así como las fábricas de una incipiente industrialización. Las promesas para aquellos que perdieron hacienda u hogar, o para aquellos que, piedra a piedra, desmontaron las suyas para trasladarlas a zonas seguras, quedaron incumplidas: el puente destinado a conectar Campoo y las Merindades burgalesas se derrumbó antes de ser inaugurado; tampoco se instauró el prometido servicio de barcas entre los pueblos de las orillas, las indemnizaciones fueron escasas y muchos dejaron a sus antepasados en cementerios que quedaron bajo las aguas. Ni tan siquiera el ramal de FEVE, que debería haber entrado en Reinosa, se construyó. Eso sí, las hermosas truchas del Ebro consiguieron tener su propia “catedral” y Campoo su propio microclima.

Muchos de los paisajes que enmarcaron las correrías del cura quedaron bajo el agua; y si bien, el pueblo de Lanchares perdió gran parte de sus terrenos, salvó sus edificaciones y la iglesia en la que el guerrillero había servido como eclesiástico. Para entonces, Pedro Argüeso, "el cura de Lanchares" ya únicamente quedaba en la memoria de sus descendientes, como la de su sobrina “Toñica”, que atesoró hasta finales de 1950 “los libros y recuerdos de su tío como reliquias”.

Fue precisamente otro familiar, José Ramón Diez Gutiérrez, hijo de una nieta de Agustina Argüeso, hermanas de Pedro, el que con sus aportes y registros familiares nos ha permitido reconstruir algunos retazos de la vieja Cantabria y conocer la figura de un olvidado guerrillero carlista.

Agradecimientos: A Jose Ramón Diez Gutiérrez por permitirme el acceso a sus archivos familiares. A Luis Angel Moreno del museo de Etnográfico "El Pajar" de Proaño y a Rafael Palacio por sus aportaciones.